Harlan Coben - Por siempre jamás

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Will Klein tiene su héroe: su hermano mayor Ken. Una noche de calor agobiante aparece en el sótano de la casa de los Klein una joven, antiguo amor de Will, asesinada y violada.
El principal sospechoso es Ken.
Ante la abrumadora evidencia en contra suya, Ken desaparece.
Una década después de la desaparición, Will se ve mezclado en un inquietante misterio. Está convencido de que Ken está tratando de ponerse en contacto con él y de la existencia de un terrible secreto por el que alguien está decidido a matar porque no se desvele.

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DOS HOMBRES ASESINADOS

Una comunidad traumatizada

Por Yvonne Sterno

Anoche, en la zona residencial privada de Stonepointe, en Alburquerque, corrió la noticia de que en una vivienda habían aparecido los cadáveres de dos hombres muertos de un disparo en la cabeza, probablemente en pleno día. «Yo no oí nada», manifestó Fred Davison, vecino del lugar del crimen. «No acabo de creerme que haya podido suceder una cosa así en nuestra comunidad.» Los dos cadáveres siguen sin ser identificados y la policía se limitó a informar que proseguía la investigación. «La investigación sigue su curso y disponemos de varias pistas. El propietario de la vivienda es Owen Enfield. Esta mañana se practicará la autopsia.»

Era lo que buscaba. Miré el periódico del día siguiente y no había nada; dos días más tarde: tampoco.

Busqué otras gacetillas redactadas por Yvonne Sterno. Todas eran sobre bodas y actos de beneficencia. Ni rastro de los dos asesinados, ni una palabra.

Me recliné en la silla.

¿Por qué no habría más noticias?

Había un modo de averiguarlo. Cogí el teléfono y marqué el número del New Mexico Star-Beacon. Quizá con suerte conseguía hablar con Yvonne Sterno y ella me explicaba algo.

La centralita era una de esas máquinas que solicitan que deletrees el apellido de la persona con quien quieres hablar. Había marcado S-T-E-R cuando la máquina me interrumpió para decirme que pulsara «intro» si quería hablar con Yvonne Sterno. Así lo hice y al segundo timbrazo me respondió otra máquina.

«Aquí Yvonne Sterno, del Star-Beacon. Estoy comunicando o no estoy en mi mesa.»Colgué. Seguía conectado y seleccioné centralita.com , tecleé el nombre de la periodista y probé en la zona de Alburquerque. Premio. Aparecía una Y. M. Sterno en el 25 de Canterbury Drive de Alburquerque.

– Diga -me respondió una voz de mujer, y a continuación gritó-: Callad un momento, que mamá está hablando por teléfono.

Seguí oyendo gritos de niños pequeños.

– ¿Yvonne Sterno?

– ¿Es para vender algo?

– No.

– Bien, diga.

– Mi nombre es Will Klein…

– Me da la impresión de que sí es para vender algo.

– No, no -repliqué-. ¿Es usted Yvonne Sterno, periodista del Star-Beacon?

– ¿Cómo ha dicho que se llama? -Antes de que hubiera tenido tiempo de contestar, gritó-: Eh, os he dicho que os calléis. Tommy, dale el muñeco. ¡No, ahora mismo! Oiga -volvió a decirme.

– Me llamo Will Klein y quería hablar con usted del doble crimen cuya noticia dio usted hace poco.

– Aja. ¿Y por qué le interesa el caso?

– Quería hacerle unas preguntas.

– No soy una biblioteca, señor Klein.

– Llámeme Will, por favor. Escúcheme un instante. ¿Son muy frecuentes los asesinatos en Stonepointe?

– No.

– ¿Y los asesinatos dobles con víctimas anónimas?

– Es el primero, que yo sepa.

– En ese caso -añadí-, ¿por qué no se le dio más cobertura?

Los niños volvieron a alborotar y ella les gritó de nuevo.

– ¡Ya está bien! Tommy; a tu habitación. Sí, sí, luego me lo cuentas, pero ahora arriba. Y tú dame ese muñeco. Tráelo aquí antes de que lo tire a la basura. -Oí cómo volvía a coger el teléfono-. Bueno, y yo le pregunto otra vez: ¿por qué le interesa este caso?

Yo sabía de sobra que la clave para ganarse a un periodista está en la manera de replicar.

– Tengo información pertinente al caso -dije.

– Pertinente -repitió-. Eso suena muy bien, Will.

