John Gardner - Scorpius
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– Nos ha dado una descripción muy acertada de lo ocurrido -explicó Tanner en tono malhumorado-. Pero el refugio ha sido descubierto.
El de la Sección Especial tosió un poco.
– Descubierto sin remisión -añadió.
– ¿Y quién tiene la culpa? -preguntó Bond sin dirigirse a nadie en particular.
Tanner parecía seguir enfadado.
– Según M la tienes tú -respondió mirando fríamente a Bond. Los dos tenían una amistad que se remontaba a sus tiempos de la marina y no era muy propio de Tanner el mostrarse criticón-. Tú o esta joven.
– ¡No seas tonto! -profirió Bond.
– Es la opinión de M; no la mía. Aunque me da que pensar.
– No me siguió nadie cuando esta mañana traje a Harriett aquí. Nadie. Vinimos en un taxi y la hice caminar alrededor del bloque para asegurarme. -Se volvió hacia Sweeney- ¿Ha utilizado ella el teléfono?
Harriett exhaló un gritito de alarma.
– ¡James! ¿No irás a creer…?
– Lo ha hecho, ¿si o no?
– No -fue una negativa tajante-: Y aunque quisiera tampoco hubiera podido -añadió.
– Bien. -Bond se volvió hacia Tanner-. De modo que yo soy el culpable, ¿eh?
– Por el momento, sí.
– ¿Qué órdenes hay?
– Cuando hayamos terminado aquí se supone que te vendrás con el señor Bailey y conmigo. Hay que informar. Y la señorita Horner también. Los dos.
Bond frunció el ceño.
– El mensaje que recibí decía «Tres tablas». ¿Quiénes eran?
– Todd se cargó dos de los intrusos, que iban con monos negros y capuchas. Pero ellos acabaron con Danny de Fretas.
– ¡Oh, no!
– ¡Oh, sí! Esta noche vendrá un equipo. Lo estamos reseñando todo, y en la oficina se prepara un informe para la prensa.
– Me dijeron «Tres tablas y un atrapado». ¿Quién es este último? -preguntó Bond.
– Le interrogan abajo. Tiene un impacto en la cara. Dispararon a la puerta con una arma de grueso calibre. El proyectil y fragmentos de acero rebotaron, y fueron a dar a los atacantes. Uno de ellos salió malparado.
Bond estuvo pensando unos momentos en Trilby Shrivenham, recluida en la clínica.
– Bill. -Hizo seña a Tanner de que se acercara con él a un rincón-. Escucha: ¿dónde está el atrapado?
– En la London Clinic. Le tenemos allí bien vigilado.
– ¿Puedes hacerme un favor?
– Depende.
– ¿Qué tiene M contra mí? Sé sincero.
– Está convencido de que al traer aquí a la señorita Horner has puesto al descubierto este lugar. Primero obraste y luego preguntaste, James, y tú ya sabes lo que M opina de estas cosas. ¿Qué te has propuesto?
– Quiero intentar sacarle algo al atrapado. ¿Recibe visitantes?
– Le han extraído un montón de metralla y de astillas de la cara. Además, sufre una fuerte conmoción. Según los médicos mañana estará en disposición de ser interrogado.
– Pues yo quiero verle ahora.
– Me parece que no va a ser posible.
– Bill, créeme. M me envió a ver a sir James Molony y a escuchar lo que decía Trilby Shrivenham. Tengo las cintas grabadas. Pero me falta algo. Sólo necesito hablar cinco minutos con ese terrorista herido. Cinco minutos y luego volveré para enfrentarme a lo que sea. Tú puedes convencer a M, Bill.
– No lo sé. -Se encogió de hombros-. Bueno; con probarlo no se pierde nada. De acuerdo. Hablaré con él por teléfono. Pero no te puedo prometer que tenga éxito.
Todos se disponían a salir. Bond intercambió unas palabras apresuradas con Harriett conforme Bill Tanner se alejaba para hacer la llamada telefónica.
– Un pequeño consejo, Harriett. -Bond se había acercado a ella. Percibía el olor a cordita que exhalaba su pelo y notaba la enorme tensión a que estaba sometida-. Va usted interrogada por un experto del Servicio de Inteligencia muy astuto. Dígale la verdad, y todo acabará perfectamente.
