Caminamos hasta la puerta de la calle y Rachel salió delante.
– Mantén las manos a la vista -me dijo.
Rachel salió, sosteniendo sus credenciales en alto. Había dos coches patrulla y un vehículo de detectives en la calle, enfrente. Cuatro oficiales uniformados y dos detectives estaban esperando en el camino de entrada. Los oficiales nos enfocaron con sus linternas.
Cuando nos acercamos reconocí a los dos detectives de la División de Hollywood. Mantenían las armas al costado y parecían dispuestos a usarlas si les daba una buena razón.
No lo hice.
N o llegué al Times hasta poco antes del mediodía del jueves. El periódico era un hervidero de actividad; una gran cantidad de periodistas y redactores se movían alrededor de la sala de redacción como abejas en una colmena. Yo sabía que todo se debía a Angela y a lo que había sucedido. No ocurre todos los días que vayas a trabajar y te enteres de que una colega ha sido brutalmente asesinada.
Y que otro compañero está involucrado de una u otra manera.
Dorothy Fowler, la redactora jefe de Local, fue la primera en verme en cuanto salí de la escalera. Se levantó como un resorte de su escritorio en la Balsa y vino directamente hacia mí.
– Jack, a mi oficina, por favor.
Cambió de dirección y se dirigió hacia la pared de cristal. La seguí, a sabiendas de que todas las miradas de la sala de redacción estaban puestas en mí una vez más. Ya no se trataba de que el verdugo me hubiera dado la rosa; ahora me miraban porque yo era el posible responsable de la muerte de Angela Cook.
Entramos en la pequeña oficina y Fowler me dijo que cerrara la puerta. Hice lo que me pidió y ella ocupó el asiento situado al otro lado de la mesa.
– ¿Qué ha pasado con la policía? -me preguntó.
No «¿cómo te va?» ni «¿estás bien?» ni «siento lo de Angela». Fue al grano; lo prefiero así.
– Bueno, vamos a ver -dije-. Me han interrogado durante casi ocho horas. En primer lugar la policía de Los Ángeles y el FBI, luego se unieron los detectives de Santa Mónica. Me dieron un descanso de una hora y luego tuve que contar toda la historia otra vez a los policías de Las Vegas, que volaron solo para hablar conmigo. Después de eso, me dejaron ir, pero no a mi casa, porque todavía es una escena del crimen activa. Les dije que me llevaran al Kyoto Grand, donde pedí una habitación y la cargué a la cuenta del Times , ya que no tengo ninguna tarjeta de crédito que funcione. Me he dado una ducha y he venido caminando hasta aquí.
El Kyoto estaba a una manzana de distancia y el Times lo usaba para alojar a periodistas, nuevos empleados y candidatos a empleo cuando era necesario.
– Está bien -dijo Fowler-. ¿Qué dijiste a la policía?
– Básicamente, les dije lo que traté de contarle a Prendo ayer. Descubrí a un asesino suelto que mató a Denise Babbit y a una mujer llamada Sharon Oglevy en Las Vegas. De alguna manera, o Angela o yo pisamos una mina virtual en alguna parte y alertamos a este tipo de que íbamos tras él. Entonces él tomó medidas para eliminar la amenaza. Eso suponía matar a Angela primero e ir a Nevada para tratar de acabar conmigo. Pero yo tuve suerte. Aunque no pude convencer a Prendo anoche, convencí a una agente del FBI de que todo esto era legal, y ella me esperó en Nevada para discutirlo. Su presencia ahuyentó al asesino. Si ella no me hubiera creído y no se hubiera reunido conmigo, estarías escribiendo artículos sobre cómo maté a Angela y fui al desierto para suicidarme. Ese era el plan del Sudes.
– ¿Sudes?
– Sujeto desconocido. Así es como lo llama el FBI.
Fowler sacudió la cabeza con incredulidad.
– Es una historia asombrosa. ¿Los policías están de acuerdo con ella?
– ¿Quieres decir que si me creen? Me han dejado ir, ¿no?
Fowler se ruborizó por la vergüenza.
– Es que me cuesta creerlo, Jack. Nunca había ocurrido nada semejante en esta sala de redacción.