– Me imaginé que le interesaría lo que tengo que decirle.

– ¿Desde dónde llama?

– Desde Nueva York -contesté.

Se hizo un silencio.

– Eso está muy lejos del escenario del crimen.

– Sí.

– Bien, lo escucho. ¿Puede decirme qué es lo pertinente e interesante?

– Antes necesito saber unos datos básicos.

– No trabajo así, Will.

– He leído otras noticias suyas, señora Sterno.

– Señorita. Y ya que nos hemos hecho amigos, llámeme Yvonne.

– Muy bien -dije-. Yvonne, usted suele hacer crónicas de bodas y banquetes sociales.

– Se come muy bien, Will, y yo en traje de noche estoy de muerte. ¿Qué quiere?

– Una noticia como ese crimen no cae del cielo todos los días.

– De acuerdo, me tiene en ascuas. ¿Qué quiere?

– Lo que quiero es que conteste a unas preguntas. ¿Qué hay de malo en ello? Y, al fin y al cabo, a lo mejor soy legal.

Como no contestaba, insistí.

– Es raro que haya hecho la crónica de un asesinato como ése sin describir a las víctimas ni señalar sospechosos o dar otros detalles.

– No estaba a mi alcance -respondió ella-. La noticia llegó a través del escáner casi a la hora del cierre y no tuvimos tiempo de nada.

– ¿Y por qué no hubo seguimiento? Era una noticia importante. ¿Por qué sólo esa gacetilla?

Silencio.

– ¿Oiga?

– Un segundo, los niños vuelven a armar jaleo.

Pero esta vez no se oía ningún ruido.

– Me pararon los pies -dijo ella con voz queda.

– ¿Qué quiere decir?

– Quiero decir que tuvimos suerte con publicar ese simple resumen. Al día siguiente, esto estaba lleno de federales. El SAC local…

– ¿El SAC?

– El agente especial encargado, el responsable de zona. Habló con mi jefe para que echásemos tierra a la noticia. Yo intenté seguir por mi cuenta, pero no obtuve más que unos cuantos «sin comentarios».

– ¿No es extraño?

– No lo sé, Will. Nunca había cubierto un asesinato. Pero sí, diría que me resulta un tanto raro.

– ¿Y a qué cree que es debido?

– ¿Por la reacción de mi jefe? -lanzó un profundo suspiro-. A que se trata de algo gordo, muy gordo. Mucho más que un doble crimen. Le toca a usted, Will.

Pensé hasta dónde debía contarle.

– ¿Sabe si encontraron huellas dactilares en el lugar del crimen?

– No.

– Había huellas de una mujer.

– Siga.

– Una mujer que apareció ayer muerta.

– Caray. ¿Asesinada?

– Sí.

– ¿Dónde?

– En un pueblo de Nebraska.

– ¿Cómo se llamaba?

– Cuénteme algo del inquilino de la vivienda, Owen Enfield -dije reclinándome en la silla.

– Ah, ya entiendo. Toma y daca. Yo le cuento y usted me cuenta.

– Algo por el estilo. ¿Era Enfield una de las víctimas?

– No lo sé.

– ¿Qué sabe usted de él?

– Hacía tres meses que vivía allí.

– ¿Solo?

– Según los vecinos, había llegado solo. Desde hacía unas semanas estaban con él una mujer y una criatura.

Una criatura: me dio un vuelco el corazón y me incorporé.

– Una criatura, ¿de qué edad?

– No lo sé, de edad escolar.

– ¿Quizá de doce años?

– Sí, puede ser.

– ¿Niño o niña?

– Niña.

Se me heló la sangre en las venas.

– Will, ¿sigue ahí?

– ¿Sabe el nombre de esa niña?

– No. La verdad es que nadie sabía nada sobre ella ni sobre la mujer.

– ¿Dónde están ahora?

– No lo sé.

– ¿Cómo es eso?

– Uno de los grandes misterios de la vida, supongo. No he podido localizarlas; pero ya le he dicho que no sigo el caso y no me he esforzado mucho.

– ¿Podría averiguar dónde están?

– Puedo intentarlo.

– ¿Hay algo más? ¿Sabe el nombre de algún sospechoso o de las víctimas?

– Ya le digo que no hay datos. Yo trabajo en el periódico a tiempo parcial, pero como habrá deducido soy madre a tiempo completo. Yo simplemente me hice cargo de la noticia porque estaba sola en la redacción cuando llegó; pero dispongo de buenos contactos.

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