Harlan Coben - Muerte en el hoyo 18

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Muerte en el hoyo 18: краткое содержание, описание и аннотация

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El golf, precisamente, no es el deporte preferido de Myron Bolitar. Pero ahí está: presenciando entre bostezos el Abierto de Estados Unido. Es el mejor escaparate para un agente deportivo en busca de clientes. Y parece que va a tener suerte: Linda Coldren, número uno en la lista de ganancias en el circuito americano promete contratarle. Antes, sin embargo, tendrá que encontrar a su hijo, que ha desaparecido misteriosamente justo cuando el marido de Linda, Jack, parece que va a tener de nuevo la posibilidad de ganar el torneo. Win, para sorpresa de Bolitar, sin embargo, le va a pedir que no acepte el caso. Myron, por una vez, decide ignorarle y se lanza a la búsqueda de Chad. Muy pronto comprenderá que nunca debió de hacerlo. Descubrirá que un mundo de falsas apariencias, estafas, dolor y muerte, pero, sobre todo, obligará a Win a revivir su pasado, traumas de la infancia que no se olvidan jamás.

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Myron meditó acerca de ello.

– Pero ¿cómo sucedió? Supongamos que Chad y Jack se encuentran por casualidad en el Court Manor. Supongamos que Chad adivina lo que están haciendo Jack y Norm. Quizá se lo cuenta a Esme, que trabaja para Norm. Quizás ella y Norm…

– ¿Qué? -lo interrumpió Esperanza-. ¿Secuestran al chico, le cortan un dedo y lo sueltan?

– Tienes razón, no encaja -convino Myron-. Sin embargo, nos hallamos cada vez más cerca.

– Pues yo no estoy tan segura. Veamos. Podría ser Esme Fong. Podría ser Norm Zuckerman. Podría ser Tad Crispin. Podría ser Lloyd Rennart, si sigue con vida. Podrían ser su esposa o su hijo. Podría ser Matthew Squires o su padre, o ambos. O podría ser un plan tramado por una combinación de todos ellos. La familia Rennart, quizás, o Norm y Esme. También podría ser Linda Coldren; al fin y al cabo el arma del crimen es la pistola que había en su casa, por no hablar de los sobres y el bolígrafo.

– No lo sé. -Myron meneó la cabeza. Tras una pausa, añadió-: Pero creo que acabas de dar en el clavo.

– ¿Cómo?

– Acceso. Quienquiera que matase a Jack y cortara el dedo de Chad tenía acceso a la casa de los Coldren. Si excluimos un allanamiento de morada, que, en principio, no lo hubo, ¿quién pudo hacerse con la pistola, el sobre y el bolígrafo?

Esperanza apenas dudó.

– Linda Coldren, Jack Coldren y quizás el chico Squires, ya que tanto le gusta trepar a las ventanas. -Hizo una pausa-. Creo que están todos.

– De acuerdo, muy bien. Ahora demos otro paso. ¿Quién sabía que Chad Coldren estaba en el Court Manor Inn? Quiero decir, quienquiera que lo secuestrara tenía que saber dónde hallarlo, ¿correcto?

– Correcto. Veamos, Jack otra vez, Esme Fong, Norm Zuckerman, Matthew Squires otra vez. Joder, Myron, este método es extraordinario.

– ¿Qué nombres figuran en las dos listas?

– Jack y Matthew Squires, y creo que podemos tachar el nombre de Jack, puesto que es la víctima.

A pesar de la ironía, Myron se quedó pensando. Recordó su conversación con Win. ¿Hasta dónde sería capaz de llegar Jack para garantizar su victoria? Win había dicho que nada lo detendría. ¿Tendría razón?

Esperanza chasqueó los dedos a sólo un palmo de su cara.

– Eh, Myron.

– ¿Qué?

– He dicho que podemos eliminar a Jack Col-dren. Los muertos rara vez entierran armas homicidas en los bosques.

Aquello tenía sentido.

– Entonces nos queda Matthew Squires -dijo Myron-, y no creo que sea nuestro chico.

– Yo tampoco -convino Esperanza-, pero estamos olvidándonos de alguien, alguien que sabía dónde estaba Chad Coldren y que podía acceder libremente al arma, los sobres y el bolígrafo.

– ¿Quién?

– Chad Coldren.

– ¿Crees que se amputó el dedo a sí mismo?

Esperanza se encogió de hombros.

– ¿Qué ha sido de tu vieja teoría según la cual el secuestro era una broma de mal gusto que se había salido de madre. Piénsalo. Quizás él y Tito tuvieron algunas diferencias. Quizá fue Chad quien mató a Tito.

Myron consideró aquella posibilidad. Pensó en Jack. Pensó en Esme. Pensó en Lloyd Rennart. Luego negó con la cabeza.

– Esto no nos conduce a ninguna parte. Sherlock Holmes advertía que nunca debe argumentarse sin contar con todos los hechos porque entonces tergiversas los hechos para que se ajusten a tus argumentos en lugar de hacer que éstos se ajusten a aquéllos.

