– Sí -dijo Bergur, volviendo a apretar los labios-. Prefiero no hablar de eso. No tengo ganas de recordar todos esos detalles.
Þóra lo dejó correr, pues estaba tan confusa que no tenía ni idea de qué más preguntar. ¿Qué podía llevar a alguien a clavarles alfileres en los pies a unas personas a las que quiere matar? ¿Quizá habían torturado a Birna y Eiríkur para sacarles información? Þóra dejó de darle vueltas a la idea y pasó a otro asunto.
– ¿Puedo preguntarle si consiguió explicarle a la policía dónde estaba usted a la hora en que creen que murieron Birna y Eiríkur?
– Sí y no -respondió Bergur-. Pude explicar dónde estaba, pero por regla general voy solo, de manera que nadie puede confirmarlo excepto mi mujer. -Miró a Þóra como advirtiéndole que no debía poner en duda lo que le estaba diciendo. A Þóra ni se le pasó por la cabeza hacerlo, y pensó que había sido más sensato que Jónas, que se inventó unas ausencias que se pudieron desmontar con facilidad-. No creo que ella le vaya a mentir a la policía -añadió secamente, como si aquello fuera un inconveniente.
– Una cosa más -se apresuró a decir Þóra-. ¿Qué significa RER?
Bergur alargó una mano al pestillo de la cuadra y volvió a abrirlo.
– No tengo ni idea de su significado. -Señaló con el dedo la pared del fondo de la cuadra del semental-. Eiríkur lo grabó en la chapa antes de morir.
Þóra entró, y Matthew detrás de ella; le explicó lo que había dicho Bergur, y los dos se agacharon sobre la porquería para mirar mejor. Matthew sacó su móvil e hizo una foto.
– RER -dijo Þóra, saliendo de la cuadra detrás de él-. ¿Qué palabra querría escribir? A lo mejor la segunda R es en realidad una B.
Bergur se encogió de hombros.
– Como ya le dije… no tengo ni la más remota idea de lo que puede significar. -Cerró la cuadra-. Tendría que volver a mis obligaciones. ¿Tienen ya suficiente?
Se escuchó un leve crujido y la puerta de la caballeriza se abrió. Entró titubeante una mujer de edad similar a la de Bergur. Su aspecto le llamó la atención a Þóra. No era ni fea ni desgarbada, pero había algo en su forma de moverse y en su ropa, que la hacía tremendamente poco atractiva. Su cabello estaba como muerto y descolorido, sujeto por detrás de la cabeza con una cinta que no contribuía demasiado a su belleza. En sus cortas pestañas no había ni huella de rímel. Era una mujer a la que no sería fácil describir cinco minutos después de que se hubiera marchado, y daba la sensación de que ella misma era también consciente de su aspecto, y prefería pasar desapercibida. Þóra hizo un intento de sonreír para tranquilizarla un poco, pues se la veía nerviosa e indecisa en medio de la puerta abierta. La mujer carraspeó y dijo luego en voz baja:
– ¿No vienes? -Había dirigido sus palabras a Bergur, como si no viera a Þóra y Matthew.
– Ahora mismo -respondió Bergur. En su voz no había ni un mínimo asomo de cariño-. Vuelve a casa. Ya voy yo.
– Ah, vaya -dijo Þóra con alegría-. Es hora de irnos. -Se volvió hacia Bergur-. Muchísimas gracias. Ha sido muy amable al dejarnos ver el escenario de los hechos. -Apartó la mirada de Bergur y dirigió sus ojos hacia la mujer, que suponía era Rósa-. Su marido ha sido muy amable al enseñarnos la cuadra en la que se encontró el cadáver. Soy abogada y estoy en el caso por mi cliente.
Rósa asintió indiferente.
– Adiós, Rósa. -Tendió la mano a la vez que se presentaba. Los ojos de la mujer sólo se detuvieron en Þóra por una fracción de segundo, volviéndose inmediatamente hacia su marido.
– ¿Vienes ya? -repitió. Bergur no respondió.
Þóra intentó romper aquel difícil momento con una pregunta final, aprovechando que Matthew no comprendía.
