Harlan Coben - Motivo de ruptura

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El agente deportivo Myron Bolitar está a punto de llegar a lo más alto. Lo mismo pude decirse de Christian Steele, un quarterback recién llegado a la liga profesional y su cliente más importante. Sin embargo, la llamada de una ex novia de Chistian, una chica a quien todo el mundo cree muerta, incluso la policía, pone en peligro la firma de un contrato. Myron, de pronto, se ve envuelto en una intriga relacionada con sexo y chantajes, y mientras trata de descubrir la verdad sobre una tragedia familiar, una mujer y las mentiras de un hombre se enfrenta al lado oscuro de su profesión.

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El complejo de las Meadowlands Sports Authority había sido construido sobre terreno pantanoso e inservible junto a la autopista de Nueva Jersey en un lugar llamado East Rutherford. Allí se alzaban, de oeste a este, el hipódromo de Meadowlands, el Titans Stadium y el Brendan Byrne Arena, llamado así por el ex gobernador, a quien la gente le tenía el mismo cariño que a una espinilla el día del baile de fin de curso. Cuando se supo el nombre se produjo un alud de protestas equivalente a la Revolución francesa, pero no sirvió de nada. Una simple revolución casi nunca puede hacer nada contra el ego de un político.

– Cristo bendito…

El coche de Christian, o el que supuso que era el coche de Christian, apenas se veía al quedar cubierto bajo una capa de periodistas. Myron ya había esperado encontrarse algo así, por lo que le había dicho a Christian que cerrara las puertas desde dentro y que no dijera ni una palabra. Huir con el coche no habría servido de nada porque los periodistas se hubieran limitado a seguirle y a Myron no le apetecía participar en una persecución automovilística.

Aparcó cerca del coche de Christian y los periodistas se volvieron hacia él como leones que hubiesen olido un cordero herido.

– ¿Qué está pasando, Myron?

– ¿Cómo es que Christian no está en el entrenamiento?

– ¿Estás tratando de retenerlo o qué?

– ¿Qué pasa con su fichaje, Myron?

Myron no hizo ningún comentario, esquivó el mar de micrófonos, cámaras y cuerpos y se abrió paso entre ellos hasta entrar en el coche sin dejar entrar a nadie de aquella chusma.

– Acelera -dijo Myron.

Christian arrancó el coche y se alejó del lugar obligando a los periodistas a apartarse de su camino a regañadientes.

– Lo siento, señor Bolitar.

– ¿Qué ha pasado?

– El guardia de la entrada no me ha dejado pasar. Ha dicho que tenía órdenes expresas de no dejarme entrar.

– Qué hijo de puta -murmuró Myron.

Otto Burke y sus malditas tácticas. Menuda rata de cloaca. Myron debía haberse esperado algo así de él. ¿Pero no dejarlo pasar? Aquello parecía un poco exagerado, incluso para alguien de la calaña de Otto Burke. A pesar de todas las tonterías, habían estado a punto de firmar. Burke había expresado un gran interés en que Christian entrara en el minicamp lo antes posible para prepararse para la temporada.

Así que ¿por qué no iba a dejar pasar a Christian?

A Myron no le gustaba nada todo aquello.

– ¿Tienes teléfono en el coche? -le preguntó.

– No, señor.

De hecho, daba igual.

– Da la vuelta -dijo Myron-. Aparca en la Puerta C.

– ¿Qué va a hacer?

– Tú ven conmigo.

El guardia intentó detenerlos, pero Myron entró con Christian de un empujón.

– ¡Oiga, que no tiene permiso para entrar! -les gritó después de que pasaran-. ¡Eh, deténganse!

– Dispárenos -dijo Myron sin detenerse.

Entraron en el campo caminando a grandes zancadas. Había jugadores golpeando duramente a los muñecos de placaje. Muy duramente. Ninguno de ellos ahorraba energías. Se trataba de las pruebas de selección y muchos de esos tipos estaban luchando por un lugar en el equipo. La mayoría habían sido superestrellas en el instituto y en la universidad y estaban acostumbrados a gozar de la auténtica grandeza en el terreno de juego. La mayoría no iban a ser aceptados, pero la mayoría no iba a dejar que su sueño terminara allí y repasarían las alineaciones de otros equipos en busca de cualquier hueco, esperando, decayendo, muriendo poco a poco en el proceso.

Aquélla era una profesión de mucho glamour.