– En realidad, la policía probablemente no lo habría creído si solo procediera de mí. Pero estuve con esa agente del FBI la mayor parte del día de ayer. Creemos que llegamos a ver al tipo en Nevada. Y ella estaba conmigo cuando fui a casa; encontró el cadáver de Angela cuando estábamos registrándola. Me respaldó en todo lo que le dije a la policía. Y probablemente por eso no estoy hablando contigo a través de una mampara de plexiglás.
La mención del cadáver de Angela provocó una pausa siniestra en la conversación.
– Es terrible -dijo Fowler.
– Sí. Era una chica encantadora. No quiero ni pensar en cómo fueron sus últimas horas.
– ¿Cómo la mataron, Jack? ¿Como a la chica del maletero?
– Más o menos. Eso me pareció, pero supongo que no sabrán los detalles hasta que hagan la autopsia.
Fowler asintió sombríamente.
– ¿Sabes cómo van a manejar la información ahora?
– Están montando un operativo con detectives de Los Ángeles, Las Vegas y Santa Mónica, y el FBI también participa. Creo que van a dirigirlo desde el Parker Center.
– ¿Podemos confirmarlo para ponerlo en un artículo?
– Sí, lo confirmaré. Probablemente soy el único periodista al que van a cogerle el teléfono. ¿Cuánto espacio vas a darme?
– Verás, Jack, esa es una de las cosas de las que quiero hablarte.
Sentí un agujero en el estómago.
– Voy a escribir yo el artículo principal, ¿verdad?
– Vamos a ir a lo grande con esto. Principal y despiece lateral en primera página y dos doble. Por una vez, tenemos un montón de espacio.
«Dos doble» significaba dos páginas interiores completas. Era un montón de espacio, pero hacía falta que mataran a una de las periodistas del propio periódico para conseguirlo.
Dorothy continuó exponiendo el plan.
– Jerry Spencer ya está sobre el terreno en Las Vegas y Jill Meyerson va de camino a la prisión estatal de Ely para tratar de hablar con Brian Oglevy. En Los Ángeles tenemos a GoGo Gonzmart escribiendo el despiece, que será sobre Angela, y a Teri Sparks en South L.A. trabajando en un artículo sobre el chico acusado del asesinato de Babbit. Tenemos fotos de Angela y estamos buscando más.
– ¿Alonzo Winslow va a salir del centro de menores hoy?
– Todavía no estamos seguros. Esperaremos que pase otro día y así tendremos eso para salir mañana.
Aunque no saliera Winslow, iban a lo grande. El envío de los periodistas de Metropolitano al oeste y poner a varios reporteros a escala local era algo que yo no había visto hacer en el Times desde que los incendios asolaron el estado el año anterior. Era emocionante formar parte de ello, pero no tanto si se pensaba qué lo había causado.
– Muy bien -dije-. Tengo cosas para contribuir a casi todos esos artículos y voy a calmarme para escribir el principal.
Dorothy asintió con la cabeza y dudó un instante antes de soltar la bomba.
– Larry Bernard va a escribir el principal, Jack.
Yo reaccioné con rapidez y en voz alta.
– ¿De qué coño estás hablando? ¡Esta es mi historia, Dorothy! En realidad, es mía y de Angela.
Dorothy miró por encima del hombro a la sala de redacción. Sospechaba que mi arrebato se había oído a través del cristal. No me importaba.
– Jack, cálmate y vigila ese lenguaje. No voy a dejar que me hables como hiciste con Prendo ayer.
Traté de frenar el ritmo de mi respiración y expresarme con calma.
– Bueno, pido disculpas por el lenguaje. A ti y a Prendo. Pero no me puedes quitar este artículo. Es mi historia. Yo la empecé y yo la voy a escribir.
– Jack, no puedes escribirlo y lo sabes. Tú eres el protagonista. Tengo que llevarte con Larry para que te entreviste y luego escriba el artículo. La centralita ha recibido más de treinta mensajes de periodistas que quieren entrevistarte, entre ellos el New York Times , Katie Couric e incluso Craig Ferguson del Late Late Show .
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