No, de eso estaba seguro.
Harrison se había pasado todo el año anterior deseando y rezando para que se hubiera acabado. Pero debería habérselo imaginado. Los asuntos como aquél nunca terminaban del todo. Se ocultaban, echaban raíces, crecían más fuertes y se preparaban para un nuevo ataque.
Kathy Culver no estaba muerta y enterrada. Como si de un fantasma de una novela gótica se tratara, había regresado para atormentarlo y gritarle desde el más allá.
Clamando venganza.
Myron volvió al despacho.
– Win ha llamado dos veces desde su despacho -le dijo Esperanza-. Quiere verte ya.
– Voy ahora mismo.
– ¿Myron?
– ¿Qué?
Los encantadores ojos negros de Esperanza tenían una mirada solemne.
– ¿Ha vuelto? Quiero decir, Jessica.
– No, sólo está de visita.
La secretaria puso cara de incredulidad, pero Myron no dijo nada más. Ya no sabía qué pensar.
Fue corriendo escaleras arriba subiendo los escalones de dos en dos. Win trabajaba dos pisos por encima de él, pero era como si estuviera en otra dimensión totalmente diferente. Al abrir la enorme puerta de acero, aquel eterno clamor le atacó los oídos. Toda aquella planta sin separaciones estaba siempre en constante movimiento. Dos o trescientos escritorios ocupaban el espacio como si estuviera enmoquetado. En todas las mesas había por lo menos dos ordenadores. No había separadores. Cientos de hombres se sentaban y se ponían de pie en cualquier dirección, todos con camisa blanca de botones, corbata y tirantes. Y la americana colgada en el respaldo de la silla. Había poquísimas mujeres. Todos los hombres hablaban por teléfono, la mayoría de ellos tapando el auricular para chillarle algo a la persona de al lado. Todos se parecían entre sí. Todos eran más o menos la misma persona.
Bienvenido a Inversiones y Valores Lock-Horne.
Las seis plantas del edificio eran exactamente iguales. De hecho, Myron a menudo sospechaba que Lock-Horne sólo tenía una planta y que el ascensor estaba programado para detenerse siempre en la misma planta se apretase el botón que se apretase del catorce al diecinueve para que pareciese que la compañía era más grande de lo que en realidad era.
El perímetro de aquel espacio de oficinas se componía de un despacho tras otro, los cuales pertenecían a los cabecillas, los jefazos, los number one o, en la jerga de los valores financieros: los Big Producers. Todos los BP tenían ventanas y luz del día, muy al contrario que los peones del interior, que se quedaban pálidos de tanta luz artificial.
Win tenía un despacho en una esquina desde el que se podía ver tanto la Calle 47 como Park Avenue, un paisaje que denotaba mucho money. El despacho estaba decorado al típico estilo anglosajón de la clase privilegiada: paneles de madera oscura por las paredes, moqueta de color verde oscuro, sillones de corte clásico y cuadros sobre la cacería del zorro. Como si Win hubiera visto un zorro alguna vez.
Al entrar Myron, Win levantó la mirada de su inmensa mesa de roble. Aquella mesa pesaba poco menos que una hormigonera. Win estaba estudiando una impresión informática, una de aquellas resmas interminables de franjas verdes y blancas. Toda la mesa estaba repleta. Prácticamente hacían juego con la moqueta.
– ¿Cómo ha ido tu encuentro matutino con el amigo Jerry el Telefornicador? -preguntó Win.
– ¿El Telefornicador?
– Me he pasado toda la mañana pensando el chiste -dijo Win con una sonrisa.
– Pues no valía la pena el esfuerzo -repuso Myron.
Myron le contó a Win cómo le había ido su charla con Gary «Jerry» Grady. Win se recostó contra el respaldo de su asiento y colocó las manos apoyando las yemas de los dedos entre sí.
Después, Myron le contó el encuentro con Otto Burke. Win se inclinó hacia delante y separó las manos.
