– No, no, no de modo definitivo -contestó Þórólfur-. Pero si la difunta revela, por la presencia de lesiones internas y externas en los órganos sexuales, que ha sido violada, el caso, naturalmente, es distinto, ¿no es cierto?
Þóra decidió no responder.
– ¿Hay algo más que quieran aclarar, o sólo querían una explicación sobre el semen de Jónas?
– Hay más cosas -señaló Þórólfur-. Vamos a estudiar los mensajes enviados desde su teléfono, Jónas. ¿Puede explicarlos? ¿Decirnos, por ejemplo, dónde estaba usted entre las nueve y las diez de esa noche?
Jónas se volvió hacia Þóra, con gesto de desesperación. Ella movió la cabeza con energía y parpadeó, indicándole así que debía responder.
– No puedo explicar ese mensaje. Yo no lo envié, de modo que alguien tiene que haberme robado el móvil y haberlo utilizado. Yo fui a caminar un rato hacia las siete y me dejé el teléfono. Alguien lo robó mientras yo estaba fuera.
– Robado, claro -dijo Þórólfur, pero su voz dejaba traslucir cierta burla-. Lo robaron y luego lo volvieron a dejar en su sitio, ¿no?
– Sí -replicó Jónas con énfasis-. No siempre lo llevo encima, ni mucho menos, me lo dejo aquí, de modo que no tuvo que ser nada difícil. -Se masajeó las sienes, nervioso-. El hotel estaba repleto de gente. Había una reunión espiritista, y cualquiera habría podido hacerlo.
– Qué curioso, que recuerde precisamente eso -observó Þórólfur pensativo-. Esa circunstancia en particular nos ha causado ciertas dificultades. Como dice usted, esto estaba lleno de gente, pero nadie recuerda haberle visto a usted esa noche. ¿Hasta dónde llegó en su caminata? ¿Hasta la playa?
– ¡No! -exclamó Jónas, a la vez que daba un fuerte golpe con las manos abiertas sobre la mesa, para poner más énfasis en sus palabras-. Deambulé sin rumbo fijo. Empecé por acercarme a la zanja del camino de acceso, para comprobar si habían avanzado en el arreglo, y luego caminé una hora más o menos. Cuando volví, fui directamente a mi despacho y luego a mi apartamento. Alguien me habrá visto en el hotel, con toda seguridad. No iba por ahí con la cabeza tapada. Volví justo antes de las diez. La reunión continuaba, si recuerdo bien.
– Pues resulta que nadie dice haberle visto a usted. Ni dentro del hotel ni en el exterior, en todo ese rato. Hubo una pausa en la reunión a las nueve y media, y ciertamente duró hasta las diez. La gente de la reunión estaba por todas partes, algunos salieron a fumar, otros fueron a tomar un café, pero nadie le vio. Sin embargo, debió regresar en ese intervalo -dijo Þórólfur-. Pero pasemos a otro asunto. Ayer por la noche encontraron otro cadáver en unas caballerizas cerca de aquí. ¿Puede decirme dónde estaba ayer domingo hacia la hora de la cena?
– ¿Yo? Estaba en Reikiavik -dijo Jónas.
– ¿Cuándo salió para la capital?
– Me marché hacia las dos, más o menos. -La voz de Jónas temblaba un poco.
– Y supongo que habrá pasado por los túneles, ¿no?
– Sí -dijo Jónas antes de que Þóra consiguiera detenerle. Había algo que a ella no le gustaba nada.
– Supongo que viajaba en su propio coche, ¿verdad? -preguntó Þórólfur entonces. Tenía el gesto de un niño ante una gran fuente de dulces.
– Prefiere no responder a esa pregunta -se apresuró a decir Þóra. Puso la mano sobre el muslo de Jónas y apretó con fuerza.
– Perfectamente -dijo Þórólfur, con una sonrisa burlona-. Pero ya sabemos que fue a Reikiavik por los túneles. En ellos está terminantemente prohibido circular a caballo, a pie o en bicicleta, de modo que habrá que pensar que fue en un vehículo de alguna clase.
– Fui en mi propio coche -afirmó Jónas como un tonto, a pesar de la fuerza con que Þóra le apretaba en la pierna. No pudo resistir la tentación de clavarle las uñas por aquella estupidez. Jónas se quejó un poco y miró molesto a Þóra, que aparentó que no había hecho nada.
