John Gardner - Scorpius
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Las cámaras recorrían las calles bañadas por la luz de los enormes focos colocados por los servicios de emergencia, mostrando tan pronto una mancha de sangre como un bolso de mujer o un zapato tirado en lo que antes sido la alcantarilla. El cruce del mercado había desaparecido por completo.
El comentario hablado fluía sin interrupción. Lord Mills -Sam para sus muchos amigos- viajaba en un Rover con chófer, y en su programa figuraban tres paradas: una en Shepton Mallet, otra, dando un rodeo, en Glastonbury para dirigirse después al lugar de acto en favor del candidato del Partido Conservador en Wells. Por unos momentos Bond no pudo menos de admirarse por el hecho de que aquel anciano viajara todavía de un lado a otro y hablara en público como si fuera un joven. Shepton Mallet es conocida por su prisión militar; Glastonbury por las ruinas de su abadía y por su supuesta conexión con el legendario rey Arturo, y Wells por su hermosa catedral. Las visitas y discursos habían quedado planeados sólo cuatro días antes. Quienquiera que hubiese decidido acabar con Mills había escogido para cometer su crimen una de las ciudades más pacíficas de Inglaterra. Todo aquel asunto era una auténtica salvajada considerando la víctima elegida y el lugar del atentado, sin mencionar a las víctimas inocentes.
Una densa muchedumbre se había reunido allí para ver al famoso anciano. Un coche de la policía local había salido al encuentro del Rover a dos millas de Glastonbury, relevando al que venía de Shepton Mallet. La comitiva había entrado lentamente en la ciudad mientras los escasos agentes de servicio contenían a los curiosos que intentaban acercarse al vehículo. Todo se había desarrollado dentro de un ambiente jovial, y en modo alguno, la policía hubiese podido sospechar que Sam Mills fuera la víctima escogida por los terroristas.
Los coches se habían detenido finalmente junto al cruce del mercado, estando toda la zona acordonada por la policía, y la muchedumbre formó un circulo alrededor de los vehículos. Un agente ayudó al anciano político a salir del Rover y después de haberse cerrado la portezuela tras de él y se erguía para asumir su esbelta actitud familiar, con una mano en el bastón, la otra levantada en ademán de saludo y el rostro distendido en una sonrisa, parte de la muchedumbre saltó por los aires casi arrollando al coche, mientras una bola de fuego surgía en el centro de la explosión, desplazándose primero hacia adelante y luego hinchándose hacia fuera. Todo había sido captado por las cámaras, con lo que el público no se perdió ni un detalle.
– ¡Dios mío! -exclamó M por lo bajo-. Ha sido obra de verdaderos diablos. A veces pienso que esa gente hace estas cosas sólo por ganas de causar estragos.
Aunque con el paso de los años tanto Bond como Tanner habían visto carnicerías y destrozos de todo género, ambos se sentían trastornados.
Cuando todo hubo pasado, los tres hombres sufrían una visible alteración. M se sobresaltó al sonar el timbre del intercomunicador; pronunció unas palabras, escuchó y volvió a hablar.
– Mándele entrar enseguida -ordenó por el micrófono y, luego de haberlo colgado, miró a Tanner y a Bond-. Bailey, de la Sección Especial, está aquí. Dice que tiene información urgente para nosotros.
El superintendente jefe mostraba el mismo aire afligido que parecía afectarlos a todos. M le indicó un asiento.
– Nadie se ha responsabilizado del hecho -declaró Bailey con aire fatigado-. Todavía no sabemos cómo ha sucedido. Ninguno de los grupos terroristas ha dicho una palabra por teléfono y ni siquiera se han recibido las consabidas llamadas falsas. Por regla genera alguien comunica con nosotros en el plazo de una hora. Es preocupante. Si quieren que les diga la verdad, no creo que se trate de un acto aislado.
– Yo puedo decirles quién lo hizo -anunció Bond voz tranquila-. Lo que quisiera saber es cómo lo llevaron a cabo. Esa bomba ¿fue arrojada, disparada o colocada de antemano?
