– ¿Hay algo claro? -dijo Matthew-. Jökull, el que se encarga de segar esta zona, debería ser el único que supiera algo. Pero no te dijo ni pío cuando hablaste con él sobre Birna. Es de suponer que tampoco le habría dicho nada a ella, si los dos hubieran llegado a hablar.
– Pero alguien ha estado excavando por el prado. Si esa misma persona ha estado buscando los cimientos, no tenía las ideas muy claras. Ninguno de los agujeros está cerca.
– A esas cosas no se les puede llamar realmente agujeros -observó Matthew-. Pero estoy de acuerdo contigo en que si el desconocido excavador estaba buscando la casa quemada, no se puede decir que acertara.
– Creo que me apetece volver a echar un vistazo al sótano, para registrar las cajas más detenidamente -dijo Þóra con la mente en otro sitio-. A lo mejor hay algo que pueda indicarnos qué había aquí. Una foto, o algo por el estilo.
Matthew miró su reloj.
– No sé si será muy recomendable. ¿No tenías que ir a buscar a tus hijos a la caravana?
– Eso puede esperar hasta la tarde -respondió Þóra-. Llamé a Gylfi hace un rato y, de momento, están bien. Van a ir a una tiendecita no muy lejos de donde aparcaron. -Cruzó los dedos-. Sólo espero que Sigga, su novia, avise a sus padres. Yo no pienso llamarlos, lo tengo muy claro. No consiguen asumir que Gylfi haya causado un problema semejante a su niña. Y luego siempre acaban remachando que todo ha sido culpa mía.
– ¿Y qué pasa con tu ex marido? -preguntó Matthew-. ¿Crees que Gylfi le avisará?
– Espero que no -exclamó Þóra-. A mí me da igual si Hannes lo pasa mal. Fue culpa suya que se fugaran. -Dio una palmadita en el bolsillo donde guardaba su móvil, y sonrió-. Tengo como un centenar de mensajes suyos sin leer. Les echaré un vistazo cuando tenga oportunidad, o cuando… -Sonó su teléfono y dejó de hablar mientras lo sacaba del bolsillo.
Era Bella.
– Hola -saludó Þóra-. ¿Qué tal te ha ido? -Mientras hablaba con la secretaria, sacó una pluma del bolsillo del chaquetón y un papel-. ¿Ninguna Kristín, dices? -Escuchó y fue anotando lo que le contaba Bella. Luego se despidió y se volvió hacia Matthew-. Está enterrado allí él solo. No hay ninguna Kristín, ni en su tumba ni en las cercanas. -Suspiró decepcionada-. En la lápida está el nombre, sus fechas de nacimiento y defunción, y un breve poema.
– Qué bien -dijo Matthew-. Más poemas. Recítamelo.
Þóra leyó el papel en el que había escrito lo que le había dictado Bella:
El hogar es mejor,
aunque sea pequeño,
en casa se es el rey.
Sangra el corazón
de quien debe limosnear,
a toda hora, la comida.
Levantó los ojos hacia Matthew.
– Pero este poema sí me resulta familiar, a diferencia del otro, que no lo he oído nunca. A lo mejor puedo encontrar su origen en la red. Es posible que sea del Hávamál.
Matthew tocó el hombro de Þóra e indicó con la mano en dirección al hotel.
– Parece que te llegan refuerzos -dijo, señalando un coche de policía que se dirigía hacia el hotel-. Me parece que, por el momento, no vas a poder volver al sótano.
* * *
– ¿Por qué no quieres salir? -preguntó Bertha extrañada, y corrió la cortina de la ventana. Al instante, la oscura habitación se llenó de claridad-. Hace un tiempo realmente espléndido. -Miró fugazmente hacia el exterior y luego se volvió de espaldas a la ventana-. Vamos, te vendrá bien.
– Ve tú -dijo Steini secamente, tirando con la mano sana de un trozo de goma que se había soltado en la cubierta de una de las ruedas de la silla-. A mí no me apetece.
– No seas así -rogó Bertha, dirigiéndose hacia él. Se puso en cuclillas y sus rostros quedaron a la misma altura. Bertha sentía que le era más fácil conseguir que se abriera un poco cuando se miraban a los ojos-. Te prometo que te encontrarás mejor si sales a tomar un poco el aire. Hay algo que te atormenta y quién sabe si se te irá si consigues pensar en cualquier otra cosa.
– No se irá -dijo Steini agobiado.
