– Jesucristo, finalmente lo robaste, ya veo. Jesús, ¿cuántos años tienes, para andar robando autos?
– ¿Cuántos años hay que tener para hacerlo? -le dijo Louly.
Él le dijo que siguiera derecho por la calle.
– ¿No te alojas en el hotel? -le preguntó ella.
– Estoy en un motel.
– ¿Charley está allí?
– Anda por acá, en algún lugar.
– Bien, ayer estuvo en Sallisaw -dijo Louly, enojada ahora-, si es que a eso lo llamas por acá -viendo por la expresión de Joe que le estaba diciendo algo que él no sabía-. Pensé que estabas en su banda.
– Anda con un viejo amigo de nombre Birdwell. Yo me engancho con Choc cuando tengo ganas.
Ella estaba positivamente segura de que Joe Young le estaba mintiendo.
– ¿Voy a ver a Charley o no?
– Volverá, no te llenes la cabeza haciéndote problemas con eso -dijo-. Tenemos este auto, así que no tendré que robar uno -dijo Joe Young, ahora de buen humor-. ¿Para qué necesitamos a Choc? -añadió, sonriéndole-. Nos tenemos el uno al otro.
Eso le hizo saber a Louly qué era lo que podía esperar.
Una vez que llegaron al motel y estuvieron en la habitación número 7, que parecía una casa de madera de un solo ambiente que necesitaba pintura, Joe Young se quitó la chaqueta y ella vio el Colt automático con culata de nácar metido en su pantalón. Él dejó el arma sobre la cómoda junto a una botella de whisky y dos vasos y sirvió un trago para cada uno, el suyo más grande que el de Louly. Ella se quedó observándolo hasta que él le dijo que se quitara la chaqueta, y cuando ella lo hizo le dijo que se quitara el vestido. Se quedó entonces en bombacha y corpiño. Joe Young la miró de arriba abajo antes de darle su bebida y brindar con ella.
– Por nuestro futuro.
– ¿Haciendo qué? -le dijo Louly, y vio el regocijo en sus ojos.
Él dejó su vaso sobre la cómoda, sacó dos revólveres 38 del cajón y le extendió uno. Ella lo tomó; era grande y pesado en su mano.
– ¿Entonces…? -dijo.
– Sabes cómo robar un auto -dijo Joe-, y yo admiro eso. Pero apuesto a que nunca robaste un lugar a punta de pistola.
– ¿Eso es lo que vamos a hacer?
– Empezando por una gasolinera hasta que llegues gradualmente a robar un banco -dijo él-. Apuesto a que tampoco te has ido nunca a la cama con un hombre adulto.
Louly tuvo ganas de decirle que ella era más grande que él, más alta, en todo caso, pero no lo hizo. Esa era una experiencia nueva, diferente de lo que había hecho con chicos de su edad en el bosque, y quería ver cómo era el asunto.
Bien, él gruñó un montón y fue rudo, respiraba agitadamente por la nariz y olía a loción tónica para el pelo Lucky Tiger, pero la cosa no fue muy diferente de lo que había sido con los chicos. Empezó a gustarle más antes de que él terminara, y le palmeó la espalda con sus dedos ásperos de cosechar algodón hasta que él empezó a respirar tranquilo otra vez.
Una vez que se le quitó de encima, ella buscó la valijita en la que tenía el irrigador-que siempre había mantenido lejos de la vista de Otis- y fue al baño, seguida por la voz de Joe Young que exclamaba: “¡Iúuuuju…!”.
Y después agregó:
– ¿Sabes qué eres ahora, muchachita? Lo que llaman la chica de un gángster.
Joe Young durmió un rato, se despertó con hambre y quiso ir a comer algo. Así que fueron a Purity, que según Joe era el mejor lugar en Henrietta.
En la mesa, Louly dijo:
– Charley Floyd vino una vez aquí. La gente descubrió que estaba en la ciudad y todo el mundo se quedó en su casa.
– ¿Cómo lo sabes?
– Sé todo lo que se ha escrito sobre él, incluso algunas cosas que sólo se han dicho de él.
– ¿Y dónde se alojaba en Kansas City?
– En la casa de huéspedes de Madre Ash, en la calle Holmes.
– ¿Y con quién fue a Ohio?
