Steve Berry - La Habitación de Ámbar

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La Habitación de Ámbar es uno de los mayores tesoros creados por el hombre. Las tropas alemanas que invadieron la Unión Soviética se hicieron con ella en 1941. Cuando los Aliados comenzaron los bombardeos fue ocultada y se convirtió en un misterio que perdura hasta nuestros días.
A la juez Rachel Cutler le encantan su trabajo y sus hijos, y mantiene una relación civilizada con su ex marido Paul. Todo cambia cuando su padre muere en misteriosas circunstancias, dejando pistas acerca de un secreto llamado 'la Habitación de Ámbar'. Desesperada por descubrir la verdad, Rachel viaja a Alemania seguida de cerca por Paul.
Enfrentados a asesinos profesionales en un juego traicionero, los dos chocan contra las fuerzas de la avaricia, el poder y la misma Historia.

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– No me puedo creer que hayamos hecho eso -dijo ella.

– Tengo que estar loco para encontrarme metido en esto.

– Creo recordar que fuiste tú quien me arrastró aquí arriba.

– No me lo recuerdes.

Paul abrió un poco la puerta medio cerrada y ella lo siguió al interior. La estancia era una elegante biblioteca cubierta desde el suelo hasta el techo con estanterías talladas de nogal reluciente. Todo era dorado, al estilo barroco. Atravesaron una reja de hierro y recorrieron rápidamente el suelo de tarima. Había un enorme globo de madera a cada lado, situados en sendos espacios entre estanterías. El aire cálido olía a cuero añejo. Un rectángulo de luz amarilla se extendía desde un umbral al otro lado de la biblioteca. Más allá se alcanzaba a ver el final de otra escalera.

Paul señaló hacia delante.

– Por ahí.

– Knoll ha entrado aquí -le recordó ella.

– Ya lo sé. Pero después de ese tiroteo debe de haberse largado.

Rachel siguió a Paul hacia la salida de la biblioteca y descendieron la escalera. El pasillo oscuro que los esperaba abajo doblaba inmediatamente hacia la derecha. Ella esperaba que en algún lugar hubiera una puerta que condujera hacia el patio interior. Vio cómo Paul llegaba abajo y se volvía, y entonces una sombra surgió como el rayo de la oscuridad y Paul cayó al suelo.

Una mano enguantada le rodeó a ella la garganta.

Fue levantada desde el último escalón y aplastada contra la pared. Se le nubló la visión y cuando logró enfocarla de nuevo contempló directamente los ojos salvajes de Christian Knoll, que le había puesto la hoja del cuchillo en el cuello.

– ¿Es ese su ex marido? -Sus palabras eran un susurro gutural, su aliento cálido-. ¿Ha venido a rescatarla?

Rachel se arriesgó a mirar a Paul, que yacía sobre el suelo de piedra. Estaba inmóvil. Volvió a mirar a Knoll.

– Quizá le cueste creerlo, pero no tengo queja alguna respecto a usted, Frau Cutler. Matarla sería sin duda lo más eficiente, pero no tiene por qué ser lo más astuto. Primero la muerte de su padre y después la suya. Y en tan breve plazo. No. Por mucho que me gustara librarme de una molestia, no puedo matarla. Así que, por favor…, márchese a casa.

– Usted mató… a mi padre.

– Su padre comprendía los riesgos que asumió en la vida. Incluso parecía disfrutar de ellos. Debería haber seguido usted el consejo que le dio. Estoy bastante familiarizado con la historia de Faetón. Un relato fascinante acerca del comportamiento impulsivo. La desesperanza de la generación mayor al tratar de educar a la más joven. ¿Qué le dijo el dios del Sol a Faetón? «Mírame a la cara si puedes, mira en mi corazón y allí verás la sangre y la pasión ansiosas de un padre.» Escuche el consejo, Frau Cutler. Puedo cambiar fácilmente de idea. ¿Quiere acaso que esos preciosos hijos suyos lloren lágrimas de ámbar si un rayo acaba con usted?

De repente, Rachel visualizó a su padre en el ataúd. Lo había enterrado con su chaqueta de tweed, la misma con la que había acudido ante el tribunal el día en que ella le concedió el cambio de nombre. Nunca se había creído la simple caída por las escaleras. Y ahora su asesino estaba allí, apretado contra ella. Se sacudió e intentó asestarle un rodillazo en la entrepierna, pero la mano que le rodeaba el cuello se apretó y el cuchillo perforó la piel.

Rachel se paralizó e inspiró entre dientes.

