Contempló la mansión, con sus pisos superiores en llamas. Pronto quedaría reducida a cenizas. Ya había imaginado el palacio de estilo asiático que construiría allí. Si revelaba al mundo la localización de la tumba de Alejandro Magno, tendría que mostrarla. Debía considerar todas las posibilidades, y ya que sólo ella controlaba ese lugar, la decisión sería suya y de nadie más.
Dirigió la mirada hacia Viktor, observó intensamente los ojos del hombre y dijo:
– Gracias, amigo mío. -Percibió la sorpresa que momentáneamente asomó en su rostro al oír las palabras de agradecimiento-.
Nunca te lo había dicho antes. Simplemente espero que hagas tu trabajo. Pero aquí lo has hecho excepcionalmente bien.
Lanzó una última mirada a Cassiopeia Vitt, Stephanie Nelle y Henrik Thorvaldsen. Problemas que pronto formarían parte del pasado. Cotton Malone y Ely Lund estaban aún en la casa. Si no estaban muertos, lo estarían al cabo de unos minutos.
– Te veré en el palacio -le dijo a Viktor mientras la puerta del compartimento se cerraba.
Viktor oyó cómo la turbina se ponía en marcha y vio cómo las aspas del helicóptero empezaban a girar. El motor alcanzó su máxima potencia. Una nube de polvo se levantó en el suelo seco y el helicóptero se elevó hacia el cielo del atardecer.
Rápidamente se dirigió hacia sus hombres y ordenó a dos de ellos que se encaminaran a la entrada principal de la finca y al control de acceso. A los otros les dijo que vigilaran a Nelle y a Thorvaldsen.
Luego se acercó a Cassiopeia. La joven tenía el rostro magullado, cubierto de suciedad y sudor, y sangraba por la nariz.
Pero de pronto ella abrió los ojos y lo agarró del brazo.
– ¿Has venido a acabar el trabajo? -le preguntó.
Él llevaba una pistola en la mano derecha; con la otra sostenía el control remoto de las tortugas. Tranquilamente, dejó el dispositivo en el suelo, junto a ella.
– Exacto.
El helicóptero que llevaba a Zovastina se elevaba por encima de sus cabezas, rumbo al este, en dirección a la mansión y al valle que estaba más allá de ella.
– Mientras vosotras dos peleabais -le dijo a Vitt-, he activado las tortugas que había en el helicóptero. Están programadas para explotar al mismo tiempo que las del interior de la casa. -Señaló el dispositivo-. Simplemente pulsando este control remoto.
Ella lo agarró.
Pero él rápidamente le puso la pistola en la cabeza.
– Cuidado.
Cassiopeia miró con fijeza a Viktor, que tenía un dedo en el control remoto. ¿Podría pulsar el botón antes de que ella disparara? ¿Acaso él se estaría preguntando lo mismo?
– Debes elegir -dijo él-. Tu Ely y Malone quizá estén todavía en la casa. Matar a Zovastina también puede matarlos a ellos.
Cassiopeia debía confiar en que Malone tuviera la situación bajo control. Pero también pensó en algo más.
– ¿Cuándo puede saber uno cuándo confiar en ti? -replicó-. Has jugado en los dos bandos.
– Mi trabajo es acabar con esto. Y en ello estamos.
– Matar a Zovastina tal vez no sea la solución.
– Es la única solución. Nada la detendrá.
Ella consideró su afirmación. Tenía razón.
– Lo iba a hacer yo mismo -dijo Viktor-, pero pensé que te gustaría hacer los honores.
– El arma con la que me apuntas…, ¿es por guardar las apariencias? -preguntó ella en voz baja.
– Así los guardias no pueden ver tu mano.
– ¿Cómo sé que cuando haga eso no me vas a disparar en la cabeza?
Él le respondió con sinceridad:
– No lo sabes.
El helicóptero estaba más allá de la casa, por encima de un prado cubierto de hierba, a unos trescientos metros de altura.
– Si esperas mucho más -dijo él-, la señal no llegará.
Ella se encogió de hombros.
