Sabía que sólo un paso más allá había un profundo pozo en el suelo, cuyo fondo supuso que estaba erizado de púas de bronce. En su rabia por hacerse con el Gran Legado, sin preocuparse de lo que le rodeaba, De Roquefort no tenía ni idea de la existencia de aquel peligro. Y así era precisamente como su enemigo dirigiría la orden. Los sacrificios que miles de hermanos habían hecho durante setecientos años se desperdiciarían por su arrogancia.
La lectura del testimonio de Simón le había proporcionado una confirmación histórica de su propio escepticismo religioso. Siempre le habían atormentado las contradicciones bíblicas y la débil explicación que se daba de ellas. La religión, temía, era una herramienta utilizada por unos hombres para manipular a otros hombres. La necesidad de la mente humana de tener respuestas, incluso para preguntas que no tenían ninguna, había permitido que lo increíble se convirtiera en un evangelio. De alguna manera, había un consuelo en la creencia de que la muerte no era un final. Había más cosas. Jesús supuestamente demostraba eso, resucitándose a sí mismo, y ofreciendo la misma salvación a todos los que creían.
Pero no había ninguna vida después de la muerte.
Al menos en un sentido literal.
En vez de ello, seguías viviendo gracias a lo que otros hacían de tu vida. Al recordar lo que Jesús hombre dijo e hizo, Simón Pedro comprendía que las creencias de su amigo muerto habían resucitado realmente en él. Y predicar este mensaje, hacer lo que Jesús había hecho, se convertía en la referencia de la salvación de Simón. Ninguno de nosotros debía juzgar a los demás; sólo a sí mismo. La vida no es eterna. Un tiempo establecido nos define a todos… Luego, tal como los huesos del osario mostraban, al polvo debemos retornar.
Sólo confiaba en que su vida hubiera significado algo, y que los demás le recordaran por ese significado.
Hizo una profunda inspiración.
Y arrojó el libro a Malone, que lo cogió.
– ¿Por qué has hecho eso? -preguntó De Roquefort. Mark vio que Malone sabía lo que se disponía a hacer.
Y de pronto su madre también lo comprendió.
Él lo descubrió en sus ojos al ver cómo le brillaban a causa de las lágrimas. Quería decirle que lo sentía, que estaba equivocado, que no debería haberla juzgado. Ella pareció leer sus pensamientos y dio un paso adelante, que Malone bloqueó con el brazo.
– Apártese de mi camino, Cotton -dijo ella.
Mark utilizó ese momento para avanzar unos centímetros; el suelo estaba duro todavía.
– Vamos -dijo De Roquefort-. Recoge el libro.
– Por supuesto.
Otro paso.
Duro todavía.
Pero en vez de dirigirse hacia Malone como De Roquefort ordenaba, se agachó para evitar el cañón del arma y se dio la vuelta, lanzando un codazo a las costillas de De Roquefort. El musculoso abdomen del hombre era duro, y Mark sabía que él no era rival para el viejo guerrero. Pero tenía una ventaja. Mientras De Roquefort se estaba preparando para una pelea, él simplemente envolvió con sus brazos el pecho del otro e hizo que ambos giraran hacia delante, levantándole los pies del suelo y haciendo que los dos cayeran a un piso que él sabía que no aguantaría.
Oyó que su madre gritaba «no», luego el arma de De Roquefort se disparó.
Mark había empujado hacia arriba la mano que sostenía el arma, pero no había forma de saber adonde había ido a parar la bala. Cayeron sobre el falso suelo, su peso combinado fue suficiente para destruir la cubierta. De Roquefort había esperado seguramente golpear el suelo con dureza, listo para revolverse. Pero cuando caían en el agujero, Mark soltó su presa del cuerpo de De Roquefort y liberó los brazos, lo que hizo que toda la fuerza de las púas impactara en la espalda de su enemigo.
Un gemido se escapó de los labios de De Roquefort cuando abrió la boca para hablar. Pero sólo brotó sangre.
