Otto Penzler - Mujeres peligrosas

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Las mujeres más peligrosas son aquellas que resultan irresistibles. ¿Qué hace peligrosa a una mujer? Su gran belleza, su encanto, su inteligencia, la manera en que se aparta el cabello de los ojos, o el modo de reírse. Puede tener conciencia absoluta de su poder, o desconocerlo por completo. Utilizarlo comoa rma o protegerse detrás de él. La intención y el propósito no aumentan ni disminuyen el poder, y ése es mayor peligro de todos los que son seducidos y sometidos por él.

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Naturalmente, Kate había creído lo mismo. Kate era apasionada, divertida, irascible, bondadosa a veces, con frecuencia desconsiderada. Pero sobre todo era una persona simple. No buscaba nada más allá de lo obvio.

Regresaban caminando lentamente a la sombra de los pinos. A los lados del sendero había zarzamoras silvestres.

– Habrá fruta para recoger en el otoño -observó Tonia-. Eso te gustará, Kate. Sólo que debes tener cuidado de no pincharte con las espinas. Pueden causarte unos feos rasguños, muy profundos. Y hasta puedes tener la mala suerte de que se infecten.

– Tendré cuidado -respondió Kate, un poco tensa.

– Oh… entonces aprendiste, ¿no es cierto? -Tonia se detuvo un momento para volverse y mirarla, con expresión fría, arqueando sus cejas delicadas.

– Siempre he sido cuidadosa para recoger las bayas -replicó Kate.

– Sí, lo has sido -coincidió Tonia-. O para recoger cualquier otra fruta. Has logrado entrar y salir sin un rasguño, y llevarte tu trofeo.

Volvió a mirar hacia adelante para ver por dónde iba.

Kate vaciló en su avance. Para entonces, ya debía estar tan segura como Susannah de que Tonia lo sabía. Tonia estaba jugando su juego, decía y no decía… infligía pequeñas heridas hasta que Kate se saliera de quicio y provocara abiertamente una pelea.

¿Y entonces qué? ¿Gritos, acusaciones, desdicha, culpa? ¿Eso era lo que quería Tonia, que Kate sintiera la amarga y corrosiva vergüenza del desenmascaramiento de una traición? De nada serviría. Eso no cambiaría nada de lo que Ralph había dicho o hecho… y sobre todo no lo haría regresar para volver a amar o engañar a ninguna de las dos.

Sin embargo no podía decirle eso a Tonia sin revelar que ella también sabía.

Llegaron en silencio al auto. El viaje de regreso bajo la luz moteada de sombra debería haber sido maravilloso, pero la belleza exterior del día ya se había encapotado para todas ellas. En el camino de vuelta, y durante el almuerzo en la casa, Tonia hizo constantes comentarios de doble sentido, y Kate se enojó cada vez más. Dos veces devolvió el golpe, aunque sus palabras perdieron mordacidad debido a su conciencia de culpa. Susannah podía verlo todo escrito en el rostro de Kate: el estallido de ira, la respuesta perfecta en sus ojos, después el control al recordar las razones por las que Tonia estaba tan herida, por qué al menos en un aspecto tenía todo el derecho de atacarla.

La vergüenza, sin embargo, no inmovilizaría su lengua para siempre. Susannah lo supo más allá de toda duda. ¿Lo sabría también Tonia?

Después del almuerzo hubo cosas que hacer: lavar los platos, preparar la cena, ir a buscar leña y cortar un poco. En mitad de la tarde Kate anunció que iría a dar un paseo alrededor de la laguna, preferiblemente sola, para ver las garzas azules.

Susannah se dirigió a Tonia.

– Me gustaría ir otra vez a la playa. ¿Quieres venir conmigo? -Tal vez pudiera convencerla de acabar la pelea.

– Por supuesto -aceptó Tonia-. Es una idea excelente.

Susannah se sintió complacida, y sorprendida. Tal vez el asunto no le resultara tan difícil.

Estaba un poco más frío que el día anterior, pero agradable todavía, y la marea estaba aún más baja, ofreciéndoles así mucho lugar para caminar por la arena, debajo de las rocas.

Tonia sonreía. Sus hombros estaban tensos y caminaba con deliberación y no con soltura. De todas maneras la situación había mejorado sustancialmente si se la comparaba con lo que había sido a la mañana. ¿Tal vez ya se había dado por satisfecha, había dicho todo lo quería decir?

