John Gardner - Scorpius
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– Continúe.
Trilby gimió de nuevo, moviendo la cabeza de un lado para otro.
– ¡Vamos, Trilby, continúe ! -le exigió a su vez sir James Molony.
– Los humildes heredarán. Los humildes irán a visitar al rey Arturo. -Al pronunciar estas últimas palabras la repugnante voz se quebró en una risa cascada-. Sí… -De nuevo aquella risa histérica sonó tenebrosa y aguda-. Sí. Los humildes irán a visitar al rey Arturo. Al rey Arturo. Al rey… Arturo -la voz continuó escuchándose mientras la respiración de Trilby se hacía cada vez más fatigosa y jadeante.
– Ya lo ha oído. -Molony se sentó junto a la joven provisto de una nueva inyección. Al cabo de unos minutos la respiración de Trilby se había vuelto normal otra vez y su agitación cesó-. ¿Ha sacado algo en limpio? -preguntó el doctor.
– Nada en absoluto -repuso Bond. Y tomando el Sony rebobinó la cinta. Hizo una breve comprobación de que la voz había quedado registrada y desconectó el aparato. No sentía deseo alguno de volver a escuchar aquellos sonidos que hubieran hecho contraerse de pavor a la persona más valerosa-. Nada en absoluto -repitió-. Lo llevaré a M y dejaremos el asunto a los expertos…, es decir, a menos de que usted opine algo en concreto.
El especialista movió la cabeza.
– Son palabras sin sentido -murmuró-. Palabras sin sentido, pero siniestras.
Bond utilizó el teléfono de uno de los pequeños despachos privados para marcar el número personal de M. No le repitió lo que habían hablado allí porque probablemente la línea no era lo suficiente segura y el enigma sobre el seguimiento de que había sido objeto entre Hereford y Londres seguía pendiente en el aire. En su camino hacia la clínica se había mostrado muy cuidadoso, pero no pudo detectar nada alarmante.
– Venga para acá enseguida -le ordenó M. Y añadió como si hubiera pensado repentinamente-: También Cowboy está de regreso. Mejor que deje su radio conectada en la frecuencia habitual por si tenemos que comunicarle algo. Quizá le digamos que haga un rodeo pasando por Berkshire. ¿Quién sabe?
Eran poco más de las cinco de la tarde cuando Bond se despidió de sir James, que fijó en él su mirada de águila, y una vez de regreso a su coche ajustó el receptor de onda corta a la frecuencia en que emitía el servicio.
Tres cuartos de hora después circulaba suavemente por las primeras calles de Londres con el M3, cuando la cháchara normal en aquella frecuencia de radio se alteró.
– Predator. Vamos, conteste. Oddball a Predator. Adelante.
Al reconocer su señal de llamada, Bond tanteó con calma bajo el tablero de mandos, buscando el micrófono pegado allí por contacto magnético. Una vez lo hubo sacado empezó a hablar tranquilamente sin poder prever lo que le esperaba.
– Predator. Aquí Predator. Adelante Oddball. Recibiendo con fuerza seis. Corto.
Estaba a punto de iniciarse en él cierto sentimiento de ansiedad.
– Predator, diríjase a Tango Seis. Urgente código uno. Magnum. Tres tablas y un atrapado. Los azules en camino.
Bond pronunció un seco «enterado» y apretó el acelerador al tiempo que escogía el camino más rápido hacia el refugio secreto de Kilburn, donde había dejado a Harriett Horner. «Tango seis» era la clave que le identificaba. «Urgente código uno» equivalía a incidente grave. «Magnum» significaba que se habían utilizado armas de fuego. «Tres tablas y un atrapado» se refería a tres muertos y un herido. «Azules en camino» era lo más explícito: la policía, probablemente miembros de la Sección Especial se encontraba ya allí.