– Ya le dije, el día que usted objetó al maestre, que lamentaría lo que hacía -susurró Mark-. Su mandato ha terminado.
De Roquefort trató de hablar, pero la respiración le abandonó mientras de sus labios manaba la sangre.
Entonces el cuerpo se quedó fláccido.
– ¿Estás bien? -preguntó Malone desde arriba.
Mark se levantó. El movimiento del peso de su cuerpo hacía que De Roquefort se clavara aún más las púas. Arenisca y gravilla lo cubrían. Mark salió del pozo, y luego se quitó de encima la suciedad.
– Sólo que he matado a un hombre.
– Él te hubiera matado a ti -dijo Stephanie.
– No es una buena razón, pero es todo lo que tengo.
Las lágrimas corrían por el rostro de su madre.
– Pensé que te perdía otra vez.
– Yo esperaba evitar esas púas, pero no sabía que De Roquefort cooperaría.
– Tenías que matarlo -dijo Malone-. Nunca se habría detenido.
– ¿Y adónde fue el disparo? -preguntó Mark.
– Pasó silbando muy cerca -dijo Malone. Hizo un gesto con el libro. -¿Esto es lo que andabas buscando?
Mark asintió.
– Y aún hay más.
– Ya te lo pregunté antes. ¿Valía la pena?
Mark señaló hacia atrás al pasaje.
– Echemos una mirada, y ya me lo dirá usted.
Abadía des Fontaines
Miércoles, 28 de junio
12:40 pm
Mark paseó la mirada por la sala circular. Los hermanos aparecían otra vez engalanados con sus vestiduras más formales, reunidos en cónclave, dispuestos a elegir un maestre. De Roquefort estaba muerto, y había sido depositado en el Panteón de los Padres la noche anterior. En el funeral, el capellán había objetado la memoria de De Roquefort, y se había votado unánimemente su repudio. Mientras escuchaba el discurso del capellán, Mark comprendió que todo lo que había ocurrido los últimos días era necesario. Por desgracia, él había matado a dos hombres, a uno con remordimiento, al otro sin entusiasmo. Había suplicado el perdón del Señor por la primera muerte, pero sólo sentía alivio de que De Roquefort hubiera desaparecido.
Ahora el capellán estaba hablando nuevamente, dirigiéndose al cónclave.
– Os lo digo, hermanos. El destino ha intervenido, pero no en el sentido que nuestro más reciente maestre esperaba. El suyo era el camino equivocado. Nuestro Gran Legado ha vuelto gracias al senescal. Él era el sucesor elegido por nuestro antiguo maestre. Él fue el enviado a la búsqueda. Se enfrentó a su enemigo, puso nuestro bienestar por encima del suyo, y llevó a cabo lo que los maestres han estado intentando conseguir durante siglos.
Mark vio centenares de cabezas asintiendo para mostrar su acuerdo. Nunca había conmovido a unos hombres de esta manera en su vida. Había llevado una existencia solitaria en la universidad, pasando sus fines de semana con su padre, y luego solo, la única aventura que había conocido hasta estos últimos días.
El Gran Legado había sido recuperado discretamente de la tierra al día anterior y llevado a la abadía. Él y Malone habían retirado personalmente el osario, junto con su testimonio. Le mostraron al capellán lo que habían encontrado y se convino en que el nuevo maestre decidiría qué hacer con ello.
Ahora esa decisión estaba en sus manos.
Esta vez Mark no se encontraba entre los dignatarios de la orden. Era simplemente un hermano más, de manera que ocupaba su lugar entre la sombría masa de hombres. No había sido seleccionado para formar parte del cónclave, de manera que contemplaba junto con todos los demás cómo los doce elegidos se disponían a realizar su tarea.
– No cabe duda acerca de lo que debe hacerse -dijo uno de los miembros del cónclave-. El antiguo senescal debería ser nuestro maestre. Sea.
La sala permaneció en silencio.
Mark quería hablar para protestar. Pero la regla lo prohibía, y él ya la había quebrantado el suficiente número de veces en su vida.
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