Andrew Klavan - Ensayo De Una Ejecución

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Faltan pocas horas para la ejecucion de Frank Beachum; el ya se encuentra en una cruel agonia, cuando el frio halito del terror impregna todas las celulas del cuerpo. sin esperanza. Ni siquiera en el periodista Steve Everett, quiza la unica persona del mundo que cree en su inocencia…

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Las lágrimas cesaron. Dejó caer los brazos a los costados. Con esta nueva claridad, miró a su alrededor, casi asombrada. Vio al oficial de guardia al otro lado de los barrotes. Benson la estaba mirando. Mientras volvía a su mesa y se pasaba la mano por su cabello brillante, la miraba de reojo como si pensara que iba a hacer algo terrible. El guardia se sentó en la silla y descolgó el teléfono. Habló con un murmullo bajo, frunciendo el ceño peligrosamente mientras la observaba. Con esa extraña aureola de sosiego misterioso, fulminante y desesperado, Bonnie le sonrió. Me tiene miedo , pensó. Ese hombre grande y fuerte de ahí fuera. Tiene miedo de una mujer de menos de cincuenta kilos encerrada en una celda . Y con la lucidez de sus pensamientos le pareeió entender por qué. Se sentía casi como si la mente de Benson se le hubiera revelado mientras ella estaba ahí de pie. Y tenía miedo de ella, pensó, porque estaba siendo perverso delante de sus ojos. Matar a otra persona, a una persona indefensa, era perverso. Sin excusas. Perverso. En el corazón de cualquier ser humano, ahí donde la mente tranquila puede oír, hay una voz que dice que es perverso, y esa voz nunca se equivoca. Bonnie lo sabía y creía que el guardia también lo sabía y que por eso le tenía miedo. Porque el guardia quería hacer su trabajo sin saber. Quería cobrar su paga, dar de comer a su familia y hacer su trabajo. El alcaide, su jefe, le había ordenado que así lo hiciera. Los tribunales se lo habían dictaminado al alcaide. Los legisladores del estado de Missouri se lo habían impuesto a los tribunales. Y la mayoría de la gente de los Estados Unidos de América estaba de acuerdo con los legisladores y los habían elegido para que hicieran lo que habían hecho. Así que el guardia quería pensar: debe ser lo correcto. Pero sabía que no era verdad. ¡Verdad!, pensó Bonnie en su sosiego eléctrico, la verdad no es una democracia. Ni toda la gente del mundo gritando al unísono en favor de un hecho perverso podía aplacar a esa otra voz, esa voz suave y constante que habla en un corazón en paz. Así que el guardia lo sabía. Todos lo sabían. Y tenían miedo delante de ella.

Lentamente, Bonnie le dio la espalda al guardia y miró a su marido.

No se movía, seguía inmóvil. Continuó mirando distraídamente la mesa, con la mano fláccida sobre la misma. Y Bonnie pensó que ahora podía verle, con más claridad de lo que había podido en mucho, mucho tiempo. Tan cansado , pensó, parece tan terriblemente cansado. ¡Dios! ¡Dios! ¿Qué le han hecho? Era como si no se hubiera dado cuenta hasta entonces. Y cuando se acordó de cómo había sido… en los viejos tiempos. Llegando a casa con la cara llena de grasa, mostrando la blanca dentadura por entre las manchas negras. Sacándose la camisa mientras subía pesadamente las escaleras, tirando casi siempre la camisa al suelo sin pensar y escuchando las reprimendas de ella cuando tenía que recogerla para echarla al cesto de la colada. El modo en que temblaba el suelo cuando subía de aquella manera los escalones. El modo en que tintineaban las chucherías encima de la repisa de la chimenea. Era como tener una bestia en casa, un oso grande y salvaje. Lo mejor que le había ocurrido en toda su vida. Hasta entonces, los hombres como Frank siempre la habían asustado, e incluso disgustado ligeramente. Grandes y sucios como bestias. Pero cuando la bestia estaba en casa con ella, se sentía… viva… absolutamente llena de vida. Siempre se había considerado una persona tranquila e incluso insignificante. Sabía que ella no tenía esa fuerza interior. Frank, convivir con Frank, hacía que la energía aflorara a su piel y le provocara una sensación de hormigueo. Él era toda su vida. Era la vida de su vida. Y le necesitaba.

Cerró los ojos un instante. Se sintió aturdida y débil. Le necesitaba. Por eso no lo había visto con claridad, pensó. Porque no podía admitir que no hubiera esperanza. Año tras año, había seguido ofuscada, sin ver. Ella había continuado, como siempre había hecho, inspirándose en su fuerza, en su vida, y se había cegado. Y ahora comprendía que no había esperanza alguna.

