P. Cast - Diosa Por Elección

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Por fin, Shannon Parker se había reconciliado con la vida en el mundo mítico de Partholon. Amaba a su marido centauro y se había acostumbrado a su conexión con la diosa Epona y los beneficios que conllevaban ambas cosas. Casi había olvidado su antigua vida en la Tierra… sobre todo, cuando descubrió que estaba embarazada…
Pero entonces una súbita explosión de poder la envió de vuelta a Oklahoma. Sin la magia, Shannon no podía regresar a Partholon, así que tendría que buscar ayuda. El problema era que esa ayuda tomó la forma de un hombre tan tentador como su marido. Y, durante el camino, Shannon descubriría que ser una diosa por error era mucho más fácil que ser una diosa por elección…

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– Hola -murmuré-. Por favor, ayúdame. Me duele mucho.

«Te oímos, Elegida».

Con aquellas palabras llegó una oleada de calor que me recorrió todo el cuerpo. Fue como una inyección de morfina, y rápidamente, me sentí calmada y fortalecida.

– Oh, gracias, anciano -le dije.

– ¿Mejor? -me preguntó Clint, apoyando la mano en mi hombro. Yo asentí.

– ¿Lo suficientemente bien como para cambiar de mundo?

Su voz no vaciló, pero yo la noté extrañamente ahogada.

Lo miré a los ojos, y de repente supe que si decía que no, que si decía que esperáramos hasta que se me hubiera curado la herida, nunca volvería. Me quedaría allí para siempre, y sería la esposa de aquel hombre maravilloso, y el amor de su vida.

«Debe ser tu decisión, Amada. Tuya y del Chamán».

Cerré los ojos y me apoyé en el árbol.

– Pero, realmente, no es una elección -susurré a Epona.

En aquel mundo, yo era profesora de literatura y lengua inglesa e hija. Y podría ser la esposa de un hombre que me quería mucho.

En Partholon era un símbolo de seguridad y la prueba de la benevolencia y la fidelidad de una diosa.

En el abdomen, sentí un cosquilleo, como de las alas de un ruiseñor joven, que me recordaba cuál debía ser mi decisión.

Abrí los ojos y sonreí con tristeza a Clint.

– Lo suficientemente bien como para cambiar de mundo.

Él asintió una vez.

– Ya sabemos lo que debemos hacer. Te ayudaré a ponerte a horcajadas sobre la corriente, y yo me colocaré en la misma posición frente a ti. Concéntrate en llamar a ClanFintan.

De repente, oímos la risa de Rhiannon, burlona y tensa. Clint y yo nos volvimos a mirarla. Estaba todavía acurrucada a los pies del árbol, a pocos metros de nosotros. Tenía el pelo enmarañado y sus ojos estaban apagados, perdidos.

– No puedes volver.

Sus palabras me dejaron helada.

– Claro que puedo. Antes casi lo consigo. Fue la aparición de Nuada lo que estropeó el traslado.

La risa se mezcló con sollozos.

– ¡No sabes nada, Elegida! -dijo sardónicamente-. Podrás pedirle a tu centauro que se acerque al claro, incluso quizá puedas tocarlo brevemente a través de la magia de los árboles, pero no puedes volver con él si no realizas un sacrificio de sangre. Pregúntale a tu diosa, si no me crees.

– Rhiannon, yo no necesité hacer ningún sacrificio de sangre para traer aquí a Shannon -dijo Clint.

– Yo fui quien la trajo. Yo quería invocar a Nuada, llevaba llamándolo muchos cambios de luna. Lo sentía, pero no podía atraerlo hacia aquí, aunque hiciera los sacrificios adecuados. Había algo que lo estaba reteniendo, y supe que era su obsesión por Shannon. Así que decidí traerla a ella. Utilicé primero la misma ánfora del primer intercambio, y cuando fracasé, aproveché tu invocación en el bosque.

Shannon sintió un escalofrío al recordar el ánfora que encontró en la biblioteca del templo y que estuvo a punto de absorberla. Afortunadamente, ClanFintan había llegado a tiempo.

– ¿Mataste a alguien aquella noche? -preguntó Clint con infinita tristeza.

– Sí. Por eso pudiste traerla aquí.

– ¿Y el día en que Nuada llegó aquí finalmente?

– Sacrifiqué a otro. En aquella ocasión, Nuada llegó a este mundo con facilidad, atendiendo mi llamada.

– No es posible que esté diciendo la verdad y necesitemos un sacrificio.

Clint no me miró. Tocó la mejilla manchada de lágrimas de Rhiannon con una mano, y la otra la apoyó sobre el tronco del roble. Cerró los ojos y se encerró en sí mismo. Su aura latió con tanto brillo que tuve que cubrirme los ojos. Cuando la luz desapareció, me estaba mirando, y su expresión era de tristeza.

