Steve Berry - La búsqueda de Carlomagno

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Una civilización desconocida enterrada bajo el hielo de la Antártida esconde un misterio que Carlomagno dejó escrito. Un secreto revelador y de una gran importancia para la humanidad está a punto de ser descubierto…
Cotton Malone intenta descubrir la verdad sobre su padre, que murió en un submarino que se perdió en el Antártida en los años 70. Pronto aparecen otros involucrados en la búsqueda: dos gemelas alemanas y un aliado del presidente de los EE.UU. Pero cada uno de ellos tiene sus propios motivos. Después de investigar pistas en un par de iglesias antiguas en Alemania y Francia descubren pruebas de una civilización desconocida y muy avanzada que vivía en la Antártida antes de que desapareciera cubierta por el hielo.
Una novela trepidante, una búsqueda épica que llevará al lector desde Alemania, hasta Francia, EE.UU. y Antártida.

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– Espera -dijo Christl al tiempo que se levantaba y daba con su ropa.

La planta baja estaba tenuemente iluminada por dos lámparas y el rescoldo de la chimenea. En recepción no había nadie, y Malone no oyó sonido alguno procedente del restaurante. Encontró el grabado y encendió otra lámpara.

– Es de 1772. Es evidente que entonces la iglesia se encontraba en mejor estado. ¿Ves algo?

Él la miró mientras ella estudiaba el dibujo.

– Las ventanas estaban intactas. Vidrieras, estatuas, las rejas del altar parecen carolingias. Como en Aquisgrán.

– No es eso.

Malone estaba disfrutando: por fin iba un paso por delante de ella. Admiró su estrecha cintura, las esbeltas caderas y los cerrados rizos de su largo cabello rubio. Christl no se había metido la camisa por dentro, de manera que él reparó en la curva de la desnuda espalda cuando ella levantó un brazo y trazó la silueta del dibujo en el cristal.

Se volvió hacia él.

– El suelo.

Sus claros ojos castaños brillaban.

– Di -pidió Malone.

– Hay un dibujo. Se ve mal, pero lo hay.

Tenía razón. El grabado era una vista en ángulo, más orientada a los altos muros y los arcos que al suelo, pero él lo había visto antes: unas líneas oscuras que discurrían por losas de un color más claro, un cuadrado dentro de otro, que a su vez encerraba otro conformando un dibujo familiar.

– Es un tablero del juego del molino -afirmó Malone-. No podemos estar seguros hasta que vayamos a echar una ojeada, pero creo que es el dibujo que presentaba el suelo en su día.

– Va a ser difícil de decir -apuntó ella-. Gateé por él y apenas quedaba nada.

– ¿Fue parte del espectáculo?

– Idea de mi madre, no mía.

– Y a mamá no se le puede decir que no, ¿eh?

Una sonrisa asomó á los finos labios de Christl.

– Cierto.

– «Pero sólo aquellos que sepan apreciar el trono de Salomón y la frivolidad romana hallarán el camino hacia el cielo» -citó él.

– Un tablero en el trono de Aquisgrán y otro aquí.

– Esta iglesia la levantó Eginardo -prosiguió él-. Y años después ideó la búsqueda utilizando la capilla de Aquisgrán y este sitio como puntos de referencia. Al parecer, el trono se hallaba en la capilla de Aquisgrán por aquel entonces. Tu abuelo estableció la relación, y nosotros también podemos hacerlo. -Señaló algo-. Mira la esquina inferior derecha. En el suelo, cerca del centro de la nave, alrededor de donde se extendería el tablero del juego del molino. ¿Qué ves?

Christl inspeccionó el dibujo.

– Hay algo grabado en el suelo. Se ve mal, las líneas son confusas. Parece una cruz pequeña con letras. Una «R» y una «L», pero el resto está liado.

Malone vio que ella caía al completar mentalmente lo que había habido en su momento.

Forma parte de la firma de Carlomagno dijo Christi No se puede decir con - фото 13

– Forma parte de la firma de Carlomagno -dijo Christi

– No se puede decir con seguridad, pero sólo hay un modo de averiguarlo.

SESENTA Y SIETE

Ashevitle

Stephanie dio con Davis y le enseñó las cerillas.

– Demasiadas coincidencias para mi gusto -dijo él-. No ha venido por la conferencia: está controlando a su objetivo.

