John Gardner - Scorpius

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James Bond

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– Bueno, sí -admitió ella, indecisa-. Existe otra cosa. ¿Ha oído hablar alguna vez de un tal Vladimir Scorpius?

– ¿Y quién no ha oído hablar de él en mi ambiente de trabajo?

– Pues existe un hilo conductor…, un contacto aunque frágil, entre Valentine y sus Humildes y ese Vladimir Scorpius.

– ¿De veras? ¿Qué clase de contacto?

– Cartas y algunos telegramas. Un par de conversaciones telefónicas registradas por otra organización. Scorpius es un criminal, pero nunca se han podido presentar pruebas contra él. No conozco el asunto en detalle.

– Perfecto. -Bond no estaba dispuesto a desperdiciar nada-. También queremos dar con ese Scorpius.

– Si han puesto en movimiento a nuestra sección de la Oficina de Impuestos es porque con frecuencia ése es el único medio de acabar con esa clase de gente. Ya lo hicieron así en la década de los veinte con Al Capone. Ahora el objetivo es Valentine y Scorpius. ¿Sabe que lo llaman el Rey del terror ?

– No lo sabía, pero me parece un nombre muy adecuado.

A menos que Harriett, igual que hacia él, estuviera ocultando también lo que sabía, era evidente para Bond que no la habían enterado sobre la posibilidad de que Scorpius y el padre Valentine fueran la misma persona. Su objetivo primordial en aquellos momentos era la Sociedad de los Humildes.

– Mi jefe se hará cargo de cualquier problema que surja relacionado con su operación -dijo Bond. Y la besó ligeramente en la mejilla, al tiempo que le daba un pellizco cual si quisiera animarla.

El estallido de cólera que ahora crispaba a M era consecuencia de las noticias que Bond acabada de comunicar sobre Harriett, aquella agente norteamericana de la Oficina de Impuestos que, tras haber entrado clandestinamente en Inglaterra, estaba actuando sin permiso del Ministerio del Interior o del de Asuntos Exteriores, y sin haber avisado previamente a M. Para éste aquello constituía una grave ofensa.

– Está trabajando en el caso de los Humildes y en el de Valentine-Scorpius, aun cuando quizá no posea todos los datos que serían necesarios. Aparte todo eso, es una chica fantástica, señor. Me ha salvado la vida -le había comunicado Bond con aire melifluo. Y allí fue donde M estuvo a punto de explotar.

Ahora Bond esperaba sentado a que su jefe completara las largas instrucciones que estaba transmitiendo a Moneypenny. Ya le había dictado un largo memorándum para la embajada norteamericana y otros para los Ministerios del Interior y de Asuntos Exteriores, procurando cubrirse cuidadosamente sus espaldas, igual que hubiera hecho cualquier otro astuto funcionario del servicio civil. M estaba en mitad de una nota «de extremada urgencia y muy secreta» dirigida al jefe del Servicio de seguridad MI5 cuando Bill Tanner, jefe de su estado mayor, entró trasponiendo la puerta privada del despacho.

Bond levantó una mano para saludarle al tiempo que enarcaba las cejas con expresión interrogante, porque el recién llegado llevaba en la mano un papel y parecía preocupado. Tanner mantuvo el papel de modo que Bond pudiera leerlo. Decía así:

La Sociedad de los Humildes abandonó Manderson Hall; Pangbourne durante la noche Stop El lugar está atestado de periodistas Stop Se ha fijado una nota en la puerta principal anunciando que la sociedad se ha trasladado a algún lugar secreto a causa de las informaciones sensacionalistas difundidas por los medios de comunicación Stop Espero instrucciones. COWBOY.

– ¿Quién es Cowboy ? -preguntó Bond a Tanner, pero mirando a M, que seguía abrumando a Moneypenny con sus prolongadas instrucciones.

– Pearlman, su sargento del SAS.

– No es mi sargento. Me trajo desde Hereford y eso es todo. Tuvimos algunos problemas y mostró estar a la altura de las circunstancias.

