Puso la mano en el pomo.
– ¿Wesley?
Era Mc Ginnis, que lo llamaba desde su oficina. Carver se volvió y miró por encima del hombro. Mc Ginnis estaba detrás de su escritorio, haciéndole señas para que se acercara.
Carver entró en la oficina. Saludó con la cabeza a los dos hombres sin hacer el menor caso a Chávez, a quien consideraba una empleada sin ningún valor a la que habían contratado por motivos de diversidad étnica. No había silla para Carver, pero eso le convenía. Ser la única persona de pie le proporcionaría una posición de mando.
– Wesley Carver, los agentes Bantam y Richmond de la oficina del FBI en Phoenix. Estaba a punto de llamarte al búnker.
Carver estrechó las manos de ambos hombres y repitió su nombre cada vez, cortésmente.
– Wesley se ocupa de varias cosas aquí -dijo Mc Ginnis-. Es nuestro jefe de tecnología y el que diseñó casi todo este lugar. Es también nuestro principal experto contra amenazas. Lo que me gusta llamar nuestro…
– ¿Hay algún problema? -lo interrumpió Carver.
– Puede ser -dijo Mc Ginnis-. Los agentes acaban de decirme que alojamos una página web que es de interés para ellos y tienen una orden judicial que les autoriza a ver toda la documentación y registros relacionados con su instalación y funcionamiento.
– ¿Terrorismo?
– Dicen que no nos lo pueden decir.
– ¿Voy a buscar a Danny?
– No, no quieren hablar con nadie de diseño y hosting por ahora.
Carver se metió las manos en los bolsillos de su bata blanca de laboratorio, porque sabía que eso le daba el porte de un hombre sumido en profundos pensamientos. Se dirigió a los agentes.
– Danny O’Connor es nuestro jefe de diseño y hosting -dijo-. Debería participar en este asunto. No estarán pensando que es un terrorista, ¿verdad?
Sonrió ante lo absurdo de lo que acababa de sugerir. El agente Bantam, el más grande de los dos, respondió:
– No, no pensamos eso en absoluto, pero cuantas menos personas participen, mejor. Sobre todo del sector de hosting de su empresa.
Carver asintió con la cabeza y sus ojos destellaron un instante en dirección a Chávez, pero los agentes no hicieron caso de la mirada. Ella se quedó en la reunión.
– ¿Cuál es la página web? -preguntó Carver.
– Asesinodelmaletero.com -respondió Mc Ginnis-. Acabo de comprobarlo y forma parte de un paquete más grande. Una cuenta de Seattle.
Carver asintió con la cabeza y mantuvo una actitud calmada. Tenía un plan para eso. Era mejor que ellos, porque siempre tenía un plan.
Señaló a la pantalla del escritorio de Mc Ginnis.
– ¿Podemos echar un vistazo a esa…?
– Preferiríamos no hacerlo en este momento -dijo Bantam-. Pensamos que eso podría avisar al objetivo. No es un sitio desarrollado. No hay nada que ver. Pero creemos que es un sitio de captura.
– Y no queremos que nos capturen -concluyó Carver.
– Exactamente.
– ¿Puedo ver la orden?
– Claro.
El documento había sido devuelto a Bantam mientras Carver subía desde el búnker. El agente lo sacó de nuevo y se lo entregó, Carver lo desdobló y lo examinó con la esperanza de que su expresión no delatara nada. Se controló para asegurarse de que no estaba tarareando.
La orden de registro era más destacable por lo que no contenía que por lo que decía. El FBI tenía de su lado a un juez federal muy cooperativo, eso parecía garantizado. La orden describía en términos muy generales una investigación de un sujeto desconocido que usaba Internet y cruzaba fronteras estatales para llevar a cabo una conspiración criminal de robo de datos y fraude. La palabra asesinato no figuraba en la orden. Esta autorizaba un acceso completo a la página web y a toda la información y registros relativos a su origen, funcionamiento y financiación.
Carver sabía que el FBI tendría una desagradable sorpresa con lo que iba a recibir. Asintió con la cabeza al examinarlo.
– Podemos darles todo esto -dijo-. ¿Cuál es la cuenta en Seattle?
