– ¿Te parece bien? -quiso saber.
– Me gustaba más el otro.
Él se encogió de hombros.
– Tal vez la próxima vez. ¿Qué está pasando?
– Tengo a alguien vigilando el hotel. Llamarán si Malone se mueve.
– ¿Algo más de los israelíes?
– Su hombre salió pitando de aquí.
Sabre echó un vistazo a su alrededor. Quizás esperase a que volviera Haddad, parecía lo más fácil. Estaba claro que necesitaba toda la información del computador de Haddad, pero no quería llevarse el aparato: demasiado engorroso. Lo mejor sería hacer una copia, y reparó en una memoria USB que había entre el revoltijo. La cogió y la introdujo en un puerto USB.
Comprobó la memoria: vacía.
Unos cuantos clicks de ratón y había copiado todos los archivos del disco duro.
Entonces vio algo más, detrás de la pantalla: una red roja minúscula.
Miró con más atención entre los papeles y descubrió una grabadora de bolsillo en la mesa. La levantó y no vio ninguna diferencia en la capa de polvo que recubría el tablero de madera, lo que significaba que habían dejado allí la grabadora no hacía mucho. La cinta se había terminado, pero el aparato seguía encendido.
Rebobinó.
Su agente guardaba silencio.
Le dio al play.
Allí estaba grabado todo el encuentro entre Malone, Haddad y, más tarde, los israelíes. Escuchó asombrado el asesinato de Haddad.
Lo último que oyó fue la intención de Cotton Malone de «matar a ese hijo de perra».
Apagó la grabadora.
– ¿Haddad ha muerto? -dijo la mujer-. ¿Lo han matado aquí? ¿Y su cuerpo?
– Supongo que los israelíes lo limpiaron todo antes de que la policía llegara.
– Y ahora ¿qué?
– Tenemos a Malone. Veamos adonde nos lleva.
Malone salió de la habitación y recorrió el pasillo. Antes había visto un dispensador de hielo, lo cual era sorprendente. Por lo visto los hoteles europeos cada vez se veían más invadidos por las comodidades norteamericanas.
Estaba enfadado consigo mismo por haber puesto a Pam en peligro. Pero, en aquel momento, ¿qué opciones tenía? No podía dejarla en Heathrow con un tipo siguiéndola. Y ¿quién sería? ¿Tendría algo que ver con los que se habían llevado a Gary? Parecía lógico. Con todo, lo que sabía era bien poco.
Los israelíes habían reaccionado con prontitud cuando Haddad comunicó que estaba vivo. Sin embargo Pam tenía razón: con Haddad muerto, sus intereses estaban a salvo. Su problema se había resuelto. Pero era a Pam a quien habían seguido, no a él.
¿Por qué?
Encontró el dispensador y descubrió que no funcionaba. Aunque el compresor giraba no salía hielo. «Como en casa», pensó.
Empujó la puerta que daba a las escaleras y bajó un piso.
Allí el dispensador estaba lleno de hielo. Y empezó a llenar la cubitera en aquel rincón.
Oyó un portazo en una de las habitaciones y luego voces. Aún estaba cogiendo hielo cuando dos hombres pasaron ante el hueco, hablando nerviosamente. Dio media vuelta para marcharse y vio el perfil de uno de ellos, además de su cuerpo huesudo y su piel quedada por el sol.
El larguirucho de Heathrow.
Allí, un piso por debajo del de ellos.
Se escondió bien en el recoveco, asomó la cabeza y vio que aquellos tipos entraban en el ascensor.
Iban arriba.
Salió disparado hacia las escaleras y subió corriendo. Abrió la puerta justo cuando sonaba el ascensor y los tipos salían.
Se despegó de la puerta y echó una ojeada al pasillo con sumo cuidado: uno de los hombres cogía del suelo una bandeja del servicio de habitaciones usada y la sostenía con una mano; el otro sacaba un revólver de cañón corto. Iban directos a la habitación donde esperaba Pam.
Se maldijo. El arma de Haddad estaba en una mesa de la habitación, no la llevaba consigo.
Muy inteligente… Tendría que improvisar.
Los hombres se detuvieron ante la puerta. El que empuñaba el arma llamó y después se hizo a un lado; el otro fingía ser camarero, la bandeja bien alta, en equilibrio sobre una mano.
Llamó de nuevo.
