– No. De hecho, ayer Yacub me dijo que estaba en un campo de entrenamiento de muyahidines del GICM, en Marruecos. También me dijo que él regresaba a Rabat…
– Pablo nos ha puesto al corriente -dijo Rodney, asintiendo.
– ¿Ya lo habéis encontrado? -preguntó Falcón, y Rodney lanzó una mirada desafiante-. Pablo dijo que le habíais perdido la pista, o, mejor dicho, que Yacub se había zafado de vuestro…
– Volvimos a encontrarlo hace una hora -dijo Rodney-. Estaba sólo él. Abdulá se quedó en el hotel. No es la primera vez que se zafa de uno de nuestros vigilantes, ¿sabes?
– ¿Lo seguís todas las veces que viene a Londres?
– Lo hacemos ahora -dijo Hamilton-, desde la primera vez que se zafó del vigilante, en el mes de julio.
– ¿En julio? -dijo Falcón, asombrado-. Si fue sólo un mes después de que lo reclutase.
– Ésa es la cuestión -dijo Rodney, mientras se movía en el asiento y se recolocaba la corbata-. ¿Cómo pudo quedarse con nosotros un mero aficionado?
– ¿Quedarse con vosotros? -dijo Falcón, atónito.
– Tomarnos el pelo, vaya -dijo Hamilton, explicando la expresión.
– ¿Cómo pudo un puto fabricante de vaqueros de Rabat llegar al MI5 y hacernos quedar a todos como imbéciles? -dijo Rodney.
– ¿Y la respuesta es…? -dijo Hamilton, que no quería fomentar la irritación de Rodney.
– Está muy bien entrenado -dijo Rodney-. Y no creemos que todo eso lo aprendiese en un mes.
– Si fue así, fue auto-didactic -dijo Falcón.
– ¿Cómo dices? -preguntó Rodney.
– Self-taught -dijo Hamilton.
– Lo siento, no hablo muy bien inglés. A veces sólo me viene a la mente la palabra española -dijo Falcón-. ¿No fuisteis vosotros… o fue el MI6, quien intentó reclutar a Yacub antes que yo? Y creo que los americanos también hicieron un intento.
– ¿Y qué? -preguntó Rodney.
– Entonces lo sometisteis a una investigación, ¿no? -preguntó Falcón.
– El MI6 dijo que no era nada fuera de lo común -dijo Rodney-. Aparte de ser un shirt-lifter . Pero no un puto doctor de la escuela de espionaje, si es eso lo que quieres decir.
– ¿ Shirt-lifter ? -preguntó Falcón.
– Nada -dijo Hamilton.
– Maricón -dijo Rodney, clavándole la mirada.
– ¿Y ahora en qué punto está la cosa? -preguntó Falcón, captando de soslayo la agresión de Rodney.
– Esperábamos que nos lo dijeras tú -dijo Hamilton, mientras le pasaba una hoja de papel-. Éstas son las cinco ocasiones en que lo perdimos de vista.
– Falcón revisó la lista de citas, horas y lugares. Holland Park, Hampstead Heath, Battersea Park, Clapham Common y Russell Square. Dos veces en julio, una en agosto y dos en septiembre. Nunca menos de tres horas, salvo esta última vez.
– Así que lo perdisteis de vista en estos lugares, ¿pero dónde volvió a aparecer?
– Volvimos a dar con él cuando regresaba al hotel -dijo Hamilton.
– ¿Al Brown's?
– Siempre.
– Y ya que has informado a Pablo sobre lo que ocurrió entre Yacub y tú en Madrid ayer, no nos importaría saber a qué se ha estado dedicando -dijo Rodney-. Tú eres su supervisor y te está mintiendo. No está trabajando con nosotros, pero se supone que está de nuestra parte. Una cosa es que actúe en función de sus propios intereses, y otra muy distinta que se haya pasado al otro bando.
– Ya tenemos treinta y dos presuntos grupos terroristas distintos sometidos a cierto tipo de vigilancia aquí en el Reino Unido -dijo Hamilton-. Diecisiete de ellos están en Londres. Son casi dos mil personas las que tenemos vigiladas en todo el país. Evidentemente, hemos tenido que incrementar nuestros efectivos desde los atentados del 7 de julio del año pasado, lo que significa que nos hemos ampliado. Tenemos que reclutar a gente al mismo ritmo que los terroristas.
– Así que no estamos para que nos vengáis a cagar a la puerta -dijo Rodney-. Por decirlo cortésmente.
– ¿Alguno de esos grupos que vigiláis está conectado con alguna de las células del GICM en el resto de Europa, o Marruecos? -preguntó Falcón.
– Digámoslo así -respondió Rodney-: no hemos sido capaces de encontrar ninguna conexión entre los miembros el GICM y los grupos del Reino Unido. Pero eso no significa que no existan vínculos. Los franceses nos dicen que ya hay aquí una célula viva del GICM.
