Yrsa Sigurðardóttir - Ceniza

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La violenta erupción de un volcán en Islandia obliga a desalojar una pequeña isla. Las cenizas y la lava sepultan una población. Sus habitantes se ven en la necesidad de iniciar una nueva vida en duras condiciones, y muchos abandonan la isla.
Treinta años después aquel trauma parece superado, pero el proyecto Pompeya del Norte decide desenterrar algunas de las viviendas. En las excavaciones de una de las casas, junto a objetos y utensilios cotidianos, se realiza un hallazgo sorprendente: cuatro cadáveres habían quedado ocultos por las cenizas todo ese tiempo sin que nadie sospechara de su existencia. Una abogada se ve forzada a investigar qué había ocurrido realmente con aquellos cuerpos y cómo habían llegado allí. La evidencia de un antiguo crimen hará aflorar una sórdida historia de violencia que parece no haber finalizado todavía, estremeciendo la aparentemente tranquila vida de un pueblo de pescadores.

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Capítulo 19

Viernes, 20 de julio de 2007

Del cielo tormentoso del día anterior no quedaba ni rastro, y en su lugar había solamente unas finas nubecillas desperdigadas en medio de un azul brillante. Era como si Dios se estuviese fumando un puro y echara el humo hacia Islandia. Þóra estaba sentada en el porche de su casa disfrutando de la mañana. El ejemplar de Morgunblaðið que tenía en la mesa delante de ella se agitaba con la brisa, y una columna de vapor se elevaba desde su taza de café. Þóra cerró el periódico y tomó un sorbo de café. El diario, gracias a Dios, hablaba de modo muy matizado de la detención de Markús y su ingreso en prisión preventiva. Seguramente no era tan extraño, porque el juez dudó bastante. Por un rato, Þóra incluso llegó a pensar que rechazaría la solicitud del fiscal. Pero esa impresión duró poco, aunque redujo a cinco días la petición de tres semanas de prisión preventiva. La intervención de Þóra y los indicios que podían apuntar a la inocencia de Markús tuvieron quizá cierta influencia en la decisión. Por primera vez en su vida tuvo ganas de fumarse un cigarrillo, o al menos de sentir el olor del humo de un cigarrillo. Sin duda, el constante fumar de Bella tenía su parte de culpa. O a lo mejor era que empezaba a apetecerle fumar. No podía perder su salud mental ese día, porque tenía que llevar el informe de la prisión preventiva al tribunal de segunda instancia a lo largo de la mañana.

Como es lógico, Markús quería apelar la decisión. Es verdad que solo quedaban tres de los cinco días que había impuesto el juez, pero ella no le reprochaba aquel deseo a su cliente. Tres días son como mil; nadie quiere estar entre barrotes siendo inocente. Miró el reloj y vio que todavía ni siquiera eran las ocho. Si salía de casa dentro de una hora tendría incluso tiempo de sobra para pensar en algo más que pudiera anular la decisión del juez. Aunque no acababa de ver claro qué sería mejor aducir. Sin duda, el diario de Alda de 1973 tendría bastante importancia a la hora de que el juez de apelación pusiera un signo de interrogación a la culpabilidad de Markús. Þóra se lo había entregado a la policía nada más terminar el interrogatorio. Stefán reaccionó con auténtica furia. Y la acusó de ocultar pruebas a la policía. Þóra intentó explicarse, pero sin éxito. Cuando el fiscal intentó que se excluyera el diario como prueba, el juez se puso de parte de ella y dijo que, analizando las circunstancias, la entrega del diario no había incurrido en anomalía alguna. Otra pequeña victoria fue que el juez preguntó bastante sobre los indicios que apuntaban a que los tres cadáveres habían sido introducidos en el sótano después del comienzo de la erupción, momento en el que Markús no se encontraba ya en la isla. La policía no tenía mucho contra Markús en lo concerniente a los cadáveres del sótano, con excepción de la cabeza de la caja.

