– ¿De qué se trata? -preguntó Bergur con curiosidad.
– No, quizá no sea más que una tontería -dijo Þóra, mirándose las uñas. Luego levantó los ojos y los clavó en los de Bergur-. El día en que fue asesinada, Birna había tenido relaciones sexuales con dos hombres. Con usted, supongo, y con otro. Quizá con el asesino… quizá no. Puede ser que la relación que tenían ustedes dos no fuera más que una aventura pasajera, para ella.
Bergur se irguió y exhaló con fuerza.
– No sé de dónde habrá sacado sus informes, pero a mí me dijeron que la habían violado. Creo que no hace falta ser demasiado listo para comprender que ese último coito fue en contra de su voluntad -bramó fuera de sí.
– ¿De modo que reconoce que fue usted uno de los dos? -preguntó Þóra.
Bergur se dejó caer de nuevo sobre el fregadero.
– Sí. Fue con pleno consentimiento de ella y mucho antes de que la asesinaran. Lo hicimos por la tarde, y la asesinaron por la noche.
Þóra reflexionó un momento.
– ¿Quién cree que puede haber matado a Birna? -preguntó-. Eran muy íntimos, tendrá que haberle dado muchas vueltas al asunto.
– Jónas -vociferó fuera de sí-. ¿Quién si no?
Þóra se encogió de hombros.
– Él asegura que es inocente. Exactamente igual que usted -reveló-. ¿Y por qué iba a desearle él la muerte? Birna trabajaba para él en algo que le resultaba especialmente querido. Ahora todo se ha ido a hacer gárgaras, o por lo menos se ha complicado muchísimo. Además, tengo entendido que acababan de acordar poner fin a su relación amorosa, de modo que no debía de haber problema de celos. ¿O no es así?
– No tenían ninguna relación amorosa -explicó Bergur muy enfadado-. Se habían acostado, pero no tenían una relación. -Se detuvo un instante para respirar-. Pero él estaba loco por ella y es mentira que hubiera aceptado la ruptura, porque era ella quien le había rechazado.
– ¿Cómo sabe usted eso? -preguntó Þóra.
– Me lo contó Birna -respondió Bergur, ingenuo-. Él la perseguía como si fuera su sombra. Ésa fue la razón de que Birna dejara de usar su habitación del hotel como estudio. No la dejaba en paz.
Þóra era todo oídos.
– ¿Y adónde iba, entonces? -preguntó-. Supongo que a algún sitio cerca, ¿no?
Bergur comprendió al instante la causa del interés de Pora. Aprovechó para dejar pasar un tiempo antes de responderle, pero finalmente lo hizo.
– Se trasladó a Kreppa -dijo-. La granja pertenece al hotel pero allí no vive nadie. Se instaló allí.
– Sé a qué granja se refiere -replicó Þóra-. Y he estado allí, pero no vi nada que indicara que alguien hubiera estado trabajando allí recientemente -dijo con un gesto de duda-. ¿Sabe quizá qué habitación utilizaba?
– Una de las del piso de arriba -contestó Bergur, sin dar más detalles.-Comprendo -dijo Þóra, que decidió volver a la granja lo antes posible. Tenía que haber allí algo que perteneciera a Birna, quizá algo que arrojara luz sobre su muerte, aunque el deseo era quizá demasiado optimista-. Dígame una cosa -continuó-. ¿Conoce usted la historia de las dos granjas, Kreppa y Kirkjustétt?
Bergur sacudió la cabeza.
– No. Yo soy de Vestfjörður. Vine aquí a los veinte años.
– ¿Nunca ha oído hablar de algún incendio en Kirkjustétt? -preguntó Þóra con escasas esperanzas.
– No, nunca-respondió Bergur-. Las granjas no han sufrido renovaciones, de modo que no puede haber habido un incendio allí, a menos que la reconstrucción se hiciera muy rápidamente y se reparasen todos los daños. Pero lo dudo, porque Birna estaba muy interesada en la historia de las granjas y nunca me lo mencionó.
– ¿Habló con usted sobre la historia de las granjas? -preguntó Þóra, con la esperanza de obtener una respuesta positiva-. ¿Y le mencionó alguna vez a los nazis en relación con ellas?
Bergur levantó las cejas.
