Otto Penzler - Mujeres peligrosas

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Las mujeres más peligrosas son aquellas que resultan irresistibles. ¿Qué hace peligrosa a una mujer? Su gran belleza, su encanto, su inteligencia, la manera en que se aparta el cabello de los ojos, o el modo de reírse. Puede tener conciencia absoluta de su poder, o desconocerlo por completo. Utilizarlo comoa rma o protegerse detrás de él. La intención y el propósito no aumentan ni disminuyen el poder, y ése es mayor peligro de todos los que son seducidos y sometidos por él.

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– Prefiero caminar por la playa -respondió-. O allá arriba, en los bosques, para variar un poco.

Tonia sonrió.

– Lo que prefieras -dijo con callada satisfacción-. ¿Quieres un café? ¿O té, tal vez? Eso sería mejor a la noche. ¿O qué te parece un chocolate caliente? ¿Preparo chocolate caliente para todas?

Se incorporó como si todas hubieran aceptado.

Kate dijo “sí” y Susannah “no” en el mismo momento. Tonia eligió escuchar el “sí”. Susannah volvió a decir “no”, y Tonia la ignoró.

– Te hará bien -le dijo por encima del hombro-. Te ayudará a dormir.

– ¿Qué pasa contigo? -le preguntó Kate-. ¡Cualquiera diría que pretende envenenarte!

La velada transcurrió tan lentamente que cobró proporciones de pesadilla. Se sentaron junto al fuego, una frente a otra, a tomar chocolate después de lavar los platos. El aire se había enfriado considerablemente, y se había levantado viento.

– Creo que tal vez habrá tormenta -comentó Kate con una sonrisa en los labios.

– Oh, sí -coincidió Tonia-. Estoy casi segura de que habrá tormenta.

Se produjeron varios momentos de silencio, sólo roto por el gemido del viento afuera y del golpeteo de una rama de tilo desgajada que cayó sobre el alero.

– A Ralph solían gustarle las tormentas -continuó Tonia.

– ¡No, no le gustaban! -dijo Kate al instante, y luego se mordió la lengua-. ¿Le gustaban? -añadió, demasiado tarde.

Tonia la miró con los ojos muy abiertos, como asombrada.

– Querida, ¿me lo preguntas a mí?

Kate se ruborizó.

– Tal vez entendí mal -dijo sin convicción.

– ¿A quién? ¿A mí o a Ralph? -inquirió Tonia.

– En realidad, no recuerdo. ¡No tiene importancia! -le espetó Kate.

Pero Tonia no había dado por terminado el tema.

– ¿Pensabas en alguna tormenta en particular?

– ¡Ya te lo dije! -Kate estaba furiosa ahora, y se sentía culpable. Susannah advirtió sus ojos llameantes, y estuvo absolutamente segura de que Tonia también los había advertido-. ¡No lo recuerdo! Fue un malentendido.

– ¿Sobre gustos y disgustos? -prosiguió Tonia-. ¿O sobre el odio y el amor? ¿Sobre cómo es posible confundir uno con otro…, te parece?

La miró como si estuviera profundamente interesada, sin ninguna emoción, hasta que una veía que tenía la mano apretada en un puño, y la rígida línea de su espalda.

– Tal vez esa sea la diferencia entre el miedo y la excitación -respondió Kate mirándola con fijeza, enfrentando por fin el desafío.

– ¡Oh, sí! -coincidió Tonia con gran satisfacción-. La excitación, el miedo al peligro, el rugido del trueno y la posibilidad de que te parta un rayo. ¿Confundiste el miedo con amor?

El rostro de Kate estaba de color escarlata.

Susannah estaba sentada con los músculos muy tensos, como si en cualquier momento pudiera producirse la explosión. La temía, pero sabía que ya era inevitable. Ocurriría en algún momento, esa noche, mañana, el día siguiente, pero con toda seguridad sería antes de que regresaran a casa.

– ¿O el amor con miedo? -dijo Kate, respondiendo frontalmente al desafío.

Tonia meneó la cabeza.

– Oh, no -dijo, esbozando una pequeña sonrisa tensa-. Una sabe cuándo es amor, querida. Si alguna vez lo encuentras, entenderás. -Y se puso de pie, les dedicó una sonrisa a cada una por turno, y les deseó las buenas noches. Se dirigió hacia la puerta y agregó-: Que duerman bien -y salió de la habitación.

Kate se volvió hacia Susannah. Pareció a punto de preguntarle algo, pero después se dio cuenta de que no podía permitirse hablar del asunto con ella. No tenía idea de cuánto sabía, ni a quién apoyaría. Respiró hondo y exhaló un suspiro, y pasaron juntas otra media hora espantosa, antes de irse también a la cama.