– ¿Y ellos cómo lo saben? -preguntó Falcón.
– Atraparon a un chico marroquí en una redada antidrogas en Alès, al sur de Francia, y el chaval aportó información sobre un grupo de Marsella a cambio de no ir a la cárcel. Esta célula de Marsella suministraba pisos francos y documentación. La DGS entró allí y encontró información bastante interesante. El chico marroquí apareció muerto en el río Gard una semana después, con los pies triturados y degollado. Así que los franceses pensaron que habían dado en el clavo -dijo Rodney, que a continuación recordó algo más-. Y los alemanes nos dijeron que vieron a Yacub reunido con un empresario turco muy devoto en una feria en Berlín a principios de este mes.
– ¿Qué clase de empresario? -preguntó Falcón-. Hay mucho algodón en Turquía, y Yacub es fabricante de ropa.
– Por eso no nos preocupamos demasiado -dijo Rodney-. El turco es un fabricante de algodón de Denizli. Pero cuando cotejamos eso con otra información que encontramos, suscita más preguntas.
– ¿Qué «otra información»?
– ¿Adónde va el dinero del turco? -preguntó Rodney.
– Los musulmanes ricos y devotos consideran parte de su deber para con la comunidad…
Rodney le hizo un gesto para ridiculizar su verborrea.
– Ya sabes lo que pasa en Turquía, con esa batalla entre lo laico y lo religioso -dijo Rodney-. Podríamos entender que el dinero turco se destinase a una escuela local, pero resulta que acaba en Estambul y en las arcas políticas de allí. Y no son arcas laicas.
– De acuerdo -dijo Falcón, levantando las manos-. Así que lo que queréis que os proporcione es cierta clarificación sobre la conducta de Yacub en los últimos meses.
– No nos malinterpretes -dijo Hamilton, pasándose la corbata entre los dedos-. Estamos muy agradecidos a Yacub. Sus observaciones de junio sobre la trama del 4x4 fueron sumamente valiosas. El MI6 no había avanzado nada en esa misión. Pero la cuestión es que entonces él estaba en vuestro territorio, y ahora está en el nuestro, y no queremos correr riesgos.
– No creemos que fuera casual que rechazase al MI6 y a los yanquis -dijo Rodney, y Douglas Hamilton le fulminó con la mirada.
– ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó Falcón.
– Es el momento idóneo para echarse un pitillo -dijo Rodney, que se levantó y salió de la sala.
* * *
La tienda de deportes, Décimas, en el primer piso del centro comercial de la plaza Nervión, estaba repleta de niños y padres. Todo el mundo con la misma idea. Los dependientes no paraban de moverse de acá para allá. Darío sabía lo que quería. Unas Pumas negras. Consuelo abordó a una vendedora y la puso a trabajar en el proyecto. Sonó el móvil. Ricardo, el hijo mayor, le pedía permiso, o mejor dicho le informaba de que se iba a Matalascañas, en la costa, a pasar la tarde. Ella le dijo que volviese a tiempo para cenar con Javier. Había llegado a la entrada de la tienda cuando colgó. Dos hombres la miraron de soslayo al pasar por delante del local comercial, y luego le clavaron la mirada, uno tras otro. Arquearon las cejas, se encogieron de hombros y salieron hacia las escaleras.
De nuevo atendió a Darío. Se había probado las botas. Le quedaban pequeñas. ¿Ya le quedaban pequeñas? Le crecían los pies mes a mes. La chica volvió al almacén, pero la abordó una pareja que se resignaba a esperar. Sonó de nuevo el móvil de Consuelo. El agente inmobiliario de Madrid. Intentaba impresionarla, mostrándole que estaba muy ocupado en sábado. Había poca cobertura en la tienda, empezaba a cortarse la comunicación. La vendedora volvió con un número mayor. De inmediato la cogió por banda otra persona. Consuelo le calzó las botas a Darío. El niño trotó por la tienda. Sonrió. Le quedaban perfectas. Volvió la chica, las metió en la caja y las llevó al mostrador. Tres personas esperaban para pagar. El móvil volvió a sonar. Dejó a Darío en el mostrador, salió de la tienda, se acercó al ventanal que daba a la gran plaza descubierta en el medio del centro comercial, a cuya izquierda se alzaba imponente el estadio de fútbol con el escudo del Sevilla. Con un ojo vigilaba el avance de la cola desde el vestíbulo principal. Dos minutos. Volvió a colgar. Entró en la tienda. Dejó la tarjeta de crédito en el mostrador mientras Darío le daba la vuelta a la bolsa. Estaba deseando llegar a casa, probárselas, meterle unos cuantos goles a Javi al final de la tarde… si volvía antes de que se hiciera de noche.
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