Robert Crais - Los Ángeles requiem

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A Joe Pike le parece imposible empezar de cero en la ciudad de Los Ángeles, donde los fantasmas del pasado se ocultan tras las luces de neón. Sus días como policía siguen ensombreciendo su presente e influyendo en su actividad como investigador privado. Su única relación estable es la que mantiene con su socio, Elvis Cole, un perspicaz detective con su propio pasado oscuro. Cuando una antigua amante de Pike aparece asesinada en las colinas de Hollywood, Joe y Elvis inician, a instancias del padre de la victima, una investigación paralela a la policía, lo que levantará las suspicacias de los antiguos compañeros de Pike y acabará por enturbiar el asunto hasta límites insospechados.

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Watts se limitó a mirarme fijamente con sus ojos inexpresivos, sin hacer ningún comentario, pero cuando Krantz se fue a hablar con la prensa, Watts me dijo:

– Me he tirado todo el camino intentando decidir si debía culparte por lo de Dolan o no.

– Tranquilo, ya me he dedicado a eso yo mismo.

– Sí, supongo que sí, pero hacía más de diez años que la conocía y sé cómo era. Cuando ha recibido los disparos he visto cómo has entrado. No sabías qué había dentro, pero has entrado. Y también he visto cómo la tapabas con la chaqueta.

Se quedó allí durante unos instantes como si no supiera qué más decir y después me tendió la mano. Le di la izquierda.

– ¿Se sabe algo de Pike? -pregunté.

– Todavía no. Según Krantz, estaba muy mal herido.

– Sí. Mucho. ¿Habéis acabado el registro del garaje de Sobek?

– Casi todo. Ahora están en ello los de la SID.

– ¿Habéis visto algo que exonere a Pike?

Watts negó con la cabeza.

Pensé en la receta de Percocet, en si serviría para aliviar aquel tipo de dolor.

– Venga, que te llevo.

– Krantz ha dicho que había llamado a un coche patrulla.

– A la mierda el coche patrulla. Puedes venirte conmigo.

No intercambiamos ni diez palabras entre Palm Springs y Los Ángeles, hasta que nos acercamos a la salida del Centro Médico del Condado de Los Ángeles Universidad del Sur de California, adonde Krantz le había ordenado que me llevara.

– ¿Dónde tienes el coche?

– En casa de Dolan.

– ¿Puedes conducir con el brazo así?

– Puedo.

Pasó de largo la salida sin una palabra y me llevó a casa de Dolan. Entramos con el coche en el camino de acceso y nos quedamos allí parados, mirando la casa. Alguien tenía que ir hasta el garaje de Sobek a recoger su BMW. Alguien tenía que llevarlo a su sitio.

– Esta noche no te voy a fichar, pero tienes que presentarte mañana.

– Krantz va a cabrearse.

– Ya me ocupo yo de él. ¿Vas a ir o tendré que ir a buscarte?

– Iré.

Se encogió de hombros, como si no hubiera esperado otra cosa.

– Seguro que tiene una buena botella de tequila por ahí dentro -aventuró-. ¿Qué te parece si echamos un brindis por ella?

– Vale, me parece bien.

Dolan tenía una llave de repuesto debajo de una maceta del jardín trasero. No le pregunté a Watts cómo lo sabía. Una vez dentro, también sabía adonde ir a buscar el tequila.

Era la casa más silenciosa del mundo, como si algo se hubiera evaporado al morir ella. Quizás había sido así. Nos sentamos y bebimos, y al cabo de un rato Stan Watts se metió en el dormitorio. Estuvo allí bastante rato y cuando salió llevaba una cajita de ónix. Se sentó con ella en el regazo y siguió bebiendo. Cuando ya había tomado suficiente abrió la caja y sacó un corazoncito azul. Se lo metió en el bolsillo de la americana, enterró la cara entre las manos y se echó a llorar como un bebé.

Me quedé con él durante casi una hora. No le pregunté por el corazón ni por la cajita, pero lloré con y por él, y también por Dolan. Y por Pike y por mí, porque mi vida estaba haciéndose añicos.

El corazón es algo por lo que merece la pena llorar, aunque sea de ónice.

Al cabo de un rato llamé a mi contestador desde el teléfono de Dolan. Joe no había llamado, ni Lucy tampoco. Ya se había hecho pública la noticia de la identificación de Laurence Sobek y de lo sucedido en Palm Springs, y tenía la esperanza de que Lucy hubiera dicho algo.

