– No, lady Rhiannon siempre inventaba sus propias plegarias -dijo ella, con una expresión preocupada-. Lo hiciste muy bien en el día de tu boda, así que pensé que no tendrías problemas para inventar otra.
– ¡No! -exclamé yo, y Alanna me miró con asombro-. Es decir, sí, puedo inventar una bendición.
Ella sonrió con alivio.
Era positivo que una de las dos supiera lo que estaba haciendo. Y no me refería a mí, precisamente.
– ¿Y cuánto tiene que durar la ceremonia?
– Oh, no mucho. La bendición matinal es un servicio breve que la Elegida de Epona lleva a cabo una vez cada quince jornadas, para recordarle a la gente que Epona los ama, cuando comienzan su día. En la primera noche de luna llena debes hacer un ritual de danza y sacrificio.
Oh, magnífico. Lo esperaba con impaciencia.
– Entonces, ¿no debo mencionar el problema de los Fomorians esta mañana? Suponía que era parte del motivo por el que tenía que hablar con la gente.
– Rhea, creo que deberías mencionar que estamos armándonos, y deberías pedir la protección de Epona contra esta plaga, pero… bueno… -apartó la mirada con incomodidad.
– ¿Qué? De veras, Alanna, no sólo quiero que me des consejo, sino que lo necesito. Por favor, dime la verdad. Siempre.
Su expresión me dio a entender que había tomado una determinación, y ella me miró a los ojos en la imagen del espejo.
– No creo que debas hablar de los detalles de la guerra con la gente. Aprovecha la oportunidad para anunciar que has nombrado a ClanFintan Jefe de los Guerreros. Él es sabio, y conoce la batalla y a los hombres.
Me miró con timidez y añadió:
– Puede que me equivoque, pero no creo que tengas adiestramiento para dirigir a los hombres en la batalla.
¿Era aquélla su primera pista?
– Tampoco creo que tú tengas tanta… eh… experiencia como lady Rhiannon en las cosas de los hombres.
– Eh, no. Y gracias por el consejo. Estoy de acuerdo -le dije. Ella se quedó aliviada-. Demonios, deja de preocuparte por molestarme.
Ella no me entendió.
– Quiero decir que no tienes que preocuparte por herirme en el ego. Dependo de ti, así que sé sincera conmigo.
– Eso puedo hacerlo.
– Bien. Ahora, tengo que ponerme la dichosa vestimenta ceremonial.
– Ponte esto mientras voy por la túnica -me dijo, y me entregó la pequeña corona. La belleza de aquella joya, como siempre, me pilló por sorpresa.
– Espero que haya pendientes a juego con esta cosa.
– Sí -dijo Alanna, mientras se acercaba a uno de los muchos armarios que había en una de las paredes de la habitación-. Busca en la caja que tienes más cerca. Ahí hay unos pendientes y un brazalete a juego.
Yo estaba acariciando todas las joyas alegremente cuando ella volvió.
– Aquí tienes -me dijo, y me entregó otro tanga de seda, que parecía hecho de oro líquido. Estaba empezando a creer que Rhiannon tenía fobia a las braguitas.
– Ahora ponte de pie y estira los brazos. Normalmente, esto requiere una técnica complicada.
Yo me situé frente a Alanna y obedecí. La cascada de lo que parecía oro líquido, que ella estaba manejando alrededor de mi cuerpo, me intrigó. Me quedé inmóvil mientras ella envolvía y envolvía y envol…
– ¡Eh! ¿Es que esto no tiene parte superior?
Había terminado. No había utilizado ningún broche. La falda era larga, pero tenía varias aberturas, incluso más de las que tenía normalmente la ropa de Rhiannon, así que me imaginaba que la tela caería maravillosamente sobre Epi cuando yo estuviera montada a horcajadas sobre ella. Eso estaba bien. Sin embargo, la parte superior de la vestimenta me estaba causando mucha tensión. Se cruzaba intrincadamente por mi torso, pero dejaba mis pechos totalmente desnudos.
– Rhea -dijo ella, a punto de reírse al ver mi expresión de horror-, este vestido no tiene parte superior. Es la vestidura ritual que la Amada de Epona lleva durante la bendición matinal.
