Otto Penzler - Mujeres peligrosas

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Las mujeres más peligrosas son aquellas que resultan irresistibles. ¿Qué hace peligrosa a una mujer? Su gran belleza, su encanto, su inteligencia, la manera en que se aparta el cabello de los ojos, o el modo de reírse. Puede tener conciencia absoluta de su poder, o desconocerlo por completo. Utilizarlo comoa rma o protegerse detrás de él. La intención y el propósito no aumentan ni disminuyen el poder, y ése es mayor peligro de todos los que son seducidos y sometidos por él.

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– Usted necesita unas cuantas sesiones con el doctor Phil o con alguien.

– Ya estuve allí. Todavía estoy.

Ella asintió a medida que recordaba otras cosas.

– Más o menos desde los doce o trece años en adelante, traté de estar el mayor tiempo posible fuera de mi casa. Me anoté en todas las actividades extraescolares que pude. Me ofrecí como voluntaria en el hospital durante los fines de semana. Mis amigos realmente me ayudaron. Eran de lo mejor… Probablemente los elegí porque eran lo más diferente posible de los delincuentes con los que andaban mis padres. Yo salía con los del grupo de Estudiantes Meritorios, los del equipo de debate, los del club de latín. Cualquiera que fuera decente y normal. Yo no era una gran estudiante pero pasaba tanto tiempo en la biblioteca o estudiando en casas de amigos que me dieron una beca que me permitió asistir a la universidad.

– ¿Adónde fue?

– A Ann Arbor. Me gradué en justicia criminal. Rendí mi examen y conseguí un cargo en el Departamento de Policía de Detroit. Trabajé allí un tiempo. Casi siempre en Narcóticos. Después me trasladé aquí y me uní a la fuerza policial de Seattle.

– Y ya tiene su insignia. Llegó rápido a detective. -Heath miró hacia la casa.- ¿Ella vivía sola aquí? ¿Dónde está su padre?

– Muerto -dijo Beth Anne con toda naturalidad-. Ella lo mató.

– ¿Qué?

– Espere a leer la orden de extradición de Michigan. Nadie lo supo en ese momento, por supuesto. El informe original del forense dijo que había sido un accidente. Pero hace unos meses, un tipo que está en prisión en Michigan confesó que él la había ayudado. Mi madre descubrió que mi padre se estaba guardando dinero producto de sus operaciones conjuntas y que lo estaba gastando con una amante. Contrató a ese tipo para que lo matara y logró que pareciera que mi padre se había ahogado por accidente.

– Lo siento, detective.

Beth Anne se encogió de hombros.

– Siempre me pregunté si podría perdonarlos. Recuerdo una vez, cuando aún trabajaba en Narcóticos, en Detroit. Acababa de dar con un gran cargamento. Confisqué un montón de bolsas. Estaba en camino para llevar la sustancia al Departamento de Evidencias cuando me di cuenta de que pasaba junto al cementerio donde mi padre estaba sepultado. Nunca había ido. Me detuve y fui hasta la tumba y traté de perdonarlo. Pero no pude. Entonces me di cuenta de que nunca podría… no podría perdonarlo a él ni a mi madre. En ese momento decidí irme de Michigan.

– ¿Su madre se volvió a casar?

– Se metió con Brad Selbit hace unos años pero nunca se casó con él. ¿Lo atraparon ya?

– No. Anda por aquí cerca, en algún lado, pero se ha ocultado.

Beth Anne hizo un gesto señalando el teléfono.

– Mi madre trató de hablar por teléfono cuando yo vine, esta noche. Es posible que haya querido dejarle un mensaje. Revisaré los registros telefónicos. Eso podría conducirlos hasta él.

– Buena idea, detective. Conseguiré una orden de arresto esta noche misma.

Beth Anne miró a través de la lluvia hacia el lugar en el que había desaparecido unos minutos antes el patrullero que llevaba a su madre.

– Lo más raro es que ella creía que estaba haciendo lo correcto para mí, tratando de que siguiera con el negocio. Ser delincuente era su naturaleza; creyó que también era la mía. Ella y papá eran malos de nacimiento. No podían entender por qué yo había nacido buena, y no cambiaría.

– ¿Tiene familia? -le preguntó Heath.

– Mi esposo es sargento de Menores -dijo Beth Anne, y sonrió-. Y esperamos un hijo. El primero.

– Ah, eso es muy bueno.

– Seguiré en mi cargo hasta junio. Después me tomo licencia por un par de años para ser mamá. -Y sintió necesidad de agregar algo más.- Porque los hijos están antes que nada. -Pero, dadas las circunstancias, le pareció que no había necesidad de explicar nada.

– Los de Escena del Crimen van a precintar y sellar el lugar -dijo Heath-. Si quiere echar un vistazo, no hay problema. Tal vez haya allí alguna foto o algo que quiera llevarse. A nadie le molestará que se lleve algunos efectos personales.

Beth Anne se dio unos golpecitos en la cabeza.

– Aquí arriba tengo más recuerdos de los que necesito.

– Entiendo.

Ella se cerró el rompevientos, se calzó la capucha. Lanzó otra hueca carcajada.

Heath arqueó las cejas.

– ¿Sabe cuál es mi primer recuerdo?

– ¿Cuál es?

– Es en la cocina de la primera casa de mis padres, en las afueras de Detroit. Yo estaba sentada a la mesa. Debo haber tenido tres años. Mi madre me cantaba.

– ¿Le cantaba? Como una verdadera madre.

– No sé qué canción era -caviló Beth Anne-. Sólo recuerdo que me cantaba para distraerme, para que no jugara con las cosas con las que estaba trabajando, sobre esa mesa.

– ¿Qué hacía ella, cosía? -preguntó Heath, señalando la habitación que contenía una máquina de coser y percheros llenos de vestidos robados.

– Nones -dijo la mujer-. Estaba recargando municiones.

– ¿En serio?

Asintió.

– Cuando fui mayor me di cuenta de que eso era lo que estaba haciendo. Mis padres no tenían mucho dinero y compraban cartuchos de bronce vacíos en los campos de tiro y los recargaban. Todo lo que recuerdo es que las balas eran brillantes y yo quería jugar con ellas. Ella me dijo que si no las tocaba, me cantaría una canción.

Esta historia dio por terminada la charla. Los dos oficiales se quedaron escuchando la lluvia que caía sobre el techo de la casa.

Mala de nacimiento…

– Muy bien -dijo por fin Beth Anne-, me voy a casa.

Heath la acompañó hasta afuera y ambos se despidieron. Beth Anne se subió al auto alquilado y condujo por la lodosa y serpenteante ruta en dirección a la autopista estatal.

De pronto, desde algún lugar de los pliegues de su memoria surgió una melodía. Tarareó unos compases en voz alta, pero no pudo identificar la canción. Eso le causó una vaga inquietud. Entonces Beth Anne encendió la radio y encontró Jammin' 95.5, llenando su noche de éxitos de oro puro, sigue la fiesta, Portland… Subió el volumen y, tamborileando sobre el volante al ritmo de la música, se dirigió hacia el norte en dirección al aeropuerto.

Otto Penzler

1Golden Gate en inglés puerta de oro N de la T - фото 2
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1Golden Gate en inglés puerta de oro N de la T - фото 3

[1]Golden Gate: en inglés, puerta de oro (N. de la T).

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