Steve Berry - Los caballeros de Salomón

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La poderosa orden medieval de los templarios poseía un conocimiento secreto que amenazaba los cimientos de la Iglesia y cuya revelación podría haber cambiado el rumbo de la Historia. Condenador por herejía, fueron aniquilados en el siglo XIV, y los rastros de su colosal saber se perdieron en el abismo de la Historia. Hasta hoy. Cotton Malone, un ex agente secreto del gobierno americano, se ve envuelto en una persecución a contrarreloj por descifrar ese enigma que los templarios codificaron. Su búsqueda pone al descubierto una peligrosa conspiración religiosa capaz de cambiar el destino de la humanidad y poner en entredicho la veracidad de los Santos Evangelios.

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Procuró tranquilizar sus nervios.

Durante años había trabajado a la sombra del maestre. Ahora él era el maestre. Y no estaba dispuesto a permitir que un fantasma le dictara su camino.

Hizo algunas aspiraciones profundas de aquel malsano aire, y trató de recordar el Inicio. Año del Señor de 1118. Tierra Santa había sido finalmente arrebatada a los sarracenos y se habían establecido dominios cristianos, pero aún existía un gran peligro. De manera que nueve caballeros se unieron y prometieron al nuevo rey cristiano de Jerusalén que la ruta de llegada y partida de Tierra Santa sería segura para los peregrinos. Pero ¿Cómo podían nueve hombres de mediana edad, que habían hecho voto de pobreza, proteger la larga ruta que iba de Jaffa a Jerusalén, especialmente cuando centenares de bandidos estaban apostados en el camino? Más desconcertante aún, durante los primeros diez años de su existencia, no se sumaron nuevos caballeros, y las Crónicas de la orden no recogían nada sobre que los hermanos ayudaran a ningún peregrino. En vez de eso, los nueve hombres originales se ocuparon de una tarea más importante. Su cuartel general se encontraba bajo el antiguo templo, en una zona que antaño había servido como establos del rey Salomón, una cámara de infinitos arcos y bóvedas, tan grande que en un tiempo había albergado hasta dos mil animales. Ellos habían descubierto pasajes subterráneos excavados en la roca siglos antes, muchos de los cuales contenían rollos de escrituras, tratados, escritos sobre arte y ciencia, y muchas cosas más sobre la herencia judaico-egipcia.

Y el más importante hallazgo de todos.

Las excavaciones ocuparon toda la atención de aquellos nueve caballeros. Entonces, en 1127, cargaron barcos con su preciosa carga secreta y zarparon hacia Francia. Lo que ellos habían encontrado les valió fama, riqueza y poderosas alianzas. Muchos quisieron formar parte de su movimiento, y, en 1128, tan sólo diez años después de su fundación, se otorgó a los templarios por parte del papa una autonomía legal que no tenía parangón en el mundo occidental.

Y todo debido a lo que sabían.

No obstante, fueron cuidadosos con ese conocimiento. Sólo aquellos que alcanzaban el nivel superior gozaban del privilegio de saber. Siglos atrás, el deber del maestre era transmitir ese conocimiento antes de morir. Pero eso fue antes de la Purga. Después, los maestres buscaron, todo en vano.

Golpeó nuevamente el puño contra la pared.

Los templarios habían forjado por primera vez su destino en cavernas olvidadas con la determinación de unos zelotes. Él haría lo mismo. El Gran Legado estaba ahí. Se encontraba cerca. Lo sabía.

Y las respuestas estaban en Aviñón.

XXXII

Aviñón

5:00 pm

Malone detuvo el Peugeot. Royce Claridon estaba esperando al borde de la carretera, al sur del sanatorio, exactamente donde había dicho. La desaliñada barba había desaparecido, al igual que las ropas y el jersey manchado. Iba bien afeitado, las uñas cuidadas y llevaba unos vaqueros y una camiseta de cuello redondo. Su largo cabello estaba alisado hacia atrás y recogido en una cola de caballo. Y había vigor en su paso.

– Se siente uno bien sin esa barba -dijo, subiendo al asiento trasero-. Para fingir ser un templario, tenía que parecerlo. Ya sabe usted que nunca se bañaban. La regla se lo prohibía. Nada de desnudez entre hombres y todo eso. Vaya panda maloliente debían de ser.

