Robert Crais - Los Ángeles requiem

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A Joe Pike le parece imposible empezar de cero en la ciudad de Los Ángeles, donde los fantasmas del pasado se ocultan tras las luces de neón. Sus días como policía siguen ensombreciendo su presente e influyendo en su actividad como investigador privado. Su única relación estable es la que mantiene con su socio, Elvis Cole, un perspicaz detective con su propio pasado oscuro. Cuando una antigua amante de Pike aparece asesinada en las colinas de Hollywood, Joe y Elvis inician, a instancias del padre de la victima, una investigación paralela a la policía, lo que levantará las suspicacias de los antiguos compañeros de Pike y acabará por enturbiar el asunto hasta límites insospechados.

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– ¿Cinco? -pregunté.

– Exacto. Todos asesinados de un tiro del 22 en la cabeza, todos con restos de plástico blanco y de lejía, y a veces con trocitos de cinta aislante. Éstas son las fechas de las muertes. -Jerry dio un par de palmadas como si estuviéramos en algún sitio del este a bajo cero y no en Los Ángeles a veinticinco grados-. No he podido sacar el informe porque todos están en la sección de Expedientes Especiales, pero he copiado los nombres y algunos datos. Creía que es lo que querías.

– ¿Que es la sección de Expedientes Especiales?

– Siempre que la poli quiere que los forenses sean discretos sobre un caso guardan los expedientes ahí. Sólo se puede entrar con una orden especial.

Releí los nombres. Cinco asesinatos, no uno solo. Julio Muñoz, Walter Semple, Vivian Trainor, Davis Keech y Karen García.

– ¿Estás seguro de esto, Jerry?

– Coño, claro que estoy seguro.

– Por eso tienen el caso los de Robos y Homicidios. Por eso aparecieron tan deprisa.

– Sí, hace más de un año que tienen un grupo operativo dedicado a esto.

– ¿Hay alguna posibilidad de conseguir una copia del expediente?

– No, ni hablar. Ya te lo he dicho.

– ¿Puedo leer los informes?

Hizo un gesto de impotencia y retrocedió.

– Que no, tío. Y no me importan todas las amenazas de Rusty. Si alguien se entera de lo que te he dicho, se me cae el pelo. Me voy a la puta calle.

Le miré mientras se alejaba y le llamé para que se detuviera.

– Jerry.

– ¿Qué?

Me subió por la columna vertebral algo que tenía cientos de patitas pegajosas.

– ¿Están relacionadas las cinco víctimas?

Jerry Swetaggen sonrió, pero aquella vez con miedo. La sonrisita de autosuficiencia había dado paso a una expresión de espanto.

– No, tío. La poli dice que mata al azar. No hay relación.

Jerry Swetaggen desapareció en la luz borrosa que precede al amanecer. Me metí el papel en el bolsillo y acto seguido lo saqué y volví a mirar los nombres.

– Vaya si escondían cosas los polis…

Quizá necesitaba oír una voz humana y me bastaba que fuera la mía.

Guardé la hoja y me puse a pensar. Era algo de tal magnitud que me parecía imposible abarcarlo; era como querer abarcar el zepelín de Goodyear con los brazos. Quedaba claro por qué el FBI andaba metido en aquello y por qué la policía no quería verme por allí. Si mantenían lo del grupo operativo en secreto seguramente tenían sus motivos, pero Frank García seguiría preguntando qué estaba haciendo la policía respecto al asesinato de su hija y yo seguía sin poder darle una respuesta. No quería decirle que todo iba bien si no era verdad. Si le decía lo que acababa de contarme Jerry Swetaggen, se acabaría el secreto, y eso podría perjudicar a la policía de cara a la captura del asesino. Por otro lado, Krantz me había ocultado la verdad, así que no sabía en qué punto de la investigación estaban. Podía tener fe en que estarían trabajando a fondo, pero Frank García no buscaba fe.

Y la que había sido asesinada era su hija.

Volví a entrar en la cafetería, encontré una cabina en la parte de atrás, junto a los lavabos, y llamé a Samantha Dolan al trabajo. A veces la gente del turno de día llega temprano, pero nunca se sabe.

Al cuarto timbre contestó un hombre con voz de fumador.

– Robos y Homicidios. Taylor.

– ¿Ha llegado ya Samantha Dolan?

– No. ¿Quiere dejarle algún recado?

– No, gracias. Ya volveré a llamar.

