Me disip ó toda duda. La pena se desvaneci ó. La confusi ón devino claridad. El Jes ús hombre no estaba muerto. Estaba vivo. Resurrecto en mi interior estaba el Se ñor resucitado. Sent ía su presencia tan claramente como cuando anta ño hab ía estado a mi lado. Record é lo que me hab ía dicho muchas veces: «Sim ón, si me amas, encontrar ás mis ovejas. » Finalmente sab ía que amar como él amaba permitir á a cualquiera conocer al Se ñor. Hacer lo que él hac ía nos permitir á a todos conocer al Se ñor. Vivir como él viv ía es el camino a la salvaci ón. Dios ha bajado de los cielos para morar en el hombre Jes ús, y a trav és de sus hechos y sus palabras el Se ñor se dar á a conocer. El mensaje estaba claro. Cuida del necesitado, consuela al afligido, ofrece amistad al rechazado. Haz estas cosas y el Se ñor quedar á complacido. Dios dio la vida al Jes ús hombre para que nosotros pudi éramos ver. Yo fui simplemente el primero en aceptar esa verdad. La tarea se hizo clara.
El mensaje debe vivir a trav és de m í y de los otros que del mismo modo creen.
Cuando les habl é a Juan y a Santiago de mi visi ón, ellos vieron tambi én. Antes de salir de Jerusal én, regresamos al lugar de mi visi ón y sacamos de la tierra los restos del hombre Jes ús. Nos los llevamos con nosotros y los depositamos en una cueva. Regresamos al a ño siguiente y reunimos sus huesos. Luego escrib í este relato que coloqu é al lado del hombre Jes ús, porque juntos son la Palabra.
Mark estaba confuso y asombrado. Sabía quién era Simón.
Éste había sido llamado Cefas en arameo, luego Petros, roca, en griego. Finalmente, se convirtió en Pedro, y los Evangelios proclamaban que Cristo había dicho: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.»
Aquel testimonio era el primer relato antiguo que había leído en su vida que tuviera sentido. Nada de hechos sobrenaturales o apariciones milagrosas. Ninguna acción contraria a la historia o a la lógica. Y tampoco detalles contradictorios que arrojaran dudas o afectaran a su credibilidad. Sólo el testimonio de un sencillo pescador de cómo había sido testigo de un gran hombre, alguien cuyas buenas obras y bondadosas palabras vivían después de su muerte, lo suficiente para inspirarle a continuar con su causa.
Simón ciertamente no poseía el intelecto o la capacidad de crear el tipo de elaboradas ideas religiosas que vendrían mucho más tarde. Su comprensión se limitaba al hombre Jesús, al que conocía y a quien Dios lo había reclamado con una muerte violenta. A fin de conocer a Dios, de formar parte de Él, estaba claro para Simón que debía emular al hombre Jesús. El mensaje podía vivir sólo si él, y otros después de él, le insuflaban vida. De esa sencilla manera, la muerte no se apoderaría del hombre. Una resurrección tendría lugar. No literal, sino espiritualmente. Y en la mente de Simón, el hombre Jesús había resucitado -vivía nuevamente-, y a partir de aquel singular comienzo, durante una noche de otoño, seis meses después de que el Jesús hombre fuera ejecutado, nació el cristianismo.
– Esos arrogantes cabrones -murmuró De Roquefort-. Con sus imponentes iglesias y su teología. Todo es absolutamente falso.
– No, no es así.
– ¿Cómo puedes decir eso? No hay ninguna crucifixión, ninguna tumba vacía, nada de ángeles anunciando al Cristo resucitado. Todo eso es ficción, creada por los hombres en su propio beneficio. Este testimonio que vemos aquí tiene mucha importancia Todo empezó con un hombre que comprende algo en su mente. Nuestra orden fue borrada de la faz de la tierra, nuestros hermanos torturados y asesinados, en el nombre del supuestamente resucitado Cristo.
– El resultado es el mismo. La Iglesia había nacido.
– ¿Crees, ni siquiera por un instante, que la Iglesia habría florecido si toda su teología estuviera basada en la revelación personal de un simple hombre aislado?¿Cuántos conversos crees que habría conseguido?
– Pero eso es exactamente lo que pasó. Jesús era un hombre corriente.
– Que fue elevado a la categoría de Dios por los hombres posteriores. Y si alguno ponía objeciones, era condenado como hereje y quemado en la hoguera. Los cátaros fueron eliminados aquí mismo, en los Pirineos, por no creer en ello.
– Aquellos primeros Padres de la Iglesia hicieron lo que hicieron. Tenían que embellecer las cosas para que sobreviviera su mensaje.
– ¿Perdonas lo que hicieron?
– Está hecho.
– Y no podemos deshacerlo.
Se le ocurrió una idea.
– Saunière probablemente leyó esto.
– Y no se lo dijo a nadie.
– Exacto, Hasta él vio la futilidad de hacerlo.
– No se lo dijo a nadie porque hubiera perdido su tesoro privado. No tenía honor alguno. Era un ladrón.
– Tal vez. Pero la información evidentemente le afectó. Dejó muchas pistas en su iglesia. Era un hombre culto y sabía latín. Si encontró esto, de lo cual estoy seguro, lo entendió. Sin embargo, lo devolvió a su lugar y cerró la puerta al marcharse.
Bajó la vista hacia el osario. ¿Estaba contemplando los huesos de Jesús el hombre? Una oleada de tristeza le invadió cuando se dio cuenta de que todo lo que quedaba de su propio padre eran huesos también.
Clavó su mirada en De Roquefort, y preguntó lo que realmente quería saber.
– ¿Mató usted a mi padre?
Malone observó cómo Stephanie se apresuraba hacia la escalera, con el arma de uno de los hermanos en su mano.
– ¿Va usted a alguna parte?
– Quizás me deteste, pero sigue siendo mi hijo.
Malone comprendió que la mujer tenía que ir, pero no iría sola.
– Yo también voy.
– Prefiero hacer esto sola.
– Me importa un bledo lo que usted prefiera. Yo voy.
– Y yo -dijo Casiopea.
Henrik agarró el arma de la mujer.
– No. Déjeles hacerlo. Tienen que resolver esto.
– ¿Resolver qué? -preguntó Casiopea.
El capellán dio un paso adelante.
– El senescal y el maestre deben desafiarse. La señora fue implicada por alguna razón. Déjenla que vaya. Su destino está abajo, con ellos.
Stephanie desapareció por la escalera, y Malone la observó desde arriba mientras ella se hacía a un lado, evitando el pozo. Luego la siguió, con la linterna en una mano y el arma en la otra.
– ¿Por dónde? -susurró Stephanie.
Malone le indicó que guardara silencio. Entonces oyó voces. Procedentes de su izquierda, de la cámara que él y Casiopea habían hallado.
– Por ahí -señaló.
Sabía que el pasadizo estaba libre de trampas hasta casi la entrada de la cámara. Sin embargo, avanzaron lentamente. Cuando descubrieron el esqueleto y las palabras que estaban grabadas en la pared, supo que justo a partir de allí tendrían que andar con mucha precaución.
Las voces se oían más claramente ahora.
– Le he preguntado si mató usted a mi padre -dijo Mark en un tono más alto.
– Tu padre fue un alma débil.
– Eso no es una respuesta.
– Yo estaba allí la noche en que puso fin a su vida. Le seguí hasta el puente. Hablamos.
Mark estaba escuchando.
– Estaba frustrado. Furioso. Había resuelto el criptograma, el que aparecía en su diario, y no le decía nada. A tu padre simplemente le faltó fuerza para seguir adelante.
– Usted no sabe nada de mi padre.
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