– ¡Creía que habías dicho que era una túnica! -exclamé, mirándome el pecho.
– Oh, por supuesto. Se me había olvidado.
Ella volvió al armario, y volvió con otra prenda de oro líquido, una capa que tenía bordadas unas cuentas de cristal en un complicado dibujo.
– Deja que adivine. Más calaveras.
– ¡Sí! -exclamó Alanna complacida, ante mi capacidad de aprendizaje.
Entonces, me prendió la capa al cuello con un broche. La tela se deslizó hacia abajo por mi espalda, como si fueran las estrellas de una noche clara en Oklahoma. Sin embargo, no me cubría en absoluto el pecho.
– Estás bellísima, como siempre.
– Oh, ¡espera un momento! ¿Quieres decir que tengo que salir con el pecho desnudo y ponerme delante de todo el mundo?
Alanna se quedó pasmada ante mi reacción.
– ¿En tu antiguo mundo no había Sacerdotisas que llevaran vestidos ceremoniales?
– Sí, claro, pero no las dejaban prácticamente desnudas.
Alanna mostró su espanto hacia nuestro barbarismo.
– Rhea, la desnudez del cuerpo de una Sacerdotisa simboliza la honestidad y la intimidad de su relación con su diosa. Si te tapas, la gente creerá que Epona te ha abandonado, o peor todavía, que estás blasfemando contra tu diosa.
– A mí no me parece que Rhiannon fuera muy honesta -protesté.
– Sí era honesta. Nunca fingió que fuera otra cosa que caprichosa y dada a los vicios.
– Pero…
– Pero la gente la amaba porque era la Elegida de Epona. Como tú.
– Está bien. Intentaré olvidarme del hecho de que tengo los senos al aire, y de que todo el mundo me los puede ver. Pero no quiero hablar con la profesora así vestida. ¿Te importaría avisarla de que debe reunirse con nosotras después de la ceremonia, cuando yo haya podido cambiarme de ropa?
– Sí -dijo Alanna, que se había ruborizado de nuevo.
– Eh, ¿hay algún problema con la…?
Alanna me interrumpió.
– ¡No! ¡No hay ningún problema! -exclamó. Carraspeó y comenzó a empujarme hacia la puerta-. Rhea, no podemos retrasarnos.
Cuando salí de la habitación, erguí los hombros para intentar mantener cierta dignidad. Alanna caminaba a mi lado, y me lanzó una sonrisa de ánimo. Yo ni siquiera pude mirar a los guardias, pero sabía que ellos me estaban mirando a mí. O, más exactamente, a mis pechos desnudos.
Mientras caminábamos, Alanna me explicó que Rhiannon siempre hacía que todo aquél que formara parte de la ceremonia la esperara frente al establo de Epona.
– Le encantaba el espectáculo que ella presentaba al ascender hacia la cima de Tor, con sus sirvientas lanzando flores ante la Elegida.
Torcimos una esquina del pasillo e inmediatamente el espacio se hizo más amplio. Encontramos una puerta doble de madera tallada que se abría al patio que yo había visto el día anterior.
– Sigue por este pasillo recto, y atraviesa el patio. ¿Ves aquellas puertas de allí? -yo asentí-. Debemos pasar por ellas, torcer a la derecha y salir a través de otro par de puertas abiertas. Entonces verás los establos y a tu séquito.
Yo asentí de nuevo.
Alanna me dio un suave tirón de la mano.
– Rhea, despacio. Recuerda que eres la Señora del Templo. Eres la Amada de Epona, la Suma Sacerdotisa de Partholon, y has celebrado esta ceremonia muchas, muchas veces.
Seguí sus indicaciones, y muy pronto salimos del edificio y nos encontramos bajo la luz de la mañana. Se me pararon los pies, pero Alanna no tiró de mí, y me concedió un momento para recuperar la calma.
Habíamos salido por la parte lateral del templo, y estábamos al final de los establos. El corral estaba a unos cuantos metros frente a nosotras. Delante del corral había media docena de doncellas ninfa, escasamente vestidas con unas túnicas blancas maravillosas. Todas tenían cestas llenas de pétalos de rosa. ClanFintan y Epi estaban en medio de ellas.
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