Pedí un café para llevar y me fui hasta Parker Center. Aparqué delante de la entrada, bajo la luz de coral del inminente amanecer.

Volví a pensar en lo que podía hacer y en cómo hacerlo, pero estaba hecho un lío, inquieto, y no era momento para encontrar soluciones.

Había alguien que llevaba casi dos años matando gente por las calles de Los Ángeles. Si las víctimas hubieran estado relacionadas se habría hablado de un asesino a sueldo. Si mataba al azar tenía otro nombre: asesino en serie.

Capítulo 13

Los agentes del turno de noche fueron marchándose paulatinamente a medida que llegaban los del turno de día. Samantha Dolan apareció al volante de un BMW azul marino. En el marco de la matrícula llevaba escrito: «Quiero ser Barbie. La muy puta lo tiene todo.» Los demás policías conducían en su mayoría sedanes estadounidenses o furgonetas, y casi todos llevaban un enganche para remolque, porque a los policías les gustan los barcos. Es algo genético. Dolan no lo llevaba, pero era la única en tener un BMW. Quizás una cosa compensaba la otra.

La seguí y aparqué a su lado. Al verme arqueó las cejas y me observó mientras bajaba de mi coche y subía al suyo. El cuero negro combinaba muy bien con su reloj Piaget.

– Se ve que la serie no fue un desastre tan grande, Dolan. Menudo coche.

– ¿Qué coño haces aquí a estas horas? Yo creía que los detectives privados dormíais hasta las tantas.

– Quería hablar contigo sin tener a Krantz revoloteando alrededor.

Sonrió, y de repente la vi muy guapa, como una chica normal y corriente, pero con mirada picara.

– No vas a decirme guarradas, ¿verdad? Es que me pongo colorada.

– Hoy no. Me he leído los informes que me pasaste y he visto que faltan algunos datos, como el trocito de plástico que encontró el criminólogo y las partículas blancas que sacó la forense de la herida de Karen García. He pensado que a lo mejor tú podías ayudarme a conseguir los informes buenos.

Dolan dejó de sonreír. Tenía una agenda de piel granate en el regazo, además de un maletín y una Sig Sauer de nueve milímetros. El arma estaba metida en una funda de pinza y seguramente solía llevarla debajo del asiento delantero. Casi todos los polis llevaban Berettas, pero la Sig es una pistola fácil de disparar y muy certera. La suya tenía una mira de un material que brillaba en la oscuridad.

– Lo mejor para los dos -añadí- es que no finjas que no sabes de qué estoy hablando. Quedarías muy mal.

Dolan sacó con brusquedad un teléfono móvil de la guantera y se lo metió en el bolso.

– Te di los informes que me pasó Krantz. Si no te parece bien, díselo a él. Me parece que se te ha olvidado que trabajo para Krantz.

– ¿Y él para quién trabaja? ¿Para el FBI?

Siguió recogiendo cosas.

– Seguí al tío del corte de pelo militar, Dolan. Sé que es del FBI. Sé por qué están metidos en el caso y por qué lo mantienen en secreto.

– Has visto demasiados capítulos de Expediente X . Sal. Tengo que ir a trabajar.

Saqué la hoja de papel con los cinco nombres y se la di.

– Si yo soy Mulder, ¿tú eres Scully?

Dolan se quedó mirando los cinco nombres y después fijó sus ojos en mí, intrigada.

– ¿De dónde has sacado esto?

– Soy el mejor detective del mundo, Dolan. Para mí ahora no es temprano. Yo nunca duermo.

Me devolvió el papel como si no se creyera que aquello estaba sucediendo y pudiera fingir que no lo había visto.

– ¿Por qué has venido a enseñarme esto, superdetective? El jefe es Krantz.

– He pensado que tú y yo podemos hacer esto con discreción.

– ¿A qué te refieres?

– Me habéis estado metiendo goles. Quiero saber qué pasa de verdad en la investigación…

Dolan empezó a agitar la cabeza antes de que terminara la frase y levantó las manos.

– Ni hablar. No quiero tener nada que ver con esto.

– Ya sé quiénes son las víctimas, cómo las asesinaron y cuándo. Hoy voy a tener sus biografías. Sé que estáis vigilando a Dersh, aunque ignoro por qué. Sé que Robos y Homicidios ha montado un grupo operativo, que el FBI está en el ajo y que lo lleváis todo en secreto.

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