Susannah demoró mucho tiempo en dormirse, a pesar del consolador sonido del viento y la lluvia que llegaba de afuera. Se despertó con un enorme sobresalto, gritando de miedo.

Tonia estaba sentada en el borde de la cama, con una almohada en las manos. Durante un instante congelado la tensión hizo reaccionar a Susannah, que se sentó con brusquedad, arrojando a un lado las enredadas sábanas para liberar sus piernas y poder defenderse.

Tonia la miró atónita.

– ¡Esa sí que debe haber sido una pesadilla espantosa! -le dijo con un asomo de diversión en el rostro.

– ¿Pe… pesadilla? -tartamudeó Susannah.

– Sí. Estabas gritando en sueños. Por eso vine.

Susannah se dio cuenta de que aún era de noche; la lámpara de la habitación estaba encendida pero se veía todo negro más allá de las cortinas. No podía quitarle los ojos de encima a Tonia para mirar el reloj que tenía sobre la mesa de luz. No había estado soñando, de eso estaba absolutamente segura. Siempre recordaba sus sueños.

– ¿Para qué es esa almohada? -preguntó con voz seca y un poco vacilante. ¿Acababa de evitar por un pelo que la asfixiara mientras dormía?

– La arrojaste al suelo -respondió Tonia.

No lo había hecho. Era una almohada extra. Ella tenía dos en su cama. El corazón le latía locamente, martillándole el pecho, y su pulso volaba. ¿Debía desafiar a Tonia ahora, decírselo en la cara y enfrentarla? ¿Se atrevería? Eso haría que todo fuera irrevocable. ¿Y entonces qué pasaría? ¿Qué quedaría de la relación entre ambas después de eso?

– No, no lo hice -dijo sin aliento-. ¡Tengo las dos mías aquí!

Tonia sonrió, como si eso fuera exactamente lo que ella quería que Susannah dijera.

– Tenías tres, querida. Para sentarte en la cama si deseabas leer. -Soltó una risita seca y cascada.- ¿Creíste que la había traído para asfixiarte con ella? ¿Por qué querría hacer algo así? ¿Has hecho algo malo que yo no sé? ¿Es por eso que no comes bien y te despiertas gritando en medio de la noche?

Se puso de pie, sosteniendo aún la almohada en sus brazos.

– ¡No, por supuesto que no! -exclamó Susannah. Después miró de frente a Tonia-. ¡Tú ya sabes todo lo que hay para saber!

– Sí -aceptó Tonia con suavidad-. ¡Sí… lo sé!

Y aún llevando la almohada, salió del cuarto y cerró la puerta silenciosamente, tan silenciosamente como había entrado.

El desayuno fue horrible. Susannah tenía un espantoso dolor de cabeza, Kate se veía tensa y también parecía incapaz de comer. Sólo Tonia se mostraba implacablemente alegre y en apariencia llena de energía. Cocinó y sirvió, preguntándoles a las otras dos, solícitamente, si habían dormido, si estaban bien, si había alguna otra cosa que pudiera hacer por ellas.

– Te ves destruida -le dijo con energía a Susannah-. Una buena caminata por el cabo te haría sentir mucho mejor. Y también a ti, Kate. Deberíamos ir ahora. Está despejado y la marea está justo en el momento adecuado. Y yo también disfrutaré el paseo. Busquen sus abrigos y vamos.

No las esperó sino que descolgó su propio abrigo del perchero que estaba junto a la puerta y, poniéndoselo encima, salió al exterior ventoso y soleado.

Kate no se decidía.

– ¡Vamos! -las llamó Tonia-. ¡Es una hermosa mañana! Está fresco y limpio, y escucho cantar a un mirlo. El viento viene del mar, y huele de maravillas.

De pronto Susannah se decidió. Enfrentaría el asunto, incluso provocaría la situación si era necesario, pero no pensaba pasar el resto de la jornada, por no hablar del resto de su vida, teniéndole miedo a Tonia y permitiéndole que la manipulara, haciéndola sentirse culpable y obligándola a imaginar locuras cada vez que a ella se le antojara. No era culpa suya que Ralph hubiera tenido una aventura con Kate, ni que hubiera intentado usarla a ella misma. No era culpa suya que Ralph fuera corrupto, ni que la corte lo hubiera encontrado culpable y lo condenara a prisión. ¡Ralph tenía la culpa! Y no era culpa de Susannah que los otros presos lo hubieran matado. Tal vez él no había merecido que le pasara eso, podía ser algo tan trágico e injusto como creía Tonia, pero Susannah no iba a hacerse cargo de la responsabilidad.

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