Sobre todo cuando había mucho en juego.
Como era el caso.
De modo que la Silla Azul cogió el teléfono y marcó.
Sabre cogió el móvil con la esperanza de que la llamada fuese del hombre al que había asignado al castillo de Kronborg. Sin embargo la voz cansada del otro extremo era la de su jefe.
– ¿Disfrutó Malone del recibimiento que le dispensó? -quiso saber la Silla Azul.
– Se portó bien. Él y su ex mujer salieron por la ventana.
– Tal y como pronosticó usted. Pero me pregunto si no estaremos llamando una atención innecesaria.
– Más de la que me gustaría, pero ha sido preciso. Intentó ponernos en evidencia, así que tenía que ver que él no manda en esto. Sin embargo a partir de ahora seré más discreto.
– Séalo. No queremos involucrar demasiado a la policía. -Hizo una pausa-. Al menos no más de lo que ya lo está.
Sabre se había instalado en una casa alquilada en la parte norte de Copenhague, a unas manzanas tierra adentro del palacio de Amalienborg, la residencia real a orillas del mar. Hasta allí había llevado a Gary Malone desde Georgia, so pretexto de que su padre se hallaba en peligro, cosa que el chico creyó gracias a la identificación falsificada del Magellan Billet que Sabre le enseñó.
– ¿Cómo está el chaval? -inquirió la Silla Azul.
– Andaba nervioso, pero cree que ésta es una operación del gobierno norteamericano, así que por ahora está tranquilo.
Habían aterrorizado a Pam Malone con una foto de su hijo. El muchacho también había cooperado en eso, creyendo que estaban preparando credenciales de seguridad.
– ¿No está el chico demasiado cerca de Malone?
– No habría ido voluntariamente a otro sitio. Sabe que su padre no anda lejos.
– Veo que tiene esto bajo control, pero tenga cuidado. Malone podría sorprenderlo.
– Por eso tenemos a su hijo. No lo pondrá en peligro.
– Necesitamos la Conexión Alejandría.
– Malone nos llevará hasta ella.
Sin embargo aún no había recibido la llamada de su hombre en Kronborg. Para que todo funcionase resultaba crucial que su agente hiciera exactamente lo que le había ordenado.
– También es preciso que esto se resuelva en los próximos días.
– Así será.
– A juzgar por lo que me ha dicho, este Malone no es nada convencional -comentó la Silla Azul-. ¿Está seguro de que seguirá debidamente motivado?
– No hay por qué preocuparse. En este mismo instante se le está motivando como corresponde.
Malone salió del recinto del castillo y vio que su presa se encaminaba tranquilamente a Elsinor. Le encantaba la plaza principal de la ciudad, sus pintorescas callejuelas y sus edificios de madera y ladrillo. Pero, ese día, ese sabor renacentista carecía de importancia.
A lo lejos aullaban más sirenas.
Sabía que en Dinamarca los asesinatos eran poco frecuentes. Dado que éste se había cometido dentro de un monumento declarado Patrimonio de la Humanidad, sin duda recibiría abundante cobertura. Debía avisar a Stephanie de que uno de sus agentes había muerto, pero no tenía tiempo. Supuso que Durant había estado viajando bajo su propio nombre -una práctica habitual en el Billet-, de manera que una vez que las autoridades locales determinaran que la víctima trabajaba para el gobierno norteamericano se pondrían en contacto con la gente adecuada. Pensó en Durant. Una puta lástima. Sin embargo había aprendido hacía tiempo a no malgastar sentimientos en cosas que no podía cambiar.
Aflojó el paso y tiró de Pam para que fuese a la par.
– Hemos de mantener la distancia. No presta atención, pero así y todo podría vernos.
Cruzaron la calle y se pegaron a unas atractivas construcciones adosadas que daban a un estrecho paseo frente al mar. El pistolero iba unos treinta metros por delante. Malone lo vio doblar una esquina.
Cuando ellos llegaron a la esquina echaron una ojeada: el hombre caminaba por un callejón peatonal flanqueado de tiendas y restaurantes. El lugar estaba atestado de gente, así que Malone decidió arriesgarse.
Continuaron andando.
– ¿Qué estamos haciendo? -preguntó Pam.
