Entonces, me volví hacia la multitud, sonreí y terminé con un:
– ¡Que tengáis una vida larga y próspera!
Exhalé un suspiro de alivio cuando la gente comenzó a dispersarse. Antes de que Epi comenzara a avanzar, miré a Alanna, buscando su aprobación. Ella tenía una enorme sonrisa en los labios, y me guiñó un ojo. El último resquicio de tensión abandonó mis hombros. Mientras Epi descendía por la ladera, me sentí rodeada de amor y aceptación.
– ¡Rhiannon!
El tono áspero de ClanFintan me tomó por sorpresa. Tiré de las riendas de Epi y mire hacia atrás. Él estaba todavía en la colina, pero no me miraba. Miraba hacia la zona norte del templo, y tenía los ojos entornados. Respiraba como si estuviera olisqueando el aire. De repente, señaló y yo seguí la dirección de su dedo hacia el límite del bosque.
– ¿De qué se trata?
Epi comenzó a moverse nerviosamente. No tuve que urgirla para que ascendiera de nuevo a la colina.
– He percibido la esencia de la oscuridad en el viento del norte -dijo él, y su tono de voz me puso la piel de gallina-. Ya había notado este olor -añadió, concentrado en los árboles.
– ¿En el Castillo de MacCallan? -pregunté con la voz temblorosa.
ClanFintan asintió.
Una oleada de murmullos recorrió la multitud. De repente, los centauros nos rodearon, y algunos miembros de mi guardia acudieron rápidamente desde el templo para unirse a ellos.
ClanFintan comenzó a gritar órdenes. Habló con los primeros guardias del templo que nos alcanzaron.
– Hay algo que se acerca desde el bosque. Llevad a vuestra señora a un lugar seguro, y después, reunid a las mujeres y a los niños en el interior de la muralla.
Una voz me gritó por dentro: «¡No te alejes de ClanFintan!».
Sin cuestionarla, yo dije:
– Yo me quedo con ClanFintan. Id a ocuparos de las mujeres y los niños.
Mis guardias se alejaron apresuradamente. Antes de que ClanFintan pudiera protestar, yo lo miré a los ojos y repetí:
– Me quedo contigo.
– Y yo me quedo con lady Rhiannon -dijo Alanna con determinación, desde el otro lado de ClanFintan.
ClanFintan suspiró, pero no discutió con nosotras. Volvió a concentrarse en los límites del bosque, en la distancia.
La brisa, suave y aparentemente inofensiva, nos acarició la cara. Dougal se reunió con nosotros en Tor, y los dos centauros nos flanquearon a Epi y a mí, que intentábamos atisbar, sin resultado, lo que ellos estaban olfateando.
– Está mezclado con olor de centauro -dijo Dougal con un tono sombrío.
ClanFintan asintió con tirantez.
– ¡Allí! -gritó Connor, y todos miramos hacia una zona cercana al río. Un centauro solitario salió de entre los árboles, tambaleándose, moviéndose con rapidez, pero erráticamente, hacia nosotros.
– ¡Ian! -gritó Dougal, y ClanFintan reconoció al centauro que se aproximaba.
– Dougal, Connor, venid con nosotros. El resto, colocaos entre los árboles e Ian. Si lo han seguido, deberéis resistir lo suficiente como para que podamos ponernos a salvo -dijo. Tomó a Alanna y se la colocó en el lomo-. Agárrate fuerte. Vamos a cabalgar muy deprisa.
Ella asintió. ClanFintan me miró.
– Permanece a mi lado.
Todos bajamos de la colina a galope. Yo estaba demasiado asustada como para echar de menos un sujetador deportivo. Tenía miedo por lo que íbamos a encontrarnos.
Dougal fue el primero en llegar junto al centauro. Se detuvo justo en el momento en que el otro caballo se desplomaba entre sus brazos, y ambos cayeron al suelo. Dougal quedó de rodillas, sujetando el torso ensangrentado de su compañero.
– ¡Ian! ¡Por Epona…! -exclamó ClanFintan con angustia, y también él cayó de rodillas junto al centauro. Alanna se bajó de su espalda y se quedó inmóvil, observando la horrible escena.
– ¿Te han seguido? -preguntó ClanFintan, e Ian negó con la cabeza.