– Mal, mal, Frau Cutler. Nada de eso.

Knoll liberó la mano de la garganta, pero mantuvo la hoja firme bajo el mentón. Con la palma le recorrió el cuerpo, hasta la entrepierna, de donde la agarró con fuerza.

– Sé que me encuentra misterioso. -La mano ascendió y le masajeó los pechos a través del jersey-. Es una pena que no disponga de más tiempo.

De repente, le pellizcó con fuerza el pecho derecho y lo retorció.

El dolor obligó a Rachel a envararse.

– Siga mi consejo, Frau Cutler. Vuelva a casa. Tenga una vida feliz. Críe a sus hijos. -Señaló con la cabeza a Paul-. Satisfaga a su ex marido y olvídese de todo esto. No es de su incumbencia.

– Usted… mató… a mi padre… -logró repetir a pesar del dolor.

La mano derecha de Knoll le soltó el pecho y voló hacia el cuello.

– La próxima vez que nos veamos le rajaré la garganta. ¿Me entiende?

Ella no respondió. La punta del cuchillo profundizó un poco más. Rachel quería gritar, pero era incapaz.

– ¿Me entiende? -repitió Knoll lentamente.

– Sí -logró pronunciar.

Knoll retiró el cuchillo y la sangre comenzó a manar de la herida en el cuello. Rachel se quedó rígida, apoyada contra la pared. Estaba preocupada por Paul, que todavía no se había movido.

– Haga lo que le he dicho, Frau Cutler.

Knoll se volvió para marcharse.

Rachel saltó a por él.

La mano derecha del asesino trazó un arco y el mango del cuchillo la golpeó con fuerza debajo de la sien derecha. Rachel no podía ver más que un destello blanco y el pasillo comenzó a dar vueltas. La bilis estalló en su garganta. Entonces vio a María y a Brent que corrían hacia ella con los brazos abiertos. Movían la boca, pero la negrura que se apoderó de ella tornó las palabras inaudibles.

Cuarta parte

47

23:35

Suzanne corrió rampa abajo de vuelta a Stod. Por el camino pasó junto a paseantes nocturnos a los que no prestó atención. Su única preocupación en ese momento era regresar al Gebler, recoger sus pertenencias y desaparecer. Necesitaba la seguridad de la frontera checoslovaca y el castillo Loukov, al menos hasta que Loring y Fellner pudieran resolver aquel asunto entre ellos.

La repentina aparición de Knoll había vuelto a sorprenderla con la guardia baja. Ese hijo de puta tenía determinación, había que reconocérselo. Decidió no subestimarlo una tercera vez. Si Knoll estaba en Stod era mejor salir del país.

Llegó hasta la calle al final de la rampa y corrió hacia el hotel.

Gracias a Dios que había empaquetado antes sus cosas. Todo estaba listo para marcharse, ya que su plan había sido salir de allí una vez que se hubiera encargado de Alfred Grumer. En su camino había menos farolas encendidas que a la ida, aunque la entrada del Gebler sí estaba bien iluminada. Entró en el vestíbulo. El recepcionista de noche que había detrás del mostrador estaba tecleando algo en el ordenador y no llegó a levantar la mirada. Una vez arriba, se echó la bolsa de viaje al hombro y dejó algunos euros sobre la cama. Más que suficiente para cubrir la factura. No había tiempo para salidas formales.

Se detuvo un momento para recobrar el aliento. Quizá Knoll no supiera dónde se alojaba. Stod era una ciudad grande, con muchísimos albergues y hoteles. No, decidió. Lo sabría y lo más probable es que en ese mismo momento se dirigiera hacia allí. Pensó en la terraza de la abadía. Knoll buscaba a quien fuera que estuviera también en la iglesia y esa otra presencia también le preocupaba a ella. Pero no era ella la que le había clavado un puñal a Grumer en el pecho. Cualquier posible testigo sería más un problema para Knoll que para ella.

Sacó de la bolsa de viaje un cargador relleno para la Sauer y lo encajó en el arma, que después guardó en el bolsillo. Una vez abajo, recorrió rápidamente el vestíbulo y salió por la puerta principal. Miró a derecha e izquierda. Knoll se encontraba a unos cien metros y avanzaba directamente en su dirección. Cuando la divisó, empezó a correr. Ella salió disparada por una callejuela desierta y dobló una esquina. Siguió corriendo y dobló dos esquinas más. Quizá lograra perder a Knoll en aquel laberinto de edificios venerables de aspecto similar.

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