– Sí -dijo en voz alta, devolviéndole la mirada a Tonia-. Supongo que eso puede bastar para enloquecer a alguna gente… pero tú no eres “alguna gente”. Tú no perderías de vista la realidad. Fue una tragedia que Ralph fuera asesinado. No fue culpa suya, ni tampoco culpa de Kate. Atraparon al asesino, y lo condenaron a muerte.
– Oh, sí -concedió Tonia-. Está muerto. -Por su rostro cruzó una momentánea expresión de intensa satisfacción, casi de júbilo.- ¿Insinué que era culpa de Kate? No quise hacerlo. No, Kate jamás le hubiera hecho daño a Ralph, lo sé muy bien. Y tampoco hubiera querido mandarlo a la cárcel. -Su voz estaba cargada de sentido, su rostro se había endurecido, y el viento hacía volar sus cabellos oscuros.
Estaban a unos veinte metros de la línea adonde llegaba el oleaje, y mientras se encontraban allí otra ola sorpresa se deslizó a toda velocidad sobre la arena hasta detenerse apenas a medio metro de los zapatos de Tonia. Ella la ignoró, como si fuera impermeable a esas cosas. Había algo aterrador en su calma, una sensación de completo control en sus ojos, en su rostro, incluso en la manera en que su cuerpo se inclinaba para resistir el viento.
Susannah estaba tan segura como lo estaba del anochecer de que Tonia se proponía vengarse, según su propio concepto de justicia, de la traición de Kate, y de la de Susannah. Lo podía hacer ahí, lejos de Astoria, donde nadie la vería, y lo haría lenta, cuidadosa y completamente. Lo que Susannah no sabía era cómo.
Tonia le estaba sonriendo, dedicándole una sonrisa cruel, a medias llena de excitación, que finalmente no ocultaba nada. Todo su dolor y su furia estaban concentrados en ella, todo su conocimiento de la historia de Kate con Ralph, y la manera en que se habían reído y se habían amado a sus espaldas, y de que Ralph había cometido el error fatal de intentar la misma treta, aunque sin la emoción, también con Susannah… no por deseo sino para sacar provecho de ella. Sin embargo, ni la seducción ni los halagos habían bastado para que Susannah aceptara la corrupción. Ella lo había entregado, en un gesto que a Ralph finalmente le había costado la vida, y así se lo había robado a Tonia, y también a Kate.
¿Cómo lo haría Tonia? ¿Pondría veneno en la comida, en el agua? ¿La asfixiaría con una almohada mientras dormía, y luego le echaría la culpa a Kate? ¿Alguna clase de accidente, un resbalón en la bañera, tal vez, y moriría ahogada en el agua caliente y espumosa? Una caída en alguna parte, incluso desde el acantilado. Con una caída de tres o cuatro metros sobre las rocas sería suficiente.
¿O en el mar? Algo referido a esas magníficas olas que rompían con aterradora y jubilosa belleza, y con el poder de los miles de kilómetros de océano detrás de ellas, que volvían a succionarlas hacia las profundidades, trayendo con la resaca esas hambrientas e impredecibles olas sorpresa que llegaban mucho más lejos sobre la arena, llevándose con ellas a los desprevenidos, incluso arrancándolos de la tierra firme y seca.
– Tienes el aspecto de alguien que ha sido atrapado con la mano metida en el bote de galletas, Susannah -dijo Tonia con un levísimo matiz irónico-. ¿Tienes miedo de que te manden a la cama sin cenar?
Susannah alzó los brazos y le mostró las manos.
– No he tomado ninguna galleta.
– ¡Oh, sí que lo hiciste, querida mía! Simplemente no pudiste comértelas -respondió Tonia-. Y ahora ya no hay galletas para nadie. Pero regresemos a cenar. Te prometo que tendrás una porción de todo.
Emprendió el regreso por la arena, a buena velocidad, los brazos laxos a los costados y con gracioso andar.
Susannah avanzó a los tropezones detrás de ella, hundiendo los pies en la arena, entorpecida por el miedo, tropezando por la furia que le causaba toda esa injusticia, y llena de una impotencia que le quitaba el aliento, la fuerza, incluso la capacidad de ver claramente y elegir un camino entre las piedras.
