Steve Berry - La profecía Romanov

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El 16 de julio de 1918 el Zar Nicolás II y toda la familia imperial son ejecutados a sangre fría, pero cuando en 1991 se inhuman sus restos se descubre que faltan los cadáveres de dos de los hijos del Zar. Hoy, tras la caída del comunismo, el pueblo rusa ha decidido democráticamente el regreso de la monarquía. Una Comisión especial queda a cargo de que el nuevo Zar sea escogido entre varios familiares distantes de Nicolás II. Cuando el abogado norteamericano Miles Lord es contratado para investigar a uno de los candidatos, se ve envuelto en una trama para descubrir uno de los grandes enigmas de la Historia: qué le sucedió realmente a la familia imperial. Su única pista es un críptico mensaje en los escritos de Rasputín que anuncia que aquel cruento capítulo no será el último en la leyenda de los Romanov.

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Lord se dio cuenta de que no era un vehículo oficial. No llevaba luces, ni marcas de identificación. La cara que se veía detrás del parabrisas era, en cambio, reconocible.

Iosif Maks.

El ruso sacó la cabeza por la ventanilla y les dijo:

– Suban.

Subieron, y Maks aplastó el acelerador contra el suelo del coche.

– Muy oportuno -le dijo Lord, mirando por la ventanilla trasera.

El fornido ruso no apartó los ojos del camino, pero dijo:

– Kolya Maks está muerto. No obstante, su hijo los recibirá mañana.

25

Moscú

Domingo, 17 de octubre

07:00

Hayes desayunaba en el comedor principal del Voljov. El hotel ofrecía un exquisito buffet mañanero. Le gustaban especialmente los blinys dulces del chef, presentados con azúcar espolvoreada y fruta fresca por encima. El camarero le trajo el Izvestia y él se acomodó en su asiento para leerlo.

En un artículo de primera página se pasaba revista a las actividades de la Comisión del Zar durante la semana anterior. Tras la sesión de apertura, el miércoles, el nombre que surgió en primer lugar fue el de Stefan Baklanov: su candidatura era la que prefería el alcalde de Moscú, hombre de gran popularidad. La Cancillería Secreta consideró que utilizar a una persona respetada por el pueblo otorgaría más credibilidad a Baklanov, y la táctica, al parecer, había funcionado, porque el editorial del Izvestia hablaba de un creciente apoyo a la elección de Baklanov.

Dos clanes de Romanov sobrevivientes se apresuraron a nombrar a sus respectivos miembros de más edad, afirmando que su parentesco con Nicolás II, por matrimonio y por sangre, era más cercano. Se propusieron otros tres nombres, pero el redactor no les concedía la menor posibilidad, porque estaban demasiado alejados de los Romanov. En un recuadro de la derecha de la página se comentaba que de hecho bien podía haber muchísima gente con sangre de los Romanov en Rusia. Había laboratorios en San Petersburgo, Novosibirsk y Moscú que ofrecían por cincuenta rublos la posibilidad de analizar la sangre de los clientes y comparar sus indicadores genéticos con los de la familia imperial. Al parecer, muchas personas habían pagado el precio estipulado y se habían hecho el análisis.

El debate inicial entre los comisionados de los diferentes candidatos había sido intenso, pero a Hayes le constaba que fue sólo por dar espectáculo, porque, según sus últimas noticias, catorce de los diecisiete miembros estaban comprados. Más valía dejar que manifestasen sus desavenencias en público y que fueran poco a poco cambiando de opinión, en vez de tomar una decisión demasiado rápida.

El Izvestia finalizaba la información diciendo que el proceso de designación de candidatos se cerraría al día siguiente: para el martes estaba prevista una votación inicial que reduciría a tres su número, y luego, tras otros dos días de debate, la votación definitiva tendría lugar el jueves.

Todo quedaría resuelto el próximo viernes.

Stefan Baklanov se convertiría en Stefan I, Zar de Todas las Rusias. Los clientes de Hayes estarían felices, la Cancillería Secreta estaría satisfecha y él sería unos cuantos millones de dólares más rico.

Terminó el artículo, no sin asombrarse, una vez más, ante la inclinación de los rusos a los espectáculos públicos. Hasta tenían palabra para designarlos: pokazukha. El mejor, que él recordase, fue el de la visita de Gerald Ford en 1970, cuando añadieron pintoresquismo a la carretera del aeropuerto a base de abetos recién cortados de un bosque cercano y clavados directamente en la nieve.

