Dougal y ClanFintan desenvainaron sus espadas a la vez.
Epi y yo suspiramos, y los seguimos hacia el corazón del Bosque Sagrado. Yo noté una patadita saludable contra la costilla derecha, que hizo que me moviera en el asiento, y sonreí suavemente, mientras me acariciaba el vientre hinchado, justo donde había notado el talón de un diminuto piececito.
Habían pasado dos meses desde que había vuelto a Partholon, y me parecía que había multiplicado por cuatro mi tamaño. Ya había superado mi aversión por la comida, y si algo no salía corriendo al verme, me lo comía.
Estábamos a finales de enero. El invierno había sido suave, y se esperaba una primavera temprana, pero aquel día el aire era frío, y yo me alegré de haberme puesto la capa de piel, tal y como había insistido Alanna.
– No entiendo por qué no te quedas satisfecha con los rituales que has estado llevando a cabo cada luna llena en recuerdo de los guerreros indios -me dijo ClanFintan.
Yo había mantenido mi promesa a los guerreros de Nagi Road. Cada luna llena, mis ninfas hacían libaciones de vino y miel, y bailaban alegremente en memoria de su valor. Esperaba que ellos, de algún modo, lo supieran.
Sin embargo, aquel día las libaciones no estarían dedicadas a ellos.
Al principio, yo no podía pensar en Clint. Lo había apartado por completo de mi mente. Pensar en él confinándose con Rhiannon en el roble era otra herida abierta que no podía tocar.
A medida que pasó el tiempo y la herida de mi costado se curó, fue curándose también el horror de lo que había hecho Clint. Comencé a poder pensar en él sin sentirme abatida por la pena.
La primera nevada de Partholon tenía su olor.
El canto de los pájaros me recordaba a él.
Cada vez que me llamaba el alma de un árbol, oía el eco de su voz.
Y no podía hacer el amor con mi marido. Él había realizado el Cambio una sola vez. Al verlo ante mí con forma humana, sólo podía ver la imagen de Clint. La pena me había abrumado. No había podido dejar de llorar. ClanFintan volvió rápidamente a la forma de centauro y me consoló sin decir nada, sólo con el calor de su abrazo.
Desde entonces no había vuelto a intentar hacer el amor conmigo, ni yo se lo había pedido.
Él carraspeó, y me di cuenta de que estaba esperando mi respuesta. Lo miré a los ojos.
– Hoy he venido aquí en memoria de Clint.
– Pensaba que las libaciones eran en recuerdo de los guerreros.
– No -respondí. Como de costumbre, me resultaba muy difícil hablarle a ClanFintan sobre Clint-. Esta vez serán por el alma de Clint. Ya es hora de que me enfrente a esto. Su sacrificio merece reconocimiento.
– Como desees, Rhea.
– ¿Y si se da cuenta, de algún modo? Ni siquiera pude darle las gracias.
Con la mirada, le rogué a ClanFintan que me comprendiera.
– Yo le doy las gracias todos los días -dijo él en voz baja.
Asentí con tirantez. Tenía la sensación de que, si decía algo más, me iba a poner a llorar. Le había contado a ClanFintan una versión reducida de lo ocurrido mientras yo estaba en Oklahoma. Había ocultado partes para ahorrarle dolor, y también para ahorrármelo yo. Sin embargo, él entendía que Clint había dado su vida para que yo pudiera volver con mi esposo, al mundo al que pertenecía.
Y, aunque no lo hubiera reconocido en voz alta, yo estaba segura de que también comprendía que Clint me había amado. Y yo a él.
Recientemente, había empezado a sentir la necesidad de volver al claro. Era un peregrinaje necesario para mí. Después de dos meses, esperaba haberme recuperado lo suficiente como para enfrentarme a mis recuerdos y mis pérdidas. Y, finalmente, poner fin a aquello.
Quizá entonces consiguiera perdonarme a mí misma.
– Hemos llegado al claro -dijo Victoria.
Dougal la siguió, y después, ClanFintan y yo.
Detuve a Epi y llamé a Victoria. Dougal y ella me miraron con curiosidad.