– Nunca he pensado que llegaría a vieja -señaló.
Y pulsó el botón.
A unos nueve metros de distancia, Stephanie veía a Viktor que apuntaba a Cassiopeia con la pistola. Lo había visto depositar algo en el suelo, pero su amiga miraba hacia otro lado y era imposible saber lo que estaba pasando entre ellos.
De pronto, el helicóptero se convirtió en una bola de fuego.
No hubo ninguna explosión. Sólo una luz brillante que se expandió hacia todos lados, como una supernova. El combustible, inflamable, se unió rápidamente a la mezcolanza en una oleada de destrucción que atronó en el valle. Los restos ardientes del aparato salieron despedidos y cayeron en una violenta cascada. En ese mismo instante, las ventanas de la planta baja de la mansión estallaron y por sus marcos salieron las llamas de un violento incendio.
Cassiopeia se levantó, ayudada por Viktor.
– Parece que está de nuestro lado -dijo Thorvaldsen al percatarse del gesto.
Viktor hizo una señal a dos de los guardias y les gritó unas órdenes en lo que él creía que era ruso.
Los hombres se alejaron corriendo.
Cassiopeia se dirigió velozmente hacia la casa.
Los demás la siguieron.
Malone llegó a la parte superior de la escalera, detrás de Ely, y ambos volvieron a entrar en la biblioteca. Oía un ruido sordo procedente de algún punto del interior de la casa, y de inmediato percibió un cambio en la temperatura.
– Han activado esas cosas.
Del otro lado de la biblioteca, el fuego se avivó. Más sonidos. Más cerca. Y mucho calor. Cada vez más. Malone abrió la puerta y miró a ambos lados. No se podía pasar por el corredor, sus dos extremos estaban siendo consumidos por las llamas, que avanzaban en su dirección. Recordó lo que Ely le había dicho: «Estoy cubierto de esa sustancia.» Se volvió y estudió los imponentes ventanales. Quizá tres por dos metros. Más allá, en el valle, vio algo que ardía en la distancia. Apenas tenían unos segundos antes de que el fuego llegara hasta ellos.
– Échame una mano -pidió Ely.
Malone vio que guardaba el pendrive en su bolsillo y agarraba el extremo de un pequeño sofá. Él lo cogió por el otro lado, y entre los dos lo arrojaron por la ventana. El cristal se rompió cuando el sofá salió impulsado al exterior, abriendo un agujero, pero todavía quedaban muchos cristales y no podían saltar.
– Usemos las sillas -gritó.
El fuego asomó en la entrada e inició el asalto de las paredes de la biblioteca. Los libros y las estanterías empezaron a arder. Malone agarró una silla, con la que golpeó las astillas de la ventana, y Ely hizo lo propio.
El suelo empezó a arder.
Todo lo que había sido impregnado con fuego griego también prendió.
No podían esperar más.
Y saltaron por la ventana.
Cassiopeia oyó un estrépito de cristales que se rompían al acercarse, junto a Viktor, Thorvaldsen y Stephanie a la casa en llamas. De repente vio que un sofá salía despedido de su interior y se estrellaba contra el suelo. Había tenido que tomar una decisión al matar a Zovastina, con Malone y Ely aún dentro de la mansión, pero como diría Malone, «para bien o para mal, hay que hacer algo».
Luego, una silla salió volando por la ventana.
Y entonces Malone y Ely saltaron, mientras que la habitación de la que salían se teñía de un intenso color naranja.
La salida de Malone no fue tan grácil como la de Copenhague. Cayó de mala manera y su hombro derecho se golpeó contra el suelo. Ely también se golpeó fuertemente y rodó por el suelo, protegiéndose la cabeza con los brazos.
Cassiopeia corrió hacia ellos. Ely la miró. Ella sonrió y dijo:
– ¿Te has divertido?
– ¿Y tú? ¿Qué te ha pasado en la cara?
– Dejé que esa bruja me pegara. Pero yo me he reído la última.
Lo ayudó a incorporarse y se abrazaron.
– Apestas -murmuró ella.
– Fuego griego. La fragancia de moda.
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