En el rostro de Þórólfur apareció la sonrisa más amplia que les había dedicado hasta entonces. Y el gesto de desprecio de su rostro se hizo más marcado. Cogió unos papeles que tenía en un montón, y los dejó caer sobre la mesa, delante de Jónas.
– Tengo aquí un listado de todos los vehículos que pasaron ayer por los túneles de Hvalfjörður. Pero entre ellos no está la matrícula de su coche. -Guardó silencio y miró a Jónas a los ojos-. ¿Cómo lo explica?
Esta vez, por fin, Jónas supo contenerse.
– Opta por no responder a esa pregunta -dijo Þóra-. Es evidente que Jónas se encuentra en un estado de considerable nerviosismo, lo que sin duda hace que su anterior respuesta se pueda explicar como un error de memoria.
– Eso pasó ayer -dijo Þórólfur. Se encogió de hombros cuando ni Þóra ni Jónas reaccionaron ante sus palabras-. En todo caso, pasemos a otro tema.
¿Otro más? Þóra intentó aparentar una calma total, pese a la angustia que la dominó, y al miedo por Jónas. ¿Qué más cosas tenían contra él?
* * *
– Y encima resulta que se había peleado con Eiríkur, el que encontraron muerto en la caballeriza -le dijo Þóra a Matthew-. Justo antes de que Eiríkur saliera del hotel. Y encima, se descubrió que tenía una cantidad enorme de somnífero en la sangre, el mismo somnífero que tenía Jónas en su mesita de noche. -Dejó escapar un suspiro-. Tenían una orden de registro, maldita sea.
Matthew soltó un silbido.
– ¿No será que es simplemente culpable? -preguntó.
– No lo sé, no sabría decirte -dijo Þóra-. En el cinturón de Birna se encontraron huellas dactilares suyas, y él había tenido relaciones sexuales con ella el día que la asesinaron, o esa misma noche, aunque él lo negó. Encima mintió diciendo que ayer había ido a Reikiavik. -Suspiró y le dio a Matthew la lista con las matrículas-. Mandaron hacer un listado de todos los coches que pasaron por los túneles. Habrán empleado a mucha gente toda la noche comprobando las cámaras de seguridad. Se dejaron la lista, de modo que me la quedé.
– ¿Y luego? -preguntó Matthew-. ¿Adónde se lo han llevado?
– A Borgarnes -respondió Þóra-. Mañana por la mañana comparecerá ante el Tribunal de Distrito de Vesturland. -Se pasó los dedos por el pelo-. Y conseguirán lo que quieren, a menos que el juez esté borracho.
– ¿Ese juez suele estar borracho? -preguntó Matthew escandalizado.
– No, es sólo una forma de hablar -explicó Þóra, que se acomodó en su butaca-. Pero no nos vendría nada mal.
– Ah, olvidé decirte lo que pasó mientras estabas fuera -informó Matthew de repente-. Me estaba tomando un café en el bar, y cuando fui a buscar el dinero en el bolsillo para pagar, encontré la condecoración que te compré en Stykkishólmur. La puse en la mesa, con las monedas, y el que estaba sentado a mi lado se puso frenético. Era el viejo, Magnus Baldvinsson.
– ¿Sí? -dijo Þóra asombrada-. ¿Qué dijo?
– No tengo ni idea -contestó Matthew-. Habló en islandés, pero no sonó nada amistoso. Acabó agarrando la medalla y tirándola al suelo en el otro extremo del bar. Luego se levantó y se largó. El camarero se quedó boquiabierto, y me dijo que el viejo había gritado que yo estaba provocándole. Me devolvió la medalla, tan asombrado como yo.
– Pues sí -dijo Þóra, extrañada-. También se puso muy raro cuando le preguntamos por los nazis, ¿recuerdas? No son reacciones nada normales aquí en Islandia. El nazismo tuvo muy poca influencia en este país, aunque a la gente no le parece nada bien lo que hicieron. ¿No sería conveniente que volviéramos a charlar con él? -Alargó la mano para coger el teléfono, que estaba encima de la mesa-. Pero ahora necesito arreglar todo lo necesario para que mi hijo vuelva a casa. Me parece que yo no voy a poder regresar por el momento. -Marcó el número de su hijo.
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