John Gardner - Nadie Vive Enternamente

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Durante años, May, el ama de llaves escocesa de James Bond, ha sido la única constante de su agitada existencia. Pero May tiene gravemente dañado el pulmón izquierdo, lo cual provoca en el superagente un paroxismo de preocupación casi filial. Primero un gran especialista londinense y luego la convalecencia en una carísima clínica alemana tranquilizan la conciencia de Bond, pero no consiguen acallar la cáustica lengua del ama de llaves. Bond ha sido advertido de que, en caso de negarse a “colaborar”, la mujer corre el peligro de no celebrar su próximo cumpleaños.
Un incidente en el transbordador del Canal de la Mancha -cuando el buque permanece detenido mientras se busca a un par de jóvenes que, al parecer, han caído por la borda- pone inexplicablemente nervioso al famoso superagente. Y pocas horas después de su desembarco en un puerto belga, se produce el primer movimiento de un desconcertante y mortífero juego del gato y el ratón, en el que la presa es precisamente James Bond. ¿Cuál podrá ser el objetivo de la venganza personal tramada por un atacante que Bond no logra identificar?
Nunca los mecanismos de defensa del superagente 007 han sido sometidos a más dura prueba que en el momento en que comprende que se ha puesto precio a su cabeza…

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Permaneció un rato en la superficie y calculó que debía de haber una distancia de dos kilómetros hasta la orilla. A continuación, oyó un rugido de motores y vio una pequeña embarcación que rodeaba la isla, a su izquierda, iluminándose con un potente reflector. La patrulla habitual de Tamil Rahani, pensó. Debía de haber por lo menos dos embarcaciones como aquella, vigilando constantemente. Aspiró aire, se sumergió, y nadó a buen ritmo, pero sin cansarse, para no malgastar energías.

Salió dos veces a la superficie y, a la segunda, vio que habían descubierto su lancha. La patrullera se detuvo y se oyeron unas voces. Bond se encontraba en aquel momento a menos de un kilómetro de la orilla y temía tropezarse con algún tiburón. La isla no hubiera sido bautizada con semejante nombre si aquellas criaturas no merodearan por la zona.

De repente, a unos sesenta metros de la orilla, chocó con una fuerte alambrada. Se encaramó a ella y vio las luces de los ventanales de una enorme casa y unos focos en el jardín. Volvió la cabeza y divisó el reflector de la patrullera y el rugido de un motor. Le estaban buscando.

Se encaramó a la barra metálica que remataba la valla protectora. Una aleta se le enganchó en la tela metálica y tardó unos preciosos segundos en librarse de ella antes de saltar al otro lado.

Volvió a sumergirse y ahora nadó con mayor rapidez. Había recorrido unos diez metros cuando el instinto le advirtió del peligro: tenía algo muy cerca en el agua. El golpe le alcanzó en las costillas y le lanzó hacia un lado.

Bond volvió la cabeza y vio, nadando a su lado como si le acompañara, el impresionante y terrible morro de un tiburón toro. La valla protectora no estaba allí para mantener a aquellas criaturas fuera, sino para asegurarse de que permanecieran dentro y defendieran la isla de los intrusos.

El tiburón le había dado un golpe, pero no había intentado atacarle, lo cual significaba que o bien estaba bien alimentado o bien no consideraba a Bond como un enemigo. Este sabía que su única salvación era conservar la calma, no provocar la hostilidad del tiburón y no darle a entender que estaba asustado…, cosa que probablemente estaba haciendo sin querer en aquellos instantes.

Mientras nadaba al mismo ritmo que el tiburón, deslizó la mano derecha hacia el mango de la navaja y cerró los dedos alrededor del mismo para poder utilizar inmediatamente el arma en caso necesario. Sabía que no tenía que bajar las piernas ya que, en tal caso, el tiburón le hubiera identificado enseguida como presa y le hubiera atacado sin piedad. El momento más peligroso se produciría cuando alcanzara la orilla. Allí, sería sumamente vulnerable.

En cuanto notó la arena bajo el vientre, vio que el tiburón se retiraba. Siguió nadando hasta que las aletas empezaron a remover arena. En aquel momento, sintió que el tiburón se encontraba a su espalda donde seguramente se preparaba para atacarle.

Más tarde, Bond pensó que raras veces se había movido con tanta rapidez en el agua. Dio una fuerte brazada, bajó los pies y empezó a correr hacia la orilla, brincando torpemente a causa de las aletas. La resaca le hizo rodar a la izquierda justo a tiempo. El morro del tiburón, con las mandíbulas abiertas, se abrió paso por entre las espumosas aguas y falló por un pelo.