Tal vez Pam siguiera hablando por teléfono con Gary, lo cual le daría a él el instante que necesitaba.
– Servicio de habitaciones -oyó decir al hombre.
A diferencia de los hoteles norteamericanos, en los que había mirilla, los británicos no solían tenerla, y ése no era una excepción. Sólo esperaba que Pam no fuera tan tonta como para abrir.
– Tengo algo para usted -insistió el hombre.
Pausa.
– Lo ha pedido un caballero.
Maldita sea: ella podía creer que él había pedido algo mientras dormía. Tenía que actuar. Levantó la cubitera de hielo para ocultar su rostro y echó a andar por el pasillo.
– Es para esta habitación -explicaba el tipo.
Malone oyó que los cierres se abrían.
Se asomó por la cubitera y vio que el que iba armado reparaba en él. Se guardó el arma en el acto, y Malone sacó partido de ese momento de distracción: arrojó hielo y cubitera al rostro del que iba armado y, acto seguido, su puño derecho se estrelló contra la mandíbula del que llevaba la bandeja. Sintió que un hueso se rompía y el hombre cayó al suelo, al igual que la bandeja.
El que había recibido los cubitos de hielo se recuperó y ya levantaba el arma cuando Malone le asestó dos golpes en la cabeza y le clavó una rodilla en el pecho.
El hombre se desplomó y se quedó inmóvil.
La puerta de la habitación se abrió, y Pam clavó la vista en él.
– ¿Por qué abres? -le preguntó Malone.
– Creí que habías pedido algo de comer.
Malone cogió el arma y se la metió en el cinturón.
– ¿Sin decirte nada?
Registró deprisa a ambos hombres, pero no encontró ningún documento que los identificara.
– ¿Quiénes son? -inquirió Pam.
– Ése es el que te seguía en el aeropuerto.
Cogió al larguirucho por los brazos y lo metió a rastras en la habitación. Después agarró al otro por las piernas e hizo lo mismo.
– Nunca haces lo que debes.
Malone cerró la puerta de un puntapié.
– Tenía hambre.
– ¿Cómo está Gary?
– Bien, pero no tuve tiempo de decirle gran cosa.
Uno de los hombres empezó a gemir. Pronto recobrarían el sentido. Malone echó mano de la cartera de cuero y el arma de Haddad.
– Vamos.
– ¿Nos marchamos?
– A menos que quieras estar aquí cuando despierten.
Vio que la idea no era del agrado de Pam.
– Tienes un arma -le recordó ésta.
– Que no tengo intención de usar. Esto no es el Oeste. Estamos en un hotel, con gente, así que seamos listos y vayámonos. Hay muchos más hoteles en esta ciudad.
Salieron de la habitación y entraron aprisa en el ascensor. Bajaron y salieron a una noche heladora. Malone echó un vistazo a su alrededor y concluyó que sería difícil saber si los seguían. Sencillamente había demasiado terreno que cubrir. La estación de metro más próxima se encontraba a dos manzanas, así que se encaminó hacia ella, bien alerta.
Su cerebro bullía.
¿Cómo había dado con ellos el tipo de Heathrow? Más preocupante incluso: ¿cómo sabía el que fingía ser camarero que él no se hallaba en la habitación?
«Lo ha pedido un caballero.»
Se encaró con Pam mientras andaban.
– Antes de abrir, ¿le dijiste a ese tipo que no habías pedido nada?
Ella asintió.
– Entonces fue cuando dijo que habías sido tú.
No del todo correcto. Había dicho que lo había pedido «un caballero».
¿Habría acertado de casualidad?
Ni de vainas.
Washington, DC
21:00
Stephanie guió a Cassiopeia por el tranquilo barrio. Se habían pasado las últimas horas escondidas en las afueras. Ella había efectuado una llamada a la central del Billet desde un teléfono de un restaurante llamado Cracker Barrel y se había enterado de que Malone no se había puesto en contacto con ellos. A diferencia de la Casa Blanca: el despacho de Larry Daley había llamado tres veces, Stephanie le había indicado a su personal que dijera que lo llamaría en cuanto pudiese. Exasperante, lo sabía. Pero que Daley se preguntara si la próxima vez que viera su jovial rostro no sería en la CNN, y en directo. Ese temor debería bastar, por ahora, para tener bajo control al viceconsejero de Seguridad Nacional. Heather Dixon y los israelíes eran harina de otro costal.
Читать дальше