Susannah no podía decidir si debía decirle algo o no. Esa podría ser su única oportunidad. Tres días más de esas amargas indirectas serían insoportables. ¿Cómo podía hablar con Tonia sin traicionarse?

– ¿ Tonia?

– ¿Sí?

Se habían detenido y ambas contemplaban las olas que rompían.

– ¿Tienes que seguir insistiendo en ofender a Kate para hacerla caer en la red? ¿Acaso el asunto tiene tanta importancia?

Tonia se mordió un labio reflexivamente, después miró a Susannah de soslayo.

– ¿Quieres decir que debo olvidar el pasado y pensar sólo en este momento, en el futuro? -le preguntó. Había entrecerrado un poco los ojos, concentrada en la respuesta, con expresión absolutamente hermética.

– No me refería a nada tan general -respondió Susannah, e instantáneamente supo que era mentira, y no una mentira muy buena. Eso había sido exactamente lo que ella había querido decirle. Intentó reparar la situación-. No sólo lo de la ola, también… lo de las zarzas. Sonó como…

No supo cómo terminar.

Tonia sonreía, no con afecto sino burlonamente, como si previera exactamente adonde irían a parar, y le pareciera bien.

– ¿Sí?

– Como si hubieras tratado de provocarla deliberadamente -dijo Susannah, terminando la idea sin ninguna convicción.

– ¿Y por qué se te ocurre que yo querría hacer algo así? -le preguntó Tonia.

Su expresión era absolutamente inocente, pero en ese instante supo con helada certeza que Tonia conocía perfectamente la aventura amorosa de Ralph y Kate, y que estaba decidida a vengarse, lentamente, gota a gota si era necesario. Era algo que se podía leer en sus ojos, un filo duro y brillante, y en su sonrisa.

Susannah contuvo el aliento. ¿Se atrevería a decirlo, abiertamente? En Tonia había algo que la hacía vacilar, un poder, un recuerdo de la época en la que ella había sido su hermana mayor, admirada, obedecida, la que podía dispensarle los elogios más importantes.

– Porque estás dolida por lo de Ralph, y quieres lastimarla -dijo en voz alta. Era una concesión, una verdad a medias.

– ¿Y mi dolor por lo de Ralph hace que yo quiera herir a Kate? -preguntó Tonia-. ¿O estás insinuando que su muerte me ha hecho perder el juicio?

– No, claro que no -protestó Susannah.

– Podría haber sido así -respondió Tonia, con los ojos entrecerrados para protegerse del intenso sol de la tarde que se reflejaba sobre el agua blanca-. Después de todo, que tu esposo sea condenado a cinco años de prisión, sometido a la inmunda vida de ese lugar, forzado a convivir con la lacra más grande de nuestro estado, y finalmente arrinconado por ellos y asesinado como un animal… ¿No crees que eso bastaría para sacar de sus cabales a cualquiera?

¡Ella lo sabía! Fue como una horrible certeza que se retorcía como un cuchillo en la boca del estómago de Susannah. Tonia sabía que había sido ella quien le contó a la policía lo que estaba haciendo Ralph. ¿También sabría que Ralph había intentado seducirla, no porque ella le importara un bledo, ni siquiera porque le resultara atractiva, sino tan sólo para usarla en sus corruptas maniobras? No, probablemente no. Abrió la boca para defenderse, y se dio cuenta de que no había defensa posible. A Tonia no le importaban las razones; todo lo que le importaba eran los hechos. No quería razones, sino que quería dolor a cambio del que ella había sufrido.

Susannah tragó saliva, con la boca seca y las piernas trémulas. Tenía miedo, y estaba furiosa consigo misma por tener miedo. Si se hubiera tratado de otra persona, no de Tonia, podría hacerle frente. No había actuado mal. ¿Qué otra cosa podría haber hecho? ¿Acostarse con Ralph, engañar al banco para que él pudiera usar el dinero para conseguir una banca en el Senado? ¿Eso era lo que Tonia hubiera querido?

Sí, probablemente. Pero Ralph no había amado a Susannah. Era tan arrogante como para creer que una sonrisa suya, un poquito de pasión que pasara por amor, conseguirían que ella hiciera lo que él quería. Después la dejaría de lado y ella quedaría mortificada y herida, demasiado avergonzada para contárselo a alguien.

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