El camarero le trajo los blinys humeantes y el café. Hojeó los demás periódicos, deteniéndose momentáneamente en alguna noticia suelta. Una le llamó la atención especialmente: ANASTASIA ESTA VIVA Y RESIDE CON SU HERMANO EL ZAR. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, hasta que se dio cuenta de que era la reseña de una obra recién estrenada en Moscú:

Inspirándose en una conspiración de tres al cuarto que encontró en una librería de segunda mano, la comediógrafa inglesa Lorna Gant llegó a interesarse en los relatos existentes en torno a la supuesta ejecución incompleta de la familia real. «Me fascinó aquella historia de Anastasia y Anna Anderson», nos dice Gant, refiriéndose a la más famosa de las supuestas Anastasias.

La obra da a entender que Anastasia y su hermano Alexis lograron eludir la muerte en Ekaterimburgo, en 1918. Sus cadáveres nunca se han encontrado, y durante décadas se ha estado especulando sobre lo que realmente pudo ocurrir. Algo muy útil para nutrir la imaginación de un autor teatral.

«La cosa hace pensar en lo de “Elvis no ha muerto y se ha ido a vivir a Alaska con Marilyn Monroe”», nos dice Gant. «Hay humor negro e ironía en el mensaje.»

Siguió leyendo y pudo comprobar que la obra era más bien una farsa, no una elaboración seria sobre la posibilidad de que hubiera Romanov supervivientes; para el crítico, aquello era una especie de cruce entre «Chéjov y Carol Burnett». El crítico, al final, no se la recomendaba a nadie.

El ruido de una silla que alguien apartaba de la mesa le hizo interrumpir la lectura.

Levantó la vista del periódico mientras Feliks Orleg tomaba asiento.

– Qué buena pinta tiene su desayuno -dijo el ruso.

– Con mucho gusto pediría lo mismo para usted, pero éste es un sitio demasiado público para que nos vean juntos.

No hacía el menor intento de ocultar su desdén.

Orleg se acercó un plato y agarró un tenedor. Hayes decidió dejarlo hacer, al muy cabrón. Orleg cubrió de sirope las finas tortitas y se las comió con buen apetito.

Hayes cerró el periódico y lo dejó encima de la mesa.

– ¿Café? -dijo, dejando muy claro su sarcasmo.

– Con un zumo me vale -masculló el ruso, con la boca llena.

Hayes dudó un momento, pero acabó llamando al camarero para pedirle un vaso de zumo de naranja. Orleg se terminó los blinys y se limpió la boca con una servilleta.

– Sabía que en este hotel sirven un desayuno estupendo, pero es que yo no puedo pagarme ni un triste aperitivo.

– Con suerte, pronto nadará usted en la abundancia.

Una sonrisa se instalo en los agrietados labios del inspector.

– De lo que puede usted estar seguro es de que no hago todo esto por disfrutar de su compañía.

– Y ¿a qué viene esta encantadora visita dominguera?

– El boletín policial sobre Lord que pusimos en circulación ha tenido éxito. Lo tenemos localizado.

A Hayes se le avivó el interés.

– Está en Starodub. Unas cinco horas al sur de aquí.

Hayes recordó inmediatamente de qué población se trataba, porque se hablaba de ella en los documentos que Lord había encontrado. Lenin la mencionaba junto con un nombre de persona: Kolya Maks. ¿Qué era lo que decía el líder soviético? La localidad de Starodub también ha sido traída a colación por otros Guardias Rusos igualmente persuadidos. Algo está ocurriendo, de eso estoy seguro…

Ahora, también él estaba seguro. Demasiadas coincidencias.

Lord, evidentemente, se había metido en algo.

En algún momento de la noche del viernes había quedado vacía la habitación de Lord en el Voljov, por misteriosas razones. Los miembros de la Cancillería Secreta estaban preocupados al respecto, sin duda alguna, y si ellos estaban preocupados, Hayes tenía buenas razones para preocuparse también. Les dijo que se haría cargo de la situación, y eso era lo que tenía intención de hacer.

– ¿Qué pasó? -preguntó.

– Lord y una mujer fueron localizados en un hotel.

Esperó más. Orleg daba la impresión de estar disfrutando del momento.

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