Sac ó el objeto de su lugar oculto.
– Ese frasco fue el comienzo de todo -dijo Stephanie.
Malone asintió.
– He leído los libros de Lars también. Pero pensaba que lo que se le atribuía a Saunière era haber hallado tres pergaminos en aquella columna con alguna especie de mensaje cifrado.
Ella movió la cabeza negativamente.
– Eso forma parte del mito que otros añadieron a la historia. Lars y yo hablamos sobre esto. La mayoría de esas ideas falsas se iniciaron en los años cincuenta por un posadero que quería generar negocio. Una mentira trajo otra. Lars nunca aceptó que esos pergaminos fueran reales. Su supuesto texto fue impreso en innumerables libros, pero nadie los ha visto nunca.
– Entonces, ¿por qué escribió sobre ellos?
– Para vender libros. Sé que le dolía, pero de todos modos lo hizo. Siempre decía que la riqueza que Saunière halló podía remontarse a 1891, y procedía de fuera lo que fuese que estaba dentro del frasco de cristal. Pero él era el único que creía eso. -Señaló a otro de los edificios de piedra-. Ésa es la casa parroquial donde vivía Saunière. Hay un museo sobre él ahora. La columna con el pequeño nicho está allí, para que la vea todo el mundo.
Pasaron por delante de los atestados quioscos manteniéndose en la empedrada calzada.
– La Iglesia de María Magdalena -dijo ella, señalando a un edificio románico-. Antaño fue la capilla de los condes locales. Actualmente, por unos pocos euros, se puede ver la gran creación del abate Saunière.
– ¿No lo aprueba usted?
Ella se encogió de hombros.
– Nunca lo aprobé. Ése fue el problema.
A su derecha podía verse un château en ruinas, sus muros exteriores del color del barro bañados por el sol.
– Ésa es la propiedad de los D’Hautpoul -dijo ella-. Se perdió durante la Revolución y acabó en manos del gobierno, y ha sido un montón de escombros desde entonces.
Dieron la vuelta al extremo más lejano de la iglesia y pasaron bajo un portal de piedra adornado con lo que parecía una calavera y unas tibias. Recordó, por el libro que había leído la noche anterior, que el símbolo aparecía en muchas lápidas sepulcrales templarias.
La tierra más allá de la entrada estaba cubierta de guijarros. Él conocía lo que los franceses llamaban el espacio Enclos paroissiaux. Recinto parroquial. Y el recinto parecía típico… un lado limitado por un murete, y el otro arrimado a una iglesia, su entrada un arco triunfal. El cementerio albergaba una profusión de sepulcros, lápidas mortuorias y monumentos conmemorativos. Había tributos florales depositados sobre algunas de las tumbas, y muchas de éstas estaban adornadas, según la tradición francesa, con fotografías de los muertos.
Stephanie se acercó a uno de los monumentos que no mostraba flores ni imágenes, y Malone la dejó hacerlo sola. Sabía que Lars Nelle había sido tan apreciado por los habitantes de la localidad que le habían otorgado el privilegio de ser enterrado en su querido cementerio.
La lápida era sencilla e indicaba solamente el nombre, las fechas y un epitafio de marido, padre, erudito.
Se acercó hasta situarse al lado de la mujer.
– No dudaron ni una sola vez en enterrarle aquí -murmuró ella.
Malone sabía a lo que Stephanie se refería. En tierra sagrada.
– El alcalde de la época dijo que no había ninguna prueba concluyente de que se hubiera suicidado. Él y Lars eran íntimos, y quería que su amigo descansara aquí.
– Es el lugar perfecto -dijo él.
Ella estaba muy entristecida, le constaba a Malone, pero reconocer su dolor sería considerado como una invasión de su intimidad.
– Cometí un montón de errores con Lars -dijo ella-. Y la mayor parte de ellos los pagué con Mark.
– El matrimonio es duro. -El suyo, fracasado a causa del egoísmo, también-. Igual que la paternidad.