Abrió los ojos.

– Lo siento se lamentó.

Frank la miró repentinamente, desconcertado, como si acabara de despertarse.

– ¿Qué? ¡Oh, no, Bonnie! ¿Por qué?

– Armar un escándalo como éste… -apretó los nudillos a un lado y al otro de la nariz. Se secó las lágrimas que le resbalaban por las mejillas con la palma de la mano-. No creo que ayude mucho, ¿verdad?

– No, no. Yo te quiero, Bonnie -respuso distraídamente-. No pasa nada.

Ella asintió sin decir palabra. Benson empezó a teclear encarnizadamente en su máquina de escribir. Frank levantó la vista hacia él y luego hacia la puerta.

– Un tipo extraño -observó al cabo de un momento.

Ella siguió su mirada.

– ¿Quién? ¿El reportero?

Frank no respondió inmediatamente. Estaba absorto mirando la puerta.

– Lo que ha dicho. Todo aquello de que no le importa nada. De lo que está bien y lo que está mal o… -La miró y esbozó una sonrisa breve, nerviosa e incómoda-. Debe de ser una vida bastante vacía, creo yo.

Bonnie estudió el rostro de su marido. Le parecía no comprender lo que intentaba decirle. Se trataba de algo. Pero no del reportero. Se trataba de algo más. Lo podía ver en sus ojos, pero no comprendía.

– No lo sé -respondió-. No parecía muy agradable, ahora que lo dices.

Su marido volvió a mirar hacia la puerta con el mismo gesto ceñudo y distraído.

– Creo… -prosiguió tras una larga pausa-. Creo que prefiero estar aquí dentro que ahí fuera, viviendo de esa manera.

Bonnie, en el estado anímico en que se encontraba, tuvo una sensación de enorme tristeza al escuchar esas palabras. Era como si le hubiera oído decir dos cosas distintas al mismo tiempo. Como si hubiera dicho lo que había dicho, y también exactamente lo contrario.

Se le escapó un ligero gemido y se acercó a él rápidamente. Le abrazó y apoyó la cabeza de él contra su cuerpo.

– Te quiero tanto -susurró-. No lo olvides. No dejes de repetírtelo, todo irá bien.

Mientras le abrazaba, Frank siguió mirando más allá de ella, más allá de sus manos, mirando hacia la puerta por la que me había ido. Bonnie deseó morir antes de mostrar el más mínimo indicio de debilidad delante de él.

El teléfono sonó en la mesa de Benson. Ella sintió la tensión de Frank entre sus brazos, contra su pecho. Le abrazó con fuerza. El oficial de guardia siguió tecleando durante unos segundos.

– Debe de ser Weiss -comentó Frank en voz baja.

Bonnie apoyó la mejilla contra el pelo de Frank.

– Todo irá bien -murmuró. Cerró los ojos con tanta fuerza que las lágrimas empezaron a brotar de nuevo.

El teléfono siguió sonando. Benson dejó de escribir y cogió el auricular.

– Debe de ser del despacho del gobernador -aclaró con voz apagada-. Para decirnos que el gobernador rechaza el indulto.

– Te quiero, te quiero -sollozó Bonnie-. No pienses en nada más y todo irá bien.

Benson escuchó un momento y luego, dando un suspiro, se levantó.

– Frank gritó acercándose a la celda-. Es tu abogado. Llama desde Jeff City.

6

Me alejé de la prisión conduciendo lentamente. Pasando por los inmuebles blancos, hacia el blanco horizonte, mientras los edificios de color blanco se desvanecían en el retrovisor. Me dejé caer pesadamente en el asiento, relajando mi cuerpo, sujetando el volante con atención. El vinilo me abrasaba la espalda, y la camisa se me pegaba a la piel. El interior mal ventilado me hacía sentir como si flotara. Estaba agotado.

Encendí un cigarrillo y le di una calada profunda. Oía el chasquido de las bujías del Tempo y el silbido del ventilador. Miré a través del parabrisas al cielo vacío. Usted nos cree, ¿verdad?… Yo… yo… fui a comprar una botella de salsa A-1… Él sabe… Jesucristo, nuestro Señor… Ella dio marcha atrás por el otro lado… ¿Dónde estaba usted? No tenía una visión clara… Todo este tiempo… ¿Nos cree? Las voces que había escuchado durante la última hora zumbaban, resonaban y retumbaban confusamente en mi cabeza: como moscas en la brisa de una puesta de sol. Entremezclándose las unas con las otras, zumbando en un oído y luego en el otro, runruneando, aleteando juntas, insistentese insensibles. Usted nos cree, ¿verdad?… Fui a comprar una botella de salsa A-1… Él sabe…

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