– Una última cosa. Vi a un chico joven en silla de ruedas muy cerca del hotel. Creo que es de aquí. ¿Sabe usted qué accidente le causó esas heridas? -Bergur y Rósa se quedaron mirándola, petrificados-. Ya saben, un muchacho que tiene unas quemaduras horribles -añadió para ser más precisa. No tuvo que decir nada más, porque los insultos que empezaron a salir como escupitajos por la boca de Rósa le indicaron sin asomo de duda que sabían de quién estaba hablando. Þóra se quedó atónita y vio, sin decir una sola palabra, cómo Bergur agarraba a su esposa por el brazo y se la llevaba a rastras.
Matthew le puso la mano sobre el hombro a Þóra.
– Tengo tantas ganas de largarme de este lugar apestoso, que no te puedes ni imaginar. Pero he de reconocer que me gustaría saber qué barbaridad acabas de decirle a esa buena mujer.
* * *
Magnús Baldvinsson sonrió para sí. Aunque ya estaba viejo y cansado, había momentos en los que se olvidaba de la decadencia de su cuerpo y se sentía como en sus años mozos. Y aquél era uno de esos momentos. Marcó el número de su casa y esperó de buen humor a que su esposa respondiera, se tomó un generoso trago del coñac que había comprado en el bar y disfrutó al sentir el líquido dorado calentar su boca antes de pasar a la garganta.
– Hola, Fríða -saludó-. Ya se acabó.
– ¿Qué? -se oyó preguntar a su mujer-. ¿Vuelves ya a casa? ¿Qué ha sucedido?
– La policía acaba de detener a un hombre por el asesinato de Birna -informó Magnús, haciendo girar la copa ante sus ojos-. Puedes decirle a Baldvin que venga a buscarme cuando mejor le convenga.
– Está en el este, preparando el congreso del partido. Si recuerdo bien, no estará en su casa hasta por la noche, tarde -respondió su mujer con miedo en la voz-. ¿Quieres que le pida a alguien que vaya a recogerte?
– No, no -respondió Magnús, aún contento. A la alegría que acompañaba a la relajación de la tensión y el miedo de los días pasados, se sumaba el orgullo por su nieto-. Me apetece ir con él, y también que me cuente qué tal fue la reunión.
– Siempre está preguntando por ti, desde que te llevó a Snæfellsnes -dijo su mujer-. Se alegrará de traerte él a casa. -Aquellas palabras fueron seguidas por un breve silencio, pero luego añadió, desconfiada y asustada a la vez-: ¿Tenéis algún plan?
– No -contestó Magnús sin dudarlo-. Bueno, no puedo alargar esto. Dile a Baldvin que venga cuando mejor le convenga. Yo estaré aquí.
Se despidieron, y Magnús colgó. Dejó la mano encima del teléfono un breve instante, antes de retirarla. No supo si fue la visión de su mano avejentada lo que le devolvió de golpe a la realidad, o el alcohol, pero, de repente, volvió a sentirse como un anciano. Notó con extrañeza cómo una lágrima se deslizaba por su mejilla llena de arrugas, y la vio caer sobre la pernera del pantalón. Se quedó mirando la manchita, mientras le invadía una sensación de culpa y de malestar. Kristín.
* * *
Þóra se masajeó las sienes.
– No sé si servirá de mucho o de poco el saberlo, pero la estrofa de la lápida de Grímur Pórólfsson es del Hávamál -anunció, reclinándose sobre el respaldo de su silla, delante del ordenador. Miró orgullosa a Matthew, sabiendo que él no tenía ni idea de qué le estaba hablando-. El Hávamál es una serie de versos aforísticos medievales que se suponen compuestos por Odín. Muchas de las cosas que se dicen en el poema siguen siendo increíblemente sensatas hoy día. -Þóra reconoció en el gesto de desinterés de Matthew el suyo propio en los años de instituto, cuando oyó hablar del Hávamál en serio por primera vez-. De verdad -continuó-. Aquí pone que esta estrofa en particular se refiere a las desgracias que le sobrevienen a quien acaba viéndose obligado a depender de otras personas.
– Lo que no nos aclara nada en sí mismo -señaló Matthew-. Eso lo sabe todo hijo de vecino.
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