– Tengo un montón de mensajes sobre eso. De los amigos, de gente de otros periódicos, de todas partes. También se lo conté a unas cuantas personas por mail. Pero ¿qué tiene que ver con todo esto?
Rachel asintió con la cabeza como si llevara mucha ventaja y mi respuesta encajara a la perfección con lo que ya conocía.
– Está bien, entonces, ¿qué sabemos? Sabemos que de alguna manera Angela o tú pisasteis una mina electrónica y eso lo alertó de vuestra investigación.
– Asesinodelmaletero.com.
– Voy a comprobarlo en cuanto pueda. Tal vez fue eso y tal vez no. Pero de alguna manera nuestro hombre fue alertado. Su respuesta fue atacar el Los Angeles Times y tratar de averiguar qué estabais haciendo vosotros dos. No sabemos lo que escribió Angela en sus e-mails, pero sabemos que tú mencionaste tu plan de ir a Las Vegas anoche en uno de ellos. Apuesto a que nuestro hombre lo leyó, así como otra gran cantidad de vuestros mensajes, y afinó su plan a partir de ahí.
– No dejas de decir nuestro hombre. Necesitamos un nombre para él.
– En el FBI lo llamamos «sujeto desconocido» hasta que sabemos exactamente con qué nos enfrentamos. Un Sudes.
Me levanté y miré a través de las cortinas de la ventana. La calle estaba oscura por ahí. Todavía no había policías. Me acerqué a un interruptor de pared y encendí las luces exteriores.
– Vale, Sudes -dije-. ¿Qué quieres decir con que afinó su plan a partir de mis mensajes?
– Tenía que neutralizar la amenaza. Sabía que cabía la posibilidad de que no hubieras confirmado tus sospechas o hablado con las autoridades todavía. Siendo periodista, te guardarías la historia para ti. Esto jugaba a su favor. Pero aun así tenía que actuar con rapidez. Sabía que Ángela estaba en Los Ángeles y que tú ibas a Las Vegas. Creo que comenzó en Los Ángeles, de alguna manera raptó a Angela, y luego la mató y te tendió una trampa.
Me volví a sentar.
– Sí, eso es obvio.
– A continuación, centró su atención en ti. Fue a Las Vegas, probablemente conduciendo durante la noche o volando esta mañana, y te siguió a Ely. No le resultaría difícil. Creo que era el hombre que te siguió en el pasillo del hotel. Iba a atacarte en tu habitación. Se detuvo cuando oyó mi voz y eso me ha tenido perpleja hasta ahora.
– ¿Por qué?
– Bueno, ¿por qué renunció al plan? ¿Solo porque se enteró de que tenías compañía? A este hombre no le intimida matar a gente. ¿Qué le importaba si tenía que matarte a ti y a la mujer que estaba en tu habitación?
– Entonces, ¿por qué no lo hizo?
– Porque el plan no era matarte a ti y a quien estuviera contigo. El plan era que te suicidaras.
– Venga ya.
– Piénsalo. Sería la mejor manera de evitar la detección. Si tú terminas asesinado en una habitación de hotel en Ely, eso ocasiona una investigación que lleva a que todo esto se desentrañe. Pero si tú te suicidas en una habitación de hotel en Ely, la investigación habría ido en una dirección completamente diferente.
Reflexioné un momento y vi adónde quería ir a parar Rachel.
– Periodista despedido, sufre la indignidad de tener que formar a su propia sustituta y tiene pocas perspectivas de otro trabajo -dije, recitando una letanía de hechos reales-. Se deprime y se suicida. Como tapadera inventa una historia sobre un asesino en serie que corre por dos estados y, después, secuestra y asesina a su joven sustituta. A continuación, dona todo su dinero a beneficencia, cancela sus tarjetas de crédito y corre hacia la mitad de la nada, donde se quita la vida en una habitación de hotel.
Ella fue asintiendo sin cesar durante mi exposición.
– ¿Qué es lo que falta? -le pregunté-. ¿Cómo iba a matarme y hacerlo pasar por un suicidio?
