Stella Rimington - La invisible

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La impactante novela escrita por la directora del servicio de inteligencia británico.
Cuando la agente Liz Carlyle se dirige a la reunión semanal del servicio de antiterrorismo del MI5 -el servicio de inteligencia británico- no puede imaginarse la noticia que va a abrir la mañana: el Sindicato Islámico del Terror puede estar preparando a un invisible, un terrorista originario del país objetivo, en este caso Gran Bretaña. Carlyle y su equipo se embarcarán en una carrera contra el reloj para evitar un atentado terrorista en Inglaterra. El personaje de M, jefa de James Bond, está claramente inspirado en Stella Rimington.Con sus novelas, Rimington nos da una visión realista del trabajo de los servicios de inteligencia británicos.

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– De acuerdo. No me lo pases, ya voy.

La voz del docente apenas se oía, daba la impresión de que hubiera colocado varios pañuelos sobre el micrófono.

– Sí, les oigo… hable…

– Necesito saber algo de una de sus ex alumnas, Jean d'Aubigny… ¡Sí, Jean d'Aubigny!

– … cuerdo muy bien… ¿Qué puedo…?

– ¿Tenía algún amigo o amiga especial? ¿Alguien con quien pasara las vacaciones? ¿Alguien con quien pudiera haber mantenido contacto?

– ¿Contacto?

– ¡¿Quiénes eran los mejores amigos de Jean d'Aubigny?!

– … oven difícil, no hacía amigos fácilmente. Su mejor amiga por lo que… erdo era una chica problemá… ada Megan Davies. Su familia… vía en Lincoln, creo. Su padre… uerzas aéreas, en la RAF.

– ¿Está seguro?

– Es lo que me dijer… John y Dawn eran una pareja agradable. Creo que… y en consecuencia, Megan se volvió muy rebeld… Al final, dio la impresión de que permitíamos… estros alumnos consumieran drogas y…

– ¿Fue Jean d'Aubigny a visitar alguna vez a la familia Davies?

– … e yo sepa. Puede que lo hiciera después de que Megan dejara Garth Hous…

– ¿Adonde se trasladó la familia Davies desde Gedney Hill?

– Lo siento, pero no puedo ayudarla. Ellos… cuando Megan dejó nuestra escuela…

– ¿Sabe adonde fue después Megan? ¿A qué colegio o escuela…? ¿Señor Price-Lascelles? ¿Oiga…? ¡¿Oiga…?!

Pero la línea se había cortado. Al levantar la vista, reparó en que todos los presentes tenían los ojos fijos en ella. Mackay y Dunstan exhibían sonrisas particularmente indulgentes.

¿Había sido todo inútil? Que alguien la hiciera desaparecer, por favor.

Colgó y volvió a su mesa, sin hacer caso de los ojos que seguían sus movimientos. Buscó su lista de contactos en el portátil y llamó al Ministerio de Defensa. Se identificó ante el oficial de guardia y pidió que le pasaran con Archivos.

– Ya estamos cerrando el chiringuito -advirtió una agradable voz casi juvenil-. Tendrá que ser rápida.

– Tardaré lo que sea necesario -replicó ella en el mismo tono-. Es un asunto de seguridad nacional, y si no quiere estar buscando trabajo mañana mismo le sugiero que no se mueva un centímetro de su puesto hasta que terminemos. ¿Ha quedado claro?

– La escucho -dijo el joven con petulancia.

– Archivos de la RAF. John Davies. D-a-v-i-e-s. Oficial. Probablemente administrativo. Nombre de la esposa: Dawn. Nombre de la hija: Megan.

– Un segundo. Estoy… -Liz oyó como tecleaba-. ¿Ha dicho John Davies…? Sí, aquí lo tenemos. Casado con Dawn, apellido de soltera Letherby. Estaba en el Comando Estratégico del Aire.

– ¿Alguna vez estuvo destinado en Lincolnshire?

– Sí. Pasó… veamos, dos años y medio en la base Gedney Hill de la RAF.

– ¿Sigue operativa? Nunca he oído hablar de ella.

– La cerraron cuando recortaron los presupuestos hace diez años. Allí solían dar cursos de evasión a las tripulaciones. Y creo que las Fuerzas Especiales realizaban entrenamientos con sus Chinook.

– ¿Adonde enviaron a Davies después? -preguntó Liz.

– Veamos… Pasó seis meses en Chipre, y después lo pusieron al mando de la base Marwell de la RAF en East Anglia. Los norteamericanos la utilizan para…

Liz sintió que su mano estaba a punto de estrujar el auricular. Tuvo que obligarse a mantener el mismo tono de voz.