Muy distinto era el caso del asesinato de Alda. Apenas había algo a favor de Markús, y tanto testigos como pruebas indicaban que había estado en el lugar de los hechos. El testigo resultó ser un chico que iba anunciando una recogida de latas en beneficio de un club deportivo la noche en que Alda fue asesinada. La policía encontró el folleto y localizó al muchacho. El chico describió a un hombre que llegó por allí a la misma hora en que él salía de la casa, esto es, hacia las siete y media. La descripción encajaba con Markús, y además, cuando le mostraron una serie de fotografías, el muchacho eligió la suya. Dijo que había visto al hombre caminar hacia la casa, pero que no le vio salir de ningún coche ni recordaba bien los coches que había esa tarde en la calle. Þóra llamó la atención sobre el hecho de que el coche de Markús era de un tipo que despertaría el interés de cualquier chico normal, pero no sirvió de nada. Alegaron que Markús habría podido aparcar en algún otro sitio, sobre todo si tenía intenciones no especialmente buenas y no quería que nadie se diese cuenta de su presencia. La réplica de Þóra a todo esto, señalando que Markús tenía un aspecto de lo más corriente y que la descripción del chico del club deportivo habría podido corresponder a muchísimos otros hombres, tampoco tuvo mucho efecto, porque difícilmente habría podido elegir al azar la de Markús entre un montón de fotos. Pero tenía la esperanza de que esa declaración pudiera ser puesta en duda en cuanto tuviera ocasión de ver las fotos que le enseñaron al muchacho, porque era perfectamente posible que la policía le hubiera enseñado un grupo de fotos en el que solo Markús encajara con la descripción. Las podría ver más tarde, y también esperaba conseguir al mismo tiempo la lista de llamadas entrantes y salientes de los teléfonos de Markús y Alda. Þóra albergaba esperanzas de que la comparación de ambas listas permitiera demostrar que Alda llamó a Markús mientras este iba hacia las montañas, como él afirmaba. Aquello apoyaría su declaración, porque Alda difícilmente habría llamado a Markús por teléfono si estaba con ella. Algo muy distinto era cómo conseguiría explicar Þóra las huellas biológicas encontradas en el cuerpo de Alda, que resultaba que pertenecían a Markús. Se trataba de un cabello que se encontró al cepillar el vello púbico de la mujer. Se comparó con la muestra de cabello que había proporcionado Markús con anterioridad, y resultaron ser coincidentes. La autopsia no había puesto de manifiesto la existencia de relaciones sexuales recientes, y en consecuencia se habían estudiado los órganos sexuales de Alda en busca de saliva de Markús, que no se encontró. Qué hizo la cabeza de él entre los muslos de la mujer quedó por tanto envuelto en la duda. Y Markús no pudo proporcionar aclaración alguna sobre ese aspecto del caso, porque no hacía más que repetir una y otra vez que él no había estado ese día en casa de Alda, y mucho menos con la cabeza en el lugar mencionado. El único recurso que pudo utilizar Þóra fue que el cabello podría proceder del papel higiénico o de cualquier otra cosa con la que hubiera entrado en contacto Markús en el transcurso de su visita la noche anterior. Era lógico que esa explicación no se tomara en consideración en aquel momento procesal. En cambio, ante un tribunal la acusación tendría que demostrar de forma incontrovertible que aquel cabello había caído en el lugar indicado la noche de autos y en relación con el crimen, y no antes de este ni de manera casual. Markús recibió la decisión del juez con una tranquilidad pasmosa. Naturalmente, no le gustaba nada, pero se daba cuenta de que no tendría más remedio que aguantar y esperar a la apelación ante el tribunal de segunda instancia. Þóra alabó su estoicismo y se encargó de informar a la familia, incluyendo a Hjalti, el único hijo de Markús, que vivía en casa de la ex mujer de este cuando no estaba en las islas en casa de su tío Leifur. Esa conversación le resultó difícil a Þóra, Hjalti era un poco mayor que su hijo Gylfi, tenía diecinueve años, y pareció muy afectado por la noticia. No hacía más que preguntar si condenarían a su padre a prisión. A pesar de que Þóra intentó explicarle que por el momento no había nada por el estilo en el horizonte, no acababa de convencerse. Sí que se calmó un poco cuando Þóra le transmitió un mensaje de Markús, que le decía que todo iría bien y que no se preocupara. Por compasión hacia el pobre muchacho, Þóra le dijo, al final de la conversación, que podía llamarla si tenía alguna pregunta o si quería hablar con ella sobre el caso de su padre. Þóra insistió para que le tomara la palabra y se pusiera en contacto, sobre todo ahora que el nombre de su padre ya estaba en los periódicos.

Þóra tomó más café y se levantó. Miró las tranquilas olas y se hizo sombra en los ojos con la mano. Respiró por la nariz y cerró los ojos. Pensó cuál sería la mejor manera de utilizar sus esfuerzos, sin llegar a una conclusión. Estaba claro que la madre y la hermana de Alda no la recibirían ya con los brazos abiertos. Y aunque los colegas de trabajo de Alda no estaban unidos a ella por los mismos lazos que sus parientes más próximos, tendrían muchos reparos en hablar con Þóra. Así que decidió empezar por los colegas. El día anterior había recibido un mensaje de Dís, uno de los médicos de la clínica en que trabajaba Alda, quien se mostró dispuesta a tener una reunión con Þóra. Nunca se podía saber si disponía de información que pudiera resultar de utilidad. A lo mejor conocía los auténticos motivos por los que Alda había abandonado su trabajo en urgencias. La teoría de la hermana de Alda de que había sido un violador en busca de venganza había acabado por resultarle convincente; claro que no tenía muchas más cosas a las que agarrarse.

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