Yo le acaricié la mejilla a Dougal.
– Era muy valiente. Como tu hermano. Ojalá hubiera podido conocerlo.
Dougal apartó una mano del hombro de Ian, y tomó la mía.
– ¿Podríais pedirle a Epona su bendición para él, mi señora?
– Por supuesto.
Sin soltar a Dougal, fijé la mirada en el centauro muerto.
– Epona, pido tu bendición para este joven centauro, que ha muerto antes de su momento. Acarícialo con tus suaves manos, y ayúdalo a no sentir dolor nunca más. Y ayúdanos a recordar que este mundo es la tierra de la muerte, pero que en el mundo próximo iremos a la tierra de la vida, donde nuestras almas estarán unidas de nuevo, y nunca se separarán.
Dougal me apretó la mano con agradecimiento antes de soltarme. Se puso en pie lentamente, sin apartar la mirada del cuerpo de su hermano.
El sonido de unos cascos anunció la llegada de Connor. Traía a un hombre en el lomo, que saltó de su espalda antes de que el centauro se hubiera detenido completamente. El hombre se acercó rápidamente al centauro muerto. Tenía una bolsa grande de cuero colgada del hombro. Se arrodilló junto a Ian y le tomó el pulso en el cuello. Después apartó la capa de la herida de su pecho. Suspiró pesadamente antes de volverse hacia nosotros.
El doctor se dirigió a Dougal.
– Lo siento mucho. Si me lo permites, lavaré su cuerpo, lo ungiré y lo prepararé para el féretro.
– Sí -consiguió responder Dougal, y miró a ClanFintan-. Deberíamos avisar a nuestro padre y a nuestra madre… -la voz se le quebró.
– Habrá tiempo para eso, hijo -respondió ClanFintan-. Connor, acompaña a Dougal al templo. Yo me ocuparé de Ian.
Connor se acercó a Dougal, y con delicadeza, lo llevó hacia el templo. Dougal no apartó la mirada del cuerpo de su hermano hasta que desapareció de nuestra vista.
Yo me di cuenta de todo esto, pero me resultaba difícil dejar de mirar al doctor. Conocía a aquel hombre, o más bien a su reflejo.
ClanFintan emitió un silbido ensordecedor. Los guerreros que estaban haciendo guardia entre el bosque y nosotros dejaron inmediatamente su posición y se acercaron.
ClanFintan se dirigió al doctor. Parecía que su voz había envejecido años en unos pocos momentos.
– Los centauros llevarán a Ian a tu lugar de trabajo. Estaré en deuda contigo si puedes lavar al joven, y hacerlo presentable para su familia.
– No habrá ninguna deuda.
Se miraron a los ojos, y yo percibí el respeto que se profesaban.
– Gracias -le dije-. Sé que podemos confiar en ti -aunque tenía la voz ronca por las lágrimas, mi tono estaba lleno del cariño que sentía por su reflejo-. Dougal se merece al menos ese consuelo.
– Así se hará.
Me quedé asombrada al ver la expresión fría de su rostro cuando me contestó.
ClanFintan ordenó a los centauros que transportaran al doctor y que lo siguieran con el cuerpo de Ian. Los centauros alzaron el cadáver ensangrentado, y comenzaron su viaje triste en dirección al templo.
Sin embargo, en vez de observarlos, mis ojos estaban clavados en Alanna. Ella estaba mirando fijamente al Sanador, y mientras se alejaba, él le lanzó una mirada furtiva sobre el hombro.
– Rhiannon, volvamos al templo -dijo ClanFintan.
– Sí… -respondí; me temblaba la voz.
Carraspeé y llamé a Epi, que acudió obedientemente a mí.
Le sonreí con dulzura a la yegua, que había permanecido inmóvil durante aquel horrible suceso. Al acercarse, me acarició la cara con el hocico, como si necesitara consuelo.
– Ya ha terminado todo, preciosa -le dije.
Me di cuenta de que tenía la cara mojada de lágrimas, más prueba de que era distinta de los demás caballos.
ClanFintan me rodeó la cintura con sus manos fuertes, y me subió al lomo de Epi. Después se volvió y colocó a Alanna en su espalda. Juntos volvimos lentamente al templo.