– Eso nunca nos había detenido hasta la fecha -señaló Esperanza.

– Buena observación. -Myron miró la hora en su reloj de pulsera-. Tengo que ir a ver a Francine Rennart.

– La esposa del cadi.

– Sí.

Esperanza se puso a olisquear.

– ¿Qué pasa? -preguntó Myron.

Volvió a inhalar sonoramente.

– Me huelo una absoluta pérdida de tiempo -le contestó.

Su olfato se equivocaba.

39

Victoria Wilson llamó al teléfono del coche. Myron se preguntó cómo se las arreglaba la gente antes de que se inventaran los teléfonos inalámbricos.

Seguramente dispondrían de mucho más tiempo para disfrutar.

– La policía ha encontrado el cuerpo de su amigo neonazi -anunció-. Se apellida Mariscal.

– ¿Tito Mariscal? -Myron frunció el entrecejo-. Por favor, dígame que se trata de una broma.

– No estoy para bromas, Myron.

No cabía la menor duda al respecto.

– ¿La policía tiene algún indicio que lo vincule a este asunto? -preguntó Myron.

– Para nada.

– Supongo que asesinado con un arma de fuego.

– De acuerdo con la investigación preliminar, sí. El señor Mariscal recibió dos disparos a bocajarro en la cabeza, efectuados con un treinta y ocho.

– ¿Un treinta y ocho? A Jack lo mataron con un veintidós.

– Sí, Myron, ya lo sé.

– Lo que quiere decir que a Jack Coldren y a Tito Mariscal los mataron con armas distintas.

Victoria dejó escapar un suspiro de hastío.

– Me cuesta creer que no se gane la vida como experto en balística.

Siempre tan sabihonda. Ahora bien, este nuevo hallazgo dejaba fuera una serie de hipótesis. Si dos armas distintas habían matado a Jack Coldren y a Tito Mariscal, ¿significaba que los asesinos eran dos? ¿Había sido el asesino lo bastante listo como para emplear dos armas diferentes? ¿O acaso se había deshecho del treinta y ocho después de matar a Tito y, por consiguiente, se vio obligado a utilizar el veintidós con Jack? Por otra parte, ¿qué clase de mente retorcida pone por nombre a un crío Tito Mariscal? Ya era bastante horrible ir por la vida con un nombre de pila como Myron. Pero ¿Tito Mariscal? No le sorprendía que el chico hubiese terminado siendo un neonazi. Seguramente empezó como un virulento anticomunista.

– He llamado por otra razón, Myron -agregó Victoria, interrumpiendo sus pensamientos.

– Vaya.

– ¿Le pasó el mensaje a Win?

– Lo organizó usted, ¿verdad? Le dijo que yo estaba allí.

– Por favor, conteste a mi pregunta.

– Sí, le di el mensaje.

– ¿Qué dijo él?

– Le di el mensaje -repitió Myron-, pero eso no significa que tenga la obligación de redactarle un informe sobre la reacción de mi amigo.

– Está empeorando, Myron.

– Lo lamento.

– ¿Dónde se encuentra ahora? -preguntó Victoria.

– Acabo de entrar en la autopista de Nueva Jersey. Voy camino de casa de Lloyd Rennart.

– Creía haberle dicho que olvidara esa línea de investigación

– Lo hizo.

Se produjo un silencio.

– Adiós, Myron -dijo ella, y colgó el auricular.

Myron suspiró. De pronto sintió una tremenda nostalgia de los tiempos en los que no existían los teléfonos inalámbricos. Mantener un contacto físico con un semejante estaba empezando a convertirse en una verdadera proeza.

Una hora más tarde, Myron aparcó frente al modesto hogar de los Rennart. Llamó a la puerta. La señora Rennart abrió de inmediato. Estudió su rostro durante unos segundos que se hicieron eternos. Ninguno de los dos habló. Ni una bienvenida, ni un saludo.

– Lo veo cansado -dijo ella por fin.

– Lo estoy.

– ¿Es cierto que Lloyd envió esa postal?

– Sí.

Respondió automáticamente, pero de pronto Myron se preguntó si de verdad lo habría hecho. A la vista de los acontecimientos, Linda no hacía más que evaluar la capacidad de Myron para interpretar un papel protagonista en aquella historia. La desaparición de la cinta que contenía la grabación de la última llamada telefónica era un ejemplo de ello. De ser cierto que el secuestrador había llamado a Jack poco antes de su muerte, ¿dónde se encontraba la cinta de la llamada? Quizá tal llamada jamás se hubiese producido. Tal vez Linda había mentido acerca de ella. Tal vez mentía también acerca de la postal. Tal vez mentía acerca de todo. Quizá lo que ocurría, sencillamente, era que Myron estaba siendo «semiseducido», como el macho dominado por sus hormonas de una de esas secuelas vulgares e inclasificables de Fuego en el cuerpo, que sólo se estrenan en vídeo y cuyas protagonistas femeninas se llaman Shannon o Tawny.

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