Bond siguió rodando y trató de impulsar el cuerpo hacia adelante porque sabía que los tiburones toro eran capaces de salir del agua para atacar. Consiguió adentrarse dos metros en la playa y permaneció inmóvil, jadeando, mientras una punzada de temor le traspasaba el estómago.

El instinto le indujo a moverse. Se encontraba en la isla y sólo el cielo sabía qué otros guardianes rodeaban el Cuartel General de ESPECTRO. Se quitó las aletas y corrió agazapado hacia la primera línea de arbustos y palmeras. Al llegar allí, se agachó para analizar la situación. Primero tenía que deshacerse de la máscara, del tubo y de las aletas. Lo dejó todo oculto bajo unos arbustos. El aire era tibio y Bond aspiró el dulce perfume de las flores tropicales.

No se percibía el menor movimiento en el bien iluminado jardín, que tenía cuidados caminos, estanques, árboles, estatuas y flores.

Tan sólo se podía oír un leve murmullo de voces procedente de la casa. Esta era una especie de pirámide levantada sobre unos sólidos pilones de reluciente acero y tenía tres pisos, cada uno de ellos completamente rodeado por un balcón de hierro. Algunos ventanales estaban parcialmente abiertos y otros tenían las cortinas corridas. En lo alto del edificio, un bosque de antenas de comunicación se elevaba hacia el cielo como una extraña escultura de vanguardia.

Bond introdujo cuidadosamente la mano en el bolsillo impermeable, sacó la ASP y soltó el seguro. Ahora respiraba con normalidad. Cubriéndose con los árboles y las estatuas, avanzó en silencio hacia la moderna pirámide. Al acercarse, vio que había varios caminos de acceso a la casa: una gigantesca escalera de caracol en el centro y tres conjuntos de peldaños metálicos, uno a cada lado, que zigzagueaban de uno a otro balcón.

Cruzó la última zona de terreno abierto y prestó atención un momento. Las voces habían cesado; le pareció oír el motor de la patrullera en el agua, pero nada más.

Entonces empezó a subir por los peldaños en zigzag hasta la primera planta, pisando el metal en silencio con el cuerpo ligeramente inclinado a la izquierda para poder tener libre la mano derecha en la que sostenía la ASP. Al llegar al primer balcón, se detuvo con la cabeza ladeada. Se encontraba frente a una ventana panorámica de lunas correderas con las cortinas parcialmente corridas y una parte abierta. Se acercó y miró subrepticiamente.

La habitación era blanca y estaba decorada con mesas de cristal, mullidos sillones blancos y valiosos cuadros modernos. Una alfombra blanca de pelo cubría el suelo. En el centro había una enorme cama con mandos electrónicos para poder inclinarla en cualquier ángulo y mejorar la comodidad del paciente que en ella se encontraba tendido.

Tamil Rahani se hallaba recostado en unas almohadas de seda y mantenía los ojos cerrados y la cabeza vuelta hacia un lado. A pesar de su demacrado rostro y de su apergaminada piel, Bond le reconoció enseguida. En anteriores encuentros, Rahani le había parecido un hombre pulcro, afable y simpático, como suelen serlo los militares. Ahora, el heredero de la fortuna Blofeld había quedado reducido a un guiñapo, en medio del impresionante lujo de aquella cama de alta tecnología.

Bond abrió la ventana y entró. Mientras avanzaba como un gato hasta el pie de la cama, contempló al hombre que controlaba ESPECTRO.

En este instante puedo acabar con él, penso. ¿Por qué no ahora? Si lo hago, puede que no destruya ESPECTRO, pero, por lo menos, lo decapitaré…, tal como su jefe me quiere decapitar a mí.

Respiró hondo y levantó la ASP. Se encontraba a escasa distancia de la cabeza de Rahani. Le hubiera bastado con apretar ligeramente el gatillo y todo habría terminado. Después podría retirarse y esconderse en el jardín hasta que encontrara un medio de huir de la isla.

Cuando se disponía a apretar el gatillo, creyó percibir una ligera corriente de aire en la nuca.

– No me parece oportuno, James. Te hemos llevado demasiado lejos para permitirte que hagas lo que Dios va a hacer muy pronto -dijo una voz a sus espaldas-. Arroja el arma, James. Arrójala, si no quieres morir antes de que te muevas.

La voz le dejó anonadado. La ASP cayó al suelo produciendo un sordo rumor mientras Tamil Rahani se agitaba y gruñía en sueños.

– Bueno, ahora ya puedes darte la vuelta.

Bond se volvió y vio a Nannie Norrich de pie junto a la ventana; tenía una pistola ametralladora Uzi apoyada en su esbelta cadera.

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