Otto Penzler - Mujeres peligrosas

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Las mujeres más peligrosas son aquellas que resultan irresistibles. ¿Qué hace peligrosa a una mujer? Su gran belleza, su encanto, su inteligencia, la manera en que se aparta el cabello de los ojos, o el modo de reírse. Puede tener conciencia absoluta de su poder, o desconocerlo por completo. Utilizarlo comoa rma o protegerse detrás de él. La intención y el propósito no aumentan ni disminuyen el poder, y ése es mayor peligro de todos los que son seducidos y sometidos por él.

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Aunque prefería no enfrentarla sola.

– ¡Vamos, Kate! -agregó con decisión-. ¡Este viento fuerte limpiará todo, y nos hará mucho bien!

Kate obedeció, con cierta reticencia, y las tres caminaron lado a lado subiendo la pendiente hasta donde acababa el césped, más allá de las grandes piedras, hasta legar por fin a la delgada medialuna de arena dura que bordeaba el mar. Todas ellas estaban atentas a las grandes olas, y corrían a refugiarse en las piedras cuando una azotaba la playa, logrando evitarlas.

Se dirigieron hacia el rocoso promontorio donde se encontraban las charcas que la marea, al retirarse, dejaba llenas de tesoros. Llegaron al pie del afloramiento rocoso y empezaron a trepar con cuidado, controlando cada uno de sus pasos, Tonia avanzando, después Kate, Susannah cerrando la marcha. Siguieron adelante, internándose en el cabo hasta el sitio donde el promontorio aún ofrecía un espacio adecuado para apoyar los pies. Susannah era la que había quedado más abajo y más próxima a la corriente profunda que pasaba a su lado, arrojando espuma blanca sobre los dientes de las rocas, y retirándose nuevamente, arrastrando arena y piedras y conchillas. Más adelante, más allá de la punta del cabo, cinco filas de olas, una detrás de la otra, avanzaban rugiendo hacia la costa, con las crestas agachadas, haciendo volar espuma y agua, hirviendo hasta cubrir de blanco toda la superficie visible del mar.

Era un momento en que las palabras sobraban, pero Tonia habló.

– Es magnífico, ¿verdad? Elemental, como las grandes pasiones de la vida -dijo.

Kate miró hacia otro lado.

– Supongo que sí -dijo. Miraba hacia la costa, contemplando la curva de la playa y los kilómetros de costa que se extendía, con sus rocas y sus irregulares salientes y promontorios, hasta donde alcanzaba la vista.

– Oh, sí -continuó Tonia-. Yo puedo entender la pasión, incluso cuando el deseo es tan grande que supera a la moral, y una desea tanto algo que simplemente lo toma, aunque pertenezca a otra persona. ¿Tú también lo entiendes, Kate?

Kate se dio vuelta con brusquedad y el viento hizo que el cabello le tapara la cara. Ella lo echó atrás con gesto impaciente. Estaba cerca de Tonia, casi medio metro más abajo que ella.

– ¡Por amor de Dios, acábala con eso! -le gritó-. Ya sabías que Ralph y yo estábamos enamorados. ¡Lo siento! Era tu esposo, y me amaba a mí. ¡Y yo también lo amaba a él! Las dos no podíamos tenerlo. Tú perdiste.

– ¿Las dos? -Tonia se rió, y finalmente perdió el control y su voz se alzó, cobrando un tono enloquecido y salvaje-. ¡Está muerto, Kate! ¡Murió en el baño de una prisión estatal! ¡Fue apuñalado en el vientre, y se desangró hasta morir, allí, tirado en el piso! ¡Sin nadie a su lado! ¡Ni tú, ni yo, ni siquiera la querida Susannah!

Kate se tambaleó como si hubiera perdido el equilibrio.

– ¿Qué quieres decir, qué tiene que ver Susannah? ¡Él no estaba enamorado de ella! ¡Ni siquiera le gustaba!

– ¡Por supuesto que no le gustaba! -le respondió Tonia, a los gritos, con los ojos entrecerrados y los labios tensos, mostrando los dientes-. ¡Pero sabía que era inteligente! Trató de usarla, en el banco. Pero nuestra querida pequeña Susannah no quería ser usada. Quería tenerlo a él, y si no podía, prefería destruirlo. ¡No toma muy bien el rechazo, nuestra hermanita menor! Cuando él le pidió ayuda, y ella quiso que el precio fuera que él se convirtiera en su amante, y él la rechazó, Susannah se vengó. ¡Y fue una venganza perfecta! Lo delató a la policía… reunió todas las pruebas, creó aquellas que faltaran… ¡y lo entrampó! Él no tenía manera de escapar. ¡Pobre Ralph! No tenía idea de lo que los celos y el rechazo podían provocar en ella. ¡Ojalá Susannah se hubiera clavado el cuchillo en su propio cuerpo!