Los entrenadores soplaban silbatos. Los running backs practicaban carreras, los kickers chutaban balones a la portería situada al otro lado del campo, los punters efectuaban chutes parabólicos intentando que el balón se mantuviera el máximo tiempo posible en el aire. Varios jugadores se dieron la vuelta y se fijaron en Christian. Se oyeron murmullos, pero Myron hizo caso omiso de ellos. Ya había detectado a su objetivo sentado en la primera fila de la línea de la yarda cincuenta.

Otto Burke estaba sentado como Julio César en el Coliseo, con esa maldita sonrisa aún pegada en el rostro y los brazos apoyados a ambos lados de su asiento. Detrás de él estaba sentado Larry Hanson y varios ejecutivos más, como si fueran el Senado del César. De vez en cuando, Otto se apoyaba en el respaldo del asiento y regalaba a su séquito con un comentario que provocaba ataques de risa que más bien parecían de aneurisma.

– ¡Myron! -lo llamó Otto en tono amable y saludándolo con una de sus diminutas manos-. Ven aquí, siéntate.

– Espérate aquí -le dijo Myron a Christian.

Luego subió los peldaños y el séquito de Otto se levantó al unísono y se marchó con Larry Hanson a la cabeza.

Myron les dirigió un saludo y dijo:

– Un, dos, tres, cuatro. Derecha… ¡ar! -pero, tal y como se esperaba, nadie le rió la gracia.

– Siéntate, Myron -le invitó Otto con una sonrisa radiante-. Vamos a charlar un rato.

– No has contestado a mis llamadas -le dijo Myron.

– Ah, ¿pero me has llamado? -negó con la cabeza-. Tendré que hablar muy seriamente con mi secretaria.

Myron dejó escapar un bufido y se sentó.

– ¿Por qué no habéis dejado entrar a Christian?

– Bueno, Myron, en realidad es bastante sencillo. Christian todavía no ha firmado el contrato. Los Titans no queremos saber nada de alguien que puede que no forme parte de nuestro futuro -asintió mirando al campo-. ¿Has visto quién ha venido para hacer una prueba? Neil Decker de Cincinnati. Es un buen quarterback.

– Uy, sí, impresionante, casi sabe lanzar el balón y todo.

– Eso ha estado gracioso, Myron -dijo tras soltar una carcajada-. Eres un tipo muy cachondo.

– Me encanta que pienses así. Por cierto, ¿te importaría decirme qué está pasando aquí?

– Está bien, Myron -dijo Otto asintiendo-, hablemos en serio, ¿de acuerdo?

– En serio, francamente, de tú a tú, como quieras.

– Perfecto. Nos gustaría renegociar el contrato de tu cliente -dijo-, pero a la baja.

– Ya veo.

– Consideramos que el valor de tu cliente ha caído en picado.

– Ya.

Burke lo miró fijamente un momento y le dijo:

– No pareces sorprendido, Myron.

– ¿De qué se trata esta vez?

– ¿Cómo que de qué se trata esta vez?

– Bueno, empecemos con Benny Keleher. Lo invitaste a tu casa, lo llenaste hasta el culo de alcohol y luego hiciste que un policía lo arrestara en el camino de vuelta por conducir bebido.

– Yo no tuve nada que ver con eso -repuso Otto con la cara de ofendido que era de esperar.

– Fue increíble cómo el chico accedió a firmar al día siguiente. Y luego tenemos a Eddie Smith. Hiciste que un investigador privado le sacara fotos comprometedoras y luego le amenazaste con mandárselas a su esposa.

– Lo que también es mentira.

– Sí, claro, mentira. Pues vayamos al grano, entonces. ¿Qué es lo que ha causado esa devaluación?

Otto se apoyó en el respaldo del asiento y sacó un cigarrillo de una pitillera de oro que tenía el emblema de los Titans en la tapa.

– Se trata de algo que he visto en una revista un poco guarrilla. Algo que me supo mal de veras -dijo con expresión bastante risueña.

– Has batido tu propia marca -repuso Myron-, deberías estar orgulloso.

– ¿Cómo dices?

– Lo amañaste tú. Lo de la revista.

– Ah, así que lo sabías -dijo Otto sonriendo.

– ¿Cómo conseguiste hacer esa foto?

– ¿Qué foto?

– La del anuncio.

– Yo no tuve nada que ver con eso.

– Seguro -dijo Myron-. Supongo que debes de ser uno de los primeros suscriptores de la revista Pezones.

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