– Sí, es sospechoso.
– Anoche el muchacho contrató mis servicios como agente -dijo Myron-. Hablar acerca de él constituye para mí un conflicto de intereses.
– En ese caso, no hablemos de él.
– No sé si con eso bastará. -Entonces deberá renunciar a él como cliente -señaló Victoria-. Linda lo contrató antes. Su compromiso con ella prevalece. Si considera que hay conflicto, tiene que llamar al señor Crispin y decirle que no puede representarlo.
Estaba atrapado, y ella lo sabía.
– Hablemos de otros sospechosos -propuso Myron.
Victoria asintió. Había ganado la batalla.
– Adelante.
– En primer lugar tenemos a Esme Fong.
Myron las puso al corriente de todos los motivos que la convertían en una buena sospechosa. Una vez más, Victoria se mostró adormilada; Linda, en cambio, reveló un instinto casi homicida.
– ¿Que sedujo a mi hijo? -gritó-. ¿La muy zorra vino a mi casa y sedujo a mi hijo?
– Eso parece.
– No me lo puedo creer. ¿Por eso estaba Chad en ese sucio motel?
– Sí.
– De acuerdo -dijo Victoria-. Me gusta. Esme Fong tiene motivos y medios. Era una de las pocas personas que sabían dónde estaba Chad.
– También tiene una coartada -agregó Myron.
– Pero no es muy buena. Seguro que hay otras formas de entrar y salir del hotel en que se aloja. También pudo disfrazarse o escabullirse mientras Miguel iba al cuarto de baño. Me satisface. ¿A quién más tenemos?
– A Lloyd Rennart.
– ¿Quién es?
– El antiguo cadi de Jack -explicó Myron-. El que le hizo perder el Open.
Victoria frunció el entrecejo.
– ¿Por qué sospecha de él?
– Por el momento elegido. Jack regresa al escenario de su mayor fracaso y de pronto ocurre todo esto. No puede ser coincidencia. El despido arruinó la vida de Rennart. Terminó alcohólico. Mató a su esposa en un accidente de automóvil.
– ¿ Qué? -exclamó Linda.
– Poco después del Open, Lloyd tuvo un accidente de coche. Iba completamente borracho. Su mujer murió en el acto.
– ¿La conocías? -le preguntó Victoria a Linda.
– No llegamos a conocer a su familia -respondió ella-. De hecho, creo que nunca vi a Lloyd más que en nuestra casa y en el campo de golf.
Victoria se retrepó en su silla.
– Sigo sin ver qué lo convierte en sospechoso…
– Rennart ansiaba venganza. Esperó veintitrés años para tomarla.
Victoria sacudió la cabeza.
– Admito que es llevar las cosas un poco lejos -añadió Myron.
– ¿Un poco? Es ridículo. ¿Conoce el paradero actual de Lloyd Rennart?
– Eso ya es más complicado.
– ¿A qué se refiere?
– Puede que se haya suicidado -respondió él.
Victoria miró a Linda, luego a Myron.
– ¿Tendría la bondad de ser más explícito?
– El cuerpo no ha aparecido -dijo Myron-, pero todo el mundo cree que se arrojó a un precipicio en Perú.
– Oh, no… -susurró Linda con voz quejumbrosa.
– ¿Qué pasa? -preguntó Victoria.
– Recibimos una postal desde Perú.
– ¿Quién la recibió?
– Iba dirigida a Jack, pero no estaba firmada. Llegó el otoño anterior, o quizás ya fuese invierno.
Myron notó que se le aceleraba el pulso. El otoño o invierno anteriores. Más o menos cuando Lloyd supuestamente saltó al vacío.
– ¿Qué decía?
– Sólo había una palabra escrita -respondió Linda-: «Perdón.»
Se hizo el silencio.
– Eso no parece el mensaje de un hombre que busca venganza -dijo Victoria al fin.
– No -convino Myron. Recordó lo que Esperanza había descubierto sobre el dinero que Rennart había utilizado para comprar su casa y el bar. Aquella postal confirmaba lo que venía sospechando desde el principio: Jack había sido víctima de sabotaje-. Pero también significa que lo que ocurrió hace veintitrés años no fue casualidad.