Kate giró sobre sí, casi perdiendo el equilibrio, con el rostro blanco, y los ojos centelleando por la ira. Empezó a bajar hacia donde estaba Susannah, cubriendo los pocos metros que las separaban a los saltos, tropezándose, pero increíblemente sin caerse.

– ¡No lo hice! -aulló Susannah, retrocediendo hacia el borde de las rocas bajo las que rugía el mar-. ¡No fragüé nada! ¡Todo lo que le entregué y le dije a la policía era exactamente lo que él estaba haciendo!

– ¡Lo entregaste! -dijo Kate con incrédula furia-. ¡Tú fuiste quien traicionó a Ralph!

No era una pregunta. Kate ya había oído la certeza en la voz de Tonia, y la culpa en la de Susannah. Se arrojó sobre ella e hizo que ambas llegaran al borde de las rocas. La ola siguiente pasó rugiendo sobre ellas, quitándoles el aliento, fría como el hielo, y las dejó luchando por recobrar el equilibrio en la estrecha cornisa rocosa, a partir de cuyo borde el promontorio caía a pique hasta el mar.

– ¡Yo no lo traicioné! -jadeó Susannah, tratando de sacarse de encima a Kate para poder incorporarse-. ¡Iba a robar dinero para financiar su candidatura para el Senado! Yo se lo impedí. ¡Maldición, déjame salir de acá! ¡Ralph las estaba engañando a las dos! ¡Era corrupto como el demonio!

Kate la golpeó con fuerza en la cara, enviándola de nuevo a la cornisa de roca.

– ¡Tú lo mataste! -gritó con un aullido de angustia-. ¡Él me amaba a mí! ¡Yo podría haberle impedido que hiciera eso! ¡Si hubieras acudido a mí, yo lo hubiera salvado! -sollozaba mientras los recuerdos, los sueños destrozados y una insoportable soledad la invadían-. ¡Yo lo amaba! Yo podría…

– ¡Ya sé que lo amabas! -Susannah se llevó una mano a su cara dolorida y gateó de costado hacia el lugar donde la cornisa se ensanchaba-.¡Pero él no amaba a nadie, ni a ti ni a Tonia ni a nadie en absoluto! ¡Kate, el hombre que amabas nunca existió!

– ¡Sí existió! Podría haber…

– Podría… ¡pero no lo hizo! ¡Eligió no hacerlo!

– ¡No eligió nada! -gritó Tonia, bajando hacia donde estaban ellas-. No es cierto, Kate. ¡Ella se aprovechó de él! ¡Lo mató! ¡Sigue adelante!

Kate vaciló. Podía empujar a Susannah del borde, y caería al agua.

– ¡No te detengas! -gritó Tonia-. ¡Ella mató a Ralph! ¡Lo traicionó, lo envió a ese lugar inmundo para que lo mataran! ¡En el baño! ¡A Ralph… al hermoso, feliz, mágico Ralph! ¡Susannah lo destruyó! -Ahora estaba detrás de Kate, a medio metro de distancia apenas.

Susannah podía oír las olas que rompían detrás de ellas, después el sonido que hacían al aplastarse contra las piedras, mientras caían y se retiraban. ¿Cuántas olas habían pasado desde que ella estaba encogida en ese lugar? ¿Tres, cuatro, cinco?

Kate se volvió, dejando de mirar a Tonia para verle la cara a Susannah y luego otra vez a Tonia.

– ¡Hazlo! -volvió a gritarle Tonia-. ¡Si amabas a Ralph, hazlo ahora! ¡Ella te lo arrebató! Él no la quiso, y entonces ella lo destruyó todo.

– ¡Él no quería a ninguna de nosotras! -gritó Susannah con desesperación-. ¡Sólo quería el Senado… el poder y el dinero!

Kate volvió a enfrentar a Susannah y dio otro paso hacia ella, mientras el viento azotaba su piel, con los ojos desorbitados.

Susannah miró a Tonia, que se encontraba justo detrás de Kate, con el odio pintado en la cara.

– ¿No tienes el coraje de hacerlo tú misma? -le gritó-. ¡No es raro que Ralph haya preferido a Kate! ¡Al menos ella tenía sus propias pasiones, no pasiones prestadas! ¡Cobarde!

Estaba en cuclillas ahora, en equilibrio.

Tonia esbozó una mueca de furia y se lazó hacia adelante, empujando a un lado a Kate, quien resbaló y perdió el equilibrio, aferrándose a un arbusto para no caer.

Susannah se movió hacia un lado, doblándose un tobillo y cayendo en el momento en que Tonia aterrizó cerca de ella. Estaban una al lado de la otra, separadas por medio metro de distancia. Susannah empezó a gatear otra vez, ascendiendo la pendiente, sintiendo un dolor agudo en el tobillo.

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