– Y… -empezó a decir su madre intentando con todas sus fuerzas no darle importancia al asunto- ¿con quién estuviste? -preguntó haciendo gala de una gran sutileza.
– Con nadie -dijo él.
– ¿Con nadie? ¿Estuviste fuera toda la noche con nadie?
Myron miró a ambos lados.
– ¿Cuándo vas a sacar la lámpara y el puro para hacer el interrogatorio?
– Muy bien, Myron, si no quieres contármelo…
– No quiero contártelo.
– Como quieras. ¿Era una chica?
– Mamá…
– De acuerdo, no he dicho nada.
Myron cogió el teléfono y marcó el número de Win. Después del octavo tono de llamada ya iba a colgar cuando escuchó a alguien toser a lo lejos.
– ¿Diga? -le dijo la voz.
– ¿Win?
– El mismo.
– ¿Estás bien?
– ¿Diga?
– ¿Win?
– El mismo.
– ¿Cómo es que has tardado tanto en coger el teléfono?
– ¿Diga?
– ¿Win?
– ¿Quién es?
– Myron.
– ¿Myron Bolitar?
– ¿A cuántos Myrons conoces?
– ¿Myron Bolitar?
– No, Myron Rockefeller.
– Aquí hay algo que no va bien -dijo Win.
– ¿Qué?
– No va pero que nada bien.
– ¿De qué me estás hablando?
– Algún gilipollas me está llamando a las siete de la mañana haciéndose pasar por mi mejor amigo.
– Lo siento, no he pensado en la hora que era.
Win no podía considerarse precisamente una persona muy madrugadora. Cuando iban a la Universidad de Duke, Win nunca salía de la cama antes del mediodía, incluso los días que tenía clase por la mañana. De hecho, era la persona con el sueño más profundo que Myron hubiera conocido nunca. Los padres de Myron, por el contrario, se despertaban sólo con que una persona del hemisferio occidental se tirara un pedo. Antes de que Myron se mudara al sótano, todas las noches se repetía la misma situación:
Alrededor de las tres de la madrugada, Myron se levantaba de la cama para ir al baño. Cuando pasaba de puntillas por delante de la habitación de sus padres, su padre siempre se despertaba poco a poco, tan poco a poco como si alguien le hubiese tirado un polo helado en la entrepierna, y gritaba:
– ¿Quién va ahí?
– Soy yo, papá.
– ¿Eres tú, Myron?
– Sí, papá.
– ¿Estás bien, hijo?
– Sí, papá.
– ¿Qué estás haciendo? ¿No te encuentras bien?
– Sólo iba al lavabo, papá. Llevo yendo solo al lavabo desde que tenía catorce años.
En su segundo curso en la Universidad de Duke, Myron y Win habían vivido en la habitación doble más pequeña de todo el campus: tenía una litera que, según Win, chirriaba un poco y que, según Myron, sonaba como un pato al ser atropellado por un tractor. Una mañana en que la cama no hacía ruido y Win y Myron estaban dormidos, una bola de béisbol atravesó la ventana rompiendo el cristal. El estrépito fue tan grande que toda la residencia de estudiantes se despertó de golpe y fue a ver si Myron y Win habían logrado sobrevivir a la ira de aquel meteorito gigantesco que seguramente había atravesado el techo de su habitación. Myron sacó la cabeza por la ventana para ponerse a gritar improperios y todos los residentes del edificio se agolparon en la habitación recubierta de prendas de ropa interior para unirse a la diatriba. La barahúnda de gritos que se produjo fue suficiente para despertar a la camarera del bar que había a dos calles de distancia que estaba echando una siestecilla.
Y, a pesar de todo, Win siguió durmiendo con una capa de fragmentos de vidrio encima de la manta.
A la noche siguiente, Myron llamó a Win a través de la oscuridad de la litera inferior.
– ¿Win?
– Sí.
– ¿Cómo consigues dormir tan profundamente?
Pero Win ya no respondió porque se había dormido.
De vuelta al presente, Win preguntó:
– ¿Qué es lo que quieres?