– Lo sé -cortó-. ¿Dónde vivían su familia y él?

– En un lugar llamado West Ford. ¿Quiere la dirección?

– Después. Primero, quiero que busque otro nombre. Delves, Colin Delves. D-e-l-v-e-s. Actualmente ostenta el mando de Marwell. Mire si vive en la misma dirección.

Otra ráfaga de tecleo y un breve silencio.

– Sí, en la misma dirección. Número uno de La Terraza, West Ford.

– Gracias.

Liz colgó y miró en derredor.

– Estamos protegiendo el objetivo equivocado.

Un helado silencio. Absolutamente hostil.

– La dote de Jean d'Aubigny, la razón por la que fue ascendida tan rápidamente a un estatus operativo, es que tiene información clasificada vital para el SIT; concretamente, dónde se aloja el comandante de la base Marwell. Estuvo viviendo allí con una amiga de su escuela. Con toda seguridad se conoce hasta el último rincón de la casa. Van a matar a Colin Delves y toda su familia.

Jim Dunstan parpadeó varias veces mientras su rostro se quedaba blanco como el papel. Sus ojos pasaron de Mackay a Don Whitten.

El capitán del SAS fue el primero en reaccionar, descolgando el teléfono y marcando un número interno.

– Equipos Sabre, preparados para acción inmediata. Repito, Equipos Sabre, preparados para partir.

– ¡West Ford! -exclamó Liz-. El pueblo se llama West Ford.

Una docena de voces gritando órdenes a la vez. Ruido de pies corriendo, de encendido de motores, de rotores empezando a girar. Y un segundo después, el iluminado hangar volviéndose pequeño bajo ellos.

63

El Hombre Verde era amplio, sencillo y básicamente cervecero, con una larga barra de roble y una impresionante hilera de grifos. No tenía máquina de discos automática ni de apuestas, pero la clientela era joven y bulliciosa, y el volumen de decibelios bastante alto. Una nube de humo de cigarrillos flotaba por encima de las cabezas. Tras una breve búsqueda, Jean y Denzil encontraron una mesa, y el chico fue por la primera ronda. Ella advirtió que, mientras esperaba que lo sirvieran, contaba disimuladamente su dinero.

Volvió con una pinta de Suffolk para cada uno. Como musulmana, Jean no bebía alcohol desde hacía bastantes años, pero Faraj le sugirió que aceptara por lo menos una consumición para mostrar su predisposición. La cerveza tenía una textura amarga y jabonosa, pero no le resultó desagradable. Además, la jarra le dio algo con lo que entretener las manos e, igualmente importante, algo que mirar mientras hablaba. Al principio de la velada había cometido el error de mirar a Denzil a los ojos -unos ojos grandes e inquisitivos- y le resultó casi insoportable.

Hablar con él fue más difícil de lo que esperaba. Era torpe y tímido, pero también sensible, modesto y amable. Jean era dolorosamente consciente de que en circunstancias normales disfrutaría de su compañía, y se daba cuenta de que el chico sacaba todos los temas de conversación susceptibles de despertar su interés.

«No lo mires a él, mira a través de él», se ordenó. Pero no le sirvió de nada. Compartía un espacio reducido e íntimo con un joven que, para su sorpresa, empezaba a gustarle. Y al que planeaba matar poco después.

Cuando llegó su turno de pagar las bebidas, volvió con una pinta en cada mano y le dio las dos a él. Su primera jarra seguía medio llena.

– Para ahorrar tiempo -explicó-. Ahora están bastante desbordados.

– Pues cuando vienen los yanquis suele estar mucho más lleno -le dijo-. Por no mencionar que nos ponen las cosas más difíciles a los chicos de por aquí.

– ¿Y por qué no han venido hoy?

– Probablemente están acuartelados… o como se llame. Parece que hay una alerta terrorista. Hubo un par de crímenes en Brancaster y creen que pueden tener algo que ver con Marwell.

– ¿Qué es Marwell?

– Una de las bases de la RAF que utilizan los norteamericanos. Ya sabes, como Lakenheath y Mildenhall…

– ¿Y qué tiene que ver con lo ocurrido en Brancaster? Creía que la gente iba allí a navegar.

– Pues, la verdad, no estoy muy seguro. Me lo ha dicho mi padrastro. El es… humm… -Denzil no levantó los ojos de su pinta-. Es… está más enterado de los chismes locales que yo. Creen que la gente que cometió esos asesinatos en la costa podría lanzar una especie de ataque contra Marwell.

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