La cena fue una pesadilla para Susannah. Tonia estaba encantadora. No paraba de sonreírles a sus dos hermanas, contándoles historias divertidas de los acontecimientos de la sociedad de Astoria a los que ella había asistido y las otras dos no. La comida, que había insistido en preparar ella sola, estaba deliciosa: pescado fresco en una salsa delicada, y vegetales cortados y cocinados hasta el punto justo. También sirvió ella sola, y les alcanzó los platos.
– ¿No tienes hambre? -preguntó solícitamente al ver que Susannah jugaba con su tenedor, pinchando una cosa y otra-. Creí que la caminata por la playa te habría abierto el apetito. Eso me ocurrió a mí -añadió, y empezó a comer con gran gusto.
Kate no tenía idea. Susannah lo supo al ver que también ella empezaba a comer con buen apetito. Tal vez fuera consciente de que Tonia estaba al tanto de su relación amorosa con Ralph, tal vez incluso sabía hasta dónde habían llegado ambos, pero sin embargo no tenía miedo. ¿Estaba ciega acaso? ¿De verdad no entendía en absoluto a Tonia, a pesar de que hacía tanto que se conocían, que habían crecido juntas, y habían seguido en contacto después?
– ¿No te sientes bien? -preguntó con preocupación Tonia, al ver que Susannah seguía jugueteando con la comida en vez de comerla-. ¿Quieres que te prepare otra cosa?
Todo quedó congelado. Increíblemente, Kate no la miraba, pero Tonia sí, con una expresión burlona. Sabía que Susannah tenía miedo, y estaba gozando con ello.
– No… no, gracias -dijo Susannah, tomando la decisión por reflejo, no por reflexión-. Esto está bien. Tan sólo estaba pensando. -Masticó lenta y deliberadamente un bocado de comida.
– ¿Algo interesante? -inquirió Tonia.
Susannah improvisó una rápida mentira. Algo que fuera útil, algo defensivo, o al menos, que sirviera de advertencia.
– Sólo sobre lo que podríamos hacer mañana, si es que hay buen tiempo, por supuesto.
– ¡Ah, el futuro! -dijo Tonia, haciendo rodar las palabras sobre la lengua-. Estaba completamente equivocada. Sabes, me imaginé que estabas pensando en el pasado. Es maravilloso estar aquí, libres con el viento, con mañana, y pasado mañana, y el día siguiente, para hacer lo que se nos antoje… ¿no es así, Susannah?
– Para elegir entre varias opciones, mejor dicho -replicó Susannah.
Tonia pareció sorprenderse.
– ¿Te sientes limitada? ¿Qué es lo que te gustaría hacer y no puedes? ¿Quieres algo en particular? ¿Algo que no puedes tener? -Giró un poco la cabeza.- ¿Y tú, Kate? ¿Hay algo que deseas y no puedes tener?
Kate levantó la vista, perpleja.
– No más que cualquier otra persona. ¿Por qué? -miró a Susannah-. ¿Qué es lo que quieres hacer tú? -le preguntó.
“Irme”, pero no podía decir eso, y tampoco podía hacerlo sin Tonia. Ella tenía el auto, y las llaves del auto. Y en todo caso, si huía, parecería la confesión de su conciencia culpable. No tenía nada de qué sentirse culpable. Ralph era un ladrón que había planeado comprar su acceso al cargo estatal con corrupción. El hecho de que hubiera sido su cuñado no era una disculpa.
– En realidad, me da lo mismo -replicó con torpeza.
– Podríamos trepar al promontorio del cabo -sugirió Tonia-. Cuando baja la marea los estanques de las rocas están llenos de toda clase de cosas… anémonas marinas, erizos, caracoles navaja, estrellas de mar -dijo sonriendo-. Es algo muy hermoso.
Y peligroso, pensó Susannah, mientras se le formaba un puño en el estómago. Un resbalón y una se podía romper una pierna, herirse un brazo con un caracol navaja e incluso, cuando subía la marea, caerse desde esa altura al agua suficientemente profunda y ahogarse. Y en el borde que se internaba en el mar, hasta podía ser arrastrada por una ola.
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