– ¿Quién lo hizo? -preguntaron a un tiempo M, Tanner y Bailey.
– Estaba a punto de pasar un par de cintas para M, cuando dieron la noticia por televisión.
M tenía un aire irritado.
– ¿Por qué no lo dijo antes, Bond? Su información es esencial para iniciar las investigaciones.
– Lo han hecho los de la Sociedad de los Humildes -declaró Bond escuetamente.
Todos escucharon mientras en el magnetófono iba sonando la infernal voz de Trilby Shrivenham al proferir su extraña y maléfica profecía. A ello siguió la conversación de tono más concreto con el herido en el asalto a la casa de Kilburn.
– Este sabia, o mejor dicho, sabe, muchos más detalles y se le debe hacer cantar -opinó luego de haber pasado las dos grabaciones-. Lo de Trilby es diferente. Porque en ella habla sólo su subconsciente.
Continuó explicándoles lo que Molony le había manifestado sobre la posibilidad de que Trilby no estuviera en condiciones de recordar nada, una vez le eliminara la sobredosis de drogas aún presente en su organismo.
– Si han sido los Humildes debemos iniciar nuestras operaciones enseguida -declaró M sin traza alguna ya de mal humor-. Lo mejor será actuar de manera combinada: la Sección Especial, la policía, nosotros y los Cinco.
– Y los norteamericanos, señor -añadió Tanner-. Porque ese Valentine está siendo buscado por nuestros queridos primos. Es, pues, razonable que también participen. Al menos así lo creo.
– Supongo que no queda más remedio. Sí. Aunque ya saben ustedes mi opinión sobre…
Todos estaban seguros de lo que iba a decir, pero el teléfono lo interrumpió. Tomó el instrumento, escuchó las palabras de Moneypenny y exclamó:
– ¡Ah, sí! Comprendo. Póngame con él, por favor.
Su tono era ahora distinto. Bond y Tanner cambiaron una mirada, y Bailey levantó las cejas. La conversación continuó durante seis o siete minutos. Nadie abrigaba duda alguna respecto a la identidad del comunicante.
– Sí, señor primer ministro, sí. Creo que sabemos algo. Pero se trata de un asunto muy complicado… Desde luego…, sí, por supuesto… La acción se iniciará en seguida e informaré a medianoche. Muy bien. Ahí estaré, señor primer ministro. -Colgó el auricular, miró a su alrededor airadamente, casi con una churchilliana expresión de beligerancia y anunció-: Era el primer ministro. – Tanner disimuló un resoplido de burla ante aquella declaración de lo que era evidente. Pero M estaba hablando otra vez sin permitir que nadie metiera baza en el tema-. Vamos a organizar una operación conjunta. Aun cuando nos encontremos en plenas elecciones generales, el primer ministro va a reunir al COBRA. Estaré allí a medianoche.
El COBRA es un comité especial que toma su nombre del Cabinet Office Briefing Room, o Departamento de Información del Consejo de Ministros y que consta normalmente del ministro del Interior como presidente, el secretario del Cabinet Office y varios miembros más, en su mayoría representando a los ministerios del Interior y de Asuntos Exteriores, al M15, al Servicio de Inteligencia, a la Policía Metropolitana y al Ministerio de Defensa. Posee atribuciones para asimilar a miembros de otros departamentos o servicios, en especial cuando el comité se reúne para tratar de alguna amenaza terrorista.
– Como aquí intervienen también intereses norteamericanos -continuó M-, propongo operar en combinación con nuestro primo Wolkovsky. Así no nos causará problemas. Y como al parecer tenemos ya todas las pistas voy a pedirle, Bond, que siga la de ese peligroso y malvado Valentine o Scorpius y descubra su nido de serpientes asesinas: los miembros de la Sociedad de los Humildes. Puede pedir cuanta ayuda desee. No insistiré lo suficiente en que se trata de una designación a la desesperada.
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