– ¿Hola?
– Eh, Myron, soy Swindler. Acabo de analizar las dos muestras que me mandaste.
Myron le había dado a Swindler el sobre en el que había llegado la revista Pezones y una carta de Kathy escrita a mano.
– ¿Y bien?
– Encajan. O es ella o se trata de una falsificación muy bien hecha.
A Myron se le revolvieron las entrañas.
– ¿Estás seguro?
– Segurísimo.
– Gracias por llamar.
– De nada.
Myron le devolvió el auricular a Win.
– ¿Encajan? -preguntó Win.
– Pues sí.
Win se apoyó en el respaldo de la silla y esbozó una sonrisa.
– Estupendo.
Myron se topó con Ricky Lane en el pasillo. Llevaba tres meses sin verlo. Ricky parecía mucho más corpulento. Los Jets iban a estar contentos.
– ¿Qué te trae por aquí? -le preguntó Myron.
– He quedado con Win -dijo Ricky esbozando una amplia sonrisa-. Tal y como me recomendó mi representante.
– Me alegro de ver que sigues sus consejos.
– Siempre lo hago. Es un tipo excelente.
– Y nunca discute con sus clientes.
Ricky soltó una carcajada.
– Oye, he oído que no dejaron entrar a Christian en el minicamp de entrenamiento.
La noticia se había extendido con rapidez.
– ¿Dónde te has enterado de eso?
– Por la FAN.
WFAN era la emisora de radio de Nueva York dedicada exclusivamente a la información deportiva.
– ¿Has hablado con él últimamente?
– ¿Con Christian? -dijo Ricky haciendo una mueca.
– Sí.
– No he hablado con él desde el último partido de fútbol en la universidad, de lo que hará, no sé, un año y medio.
– Pensaba que erais amigos.
De hecho, Myron se había imaginado que era Ricky quien le había recomendado sus servicios a Christian.
– Éramos compañeros de equipo -repuso Ricky con voz firme-, pero nunca fuimos amigos.
– ¿No te cae bien?
– No mucho -dijo Ricky encogiéndose de hombros-. A ninguno de nosotros le caía bien.
– ¿Qué quieres decir con «nosotros»?
– Los chicos del equipo.
– ¿Qué tiene de malo?
– Es una larga historia, tío, no vale la pena contarla.
– Pues a mí me gustaría oírla.
– Mira, dicho en pocas palabras -dijo Ricky-, Christian era un poco demasiado perfecto para la mayoría de nosotros, ¿me entiendes?
– ¿Un pedante?
– No exactamente -aclaró Ricky tras pensarlo un momento-. O sea, para ser sinceros, supongo que algo de eso tendría que ver con la envidia. Christian no sólo era bueno. Joder, es que ni siquiera era genial, era increíble, el mejor que he visto nunca.
– ¿Y?
– Y esperaba eso mismo de todos los demás.
– ¿Criticaba al resto cuando cometían errores?
Ricky volvió a tomarse unos segundos antes de responder, negando con la cabeza.
– No, tampoco es eso.
– Ricky, no te entiendo.
Ricky Lane levantó la mirada, volvió a bajarla, miró a la izquierda, miró a la derecha, parecía sentirse muy incómodo.
– No puedo explicarlo -dijo-. Sé que ahora pareceré un poco quejica, pero la verdad es que no estábamos muy contentos con toda la atención que recibía. O sea, es que ganamos dos campeonatos nacionales y al único que entrevistaron fue a Christian.
– Sí, escuché aquellas entrevistas, pero siempre daba el mérito a sus compañeros de equipo.
– Sí, bueno, todo un caballero -repuso Ricky con un sarcasmo mal disimulado-. Toda aquella mierda de «el equipo es lo que cuenta» hizo que los medios de comunicación lo adoraran aún más. Los chicos del equipo lo considerábamos un crack de la autopromoción, ¿me entiendes? Él sólito era la mejor compañía de relaciones públicas que podía haber. Y todos se quejaban bastante de que fuera tan extremadamente popular.
– ¿Tú también?