– El jefe no opina igual -murmuró Tanner-. Pearlman está temporalmente incorporado a la fuerza operativa con el nombre de usted como fiador. Si algo no marcha como es debido, será usted quien sufra las consecuencias.

Bond utilizó una interjección vulgar muy adecuada a las circunstancias.

En aquel momento M colgó el teléfono, se volvió hacia Tanner y Bond, y los miró iracundo.

– ¿Qué están ustedes murmurando?

– Hay noticias de Cowboy , señor – respondió Tanner entregándole el papel.

M lo leyó y soltó un gruñido:

– ¡Bien! Conque el pájaro ha volado, ¿eh?

– Así parece -respondió Bond, que empezaba a tener prisa por presentar a Harriett. Una vez en el despacho de M, probablemente la joven podría convencer a éste sobre la utilidad del trabajo que estaba realizando Bond. Preguntó si podía marcharse a recogerla, pero la contestación fue un rotundo:

– ¡Nada de eso!

– Señor, ella ha tenido ya contacto con algunas de esas personas, como Hathaway y otros. Creo que vale la pena recibirla.

– Todo a su tiempo, y en el momento debido, 007. Por ahora lo que quiero es que se traslade a la clínica y vea qué tal le va a sir James con esa chica, la Shrivenham. -Torció la boca en una sonrisa maliciosa-. Al menos, eso ha hecho que su padre no esté hoy revisando las cuentas. Nos ha dado un pequeño respiro con su maldita auditoría.

«Y al mismo tiempo esto le da la oportunidad para manipular a lord Shrivenham», pensó Bond, a quien no hubiera extrañado que su astuto jefe pensara en un favor o dos si es que ello tenía que ayudarle en la cuestión del voto secreto. En voz alta aceptó la orden de ir a Guildford. Y añadió:

– ¿Qué hay de Cowboy , señor?

– ¿Qué pasa con él?

– Pues que se encuentra en la antigua residencia de los Humildes. ¿Es que piensa ponerle a la caza de un tesoro?

– Lo que yo pienso es que esto es algo que a usted no le importa, Bond.

– Me han dicho que he sido nombrado su fiador. De modo que hasta cierto punto sí que me importa.

Teniendo en cuenta el estado de ánimo de M, Bond sabía que estaba arriesgándose mucho. Pero M hizo una breve señal de asentimiento.

– Probablemente le ordenaré efectuar una investigación en la casa y que me informe después.

– Esto sería un caso de allanamiento de morada, señor. Creí que ya habíamos tenido bastantes problemas por esa causa.

Esta vez M se permitió una breve sonrisa.

– Fue nuestro servicio auxiliar, 007. Ellos pueden entrar donde les parezca y como quieran, y me siento muy feliz cuando alguien averigua que no han sido autorizados. Pero lo que haga Cowboy sí será debidamente autorizado… y por las más altas esferas, se lo prometo.

La clínica era un edificio blanco y muy extenso, cerca del pueblo de Puttenham, en las proximidades de Hog's Back, la amplia extensión de tierra baja, ahora surcada por carreteras de vía doble, que corren al oeste de la agradable ciudad de Guildford.

Viajando en el Bentley, Bond tardó menos de hora y media en alcanzar la clínica que estaba rodeada por altos muros y con una entrada de seguridad donde ejercían la vigilancia suboficiales retirados de los comandos de los marinos reales, junto con antiguo personal del SAS, que actuaban como comisionados, mensajeros y guardianes en muchos de los puestos de mando del Servicio Secreto de Inteligencia y sus dependencias auxiliares.

Estaban esperando a Bond, y una vez éste hubo entrado en la clínica, que tenía el ambiente y exhalaba el olor propio de todo bien montado hospital particular, una aguerrida agente uniformada del Cuerpo Voluntario de Primeros Auxilios -extraño servicio femenino auxiliar que en el transcurso de los años había pasado a ejercer algo más que meras funciones administrativas- le hizo firmar en un libro y le condujo al segundo piso.

– Sir James está ahora con la paciente -le informó en un tono demostrativo de su desaprobación porque se hubiera permitido la entrada allí de un intruso-. Según han dicho, tiene usted permiso para hablar tanto con él como con esa joven.

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