– Lo único que podemos hacer.
– ¿Por qué no les das lo que quieren?
– No es tan sencillo.
– Seguro que sí.
Él mantenía la vista al frente.
– Gracias por el consejo.
– Eres un imbécil.
– Yo también te quiero. Ahora que hemos dejado esto claro, centrémonos en lo que estamos haciendo.
Su objetivo torció a la derecha y desapareció.
Malone apretó el paso, se asomó a la esquina y vio que el tirador se acercaba a un sucio Volvo cupé. Esperó que no fuese a marcharse, pues no habría forma de seguirlo, su coche estaba muy lejos. Observó que el tipo abría la portezuela del conductor y tiraba algo dentro. Luego la cerró y desanduvo lo andado.
Ellos se metieron en una tienda de ropa justo cuando el pistolero pasaba por delante, volviendo por donde habían ido. Malone se acercó con cautela a la puerta y vio que el hombre entraba en un café.
– ¿Qué hace? -quiso saber Pam.
– Esperar a que se calme el jaleo. No quiere forzar las cosas. Se quedará cruzado de brazos, sin desentonar, y se irá más tarde.
– Es una locura. Ha matado a un hombre.
– Y nosotros somos los únicos que lo sabemos.
– ¿Por qué había que matarlo?
– Para sacarnos de quicio, para silenciar la información, por un montón de motivos.
– Esto es enfermizo.
– ¿Por qué crees tú que lo dejé? -Decidió utilizar el intervalo en su provecho-. Ve por el coche y tráelo hasta ahí. -Señaló la estación de tren, al final de un callejón, a orillas del mar-. Aparca y espérame. Cuando se vaya tendrá que pasar por ahí, es la única forma de salir de la ciudad.
Le entregó las llaves, y durante un instante desfilaron por su cerebro recuerdos de otras veces en que le había dado las llaves del coche. Pensó en años pasados. La certeza de que ella y Gary lo esperaban en casa después de una misión siempre le proporcionaba cierto consuelo. Y, por mucho que ninguno los dos quisiera admitirlo, hubo una época en que se hacían bien el uno al otro. Recordó la sonrisa de Pam, su piel. Por desgracia, el que ella lo hubiera engañado sobre Gary ahora empañaba esa dicha, hacía que se preguntara, que se cuestionara, si su vida en común no habría sido una ilusión.
Ella pareció intuir sus pensamientos y su mirada se suavizó, volvió a ser la Pam de antes de que todo lo malo los cambiara a ambos. De modo que él dijo:
– Encontraré a Gary, te lo juro. No le pasará nada.
Lo cierto es que quería que ella le respondiera, pero no contestó nada.
Y su silencio lo hirió, así que se fue.
Oxfordshire, Inglaterra
10:30
George Haddad entró en Bainbridge Hall. Durante los últimos tres años había sido un visitante asiduo, desde que se convenciera de que la respuesta a su dilema se encontraba entre esas paredes.
La casa era una obra maestra de suelos de mármol, tapices de Mortlake y ornamentos de vivos colores. La soberbia escalera» con intrincados paneles florales, databa de la época de Carlos II; los techos estucados, de la década de 1660. El mobiliario y los cuadros eran de los siglos xviii y xix; el conjunto, una joya del estilo inglés rural.
Pero también era mucho más: un enigma.
Igual que el monumento del cenador blanco del jardín donde los miembros de la prensa seguían reunidos, escuchado a los supuestos expertos. Igual que el propio Thomas Bainbridge, el desconocido conde inglés que vivió hacia finales del siglo xviii.
Haddad conocía la historia de la familia.
Bainbridge nació en un mundo de privilegios y grandes expectativas. Su padre era el mayor terrateniente de Oxfordshire. Aunque su posición en la sociedad le venía dada por la opulencia de generaciones anteriores y la tradición familiar, Thomas Bainbridge rechazó el tradicional servicio militar y se centró en los estudios, principalmente de historia, idiomas y arqueología. Cuando su padre murió él heredó el condado y pasó décadas viajando por el mundo, siendo uno de los primeros occidentales que exploró a fondo Egipto, Tierra Santa y Arabia, y documentó sus experiencias en diversas publicaciones.
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