– Siempre pensé que la pasión de Lars era una tontería. Yo era una abogada del gobierno que hacía cosas importantes. Él andaba en busca de lo imposible.
– ¿Y por qué está usted aquí?
La mirada de la mujer estaba fija en la tumba.
– Vine para darme cuenta de lo que le debo.
– O de lo que se debe a usted misma.
Ella se apartó de la tumba.
– Quizás lo que nos debemos a ambos -dijo.
Malone dejó el tema.
Stephanie señaló hacia un rincón alejado.
– La amante de Saunière está enterrada allí.
Malone sabía de la amante por los libros de Lars. Ella era dieciséis años más joven que Saunière, y tenía sólo dieciocho cuando dejó su trabajo como sombrerera y se convirtió en el ama de llaves del abate. Permaneció a su lado treinta y un años, hasta su muerte en 1917. Todo lo que Saunière adquirió fue colocado con el tiempo a su nombre, incluyendo toda la tierra y cuentas bancarias, lo que más tarde hizo imposible que nadie, ni siquiera la Iglesia, pudiera reclamarlo. Continuó viviendo en Rennes, vistiendo ropas oscuras y comportándose de forma tan extraña como cuando su amante estaba vivo, hasta su muerte en 1953.
– Era una mujer extraña -dijo Stephanie-. Hizo una declaración, mucho tiempo después de que muriera Saunière, sobre cómo, con lo que él había dejado, se podía alimentar a los habitantes de Rennes durante cien años. Pero lo cierto es que vivió en la pobreza hasta el día de su muerte.
– ¿Alguien llegó a saber por qué?
– Su única afirmación era: «No puedo tocarlo.»
– Yo creía que usted no sabía mucho sobre todo esto.
– No lo sabía, hasta la semana pasada. Los libros y el diario fueron ilustrativos. Lars se pasó un montón de tiempo entrevistando a los vecinos.
– Suena como si eso hubieran sido rumores de segunda o tercera mano.
– Por lo que respecta a Saunière, así era. Lleva muerto mucho tiempo. Pero su amante vivió hasta los años cincuenta, de manera que había mucha gente por aquí en los setenta y ochenta que la conocían. Vendió la Villa Betania en 1946 a un hombre llamado Noël Corbu. Fue él quien lo convirtió en un hotel… el posadero que mencioné que había creado gran parte de la información falsa sobre Rennes. La amante prometió contar el gran secreto de Saunière a Corbu, pero al final de su vida sufrió una apoplejía y fue incapaz de comunicar nada.
Pasearon un rato sobre el duro suelo, crujiendo la arenisca a cada paso.
– Saunière estuvo antaño enterrado aquí también, al lado de ella, pero el alcalde dijo que la tumba corría el peligro de ser saqueada por los buscadores de tesoros. -Movió negativamente la cabeza-. Así que hace unos años sacaron al cura y lo trasladaron a un mausoleo en el jardín. Ahora cuesta tres euros ver su tumba… el precio de la seguridad de un cadáver, supongo.
Malone captó su sarcasmo.
Ella señaló la tumba.
– Recuerdo haber venido aquí hace once años. Cuando llegó Lars por primera vez a finales de los sesenta, nada, excepto dos estropeadas cruces, señalaban las tumbas, cubiertas de malas hierbas y enredaderas. Nadie las cuidaba. Nadie se preocupaba. Saunière y su amante habían sido totalmente olvidados.
Una cadena de hierro rodeaba la parcela, y flores frescas brotaban de unos jarrones hechos de hormigón. Malone observó el epitafio en una de las losas, apenas legible:
AQUI YACE BERENGUER SAUNIÈRE
CURA PÁRROCO DE RENNES-LE-CHÂTEAU
1853-1917
MUERTO EL 22 DE ENERO DE 1917
A LA EDAD DE 64 AÑOS
– He leído en alguna parte que la losa era demasiado frágil para moverla -dijo ella-, así que la dejaron. Más cosas para que los turistas las vean.
Malone se fijó en la tumba de la amante.
– ¿Ella no era un objetivo para los oportunistas también?
Читать дальше