– See Jane Run -dijo Chávez.
Carver se volvió a mirarla, como si se fijara en ella por primera vez. Ella captó su malestar.
– El señor Mc Ginnis acaba de pedirme que lo busque -explicó-. Ese es el nombre de la empresa.
Bueno, pensó Carver, al menos era buena para algo más que para ser anfitriona de visitas guiadas a la planta cuando el jefe no estaba. Se volvió hacia los agentes, asegurándose de darle la espalda a Chávez y dejarla fuera de la discusión.
– Muy bien, pongámonos con esto -dijo.
– ¿De cuánto tiempo estamos hablando? -preguntó Bantam.
– ¿Por qué no van a nuestra estupenda cafetería y piden una taza de café? Volveré con ustedes antes de que esté lo bastante frío para beberlo.
Mc Ginnis hizo un chasquido.
– Se refiere a que no tenemos cafetería. Tenemos máquinas que queman el café.
– Bueno -dijo Bantam-, se lo agradecemos, pero hemos de ser testigos de la ejecución de la orden.
Carver asintió.
– Entonces vengan conmigo e iré a buscar la información que necesitan. Pero hay un problema.
– ¿Cuál? -preguntó Bantam.
– Quieren toda la información perteneciente a esta página web pero sin implicar a diseño y hosting . Eso no va así. Yo puedo responder por Danny O’Connor, no es ningún terrorista. Creo que debería participar si hemos de ser concienzudos y darles todo lo que necesitan.
Bantam asintió y lo consideró.
– Vamos paso a paso. Traeremos al señor O’Connor cuando lo necesitemos.
Carver se quedó en silencio mientras hacía ver que esperaba que dijera algo más, luego asintió.
– Como quiera, agente Bantam.
– Gracias.
– ¿Vamos al búnker entonces?
– Desde luego.
Los dos agentes se levantaron, igual que hizo Chávez.
– Buena suerte, caballeros -dijo Mc Ginnis-. Espero que detengan a los delincuentes. Estamos dispuestos a ayudar en todo lo que podamos.
– Gracias, señor -dijo el agente Richmond.
Al salir de administración, Carver se fijó en que Chávez iba detrás de los agentes. Carver estaba sosteniendo la puerta, pero cuando llegó el turno de ella la dejó fuera.
– Nos apañaremos a partir de aquí, gracias -dijo.
Pasó antes que ella y cerró la puerta tras de sí.
Hogar, dulce hogar
E l sábado por la mañana yo estaba en mi habitación del Kyoto, leyendo un artículo de primera página de Larry Bernard sobre la puesta en libertad de Alonzo Winslow, cuando me llamó una de los detectives de la División de Hollywood. Su nombre era Bynum. Me dijo que el análisis de la escena del crimen había concluido en mi casa y que recuperaba su custodia.
– ¿Puedo volver sin más?
– Eso es. Puede irse a casa ahora mismo.
– ¿Eso significa que la investigación está completa? Quiero decir, a la espera de la detención del tipo, por supuesto.
– No, todavía tenemos algunos cabos sueltos que estamos tratando de atar.
– ¿Cabos sueltos?
– No puedo discutir el caso con usted.
– Bueno, ¿puedo preguntarle por Angela?
– ¿Qué pasa con ella?
– Me preguntaba si había sido…, eh, torturada o algo.
Hubo una pausa mientras la detective decidía hasta dónde contarme.
– Lo siento, pero la respuesta es sí. Había indicios de violación con un objeto extraño y el mismo patrón de asfixia lenta que en los demás casos. Múltiples marcas de ligaduras en el cuello. Fue asfixiada y reanimada de manera repetida. Si se trataba de una manera de hacerle hablar del artículo en el que ustedes dos estaban trabajando, o simplemente era la manera de excitarse del asesino, es algo que no está claro en este momento. Supongo que tendremos que preguntárselo a él cuando lo detengamos. -Yo me quedé en silencio mientras pensaba en el horror al que Angela se había enfrentado-. ¿Alguna cosa más, Jack? Es sábado. Espero pasar al menos medio día con mi hija.
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