Harlan Coben - Muerte en el hoyo 18

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Muerte en el hoyo 18: краткое содержание, описание и аннотация

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El golf, precisamente, no es el deporte preferido de Myron Bolitar. Pero ahí está: presenciando entre bostezos el Abierto de Estados Unido. Es el mejor escaparate para un agente deportivo en busca de clientes. Y parece que va a tener suerte: Linda Coldren, número uno en la lista de ganancias en el circuito americano promete contratarle. Antes, sin embargo, tendrá que encontrar a su hijo, que ha desaparecido misteriosamente justo cuando el marido de Linda, Jack, parece que va a tener de nuevo la posibilidad de ganar el torneo. Win, para sorpresa de Bolitar, sin embargo, le va a pedir que no acepte el caso. Myron, por una vez, decide ignorarle y se lanza a la búsqueda de Chad. Muy pronto comprenderá que nunca debió de hacerlo. Descubrirá que un mundo de falsas apariencias, estafas, dolor y muerte, pero, sobre todo, obligará a Win a revivir su pasado, traumas de la infancia que no se olvidan jamás.

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Victoria Wilson lo miró fijamente.

– La policía no ha encontrado más cintas, ni en la casa ni en el cuerpo de Jack; en ninguna parte.

De nuevo se le heló la sangre en las venas. La implicación era obvia: la explicación más razonable de que no hubiera otra cinta era que no había habido otra llamada. Linda Coldren se la había inventado. Si le hubiese contado su versión de los hechos a la policía, la ausencia de dicha cinta se habría considerado una contradicción. Por suerte para ella, la primera decisión de Victoria Wilson había sido no permitirle abrir la boca al respecto.

Aquella mujer era muy competente.

– ¿Puede conseguirme una copia de la cinta que ha descubierto la policía? -preguntó Myron.

Victoria Wilson asintió.

– Aún hay más -dijo.

Myron casi temía oírlo.

– Pensemos por un momento en el dedo amputado y en las circunstancias en que fue hallado -continuó Victoria-. Lo encontró usted en el coche de Linda dentro de un sobre de papel manila.

Myron asintió.

– Esa clase de sobres sólo se venden en Staples. El texto fue escrito con un bolígrafo rojo Flair. Hace tres semanas, Linda Coldren visitó Staples. Según un recibo hallado ayer en su casa, adquirió bastante material de oficina, incluyendo una caja de sobres papel manila Staples y un bolígrafo rojo Flair.

Myron no daba crédito a lo que estaba oyendo.

– La parte positiva del asunto es que el grafólogo no ha podido determinar si el texto del sobre es obra de Linda -añadió Victoria.

Myron estaba cayendo en la cuenta de algo más. Linda lo había esperado en el Merion. Fueron juntos hasta el coche. Encontraron el dedo juntos. El fiscal del distrito se cebaría en aquel detalle. ¿Por qué había esperado a Myron? La respuesta, afirmaría el fiscal, era evidente: necesitaba un testigo. Había metido el dedo en su propio coche, sin duda podía hacerlo sin levantar sospechas, y necesitaba que alguien estuviera con ella al encontrarlo.

Y ahí entraba en escena Myron Bolitar, el inocentón de turno.

Por supuesto, Victoria Wilson lo había arreglado todo cuidadosamente para que el fiscal nunca llegara a enterarse de aquel dato. Myron era abogado de Linda. No podía hablar de ello. Nadie lo sabría jamás.

Sí, aquella mujer era competente, salvo por un detalle.

– El dedo amputado -exclamó Myron-. ¿Quién va a creer que una madre sea capaz de cortar un dedo a su propio hijo?

Victoria consultó la hora en su reloj de pulsera.

– Vayamos a hablar con Linda.

– No, espere un momento. Es la segunda vez que elude esta cuestión. ¿Qué es lo que todavía no me ha dicho?

Ella se colgó el bolso del hombro.

– Vamos -dijo.

– Eh, me estoy empezando a cansar de ir dando tumbos.

Victoria Wilson asintió lentamente, pero no dijo palabra ni dejó de caminar. Myron la siguió hasta la sala de interrogatorios. Linda Coldren ya estaba allí. Llevaba puesto el mono naranja chillón propio de las reclusas. Le habían esposado las manos. Miró a Myron con ojos inexpresivos. No hubo saludos ni abrazos.

Sin más preámbulo, Victoria dijo:

– Myron quiere saber por qué no creo que el dedo amputado pueda ayudarnos.

Linda se volvió hacia él. Esbozó una sonrisa triste y repuso:

– Supongo que es comprensible.

– ¿Qué diantre está pasando aquí? -exclamó Myron-. Quiero creer que no le cortó un dedo a su propio hijo.