– No sé. Tal vez sí. La verdad es que a mí no me caía muy bien. No teníamos nada en común aparte del fútbol. Él es un chico blanco de la región central de Estados Unidos y yo un negro de ciudad. No combinamos demasiado bien.
– ¿Y eso es todo?
– Supongo -dijo Ricky medio encogiéndose de hombros-. Pero, tío, todo esto es de la prehistoria. No sé por qué te lo estoy contando. Ya no importa. Christian no encajaba muy bien con el resto pero, bueno, supongo que al fin y al cabo era buen tío. Siempre era muy educado, pero eso no siempre es bueno dentro de los vestuarios, ¿me entiendes?
Myron lo entendía. Hacer bromas racistas, machistas e infantiles, eso era lo más importante para ser popular en los vestuarios.
– Tengo que irme, tío. Win se estará preguntando dónde estoy.
– De acuerdo. Nos vemos un día de éstos.
Ricky estaba a punto de marcharse cuando a Myron se le ocurrió otra cosa.
– ¿Y qué me dices de Kathy Culver?
– ¿Qué le pasa? -dijo Ricky palideciendo.
– ¿La conociste?
– Más o menos, diría. Quiero decir, era la animadora y salía con el quarterback, pero nunca se quedaba mucho rato con nosotros ni nada -respondió Ricky con una cara muy apagada-. ¿Por qué lo preguntas?
– ¿Era popular? ¿O también la odiaban?
Ricky desvió la mirada de un lado para otro como si sus ojos fueran pájaros intentando encontrar una rama segura en la que posarse.
– Mira, Myron, tú siempre me has tratado con franqueza y yo lo mismo contigo, ¿verdad?
– Verdad.
– Pues no quiero decirte nada más. Está muerta. Mejor dejémosla así.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Nada. No me gusta hablar de ella, nada más. Es algo escalofriante. Nos vemos.
Ricky salió corriendo por el pasillo como si lo persiguiera Reggie White, el famoso jugador defensivo de la NFL. Myron se quedó mirándolo y pensó en seguirlo, pero al final decidió no hacerlo. Ricky no iba a decir nada más por hoy.
Esperanza sacó la cabeza por el hueco de la puerta y dijo:
– Hay alguien, o algo, que quiere verte.
Myron hizo un gesto con la mano para decirle que no hablara. Llevaba puestos los auriculares con micrófono desde que había vuelto al despacho.
– Oye, tengo que irme -dijo-. Mira a ver si puedes ponerlo en primera clase. Es un gran tipo. Gracias. -Se quitó los auriculares y preguntó-: ¿Quién es?
– Aaron -contestó Esperanza haciendo una mueca-. No me ha dicho cuál era su apellido.
Ni falta que hacía.
– Dile que pase.
Ver a Aaron fue como pasar por el túnel del tiempo. Seguía siendo tan inmenso como Myron lo recordaba, tan grande como un armario ropero. Iba vestido con un traje blanco perfectamente planchado, pero no llevaba camisa, lo que dejaba ver gran parte de sus pectorales bronceados. Tampoco llevaba calcetines. Iba bien peinado y con el pelo hacia atrás al estilo de Pat Riley, el famoso entrenador de la NBA. Andaba con aire despreocupado. Llevaba gafas de sol de diseño y colonia también de diseño que olía sospechosamente a repelente de insectos. Aaron era la viva imagen de la palabra «superelegancia». Sólo tenías que preguntárselo y él mismo te lo diría.
– Me alegro de verte, Myron -dijo con una amplia sonrisa.
Los dos se estrecharon la mano. Myron no se la apretó porque ya era un poco mayorcito para eso. Y también porque lo más probable era que Aaron pudiera apretársela más fuerte.
– Siéntate.
– Fenomenal.
Aaron convirtió aquel momento en todo un espectáculo, pues extendió los brazos de golpe como si llevara una capa y luego se quitó las gafas de sol haciendo chasquear las varillas.
– Me gusta tu despacho -dijo-. Es realmente impresionante.
– Gracias.
– Es un despacho impresionante y además tienes una vista impresionante.
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