– Necesito ir primero -dije-. Epona me ha asegurado que estoy a salvo.
Cuando ClanFintan abrió la boca para protestar, yo lo interrumpí:
– ¿Crees que haría algo para dañar a nuestra hija?
– Estaré a tu lado -dijo él, en un tono que no admitía réplica.
Asentí.
– Victoria y Dougal, no os alejéis.
Los dos centauros asintieron y esperaron, en un silencio tenso, a que nosotros dos saliéramos al claro. A medida que nos acercábamos a los robles, mis ojos recorrieron sus enormes troncos cubiertos de musgo.
Noté un movimiento de color en los límites de mi visión. Por un momento, el miedo me atenazó la garganta, pero rápidamente me di cuenta de que no era una forma oscura y aceitosa lo que estaba viendo. Miré hacia el suelo del Bosque Sagrado y emití una exclamación de sorpresa.
– ¿Qué te ocurre, Rhea? -me preguntó ClanFintan.
– Oh -susurré-. No es nada malo. Es maravilloso. ¡Mira!
Señalé el suelo. Todo el claro estaba cubierto de flores silvestres azules. Estaban por todas partes, y a medida que avanzábamos, nos envolvía su perfume dulce y embriagador.
Era como si todo el claro estuviera salpicado de zafiros.
– No recuerdo que estuvieran aquí antes -dijo ClanFintan.
– No estaban. Son nuevas.
Sentí una ráfaga de emoción. El claro no lo había olvidado. Aquél era el tributo del Bosque Sagrado a Clint.
Nos acercamos a los árboles. ClanFintan me bajó con cuidado del caballo. Yo abrí la alforja y saqué un odre de vino y miel. Después me volví hacia los robles.
Me tragué el miedo. Allí no había nada que pudiera hacerme daño.
Los robles eran más bellos de lo que recordaba, altos, majestuosos y fuertes. Sabía cuál era el que tenía que tocar. Las flores azules rozaron suavemente mis botas mientras me aproximaba. Cerca de la base del tronco me tropecé con una raíz que sobresalía, y ClanFintan me sujetó por los brazos para que no me cayera.
Oh, Epona. Aquél era el lugar exacto donde se había tropezado y caído Rhiannon.
– ¿Estás bien, Rhea?
Respiré profundamente y le apreté la mano para tranquilizarlo.
– Sólo estaba recordando viejos fantasmas -dije suavemente.
Junto al tronco del roble, destapé el odre de vino y comencé a verterlo en las raíces. Continué mientras rodeaba el tronco lentamente.
De repente, pensé en los versos de un antiguo poema celta y comencé a recitarlas rítmicamente con la voz temblorosa.
– Te recuerdo como el viento que recorre el bosque, como el murmullo de las hojas y los rayos del sol. Te recuerdo como el poder de los árboles y los capullos que florecen. Estás en mi pensamiento siempre que alabo todo lo que es noble y verdadero.
Cuando completé el círculo, posé la mano sobre el tronco. No tuve que mirar a mi marido para notar la tensión que irradiaba.
«Bienvenida, Elegida», me dijo el roble, con su voz anciana y familiar.
– Hola -susurré. Después, continué con un titubeo-: Vengo… vengo a…
«Vienes a recordar, Amada del Sumo Chamán».
Di un respingo al oír aquel título. ClanFintan se movió con inquietud a mi lado.
– Sí, vengo a recordarlo.
«Siento que sufres».
Cerré los ojos, que súbitamente se me habían llenado de lágrimas. Y yo que había pensado que las heridas se habían curado.
Qué tonta.
– Sí.
«El Chamán Blanco desea que escuches un mensaje, Elegida».
A mí se me aceleró el corazón. ¿Clint iba a hablar conmigo?
«Prepárate».
Me puse tensa de expectación, y cuando recibí el mensaje de Clint, emití un gemido de sorpresa. A través de las palmas de mis manos fluyó paz. Ni palabras, ni sonidos, sólo una oleada de paz. El cosquilleo que sentía en la piel me recordó a aquella noche dos meses antes, cuando la curación había fluido de mis manos, por parte de Epona, hacia su cuerpo.
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