– Soy el detective Alan Corbett del Departamento de Policía de Filadelfia. Estamos al otro lado de la puerta y hemos oído cuanto se ha dicho ahí dentro. Baje el arma.
Esme miró a Myron. Seguía apuntándole al pecho. Myron notaba las gotas de sudor resbalándole por la espalda. Mirar el cañón de un arma es como contemplar el negro abismo de la muerte. Sólo ves el cañón, sólo el cañón, como si creciera hasta adquirir unas dimensiones imposibles, preparándose para engullirte entero.
– Sería una estupidez -dijo Myron.
Ella asintió y bajó el arma.
– Y también inútil.
La pistola cayó al suelo. La puerta se abrió de golpe. Entró un enjambre de policías.
Myron bajó la vista hacia el arma.
– Un treinta y ocho -dijo dirigiéndose a Esme-. ¿Es la pistola con la que mataste a Tito?
La expresión de su rostro le dio la respuesta. El examen balístico sería concluyente. Estaba a merced del ministerio fiscal.
– Tito estaba loco -dijo Esme-. Le cortó el dedo al muchacho. Empezó a exigir dinero. Tienes que creerme.
Myron asintió de forma evasiva. Ella ensayaba su defensa, pero por alguna razón a Myron le pareció que decía la verdad.
Corbett le puso las esposas.
Esme se apresuró a concluir su alegato.
– Jack Coldren destruyó a mi familia. Arruinó la vida de mi padre y mató a mi madre. ¿Y todo por qué? Mi padre no hizo nada malo.
– Sí -repuso Myron-, lo hizo.
– Se equivocó al sacar el palo de la bolsa, si hay que creer lo que decía Jack Coldren. Cometió un error. Fue un accidente. ¿Tenía que pagar tan alto precio?
Myron no dijo nada. No había sido un error. Tampoco un accidente. Y Myron ignoraba qué precio tendría que haber pagado Lloyd.
La policía registraba la habitación. Corbett tenía preguntas que hacerle, pero Myron no estaba de humor. Se largó aprovechando la primera distracción del detective. Acudió sin dilación a la comisaría donde Linda Coldren estaba a punto de ser puesta en libertad. Subió por los escalones de tres en tres, con el aspecto de un atleta ensayando el triple salto.
Victoria Wilson casi le sonrió, por increíble que pudiera parecer.
– Linda saldrá enseguida.
– ¿Me ha traído la cinta que le pedí?
– ¿Se refiere a la de la conversación telefónica entre Jack y el secuestrador?
– Sí.
– La he traído, pero ¿por qué…?
– Démela, por favor -la interrumpió Myron.
Ella advirtió algo en su tono de voz. Sin más dilación, rebuscó en el bolso y se la entregó.
– ¿Le importa que acompañe a Linda de vuelta a casa? -preguntó Myron dirigiéndose a Victoria.
– Creo que tal vez sea una buena idea -contestó la abogada tras considerarlo por un instante.
Salió un policía.
– Está lista para marcharse -anunció.
Victoria se disponía a volverse cuando Myron dijo:
– Supongo que se equivocó sobre lo de hurgar en el pasado. Precisamente el pasado ha sido la salvación de nuestra cliente.
Victoria lo miró fijamente a los ojos.
– Ha ocurrido lo que le dije -comenzó-. Uno nunca sabe lo que va a encontrar.
Ambos esperaban a que el otro apartara la vista. Ninguno de los dos lo hizo hasta que la puerta que tenían detrás se abrió.
Linda iba otra vez vestida con sus ropas. Sus primeros pasos fueron indecisos, como si hubiese permanecido encerrada a oscuras y no estuviese segura de que sus ojos fueran a soportar la luz repentina. Una amplia sonrisa iluminó su rostro en cuanto vio a Victoria. Se abrazaron. Linda hundió la cara en el hombro de Victoria y se dejó mecer en sus brazos. Cuando se separaron, se volvió hacia Myron y lo abrazó. Myron cerró los ojos y sintió que los músculos se le relajaban. Olió el perfume de sus cabellos y notó la maravillosa piel de su mejilla contra su cuello. El abrazo se prolongó por un momento, casi como si estuvieran bailando, retrasando su separación, ambos tal vez un poco asustados.