– Con la banda de Jim Bradley.
Joe Young alzó su taza de café, en la que había vertido un buen chorro de whisky.
– Vas a empezar a leer cosas sobre mí, chica.
A Louly eso le recordó que no sabía cuántos años tenía Joe Young, y aprovechó la oportunidad para preguntárselo.
– Cumpliré treinta el mes que viene; nací el día de Navidad, igual que el Niño Jesús.
Louly sonrió. No podía evitar imaginarse a Joe Young en un pesebre con el Niño Jesús, mientras los tres Reyes Magos lo miraban raro. Le preguntó a Joe cuántas veces había salido su foto en los periódicos.
– Cuando me mandaron a la cárcel salieron toda clase de fotos mías.
– Me refiero a cuántas veces por otros robos…
Ella lo miró repantigarse en su silla mientras la camarera les traía la comida y él le daba una palmada en el trasero en el momento en que la mujer se alejaba de la mesa. La camarera le dijo “Descarado”, y él pareció muy sorprendido, de manera graciosa. Louly estaba a punto de decirle que la foto de Charley Floyd había salido cincuenta y un veces en el periódico de Sallisaw el año pasado, una vez por cada uno de los cincuenta y un bancos que habían sido asaltados en Oklahoma, y Charley era acusado de cada uno de esos robos. Pero si se lo decía, Joe Young le diría que Charley no podía haber hecho todos esos robos, ya que había estado en Ohio durante una parte del año 1931. Y era cierto. Se estimaba que podría haber asaltado treinta y ocho bancos, pero incluso esa cifra podría hacer que Joe Young se pusiera celoso y de mal humor, así que no dijo nada y se dedicó a comer su pollo frito.
Joe Young le pidió que pagara la cuenta, un dólar sesenta en total incluyendo el pastel de ruibarbo que comieron de postre, con el dinero que había ahorrado para escaparse de su casa. Volvieron al motel y él volvió a cogerla con el estómago lleno, respirando por la nariz, y ella se dio cuenta de que eso de ser la chica de un gángster no era para nada un lecho de rosas.
A la mañana partieron hacia el este por la autopista 40, en dirección a las montañas Cookson, con Joe Young al volante del Ford A y sacando el codo por la ventanilla, Louly con la chaqueta bien cerrada y el cuello levantado para protegerse del viento. Joe Young no paraba de hablar, diciendo que sabía dónde le gustaba esconderse a Choc. Irían hasta Muskogee, cruzarían el Arkansas y seguirían el río derecho hasta Braggs.
– Sé que al muchacho le gusta esa zona alrededor de Braggs.
En el camino podría asaltar una gasolinera, mostrarle a Louly cómo se hacía.
A la salida de Henrietta Louly dijo:
– Allí hay una.
– Demasiados autos -respondió él.
Treinta millas después de Checotah, girando hacia el norte en dirección a Muskogee, Louly miró hacia atrás y dijo:
– ¿Qué tenía de malo esa estación de Texaco?
– Tiene algo que no me gustó -dijo Joe Young-. Hay que escuchar la intuición en este trabajo.
– Elígela tú -dijo Louly. Tenía el revólver 38 que él le había dado en la bolsa negra y rosa que su madre le había tejido al crochet.
Llegaron a Summit y cruzaron lentamente la ciudad, los dos buscando, Louly esperando que él eligiera un lugar para robar. Se estaba excitando cada vez más. Llegaron al otro extremo de la ciudad, y Joe Young dijo:
– Allí está nuestro lugar. Podemos llenar el tanque, tomar una taza de café.
– ¿Y lo asaltamos? -dijo Louly.
– Ya veremos.
– Parece un sitio de mala muerte.
Había dos surtidores frente a un edificio derrengado, con la pintura descascarada, un cartel que decía COMIDAS y explicaba que la sopa costaba diez centavos y una hamburguesa cinco.
Entraron mientras un hombre torcido les llenaba el tanque. Joe Young llevaba su botella, casi vacía, que apoyó sobre el mostrador. La mujer que atendía, pura piel y huesos, de aspecto fatigado, se quitó los mechones de pelo de la cara. Puso unas tazas ante ellos y Joe Young sirvió en la suya lo que le quedaba de la botella.
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