Bertha estaba ya más que acostumbrada a las cortantes respuestas de Steini, que tenía dificultad para hablar a causa de las quemaduras que le rodeaban la boca. Era como si tuviera los labios quemados, y Bertha seguía tan extrañada como al principio de que los médicos no se lo hubieran arreglado un poco mejor. En realidad, tenía la sospecha de que Steini se había negado a someterse a más operaciones; al menos, cuando Bertha le preguntaba, nunca quería hablar de las que le quedaban todavía. Era imposible que siguiera aún en lista de espera, como le dijo en una ocasión. Mucho más probable era que aún no hubiera superado los dolores y las molestias que siguieron a las primeras operaciones, y no tenía el menor deseo de pasar otra vez por lo mismo. La semana anterior había oído un mensaje de la fisioterapeuta en su buzón de voz. Le pedía a Steini que la llamara, y le animaba a reincorporarse a la rehabilitación. Pero cuando Bertha le pidió que hablara con la enfermera, Steini se negó tajantemente. Necesitaba más tiempo para recuperarse, física y psicológicamente.
– Podemos ir a dar un paseo en coche, si lo prefieres -dijo Bertha con una sonrisa-. Estoy dispuesta a ir a cualquier sitio, pero tenemos que salir.
– ¿A cualquier sitio? -preguntó Steini, mirándola a los ojos sin pestañear.
– Casi -dijo Bertha con tranquilidad forzada, incorporándose. Sabía perfectamente adonde quería ir Steini, pero aquello no le parecía nada bien. Ahora no, y mejor nunca-. Sabes a lo que me refiero. -Le puso una mano sobre la rodilla-. Venga. Anímate.
Steini arrancó la tira de goma con un tirón violento.
– ¿Nunca tienes miedo? -preguntó.
– ¿Miedo? -preguntó Bertha con extrañeza-. ¿Por qué iba a tener miedo? -Sonrió-. Se acerca el verano.
Steini la miró un momento en silencio. Luego se cubrió la cara con las manos.
– Me siento mal.
Bertha sintió una punzada en el estómago. No soportaba verle así. Pero así eran las cosas. Todo era tan injusto. ¿Por qué no había salido mejor parado de aquel accidente? Mucha gente tenía accidentes sin que las consecuencias fuesen tan graves como las del suyo. Si no le hubiera telefoneado… Hizo lo posible por mantener la sonrisa.
– Ya lo sé -dijo con gesto alegre-. Vamos a Kreppa. Aún me quedan muchas cosas que empaquetar, y quién sabe si encontramos algo curioso. Recuerda lo bien que te lo pasaste la última vez.
Steini rió fríamente.
– ¿Bien, dices? -repuso con un suspiro-. Me da igual. Vamos.
– Estupendo -exclamó Bertha-. Te prometo que no te arrepentirás. -Respiró aliviada. En cuanto salieran, él recuperaría su alegría. Así sucedía siempre. Se sobresaltó cuando de repente la aferró con fuerza por la muñeca.
– ¿Podrás perdonarme? -preguntó con voz apagada.
– ¿Perdonarte? -se extrañó Bertha-. ¿Perdonarte qué?
– Bueno -dijo él-. Si todo sale mal, ¿podrás perdonarme?
Bertha sacudió la cabeza, molesta. Era la frase más larga que le había oído pronunciar en meses.
– ¿Qué tonterías dices? -Con cara alegre quitó su mano de la muñeca y se colocó detrás de la silla de ruedas-. Eres un pelma. Te perdono -dijo, empujando la silla-. Qué tonto eres. -Y añadió amistosa-: ¿Qué es lo que me has hecho?-Espero que nada -dijo Steini echándose la capucha del jersey sobre la cabeza mientras Bertha abría la puerta de la calle y pasaba la silla por el umbral-. Eso espero.
* * *
Þórólfur torció el gesto y se apoyó sobre la puerta que daba a la oficina provisional en el hotel.
– Hemos progresado bastante. Dejaremos las cosas así.
Þóra estaba en el pasillo delante de él, con los brazos cruzados. Hablaba en voz baja para que no les oyera Jónas, que esperaba al otro lado de la puerta. El dueño del hotel había expresado su deseo de que Þóra estuviera presente cuando Þórólfur le convocó. No pudieron ponerse de acuerdo hasta que Þórólfur recordó a Jónas que tenía que decir la verdad y añadió que como acusado no tenía obligación de testimoniar sobre los asuntos objeto de acusación. Cundo el policía acabó, Þóra se puso en pie y expresó su deseo de hablar con él en privado. Allí estaba ahora, discutiendo con el policía.
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