– Sí -contestó-. En realidad no dijo nada, pero me preguntó si yo sabía algo sobre la historia de los nazis en esta zona. Naturalmente, yo no sabía nada, pero cuando le pregunté por qué quería saberlo, me dijo que no me preocupase, que no era nada importante. Qué extraño que usted vuelva a mencionarlo ahora. Ya casi lo tenía olvidado por completo.
– ¿Y Kristín?-preguntó-. ¿Mencionó alguna vez el nombre de Kristín?
Bergur rió con frialdad y sonrió burlón.
– Dígame un solo islandés que no ha tenido en los labios el nombre de Kristín al menos una vez en la vida. -Borró la sonrisa-. Pero no recuerdo nada especial que tuviera relación con ese nombre.
– Muy bien -asintió Þóra-. Si no le importa, me gustaría preguntarle por Eiríkur, el lector de auras. -No esperó a su respuesta, sino que prosiguió-: ¿Se conocían?
– No -respondió Bergur-. Sabía quién era. Eso era todo. Nunca hablé con él.
– ¿Podría decirme, quizá, cómo lo encontró y, tal vez, cómo es el lugar?
– ¿No prefieren verlo con sus propios ojos? -dijo Bergur.
Matthew y Þóra se levantaron y le siguieron hasta la caballeriza propiamente dicha. Þóra se había acostumbrado al olor, de modo que no le afectó mucho, pero Matthew hizo grandes aspavientos nada más abandonar el cuartucho. Caminaron hasta una de las cuadras, que tenía paredes más altas que las demás.
– Es aquí -indicó Bergur, con el rostro un tanto pálido-. El semental estaba en el pesebre y lo había matado a coces. Al menos ésa es la impresión que tuve. -Abrió el cubículo-. El caballo no está aquí ahora.
Þóra echó un vistazo al interior. No había mucho que ver, pues lo habían quitado todo, dejando el suelo libre.
– Supongo que la policía habrá registrado el escenario a fondo.
– Sí, se pasaron aquí toda la noche-respondió Bergur-. No dejaron las cosas muy ordenadas, precisamente.
– Me lo imagino -dijo Þóra-. ¿Por qué entró usted aquí?
– A darles de comer -respondió conciso-. Por desgracia.
– ¿Por desgracia? -preguntó Þóra-. ¿Qué quiere decir?
– Ojalá no hubiera tenido que ver aquella atrocidad -contestó Bergur con sinceridad-. El cuadro era espantoso. El zorro, las agujas y la sangre, por no hablar del hombre destrozado.
– ¿El zorro? -Þóra no pudo evitar un gesto de sorpresa-. ¿Había un zorro aquí dentro?
– Sí -respondió Bergur-. Atado al pecho del cadáver. Al principio pensé que se trataba de una estola de piel, pero luego me di cuenta de lo que era realmente. Me quedé como petrificado un buen rato antes de reaccionar. Mirando. -Cerró la puerta de la cuadra.
– ¿Por qué va alguien a atarse al pecho un zorro, a sí mismo o a otra persona? -pensó Þóra en voz alta-. ¿Tienen algún significado especial los zorros en esta comarca?
– No, no que yo sepa -respondió Bergur-. No tengo ni la menor idea de qué podría significar o representar. A lo mejor era sólo para hacerlo todo más horrible aún. El olor del zorro era repulsivo. Llevaba muerto mucho más tiempo que Eiríkur.
Þóra asintió, pensativa. No conseguía imaginar ninguna explicación.
– ¿Y qué agujas son ésas que mencionó? ¿Se había estado inyectando algo ese hombre? -A lo mejor era aquél el motivo de las extrañas preguntas de Þórólfur sobre agujas y costura.
Bergur entornó los ojos, visiblemente contrariado por tener que recordarlo. Tragó saliva antes de hablar.
– El cadáver tenía alfileres clavados en las plantas de los pies. -Vaciló un momento, pero prosiguió-: A Birna le habían hecho lo mismo. -Tuvo un estremecimiento y añadió-: Quienquiera que fuese el que les clavó aquello en los pies, no les tenía ninguna simpatía, eso está claro.
– ¿Alfileres? -preguntó Þóra desconcertada-. ¿Alfileres?
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