Victoria tosió y se despidió. Gracias al policía que les abría paso, Myron y Linda llegaron hasta el coche sin que apenas los importunaran los periodistas. Se abrocharon el cinturón de seguridad en silencio.
– Gracias -dijo ella.
Myron no contestó. Puso el coche en marcha. Durante un rato no pronunciaron palabra. Myron encendió el aire acondicionado.
– Aquí está pasando algo, ¿verdad? -preguntó ella.
– No lo sé. Estabas preocupada por tu hijo. Quizás eso fue todo.
Su expresión le confirmó que no se lo creía.
– ¿Y qué me dices de ti? -inquirió Linda-. ¿No sentiste nada?
– Creo que sí -reconoció él-, pero puede que en parte también fuese miedo.
– ¿Miedo de qué?
– De Jessica.
– No me digas que eres el típico tío que tiene miedo a comprometerse.
– Todo lo contrario. Lo que me asusta es lo mucho que la amo. Me asusta constatar hasta qué punto deseo ese compromiso.
– Entonces, ¿cuál es el problema?
– Jessica me abandonó una vez. No quiero volver a verme expuesto de ese modo.
Linda asintió.
– Entonces ¿crees que eso fue lo que pasó? ¿Que tuviste miedo a ser abandonado?
– No lo sé.
– Yo sentí algo -prosiguió Linda-. Por primera vez en mucho tiempo. No me malinterpretes. He tenido aventuras, como con Tad, pero no es lo mismo. -Lo miró-. Me sentía a gusto.
Myron no dijo nada.
– No me lo estás poniendo nada fácil -observó Linda.
– Tenemos otras cosas de las que hablar.
– ¿Como qué?
– ¿Victoria te ha puesto al corriente acerca de Esme Fong?
– Sí.
– No sé si recordarás que cuenta con una sólida coartada para el asesinato de Jack.
– ¿El portero de noche de un gran hotel como el Omni? Dudo mucho que eso resista un examen en profundidad.
– No estés tan segura -dijo Myron.
– ¿Por qué?
Myron no respondió. Se volvió hacia ella y dijo:
– ¿Sabes lo que siempre me preocupó, Linda?
– No. ¿El qué?
– Las llamadas pidiendo el rescate.
– ¿Qué pasa con ellas?
– La primera se efectuó la mañana del secuestro. Contestaste tú. Los secuestradores te dijeron que tenían a tu hijo, pero no exigieron nada. Eso siempre me pareció extraño, ¿a ti no?
– Supongo que sí.
– Ahora comprendo por qué actuaron como lo hicieron, pero entonces no sabíamos cuál era el motivo real del secuestro.
– No lo entiendo.
– Esme Fong secuestró a Chad porque quería vengarse de Jack. Quería que perdiera el torneo. ¿Cómo? Bueno, primero pensé que había secuestrado a Chad para poner nervioso a Jack. Para hacerle perder la concentración. Quería asegurarse de que Jack perdiera. Ése fue el rescate que pretendía al principio. Pero la llamada del rescate llegó demasiado tarde. Jack ya estaba en el campo y contestaste tú.
Linda asintió.
– Creo que empiezo a entender lo que estás diciendo. Ella necesitaba hablar directamente con Jack.
– Ella o Tito, pero has dado en el clavo. Por eso telefonearon a Jack al Merion. ¿Recuerdas la segunda llamada, la que Jack recibió al terminar el recorrido?
– Por supuesto.
– Fue entonces cuando pidieron el rescate -señaló Myron-. El secuestrador dijo a Jack, simple y llanamente, que o empezaba a perder, o su hijo moriría.
– Espera un momento -lo interrumpió Linda-. Según Jack, no habían pedido ningún rescate. Le dijeron que estuviera preparado para pagar una suma considerable y que volverían a llamar.
– Jack mintió.
– Pero… -Linda hizo una pausa-. ¿Por qué?
– No quería que nosotros, en concreto tú, supiéramos la verdad.
Linda sacudió la cabeza.
– No lo entiendo.
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