Pensé en llamarla yo, pero no lo hice. No sé por qué. Era capaz de liarme a tiros con Sobek, pero llamar a la mujer que amaba era superior a mis fuerzas.

En lugar de eso, entré en la cocina de Dolan a buscar la fotografía que me había hecho en Forest Lawn. Me quedé mucho rato mirándola y después me la metí en el bolsillo. Estaba allí a la vista pegada en la nevera, pero tenía la esperanza de que Watts no la hubiera visto. Quería que fuera algo entre Samantha y yo, y al mismo tiempo que no se entrometiera entre Watts y ella.

Volví al salón y dije que tenía que irme, pero Watts no me oyó o no le pareció que hiciera falta contestar. Estaba en algún lugar en lo más profundo de su ser, o quizás en aquel corazoncito azul. En cierto modo supongo que estaba con Dolan.

Le dejé así, me fui a la farmacia a buscar lo que me habían recetado y después a casa con ganas de tener también yo un corazoncito azul, un corazón secreto en el que, si miraba bien, encontraría a la gente que quería.

Capítulo 40

Aquella noche la casa me pareció un lugar enorme y vacío. Llamé a los empleados de Joe, pero no habían sabido nada de él y estaban muy inquietos por la noticia. Fui nerviosamente de un lado a otro para reunir el coraje necesario para llamar a Lucy, pero pensando en Samantha Dolan. No hacía más que imaginármela aquella mañana mientras me decía que iba a seguir yendo tras de mí, que siempre conseguía lo que quería y que iba a lograr que la quisiera. Pero estaba muerta y jamás podría confesarle que ya lo había conseguido.

Sentía un dolor tan agudo en el hombro que me parecía imposible. Me tomé un Percocet, me lavé las manos y la cara y llamé a Lucy. Hasta marcar el número me causaba dolores.

A la tercera llamada contestó Ben, que bajó la voz al darse cuenta de que era yo.

– Mamá está muy enfadada.

– Ya lo sé. ¿Crees que querrá hablar conmigo?

– ¿Seguro que quieres que se ponga?

– Seguro.

Esperé a que llegara hasta el teléfono, pensando en lo que iba a decirle y cómo. Cuando se puso noté su voz más distante de lo que esperaba.

– Se ve que tenías razón -dijo.

– ¿Te has enterado de lo de Joe?

– Ha llamado el teniente Krantz. Me ha dicho que Joe se había marchado herido.

– Sí. He apartado el arma de Krantz para que Joe pudiera irse. Oficialmente, estoy detenido. Mañana tengo que ir a Parker Center y entregarme.

– Eso es lo que se llama secundar la comisión de un delito.

Me sentía mezquino e idiota y tenía náuseas. Me dolía todo el costado derecho.

– Pues sí, Lucy. Le he quitado el arma a Krantz. He interferido. He cometido un delito grave y cuando me condenen me quitarán la licencia, y ya está. Encontraré trabajo de guardaespaldas en alguna agencia o quizá pueda volverme a alistar en el ejército. Ya me espabilaré.

– ¿No vas a contarme que te han pegado un tiro? -me preguntó con una voz más suave.

– ¿Te lo ha dicho Krantz?

– Oh, Elvis.

Parecía cansada. Colgó sin más.

Me quedé junto al teléfono durante un rato, pensando en que debería volver a llamarla, pero no lo hice.

Al final, el gato entró en casa y se dirigió hacia la cocina, olisqueando con hambre. Abrí una lata de atún Bumble Bee y me senté con él en el suelo. El Bumble Bee es su preferido. Le dio dos lengüetazos y después se puso a olerme el hombro.

Me lamió los vendajes y le dejé.

En el mundo no es que sobre el amor, y no es buena idea rechazar el que te ofrecen.

* * *

A la mañana siguiente, Charlie me llevó a Parker Center, donde Krantz y Stan Watts me acompañaron mientras me fichaban. Ninguno de los dos mencionó que yo había pasado la noche en casa. A lo mejor lo habían hablado entre ellos.

Aquella tarde comparecí ante el juez, fijaron la fecha del juicio en el Tribunal Superior y me dejaron libre sin fianza. No pude concentrarme mucho en los trámites; estaba pensando en Joe.

Paulette Renfro y Evelyn Wozniak se acercaron desde Palm Springs para la comparecencia. Después se sentaron con Charlie y conmigo para comentar lo que había sucedido entre Krantz y yo. Ambas se ofrecieron a mentir por mí, pero me negué. Charlie escuchó su versión de los hechos, que coincidía con la mía. Cuando terminamos, Charlie se reclinó y me dijo:

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