La palabra clave parecía ser «impresionante».
– ¿Estás buscando un despacho de alquiler?
Aaron rió como si hubiera sido el mejor chiste que hubiera oído nunca.
– No -contestó-. No me gusta pasarme el día encerrado en un despacho. No va conmigo. A mí me gusta la libertad. Me gusta ir por libre, en la calle. No disfrutaría estando encadenado a una mesa.
– Vaya, eso es fascinante, Aaron. De veras.
El tipo volvió a reír.
– Ay, Myron, no has cambiado nada. Y me alegro de que sea así.
No se habían visto más desde el instituto. Myron había ido al Instituto Livingston de Nueva Jersey y Aaron había ido a su archienemigo, el West Orange. Ambos equipos jugaban entre ellos dos veces al año y casi nunca era un encuentro muy agradable.
Por aquel entonces, el mejor amigo de Myron era un tipo enorme que se llamaba Todd Midron. Todd era un chaval muy alto, pero de carácter sencillo y amable que tenía el defecto de cecear. Todd era como el Lenny de De ratones y hombres y Myron era George. Además, era el chaval más duro que Myron había conocido nunca.
Todd nunca perdía un combate. Nunca. Nadie se le acercaba. Era demasiado fuerte. En un partido del último curso, Aaron le hizo una entrada brutal a Myron y estuvo a punto de lesionarlo. Todd no se pudo resistir y se lanzó a por Aaron. Y Aaron lo destrozó. Myron intentó ayudar a su amigo, pero Aaron se quitó a Myron de encima como si fuera caspa. Aaron siguió machacando a Todd de modo constante y metódico, mirando a Myron de hito en hito con expresión desafiante, sin mirar a su víctima ni siquiera un instante. La paliza fue atroz. Cuando terminó, el rostro de Todd era una masa sanguinolenta e irreconocible. Todd pasó cuatro meses en el hospital y tuvieron que ponerle unos clavos en la mandíbula que le obligaron a mantenerla cerrada durante casi un año.
– Eh -dijo Aaron señalando una instantánea de una película que había en la pared-. Ésos son Woody Allen y la otra como-se-llame.
– Diane Keaton.
– Eso, Diane Keaton.
– ¿Puedo hacer algo por ti? -preguntó Myron.
Aaron giró todo su cuerpo hacia Myron, que estuvo a punto de quedarse ciego debido a la brillantez de su pecho afeitado.
– Pues creo que sí, Myron. De hecho, creo que hay algo que los dos podemos hacer el uno por el otro.
– ¿Ah, sí?
– Represento a un competidor tuyo. Se ha producido una disputa entre ambos y mi cliente desea ponerle fin pacíficamente.
– ¿Ahora eres abogado, Aaron?
– No creo -dijo sonriendo.
– Ah.
– Me refiero a un joven llamado Chaz Landreaux. Hace poco que ha firmado un contrato con tu empresa, MB Representante Deportivo.
– Sí, yo mismo me inventé el nombre.
– ¿Cómo dices?
– MB Representante Deportivo. Yo mismo me inventé el nombre.
Aaron volvió a sonreír. Era una buena sonrisa, con montones de dientes.
– Hay un problema con el contrato.
– Dime.
– Verás, es que el señor Landreaux también ha firmado un contrato con Roy O'Connor de TruPro Enterprises, Incorporated. El contrato es anterior al tuyo, así que ése es el problema: tu contrato no es válido.
– ¿Por qué no dejamos que eso lo decida un tribunal?
– Mi cliente considera que es más conveniente para todos que evitemos entrar en litigios -dijo Aaron soltando el aire de golpe.
– Vaya, qué sorpresa. ¿Y entonces qué sugiere tu patrón que hagamos?
– El señor O'Connor estaría dispuesto a pagarte por las molestias.
– Muy generoso por su parte.
– Sí.
– ¿Y si me niego?
– Esperamos no tener que llegar a ese punto.
– ¿Y si llegamos?
Aaron suspiró, se levantó y apoyó los brazos sobre la mesa de Myron.
– Entonces me veré obligado a hacerte desaparecer.
– ¿Como en un truco de magia?