Cuando dejamos a Epi al cuidado de los guardias, en el establo, Alanna se acercó a mí.
– Rhea, debes lavarte.
Me miré, y me sorprendí al ver que estaba cubierta de sangre seca… De repente el estómago me dio un vuelco, y sentí un fuerte mareo.
– ¿Rhiannon? -preguntó ClanFintan preocupado.
Yo intenté controlar la neblina de mi cerebro y contesté:
– Ha sido horrible. Ese pobre centauro…
– El mal es sólo una sombra del bien. Caminaremos en la luz, con el bien, mientras el mal se esconde en la oscuridad. Nosotros no permitiremos que continúe escondiéndose. Lo quemaremos en su guarida oscura.
Mientras hablaba, me abrazó, y la maravillosa combinación de calor y fuerza de su cuerpo, y la seguridad de su fe, consiguieron reconfortarme. Me giré entre sus brazos y le hablé a Alanna.
– Antes de que nos reunamos con los líderes de los clanes, tenemos que hablar con la profesora, y averiguar qué se sabe de esas criaturas. Envíale un aviso para que se reúna con nosotros en la biblioteca de mi habitación. ¿Cómo era su nombre… Carolan, no?
– Sí, pero es un hombre.
Se le pusieron las mejillas muy rojas de nuevo, y yo la miré con curiosidad, así que ella respiró profundamente y continuó.
– Y en realidad no es un profesor, es historiador. Y Sanador.
De repente lo entendí todo.
– Es el hombre que trajo Connor.
– Sí, Rhea -respondió ella, con una evidente timidez.
– Parece un Sanador bondadoso -dijo ClanFintan. Él no se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo entre Alanna y yo. Pero era un hombre, así que no me pareció sorprendente.
Me giré hacia ClanFintan y le di un beso rápido.
– Alanna y yo vamos a ir a lavarnos. ¿Por qué no vas tú en busca del Sanador y lo acompañas a mi habitación?
– No tardaré.
ClanFintan me acarició la mejilla ligeramente al marcharse.
En cuanto estuvimos a solas, le dije a Alanna:
– Amiga mía, tenemos que hablar.
Ella asintió y me siguió. Nos dirigimos hacia la puerta que se abría al patio. En aquella ocasión no estaba vacío, sino lleno de mujeres y niños, y rodeado de guerreros. Cuando yo entré, se hizo un silencio cargado de emoción. Entendí el aspecto que debía de tener ante sus ojos.
Bajé los brazos a los costados, sin intentar ocultar la sangre que me manchaba todo el cuerpo. Erguí los hombros y los miré con determinación:
– Acaba de morir un joven centauro -dije, y la multitud emitió un jadeo colectivo-. No corremos peligro inmediato, pero debemos prepararnos para el enemigo. Necesito vuestra ayuda. Quiero que os dividáis en grupos. Algunas de vosotras debéis empezar a preparar un lugar para cuidar a los heridos, a convertir sábanas en vendas, y ese tipo de cosas.
Vi varias cabezas asintiendo, y me sentí animada.
– Mis doncellas os ayudarán. Las que sepáis cocinar, por favor, formad un grupo y acudid a la cocina. Los guerreros necesitarán comer bien.
– ¡Mi señora! Mis hermanas y yo hemos tallado y afilado flechas para los centauros -dijo alguien entre la multitud.
– ¿Quién acaba de hablar? -pregunté.
Las mujeres se apartaron y dejaron paso a una mujer rubia, alta y esbelta. Yo sonreí al darme cuenta de que era el reflejo de nuestra mejor profesora de informática del instituto. Aquélla era una mujer que sabía organizar.
– ¿Cómo te llamas?
– Maraid, mi señora -respondió, e hizo una ligera reverencia.
Me volví hacia uno de mis omnipresentes guardias.
– Haz llamar a los centauros Dougal y Connor. Que vengan a este patio. Que ellos instruyan a las mujeres en lo que pueden hacer para ayudar a los guerreros -dije, y señalé a Maraid-. Esta mujer, Maraid, se ocupará de organizar los grupos.
El guardia hizo un saludo marcial y se marchó rápidamente.
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