– Ferguson no es periodista.
– No importa. La cuestión es que tú eres la noticia, Jack. Eso es un hecho. No cabe duda de que necesitamos tu ayuda y tus conocimientos, pero no podemos dejar que el protagonista de una noticia de última hora también la escriba. Hoy has estado ocho horas en comisaría. Lo que has contado a la policía es la base de su investigación. ¿Cómo vas a escribir sobre eso? ¿Vas a entrevistarte a ti mismo? ¿Vas a escribir en primera persona?
Hizo una pausa para dejarme responder, pero no lo hice.
– Exacto -continuó ella-. No puede ser. Tú no puedes hacerlo, y sé que lo entiendes.
Me incliné hacia delante y hundí la cara en mis manos. Yo sabía que Fowler tenía razón. Lo sabía antes incluso de entrar en la sala de redacción.
– Se suponía que iba a ser mi gran salida. Sacar al chico de la cárcel y salir en un resplandor de gloria. Poner el gran treinta a mi carrera.
– Se te va a reconocer. No hay forma de que la historia trate de otra cosa que no sea de ti. Katie Couric, el Late Late Show: diría que eso es salir en un resplandor de gloria.
– Quería escribirlo, no contárselo a otro.
– Mira, hagamos esto hoy y más adelante hablaremos de hacer un reportaje en primera persona cuando las aguas vuelvan a su cauce. Te prometo que podrás escribir algo sobre todo esto en algún momento.
Finalmente me senté y la miré. Por primera vez reparé en la foto pegada en la pared detrás de ella. Era un fotograma de El mago de Oz que mostraba a Dorothy saltando por el camino amarillo con el Hombre de Hojalata, el León y el Espantapájaros. Debajo de las letras alguien había escrito en rotulador:
YA NO ESTÁS EN KANSAS, DOROTHY
Me había olvidado de que Dorothy Fowler había llegado al periódico desde el Wichita Eagle .
– Está bien, si me prometes ese artículo.
– Te lo prometo, Jack.
– De acuerdo, le contaré a Larry lo que sé.
Todavía me sentía derrotado.
– Antes de hacerlo, he de asegurarme de una última cosa -dijo Dorothy-. ¿Te parece bien hablar con otro periodista?
¿Quieres consultar con un abogado antes?
– ¿De qué estás hablando?
– Jack, quiero asegurarme de que conoces tus derechos. Hay una investigación en curso. No quiero que algo que digas en el periódico pueda ser usado después contra ti por la policía.
Me puse de pie, pero mantuve la compostura y el control.
– En otras palabras, no crees nada de todo esto. Crees lo que él esperaba que creyerais. Que yo la maté en una especie de brote psicótico después de que me despidieran.
– No, Jack. Te creo. Solo quiero protegerte. ¿Y de quién estás hablando?
Señalé por el cristal hacia la sala de redacción.
– ¿De quién crees? ¡Del asesino! Del Sudes. Del tipo que mató a Angela y a las otras.
– Vale, vale. Entiendo. Siento haber sacado los aspectos jurídicos de esto. Te llevo a ver a Larry a la sala de reuniones para que podáis estar tranquilos, ¿de acuerdo?
Fowler se levantó y pasó apresuradamente a mi lado para salir de la oficina e ir a buscar a Larry Bernard. Yo salí y examiné la sala de redacción. Mis ojos se posaron en el cubículo vacío de Ángela. Me acerqué y vi que alguien había colocado un ramo de flores envueltas en celofán sobre su escritorio. Inmediatamente me llamó la atención el envoltorio de plástico transparente alrededor de las flores y me recordó la bolsa que habían utilizado para asfixiarla. Una vez más vi el rostro de Angela desapareciendo en la oscuridad debajo de la cama.
– Perdona, Jack.
Casi di un salto. Me volví y vi que era Emily Gomez-Gonzmart, una de las mejores periodistas de la redacción de Metropolitano. Siempre incisiva, siempre detrás de un artículo.
– Hola, GoGo.