– Está diciendo la verdad.

– Bueno, pues si necesitamos sangre, ¡tengo mucha en el costado! -grité.

Rhiannon negó lentamente con la cabeza.

– Debe ser una muerte. Aprendí bien esa lección en Partholon. Pryderi se la enseñó a Bres, y Bres me la enseñó a mí. La Triple Cara de la Oscuridad disfruta con la muerte. Debes sacrificar a un humano para pasar al otro mundo.

Miré a Clint, pidiéndole ayuda. Él asintió lentamente, dándole la razón a Rhiannon.

A mí se me hundieron los hombros, y bajé la cabeza. Oí un movimiento a mi lado, y me di cuenta de que Clint se había acercado a mí con Rhiannon, a quien tenía agarrada de la muñeca. Ella no se resistía, sino que estaba muy quieta, a su lado. Yo lo miré, y vi que sus ojos estaban llenos de dolor y determinación. Me asustó.

– Esto es elección mía, Shannon. No lo olvides. Lo hago voluntariamente.

Antes de que pudiera preguntarle qué quería decir, se volvió hacia Rhiannon. Su voz sonó profunda y calmante.

– No puedo dejarte aquí sola. Lo sabes -le dijo, y su tono de voz convirtió aquellas palabras en una expresión de cariño-. Eso es lo que estuvo mal desde un principio. Te dejaron sola con demasiada frecuencia, y nadie te guió de verdad.

Rhiannon no respondió, pero abrió mucho los ojos y asintió.

Clint sonrió bondadosamente.

– Yo no te dejaré sola, Rhiannon, ni a tu hija tampoco. Nunca más.

Clint se volvió hacia mí y me acarició la mejilla suavemente. Después se sacó el puñal de Rhiannon de un bolsillo interior del abrigo.

– ¿Clint? -pregunté, sin poder disimular mi temor.

– Shh -dijo-. Ya está todo decidido.

Estrechó a Rhiannon contra sí y, con un rápido movimiento, se hizo un corte vertical y profundo en el cuello, justo debajo de la oreja izquierda, seccionándose las dos arterias mayores.

– ¡Clint! -grité.

Mi mente se rebeló. No podía creer lo que él acababa de hacer.

El puñal se le cayó de entre las manos, y él tuvo que apoyarse en el tronco del árbol. Su cabeza cayó hacia delante, y posó la frente sobre la corteza. La sangre se derramaba por su cuerpo, cubriéndolos a Rhiannon y a él con un manto púrpura. Ella estaba sollozando frenéticamente, e intentaba zafarse de él. Yo me acerqué a acariciarlo, pero su mirada me dejó helada.

– No -susurró-. Así debe ser.

Vi que cerraba los ojos, y su aura vibró salvajemente. Tomó aire, y cuando abrió la boca, gritó dos palabras, con tanta fuerza, que su voz llegó de un mundo al otro.

– ¡ClanFintan, ven!

La corteza comenzó a temblar bajo las palmas de sus manos. Clint empujó hacia delante, y el árbol engulló parte de su hombro izquierdo, y el cuerpo de Rhiannon. Con un esfuerzo hercúleo, consiguió volver la cara para mirarme antes de ser completamente engullido. Su rostro estaba pálido, salvo por algunas salpicaduras de sangre. Le tembló la mano cuando me llamó.

– Ven -dijo, formando la palabra con los labios.

Yo me aferré a su mano, ya fría, y le permití que tirara de mí al interior del árbol.

Todos los sonidos cesaron, y el tiempo quedó suspendido. Era como si nos hubiésemos hundido bajo la superficie del agua. Clint avanzó en esa esfera líquida dejando un rastro de sangre tras de sí y llevándonos a Rhiannon y a mí consigo. Yo no podía respirar, y no podía pensar. Me invadió el pánico.

«¡Piensa en ClanFintan!».

La voz de Epona fue como una cuerda a la que pude agarrarme. La obedecí al instante.

Me obligué a apartar la vista de la truculenta visión de Clint y Rhiannon. Ignoré el dolor lacerante que sentía en el costado, y pensé en mi compañero. En su olor, y en el sabor de su piel caliente. En su risa fácil y contagiosa, y en cómo controlaba su fuerza con la bondad. Pensé en el padre de mi hija.

Y entonces, la oscuridad líquida que me rodeaba comenzó a vibrar y a iluminarse con el color azul de los zafiros. Sin embargo, el color no provenía de Clint. Él ya no estaba frente a mí, ni me agarraba de la mano.

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