– ¿Fue todo bien, ayer?
– ¿Aún no te ha llamado el señor O'Connor?
– Sí -dijo Myron sin querer entrar en detalles.
– Sé que no me has llamado para poner en duda mi eficacia.
– Kathy Culver sólo sacó un excelente en su último año en el Instituto Ridgewood. Adivina quién era su profesor.
– ¿Quién?
– Gary Grady.
– Mmm. Teléfono erótico y lengua inglesa de instituto. Qué mezcla vocacional más interesante.
– He pensado que podríamos ir a ver al señor Grady esta mañana.
– ¿A la escuela?
– Claro. Podemos hacernos pasar por unos padres preocupados.
– ¿Por la misma chica?
– Pondremos a prueba nuestro lado arco iris.
– Esto va a ser divertido -dijo Win riendo.
– ¿Cómo vamos a encontrarlo? -preguntó Win.
Llegaron al Instituto Ridgewood a las nueve y media. Era un día cálido de junio, la clase de día en que uno se quedaba mirando por la ventana y pensaba en lo pronto que iba a terminar el curso. No había demasiado movimiento en los alrededores del edificio, como si toda la escuela, incluido el edificio en sí, estuviera deseando que llegaran las vacaciones de verano.
Myron recordó lo tristes que le habían parecido siempre esos días y de pronto se le ocurrió una idea.
– Pulsemos la alarma de incendios -dijo.
– Perdón, ¿cómo dices?
– Así saldrá todo el mundo afuera y nos será más fácil encontrarlo.
– Es una idea tan tonta que resulta ingeniosa -dijo Win.
– Y además, siempre he querido pulsar la alarma de incendios.
– Eres un gamberro.
Nadie los vio entrar en la escuela. No había guardias, ni cerrojos en la puerta ni porteros de ninguna clase. Aquel instituto no era de ciudad. Myron encontró una alarma de incendios no muy lejos de la entrada.
– Niños, no hagáis esto en vuestras casas -dijo Myron.
Acto seguido tiró de la manivela de la alarma, la sirena empezó a sonar e, inmediatamente, se oyeron los gritos de júbilo de todos los alumnos. Myron se sintió orgulloso de su fechoría. Pensó en pulsar alarmas más a menudo, pero al final decidió que alguien podría llegar a tildarlo de inmaduro.
Win sostuvo la puerta abierta y fingió ser un bombero.
– En fila de uno -ordenó a los estudiantes-, y recordad, sólo vosotros podéis prevenir un incendio.
– Lo tenemos -dijo Myron al detectar a Grady entre la multitud.
– ¿Dónde?
– Justo en la esquina. A la izquierda. Es Mr. Moderno.
Gary Grady llevaba puesto un blazer amarillo al estilo del siglo XXI y unos pantalones a tiras naranja sesenteros al estilo de Keith Partridge de la serie Mamá y sus increíbles hijos. A Myron le dolió la vista al verlo. Después de sobreponerse a la impresión, se acercó a él acompañado de Win.
– Hola, Jerry.
– Yo no me llamo así -dijo Grady volviendo la cabeza de repente.
– Sí, ya me lo dijiste antes. Es tu alias, ¿no? Cuando haces negocios con Fred Nickler. Tu nombre verdadero es Gary Grady.
Los alumnos que había cerca se pararon para escucharle.
– ¡Seguid andando! -les espetó Gary, y éstos reanudaron su lenta marcha.
– Qué profesores más impacientes -dijo Myron.
– Es verdaderamente triste -asintió Win.
El delgado rostro de Gary pareció estirarse un poco más y se acercó a ellos para que nadie pudiera oírlos.
– Tal vez podríamos continuar esta conversación más tarde -dijo con un susurro.
– No creo, Gary.
– Estoy en medio de una clase.
– Ajo y agua -dijo Myron.
– ¿Ajo y agua? -preguntó Win arqueando una ceja.
– Debe ser por el ambiente de instituto -repuso Myron-. Y además, he pensado que quedaba apropiado para el momento.
– De acuerdo, te la acepto -dijo Win tras pensarlo un momento.
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