– Siento interrumpir, pero estoy montando el artículo sobre Angela y he pensado que podrías ayudarme un poco. Y tal vez darme una cita que pueda utilizar.
Sostenía un boli y un bloc de periodista. Empecé por la cita.
– Sí, aunque apenas la conocía -le dije-. Estaba empezando a conocerla, pero por lo que vi supe que iba a ser una gran periodista. Tenía la mezcla perfecta de curiosidad, impulso y determinación que se necesita. La echaremos de menos. ¿Quién sabe qué artículos habría escrito y a cuánta gente podría haber ayudado con ellos?
Le di a GoGo un momento para terminar de escribir.
– ¿Qué te parece?
– Muy bueno, Jack, gracias. ¿Puedes sugerirme a algún policía con quien pueda hablar de ella?
Negué con la cabeza.
– No lo sé. Acababa de empezar y no creo que hubiera impresionado a nadie todavía. He oído que tenía un blog. ¿Has mirado eso?
– Sí, tengo el blog y hay algunos contactos en él. Hablé con un tal profesor Foley de la Universidad de Florida y algunos más. Por ese lado voy servida. Estaba buscando a alguien local pero de fuera del periódico que pueda contar algo más reciente acerca de ella.
– Escribió un artículo el lunes sobre la brigada de Casos Abiertos, que había resuelto un asesinato de hace veinte años. Tal vez alguien de allí podría decirte algo. Inténtalo con Rick Jackson o Tim Marcia, los tíos con los que ella habló. Y también Richard Bengston. Inténtalo con él.
GoGo anotó los nombres.
– Gracias, lo intentaré.
– Buena suerte. Estaré por aquí si me necesitas.
Gomez-Gonzmart se marchó entonces y yo me volví hacia la mesa de Angela y miré otra vez las flores. La glorificación de Angela Cook iba a toda velocidad, y yo había participado con la cita que acababa de darle a GoGo.
Llámenme don Cínico, pero no podía dejar de preguntarme si el ramo de claveles y margaritas era una muestra legítima de luto, o si todo el asunto estaba preparado para una foto que aparecería en la edición de la mañana siguiente.
U na hora más tarde, estaba sentado con Larry Bernard en la sala de conferencias que normalmente se reservaba para las reuniones de noticias. Teníamos mis archivos extendidos sobre la enorme mesa e íbamos avanzando paso a paso a través de mis movimientos. Bernard fue concienzudo para comprender mis decisiones y perspicaz en sus preguntas. Me di cuenta de que estaba entusiasmado por ser el autor principal de un artículo del que se haría eco todo el país, si no todo el mundo. Nos conocíamos desde hacía mucho: habíamos trabajado juntos en el Rocky en Denver. Tuve que reconocer a regañadientes que, si alguien tenía que escribir mi historia, me alegraba de que fuera él.
Era importante para Larry obtener la confirmación oficial de la policía o el FBI sobre lo que yo le estaba diciendo, por eso tenía al lado un cuaderno en el que escribía una serie de preguntas que más tarde plantearía a las autoridades antes de redactar su artículo. Debido a esa necesidad de contactar con el operativo antes de escribir, Bernard fue al grano conmigo. Apenas hubo charla y eso me gustó. Ya no me quedaban ganas de charlar.
El teléfono prepago me sonó en el bolsillo por segunda vez en quince minutos. En la primera ocasión no me tomé la molestia de sacarlo y dejé que saliera el buzón de voz. Larry y yo estábamos en medio de un punto clave de discusión y no quería ninguna intrusión. Pero quien había llamado no había dejado mensaje, porque no se oyó el pitido del buzón de voz.
El teléfono sonó de nuevo y esta vez lo saqué para comprobar el identificador de llamada. La pantalla solo mostraba un número, pero lo reconocí de inmediato porque me habían llamado desde él varias veces en el último par de días. Era el número de móvil de Angela Cook, al que yo había llamado después de enterarme de que mi compañera había desaparecido.
– Ahora vuelvo, Larry
Me levanté de la silla y salí de la sala de conferencias mientras pulsaba el botón para responder la llamada. Me dirigí hacia mi cubículo.
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