– Como a un muerto.
Myron se llevó las manos al pecho y exclamó:
– ¡Ay, ay! ¡Uy, que me da algo! ¡Qué miedo!
Aaron volvió a reír, pero esta vez sin humor.
– Ya me han contado tu demostración de taekwondo en el garaje, pero ese tipo era un musculitos sin cerebro. Yo no. Yo he sido boxeador profesional. Soy cinturón negro de jujitsu y un verdadero maestro de aikido. He matado a gente.
– Supongo que eso queda genial en tu currículum -dijo Myron.
– Déjame que te lo diga sin rodeos, Myron: si nos jodes, te mato.
– Uy, qué escalofríos, estoy temblando -dijo Myron.
En realidad no se sentía tan seguro como denotaba su sarcasmo, pero tampoco era tan ingenuo como para mostrar miedo. La gente como Aaron son como perros. Si huelen el miedo, se abalanzan sobre ti.
Aaron volvió a reír. Estaba muy risueño aquel día. O estaba pasándolo muy bien o había inhalado gas, una de dos. Luego dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.
– Éste es el último aviso -dijo-. O Landreaux cumple el trato que hizo con el señor O'Connor o los dos os convertiréis en comida para gusanos.
Comida para gusanos. Primero un poema y ahora comida para gusanos.
– Me caes bien, Myron. Y no me gustaría nada que te pasara algo malo, pero ya sabes…
– El negocio es el negocio.
– Exactamente.
Esperanza apareció de repente por la puerta y Aaron le ofreció una sonrisa de tiburón.
– Bueno, bueno -dijo Aaron, y acto seguido le hizo el mejor guiño de seductor que pudo, pero Esperanza logró resistirse heroicamente al impulso de desnudarse allí mismo.
Fue increíble el esfuerzo que tuvo que hacer por contenerse.
– Por la línea dos -se limitó a decir.
– Escucha con atención esta llamada, Myron -le dijo Aaron con una última sonrisa-. Espero que captes la gravedad de la situación. Y recuerda: comida para gusanos.
– Comida para gusanos, lo tendré en cuenta.
Aaron volvió a guiñarle el ojo a Esperanza, le lanzó un beso soplando sobre la mano y se marchó.
– Qué tipo más encantador -dijo ella.
– ¿Quién hay al teléfono?
– Chaz Landreaux.
– ¿Hola? -dijo Myron poniéndose los auriculares.
– ¡Esos hijos de puta han estado en casa de mi madre! -gritó Chaz-. ¡Le han dicho que iban a cortarme las pelotas y que se las iban a mandar dentro de una caja! ¡A mi madre, tío! ¡Le han dicho eso a mi madre!
Myron sintió que sus dedos formaban puños y apretaban con fuerza.
– Me ocuparé de ello -dijo muy lentamente-. No te volverán a molestar.
Basta de juegos. Había llegado el momento de actuar. Había llegado el momento de hablar con Win acerca de Roy O'Connor.
Win sonrió como un niño al que le acabaran de decir que se cancelaban las clases de la escuela debido a la nieve.
– Roy O'Connor -dijo.
– No quiero que le hagas daño. Prométemelo.
Win le contestó con una caída de ojos. A Myron le pareció verlo asentir con la cabeza pero no estaba seguro del todo.
El restaurante Baumgart's de Palisades Avenue. Su viejo refugio durante su época de estudiantes.
Peter Chin los recibió en la entrada con una mirada llena de alegría y sorpresa al ver a Jessica.
– ¡Señorita Culver! Es un placer maravilloso volver a verla.
– Es un placer verte de nuevo, Peter.
– Está igual de guapa que siempre. Embellece mi restaurante con su presencia.
– Hola, Peter -saludó Myron.
– Sí, hola -dijo deshaciéndose de Myron con un gesto de la mano.
Toda su atención estaba centrada en Jessica y ni siquiera un cocodrilo mordiéndole la pierna lo hubiera distraído.
– Está demasiado delgada, señorita Culver.
– Porque la comida de Washington no es tan buena como la de aquí.
– Qué curioso -intervino Myron-, yo hubiera dicho que estaba más maciza.
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