Conforme zigzagueaba por entre el tráfico, Bond se preguntó si la bella Harriett Horner no figuraría entre los cadáveres. De algo estaba seguro: la muerte se había abatido sobre Kilburn en terrenos del Servicio de Seguridad. «La sangre de los padres», se dijo. Y añadió: «La sangre de las madres se derramará también.» En lugar se había cometido una traición. Primero, la persecución a que fue sometido al salir de Hereford; ahora el ataque a un refugio considerado hasta entonces como muy seguro.
9. El atrapado
En otros tiempos Kilburn, que ahora forma parte de la zona noroeste de Londres, era un lugar muy próspero. En la actualidad, la carretera de Kilburn tiene un aspecto bastante decadente. El priorato de Kilburn fue construido en el siglo XV, pero todo cuanto queda de él en Priory Road es una pequeña placa de cobre con el retrato de una monja. La iglesia actual se construyó a mediados del siglo XIX y ocupa una parte del espacio del antiguo priorato.
Si se tuerce hacia la derecha, saliendo de Priory Road, se alcanza Greville Mews, nombre que suena a mucho más de lo que es en realidad. El callejón no está bordeado de casas, sino de una sucesión de garajes de alquiler cerrados con llave. El ambiente del pequeño cul de sac una tarde cualquiera recuerda tiempos pasados. Algunas paredes exhiben antiguos letreros de esmalte que anuncian Castrol y Michelin y muchos de los coches conducidos ahora por satisfechos propietarios ostentan también la marca de la vejez.
Lo que ni siquiera saben los que alquilan los pequeños garajes es que cuatro de ellos son propiedad de la misma persona, pero quienes entran y salen de allí con sus vehículos y los manipulan y reparan en el mismo lugar son raras veces vistos por los habitantes del pueblo. Los cuatro garajes son contiguos y se encuentran en la parte trasera de una ruinosa villa victoriana. Están provistos de puertas que los comunican entre sí y hay dos puertecitas al fondo de los garajes del centro.
Quienes conocen bien cómo funciona todo aquello y tienen acceso a los locales, están en condiciones de operar unos pequeños paneles digitales que controlan una cerradura central situada a un lado de las dos puertas. Estas dan paso a una pequeña habitación de ladrillo. Una vez en ella y cuando se ha marcado la frecuencia correcta, otra puerta, esta de metal, se abre dejando expedita la entrada a la trasera de la villa victoriana. Tal es el acceso al refugio del Servicio Secreto. La puerta frontal de la villa está reforzada con acero por su parte interior y las personas a las que se ve salir y entrar son los cuidadores normales de la casa. Los visitantes realmente importantes entran por la parte trasera y raras veces son observados por alguien. El interior del refugio de Kilburn Priory no guarda relación alguna con los muros de piedra cuarteada y los ventanales con la madera medio podrida que se ven desde fuera. Las ventanas de la parte de atrás fueron cerradas con tablones hace ya mucho tiempo. La gente de los alrededores comenta que el propietario alquila un par de habitaciones por meses, pero que el resto de la casa se va desmoronando poco a poco.
Sin embargo, la realidad es muy distinta. Porque el interior ha sido reforzado, y al menos cuatro de las diez habitaciones tienen instalación a prueba de sonidos y pantallas acústicas que funcionan continuamente. Dispone de dos baños ultramodernos y de una buena cocina con nevera y frigorífico muy bien provisto, y tanto el salón como los dormitorios son muy cómodos, aunque no 1ujosos, pero tan buenos como los de un hotel de tercera.
Bond había llevado allí a Harriett bastantes horas antes aquel mismo día, pasando por los garajes. Los dos celadores le eran bien conocidos por haber participado en la declaración de un desertor celebrada allí mismo el año anterior. Sus nombres eran De Fretas y Sweeney, pero los llamaba con los nombres perrunos de Danny y Todd. Ambos figuraban como miembros perfectamente adiestrados del SAS 23 del ejército y cada año se les concedía un mes de permiso reglamentario como soldados eventuales. Habían completado también el curso para guardaespaldas especiales y, aunque muy inteligentes, poseían la necesaria dosis de suspicacia que los hacía ideales para aquel trabajo.
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