– No lo hice -dijo Linda-. En ese sentido es cierto.

– ¿Qué quiere decir, en ese sentido?

– He dicho que no le corté un dedo a mi hijo -continuó-, pero resulta que Chad no es hijo mío.

36

Myron la miró azorado.

– Soy estéril -explicó Linda. Pronunció aquellas palabras con suma naturalidad, pero el dolor que revelaban sus ojos era tan vivo y descarnado que Myron estuvo a punto de venirse abajo-. Se da la circunstancia de que mis ovarios no producen óvulos, pero, aun así, Jack quería tener un hijo biológico.

– ¿Contrataron a una madre de alquiler? -preguntó Myron.

Linda miró a Victoria.

– Sí -respondió-, aunque no abiertamente.

– Todo se hizo de manera escrupulosamente legal -intervino Victoria.

– ¿Se encargó usted del asunto? -quiso saber Myron.

– Hice el papeleo, sí. La adopción fue completamente legal.

– Deseábamos guardar el secreto -dijo Linda-. Por eso me retiré temporalmente del circuito. La madre biológica no tenía que saber quiénes éramos.

Myron sintió que algo hacía clic dentro de su cabeza.

– Pero lo descubrió.

– Sí.

Otro clic.

– Es Diane Hoffman, ¿verdad?

Linda estaba demasiado agotada para sorprenderse.

– ¿Cómo lo ha sabido?

– Digamos que por deducción. -¿Qué otra razón podía tener Jack para contratar a Diane Hoffman como cadi? ¿Por qué si no le había molestado tanto la forma en que habían llevado el secuestro?-. ¿Cómo dio con ustedes?

Fue Victoria quien contestó.

– Como he dicho, todo se realizó legalmente. Con las nuevas leyes no resultó difícil hacerlo.

Otro clic.

– Por eso no podía divorciarse de Jack. Él era el padre biológico. Habría ganado la batalla por la custodia.

Linda asintió.

– ¿Chad está enterado? -añadió Myron.

– No -contestó Linda.

– Por lo menos, que usted sepa -señaló Myron.

– ¿Qué?

– No lo sabe a ciencia cierta, pero tal vez lo haya descubierto. Tal vez Jack se lo contó. O Diane. A lo mejor así es como empezó todo este embrollo.

Victoria se cruzó de brazos.

– No lo veo muy claro, Myron. Supongamos que Chad lo averiguara. ¿Cómo habría desembocado eso en el secuestro de Chad y el asesinato de Jack?

Myron sacudió la cabeza. Era una buena pregunta.

– Todavía no lo sé. Necesito tiempo para reflexionar. ¿La policía sabe todo esto?

– ¿Lo de la adopción? Sí.

Ahora empezaba a tener sentido.

– Esto proporciona un motivo a la acusación. Dirán que la demanda de divorcio de Jack preocupaba a Linda. Que lo mató para no separarse de su hijo.

Victoria Wilson asintió.

– Y el hecho de que Linda no sea la madre biológica puede actuar en dos sentidos: o bien amaba tanto a su hijo que mató a Jack para conservarlo, o bien, puesto que Chad no era carne de su carne, no tuvo reparos en cortarle un dedo.

– Sea como fuere, el hallazgo del dedo no nos ayuda.

Victoria asintió. No dijo «qué le decía yo», pero fue como si lo hiciese.

– ¿Me permiten decir una cosa? -intervino Linda. Se volvieron y la miraron-. Yo no quería a Jack. Se lo dije sin rodeos, Myron. Si hubiera tenido la intención de matarlo no le habría dicho algo así…

Myron asintió. Aquello tenía sentido.

– Pero quiero mucho a mi hijo -añadió Linda-, y digo mi hijo, más que a mi propia vida. Que parezca más verosímil que lo mutilé porque soy una madre adoptiva en lugar de biológica resulta enfermizo y grotesco. Quiero a Chad tanto como cualquier madre pueda querer a su hijo. -Hizo una pausa y respiró hondo-. Sólo me interesaba que lo supieran.

– Lo sabemos -dijo Victoria-. Sentémonos. -Cuando hubieron ocupado sus respectivas sillas, prosiguió-: Sé que todavía es pronto, pero me gustaría comenzar a pensar sobre la duda razonable. El caso presentará fisuras. Me aseguraré de sacarles partido, pero me gustaría oír alguna teoría alternativa sobre lo que sucedió.

– En otras palabras -dijo Myron-, otros sospechosos.

– Eso es exactamente lo que quiero decir.

– Bueno, creo que tiene escondido un as en la manga, ¿no es así?

Victoria asintió.

– Así es.

– Tad Crispin, ¿verdad?

Esta vez, Linda se mostró sorprendida. Victoria permaneció impávida.

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