– Estuviste bebiendo, ¿verdad? Entraste en la habitación con dos botellas de cerveza. Me acuerdo de eso.
– Sí, pero solo había tomado otras dos antes.
– Pero ayudaría a vender la escena. Las botellas vacías esparcidas por la habitación del hotel. Cuarto desordenado, mente desordenada, ese tipo de cosas.
– Pero la cerveza no me iba a matar. ¿Cómo pensaba hacerlo?
– Ya has dado la respuesta antes, Jack. Has dicho que tenías un arma.
¡Bang! Todo encajó. Me puse de pie y me dirigí a mi dormitorio. Había comprado una Colt Government Series 70 calibre 45 doce años antes, después de mi encuentro con el Poeta. Todavía andaba suelto en ese momento y quería algo de protección en caso de que viniera a buscarme. Guardaba el arma en un cajón al lado de mi cama y solo la sacaba una vez al año para ir a la galería de tiro.
Rachel me siguió hasta el dormitorio y vio cómo abría el cajón. La pistola había desaparecido. Me volví hacia ella.
– Me has salvado la vida, ¿lo sabes? Ahora ya no hay duda de eso.
– Me alegro.
– ¿Cómo iba a saber que tenía un arma?
– ¿Está registrada?
– Sí, pero ¿qué? ¿Ahora estás diciendo que puede introducirse en los ordenadores del ATF? Es un poco exagerado, ¿no te parece?
– En realidad, no. Si entró en el ordenador de la prisión, no veo por qué no podría entrar en el de registro de armas. Y ese es solo un lugar donde podría haber conseguido la información. En el período en que la compraste te entrevistó todo el mundo, desde Larry King a la revista National Enquirer . ¿Alguna vez dijiste que tenías una pistola?
Negué con la cabeza.
– Es increíble. Sí. Lo dije en algunas entrevistas. Tenía la esperanza de que corriera la voz y disuadiera al Poeta de hacerme una visita por sorpresa.
– Ahí lo tienes.
– Pero para que conste, nunca he hecho una entrevista con el Enquirer . Hicieron un reportaje sobre mí y el Poeta sin mi cooperación.
– Perdón.
– De todos modos, este tipo ya no es tan listo como pensamos. Había un error grande en su plan.
– ¿Cuál?
– Volé a Las Vegas. Todo el equipaje se revisa. Yo nunca habría conseguido pasar el arma por allí.
Rachel asintió con la cabeza.
– Tal vez no. Pero creo que es un hecho ampliamente aceptado que el proceso de análisis no es perfecto al cien por cien. Probablemente habría molestado a los investigadores en Ely, pero no lo suficiente para hacerles cambiar su conclusión. Siempre hay cabos sueltos en cualquier investigación.
– ¿Podemos volver al salón?
Rachel salió de la habitación y yo la seguí, mirando por encima del hombro hacia la cama al cruzar el umbral. Me dejé caer en el sofá del salón. Habían pasado muchas cosas en las últimas treinta y seis horas. Estaba cansado, pero sabía que no habría descanso durante un largo tiempo.
– He pensado en otra cosa: Schifino.
– ¿El abogado de Las Vegas? ¿Qué pasa con él?
– Fui a él primero y él lo sabía todo. Habría descubierto la mentira de mi suicidio.
Rachel consideró esto por un momento y luego asintió.
– Eso podría ponerlo en peligro. Tal vez el plan era matarte y luego volver a Las Vegas y matarlo también a él. Después, al perder la oportunidad contigo, no había ninguna razón para matar a Schifino. Pediré a la oficina en Las Vegas que contacte de todos modos y estudie la cuestión de la protección.
– ¿Les pedirás que vayan a Ely y saquen el vídeo del casino donde me senté con ese tipo?
– Sí, también.
El teléfono de Rachel sonó y ella respondió al momento.
– Solo yo y el dueño de la casa -dijo-. Jack Mc Evoy. Es periodista del Times . La víctima también era periodista. -Escuchó un momento y dijo-: Ahora salimos.
Cerró el teléfono y me informó de que la policía estaba en la puerta.
– Se sentirán más tranquilos si salimos a su encuentro.
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