Malone puso la primera y se dirigió a la autopista. El cielo aparecía cubierto de nubes amenazadoras. Al parecer, el mal tiempo procedente de Rennes-le-Château estaba finalmente dirigiéndose hacia el este. A lo lejos, los rayos caían bifurcándose a través de las imponentes nubes, seguidos del retumbar de los truenos. Aún no había descargado, pero pronto lo haría. Intercambió miradas con Stephanie, y ella comprendió que el hombre del asiento trasero debía ser interrogado.

Se volvió hacia atrás.

– Señor Claridon…

– Llámeme Royce, madame.

– De acuerdo. Royce, ¿puede usted contarnos algo más de lo que estaba pensando Lars? Es importante que comprendamos.

– ¿No lo sabe?

– Lars y yo estuvimos distanciados los años previos a su muerte. No confiaba mucho en mí. Pero recientemente he leído sus libros y el diario.

– ¿Puedo preguntar entonces por qué está usted aquí? Él hace tiempo que se fue.

– Digamos sólo que me gustaría creer que Lars hubiera deseado que su trabajo fuera acabado.

– En eso tiene usted razón, madame. Su marido era un brillante erudito. Sus teorías tenían una base sólida y creo que habría tenido éxito. De haber vivido.

– Hábleme de esas teorías.

– Estaba siguiendo los pasos del abate Saunière. Ese cura era listo. Por un lado quería que nadie supiera lo que estaba haciendo. Por otro, dejó muchas pistas. -Claridon meneó la cabeza-. Dicen que se lo contó todo a su amante, pero ella murió sin decir jamás una palabra. Antes de su muerte, Lars pensó que finalmente hacía progresos. ¿Conoce usted la leyenda completa, madame?¿La auténtica verdad?

– Me temo que mi conocimiento se limita a lo que Lars escribió en sus libros. Pero había algunas referencias interesantes en su diario que él nunca publicó.

– ¿Podría ver esas páginas?

Ella pasó las páginas del diario, y luego se lo tendió a Claridon. Malone vio por el espejo retrovisor que el hombre leía con interés.

– Vaya maravillas -dijo Claridon.

– ¿Podría usted ilustrarnos? -preguntó Stephanie.

– Desde luego, madame. Como he dicho esta tarde, la ficción que Noël Corbu y otros fabricaron sobre Saunière era misteriosa y cautivadora. Pero para mí, y para Lars, la verdad era mejor aún.

Saunière inspeccion ó el nuevo altar de la iglesia, encantado de las renovaciones. La monstruosidad de m ármol hab ía desaparecido, aquella vieja superficie convertida ahora en un mont ón de cascotes en el cementerio, y las columnas visig óticas, destinadas a otros usos. El nuevo altar era un objeto de sencilla belleza. Tres meses antes, en junio, hab ía organizado un primoroso oficio de Primera Comuni ón. Hombres del pueblo hab ían transportado una estatua de la Virgen en solemne procesi ón a trav és de Rennes, regresando finalmente a la iglesia, donde la escultura fue colocada encima de una de las desechadas columnas del cementerio. Para conmemorar el acontecimiento, hizo grabar penitencia, penitencia, sobre la cara de la columna, con objeto de recordar a los feligreses la humildad, y misi ón 1891, para conmemorar el a ño de su ejecuci ón colectiva.

El tejado de la iglesia finalmente hab ía sido sellado, y las paredes exteriores, apuntaladas. El viejo púlpito hab ía desaparecido y se estaba construyendo otro. Pronto ser ía instalado un suelo de baldosas a cuadros negros y blancos, y luego los nuevos bancos. Pero antes de eso, la infraestructura del suelo requer ía reparaci ón. El agua filtrada del tejado hab ía erosionado muchas de las piedras de la base. En algunos lugares hab ía sido posible el remiendo, pero otras ten ían que ser sustituidas.

Fuera, apuntaba una h úmeda y ventosa ma ñana de septiembre, de manera que consigui ó asegurarse la ayuda de una media docena de vecinos del pueblo. Su trabajo consistir ía en romper algunas de las losas da ñadas e instalar otras nuevas antes de que llegaran los soladores, dos semanas despu és. Los hombres estaban ahora trabajando en tres lugares distintos a lo largo de la nave. El propio Saunière estaba ocup ándose de una piedra deformada ante los escalones del altar, que siempre se hab ía balanceado.

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