– No… no… me han seguido.
– Respira, Ian, y cuéntanos lo que ha ocurrido.
Ian intentó captar aire en los pulmones, mientras Dougal le murmuraba sonidos para intentar calmarlo. El centauro estaba cubierto de sangre y sudor, y temblaba violentamente. Tenía un corte enorme que le atravesaba el pecho.
Yo me bajé de Epi y me quité la capa de los hombros. Sabía que podía cortar la hemorragia aplicando presión. Miré a ClanFintan y él asintió, y entonces me agaché ante el centauro y apreté la capa plegada contra la herida.
– ¡Connor, ve a buscar a un doctor! -le grité.
Él salió corriendo hacia el templo.
Ian comenzó a hablar, y yo me di cuenta de que su rostro tenía un espantoso color gris bajo la sangre y la suciedad.
– Laragon… está… destruido -dijo entre jadeos de dolor-. La gente… muerta.
– ¿Las mujeres también? -preguntó ClanFintan.
Ian negó con la cabeza.
– No… no mataron… a las mujeres.
– ¿Y los demás centauros?
– Muertos.
La palabra salió de sus labios lacerados. El cuerpo de Ian comenzó a retorcerse violentamente, y sus ojos, a cerrarse.
– ¡Ian! ¡Quédate con nosotros! -le rogó Dougal.
Ian abrió los ojos de nuevo.
– ¿Cuántos eran?
– Muchos… demasiados -dijo. De repente, su respiración, que se había calmado lo suficiente como para que pudiera hablar, se agitó de nuevo-. No pudimos… pararlos…
Yo notaba el calor de la sangre del centauro, que ya había empapado toda la tela de la capa.
– ¡Dougal! ¿Dónde estás? -Ian tenía los ojos abiertos, pero los movía como si no pudiera ver.
– ¡Aquí! Estoy aquí, hermano.
Dougal abrazó el torso ensangrentado de Ian de un modo protector, intentando calmar sus temblores.
– Todo ha pasado. Ahora estás a salvo.
ClanFintan me apartó del centauro moribundo y me ciñó contra su costado. Yo vi, sin poder hacer nada, cómo surgía una espuma roja de entre los labios de Ian. Oí que ClanFintan comenzaba un cántico, suave y bajo. Dougal lo miró con ira, pero ClanFintan no interrumpió su letanía, sino que agitó la cabeza con tristeza, confirmándole a Dougal algo que él ya debía de saber.
– ClanFintan -dijo Ian, con una voz asombrosamente clara.
– Sí… -dijo ClanFintan-. Estoy aquí. Te llevaré a casa.
El cuerpo de Ian se relajó mientras ClanFintan elevaba el rostro y la voz hacia el cielo, recitando unas palabras que parecían un encantamiento balsámico para el centauro, que bloqueaban su dolor y su sufrimiento.
Dougal cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la de su hermano. Vi que se le caían las lágrimas, y que se mezclaban con la sangre de Ian.
– Te quiero, hermano. Nos encontraremos otra vez en la pradera perfumada de Epona.
Las palabras de Dougal se extendieron por el aire como un grito.
El cuerpo de Ian se convulsionó una vez más, y después, con un suspiro, el centauro quedó inmóvil.
ClanFintan continuó su canto. Inclinó la cabeza, cerró los ojos y se encerró en sí mismo. Poco a poco, su voz se hizo más y más baja, hasta que se acalló. Después, ClanFintan se puso en pie y se acercó a Dougal, que estaba abrazado a su hermano, llorando desconsoladamente.
– Dougal -le dijo ClanFintan-. Ha muerto.
Dougal abrió los ojos y miró a su Chamán.
– Era demasiado joven. No debería haber sucedido esto -dijo, con la voz de un anciano roto.
– Es cierto -dijo ClanFintan. Su voz reflejaba el dolor de la pérdida de Dougal.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Recordé que, tan sólo ayer, Dougal parecía tan joven y dulce, y se ruborizaba tímidamente cada vez que yo le sonreía. Sacudí la capa ensangrentada, y la extendí sobre la herida del pecho de Dougal. Alanna hizo lo mismo. Ella también se quitó la capa y la extendió respetuosamente sobre el centauro. Tenía la cara húmeda de lágrimas.
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