Ella le miró esbozando una sonrisa.
– Haré todo lo posible. ¡Vaya día! No estoy acostumbrada a que me disparen dos veces en veinticuatro horas.
– Pocos de nosotros lo estamos. Y ahora, el consejo: ¿conoce a un hombre de la CIA llamado David Wolkovsky que trabaja en la embajada de Estados Unidos, de Grosvenor Square? Dígame la verdad.
No hubo vacilación alguna:
– Sí. Sí, lo conozco.
– Bien, ¿sabe ese hombre algo de la operación que lleva usted a cabo?
– Sabe que debía establecer un contacto. Y que tenía que protegerme en el caso de que se me presentara algún problema.
– No se engañe a sí misma, Harriett. Está metida en un buen lío. Ahora bien, cuando mi jefe la interrogue, no diga, repito, no diga que conoce a Wolkovsky. Porque cualquier amigo de éste es un enemigo de mi superior. Aparte de eso, cuéntele la verdad, como le advertí antes.
– Gracias, James. Trataré de recordarlo.
Parecía muy segura de sí misma y Bond observó que miraba algo por encima de su hombro. Al volverse vio a Bill Tanner.
– Tu deseo ha sido concedido. -Dirigió a Bond una sonrisa amistosa casi conspiratoria y añadió-: Pero dice que sólo cinco minutos y que luego te vayas directamente al cuartel general.
Bond hizo una señal de asentimiento.
– Nos veremos después.
Rozó con la mano el hombro de Harriett, ejerciendo con sus dedos una leve presión. En seguida salió a grandes pasos, encaminándose hacia la trasera de la casa y los garajes. Media hora después, tras haber estacionado el Bentley allí cerca, entró en la London Clinic.
El herido se hallaba en el tercer piso, en una zona privada y estaba vigilado por un anillo de guardaespaldas y policías. Un celador veterano llamado Orson lo controlaba todo. Reconoció a Bond inmediatamente.
– A los médicos no les gusta -empezó-. Pero M ha decretado que pase usted cinco minutos con el herido. Es todo cuanto puedo concederle.
– De acuerdo. Cinco minutos con ese hombre es todo lo que necesito.
Junto a la cama había un individuo armado que se levantó al verlos entrar.
– Quédese -le indicó Bond como al desgaire-. Sólo quiero comprobar una cosa.
Sacó su Walkman Sony Professional, cuya cinta había sido rebobinada, conectó el micrófono y lo puso al lado de la cama. El hombre tendido en ella era pequeño y delgado y tenía la cara cubierta por gasas y vendajes, excepto la boca y un ojo, cuya pupila se movía constantemente. Bond podía observar una expresión de miedo pintada en él. Por lo menos aquello era claramente visible.
Puso el Sony en situación de grabar, se hizo hacia adelante y empezó a hablar con los labios pegados a oído del otro.
– Escúcheme bien, amigo. Nada malo le va a pasar. He venido porque sé que los humildes heredarán la tierra.
El ojo se contrajo nerviosamente.
– No sé de qué me habla -susurró con un acento que parecía originario de algún lugar del Oriente Medio.
– Sí que lo sabe. Sabe que los humildes heredarán 1a tierra. Y que la sangre de los padres caerá sobre los hijos y también la de las madres. Y que de este modo se iniciará un círculo interminable de venganza.
– ¡Oh, Dios mío! -exclamó el herido con gran asombro-. ¿De modo que usted lo sabe?
– Claro que lo sé. Y ahora sólo quiero hacerle una pregunta.
– ¿Cuál?
– ¿Por qué los humildes visitarán al rey Arturo?
Se produjo un largo silencio y los movimientos del ojo parecieron calmarse.
– ¿Qué hora es, amigo? -preguntó el herido con voz ahora más serena.
Bond miró su reloj.
– Las nueve y media.
Los labios del hombre se curvaron en una leve sonrisa.
– Pues entonces ya es demasiado tarde para usted quienquiera que sea. Los humildes fueron a ver al rey Arturo a las nueve.
– Comprendo.
– Lo comprenderá más tarde. -La cabeza del hombre se movió unos milímetros de modo a poder fijar la mirada en Bond-. Lo verá y no lo verá. Los humildes heredarán la tierra y no sólo por ir a ver al rey Arturo.
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