– ¿Y eso en qué nos favorece? -preguntó Victoria.
– Alguien pagó a Rennart para que Jack perdiera el Open. Quienquiera que lo hiciese tenía un motivo.
– Quizá para matar a Rennart -contraatacó Victoria-, pero no a Jack.
Buena observación. ¿O quizá no tanto? Veintitrés años atrás alguien odiaba lo bastante a Jack como para tratar de impedir que ganara el Open. Tal vez aquel odio no se había extinguido. O quizá Jack había descubierto la verdad y, por consiguiente, había que hacerle callar. En cualquier caso, merecía la pena considerarlo.
– No quiero escarbar en el pasado -añadió Victoria-. Eso puede acabar de liar las cosas.
– Pensé que le gustaban las complicaciones; no olvide que son tierra abonada para la duda razonable.
– La duda razonable me gusta -contestó Victoria-, pero no lo desconocido. Investigue a Esme Fong. Investigue a la familia Squires. Investigue lo que sea, pero manténgase apartado del pasado, Myron. Nunca se sabe lo que uno puede encontrar en él.
Myron llamó por el teléfono del coche.
– ¿Señora Rennart? Soy Myron Bolitar.
– Dígame, señor Bolitar.
– Le prometí que iría llamándola periódicamente para mantenerla informada.
– ¿Ha descubierto algo nuevo?
Myron se preguntó cómo proceder.
– Sobre su marido, no. De momento nada indica que la muerte de Lloyd no fuese un suicidio.
– Entiendo.
Silencio.
– Entonces ¿por qué me llama, señor Bolitar?
– ¿Se ha enterado ya del asesinato de Jack Coldren?
– Claro -respondió Francine Rennart-. Sale en todos los canales. No sospechará de Lloyd…
– No -dijo Myron-, pero según la esposa de Jack, Lloyd le envió una postal desde Perú. Justo antes de su muerte.
– Entiendo. ¿Qué decía?
– Sólo había una palabra escrita: «Perdón.» Sin firma.
Tras una breve pausa, Francine Rennart dijo:
– Lloyd está muerto, señor Bolitar. Jack Coldren también. Deje que descansen en paz.
– No pretendo perjudicar la reputación de su marido, pero empieza a estar claro que alguien obligó a Lloyd a sabotear a Jack o que le pagaron por hacerlo.
– ¿Y quiere que yo le ayude a demostrarlo?
– Quienquiera que fuese puede que haya asesinado a Jack y mutilado a su hijo. Su marido le mandó una postal a Jack pidiendo su perdón. Con el debido respeto, señora Rennart, ¿no cree que Lloyd querría que me ayudara?
Otra pausa.
– ¿Qué quiere de mí, señor Bolitar? -dijo ella al cabo-. No sé nada sobre lo que ocurrió.
– Soy consciente de ello señora Rennart, pero quizá conserva papeles viejos de Lloyd. ¿Llevaba él un diario, tal vez? ¿Algo que nos pueda dar una pista?
– No escribía ningún diario.
– Pero puede que haya alguna otra cosa. -«Sé amable, Myron; avanza con pies de plomo»-. Si Lloyd obtuvo una compensación -bonito eufemismo para hablar de soborno-, puede que haya recibos bancarios, cartas o algún otro documento.
– Guardo unas cajas en el sótano -dijo ella-. Fotos viejas y algunos papeles, quizá… Pero no creo que haya ningún extracto de cuenta. -Dejó de hablar por un instante. Myron mantuvo el auricular pegado a la oreja-. Lloyd siempre tenía dinero en efectivo -prosiguió en voz baja-. Lo cierto es que nunca le pregunté de dónde lo había sacado.
Myron se humedeció los labios.
– Señora Rennart, ¿me permitiría echar un vistazo a esas cajas?
– Esta noche -accedió-. Venga esta noche.
Esperanza todavía no había regresado al cabañón. Myron acababa de sentarse a descansar cuando sonó el intercomunicador.
– ¿Si?
El guarda que vigilaba la verja principal habló con una dicción perfecta.
– Señor, han venido a verle un caballero y una joven dama. Afirman que no pertenecen a ningún medio de comunicación.
Читать дальше