Sin duda el asesino era un gallito confiado. Estar allí, abiertamente, sin que nadie supiese quién era sin duda resultaría atractivo a una personalidad osada. Después de todo, a lo largo de las últimas cuarenta y ocho horas se las había apañado para liquidar impunemente a al menos tres personas.

Con todo y con eso…

Davis echó a andar.

– Edwin.

El aludido continuó hacia la sala de billar. El resto del grupo se hallaba desperdigado por el comedor de gala. Scofield empezó a reunirlos para llevarlos al lugar donde estaba Chinos.

Stephanie sacudió la cabeza y fue tras ellos…

Davis se disponía a rodear las mesas de juego para acercarse hasta donde se encontraba Chinos, cerca de una chimenea engalanada con una guirnalda de pino y una piel de oso que vestía el piso de madera. En la habitación ya había más gente del grupo, el resto llegaría en breve.

– Disculpe -llamó Davis-, usted.

Chinos se volvió, vio quién le hablaba y retrocedió.

– Necesito hablar con usted -dijo Davis con voz firme.

Chinos se abalanzó hacia adelante y apartó a Davis al tiempo que su mano derecha desaparecía bajo el tres cuartos desabrochado.

– ¡Edwin! -gritó Stephanie.

Davis, que al parecer también lo vio, se metió bajo una de las mesas de billar.

Ella sacó su arma, apuntó y chilló:

– ¡Alto!

Los de la habitación vieron la pistola. Una mujer gritó.

Chinos salió disparado por una puerta.

Davis se puso en pie de un salto y corrió tras él.

Malone y Christl salieron del hotel. El silencio envolvía el frío y límpido aire. Las estrellas despedían un brillo imposible que bañaba Ossau en una luz incolora.

Christl había encontrado dos linternas tras el mostrador de recepción. Aunque Malone andaba como atontado por el cansancio, una maraña de ideas combativas le habían infundido vitalidad. Acababa de hacer el amor con una mujer guapa de la que, por un lado, no se fiaba y que, por otro, le resultaba irresistible.

Christl se había recogido los rizos en la parte alta de la cabeza, despejando la nuca y dejando sueltos unos zarcillos que enmarcaban su dulce rostro. Las sombras bailoteaban en el desigual suelo y el aire olía a humo. Subieron el nevado camino en pendiente a duras penas y se detuvieron a la puerta del monasterio. Malone reparó en que Henn, que se había ocupado del desaguisado de antes, había vuelto a colocar la cadena para que diera la impresión de que la puerta estaba cerrada.

Quitó la cadena y entraron.

Un silencio oscuro, que no interrumpían ni la noche ni los años, se cernía por doquier. Encendieron las linternas y se abrieron paso en la negrura desde el claustro hasta la iglesia. Era como caminar por un congelador, el reseco aire cortando los labios de Malone.

Antes no se había fijado atentamente en el suelo, pero ahora barría el musgoso piso con la luz. La mampostería era tosca y de juntas anchas, muchas de las piedras o bien estaban hechas pedazos o faltaban, dejando a la vista la helada y endurecida tierra. El terror le invadió el cuerpo. Llevaba consigo el arma y los cargadores extra, por si las moscas.

– Mira -dijo-, hay un dibujo. Cuesta distinguirlo con lo poco que queda. -Alzó la vista al coro, donde anteriormente habían estado Isabel y Henn-. Vamos.

Malone dio con la escalera y subieron. Mirar desde arriba sirvió de ayuda: ambos se percataron de que el suelo, de haber estado completo, habría formado un tablero del juego del molino.

Malone dirigió el haz de luz hacia lo que según sus cálculos sería el centro - фото 14

Malone dirigió el haz de luz hacia lo que según sus cálculos sería el centro del tablero.

– Hay que admitir que Eginardo era minucioso: está en el centro de la nave.

– Qué emocionante -exclamó Christl-. Esto es exactamente lo que hizo mi abuelo.

– Bajemos a ver si encontramos algo.

– Todos ustedes, escúchenme -dijo Stephanie con la intención de recuperar el control.

Las cabezas se volvieron y al poco el silencio inundó la estancia. Scofield entró a la carrera desde el comedor de gala.

– ¿Qué está pasando aquí?

– Doctor Scofield, lleve a esta gente de vuelta a la entrada principal, allí habrá seguridad. El recorrido ha terminado.

Seguía con el arma en la mano, lo que parecía conferir un halo adicional de autoridad a su orden. Sin embargo, Stephanie no podía quedarse a esperar para ver si Scofield obedecía.

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