– Otto Burke -dijo Win mesurando el tono de voz- es una rata de alcantarilla. Quizá debería hacerle una visita en privado -añadió mirando a Myron como esperando recibir una confirmación por su parte.
– No. Todavía no, por favor.
– ¿Estás totalmente seguro?
– Sí. Prométemelo, Win. Nada de visitas.
– De acuerdo -dijo Win a regañadientes y claramente decepcionado.
– Bueno, ¿y qué era lo que querías decirme?
– Ah -a Win volvió a iluminársele la cara-. Échale un vistazo a esto.
Cogió todas las resmas de impresiones y las echó al suelo bruscamente. Debajo había un montón de revistas y la que estaba encima de todo se llamaba Climaxx. En el subtítulo se leía: «Doble X por el doble de placer». Qué táctica de marketing más astuta. Win las dispuso en abanico como si fuera a hacer un truco de cartas.
– Seis revistas -dijo.
Myron leyó los títulos: Climaxx, Lamida, Lefa, Chocho, Orgasm Today y, por supuesto, Pezones.
– ¿Son todas de Nickler?
– Madre mía, ¡qué vista tienes! -dijo Win.
– Son los años de entrenamiento. ¿Y qué tienen de especial?
– Mira las páginas que he marcado.
Myron empezó con Climaxx. En la portada también salía una mujer monstruosamente bien dotada, pero lamiéndose un pezón. Qué práctico. Win había marcado las páginas con puntos de libro hechos de cuero. Puntos de cuero en revistas porno. Tan fuera de lugar como cigarrillos en una clase de aeróbic.
La página marcada ya empezaba a resultarle demasiado familiar. Myron sintió que se le revolvía el estómago de nuevo.
Teléfono erótico Fantasías: ¡elige una chica!
También había tres filas y cuatro fotos en cada una. Se centró en la última fila, en la segunda foto empezando por la derecha. Como la de Pezones, ésta también decía: «¡Haré todo lo que me pidas!». Y el número de teléfono también era el 1-900-344-LUJURIA. También 3,99 $ por minuto. Se hacían cobros discretos por tarjeta telefónica o de crédito y se aceptaba Visa y MasterCard. Pero la chica de la foto no era Kathy Culver.
Examinó rápidamente el resto de la página, pero no había ninguna diferencia más. La misma chica oriental seguía esperando. El mismo culo seguía esperando una tunda. Y «¡Tetas pequeñas!» seguía sin haber llegado aún a la pubertad.
– Hay la misma página en las seis revistas -le dijo Win-, pero la foto de Kathy Culver sólo sale en Pezones.
– Qué interesante -dijo Myron. Se quedó un momento pensando-. Probablemente Nickler haga precios especiales a los anunciantes: compra páginas en las seis publicaciones por el precio de tres y esas cosas.
– Exactamente, y me atrevería a decir que las seis revistas tienen exactamente los mismos anuncios.
– Pero alguien puso la foto de Kathy en Pezones.
Myron ya se estaba acostumbrando a decir el nombre de la revista. Ya no le sonaba sucio, lo que a su vez le hizo sentirse más sucio a sí mismo.
– ¿Te acuerdas de que Nickler nos dijo que la revista Pezones no iba muy bien? -dijo Win.
Myron asintió con la cabeza.
– Pues bien -continuó Win-, me ha costado muchísimo encontrarla. La mayoría de las otras revistas las he podido encontrar sin muchos problemas en quioscos, pero tuve que ir a un palacio del porno duro de la Calle 42 para encontrar Pezones.
– Y sin embargo -añadió Myron-, Otto Burke logró hacerse con un ejemplar.
– Exactamente. Estoy convencido de que ya habrás considerado la posibilidad de que sea el señor Burke quien esté detrás de todo esto.
– Me ha pasado ligeramente por la cabeza.
Se oyó a alguien llamar a la puerta y acto seguido entró Esperanza.
– Tienes al experto en grafología al teléfono -dijo-. Lo he pasado a la línea de Win.
Win descolgó el teléfono y le pasó el auricular a Myron.
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